sábado, 23 de noviembre de 2019

La Deuda Interminable

En castellano endrogarse es sinónimo de endeudarse. Curiosamente en nuestro idioma una droga y una deuda son sinónimos. La sinonimia es muy útil: la deuda, como la droga, ayudan a que el organismo vaya temporalmente más allá de sus posibilidades. Puede potenciar el desempeño. Pero abusadas, la deuda y la droga, pueden tener efectos colaterales devastadores. La deuda de la economía global es ya mayor que el PIB mundial, así que vale la pena un par de reflexiones al respecto.
El último reporte del Institute of International Finance (IIF), muestra que la deuda de la economía global es de 246.4 billones (millones de millones), de dólares, equivalente a 320 por ciento del PIB mundial. Si, el stock de deuda global es más de tres veces mayor que lo que se produce en el mundo en un año.
El mayor deudor del mundo son los gobiernos de los países desarrollados (y en el margen, el de los Estados Unidos), representando 109.1 por ciento del PIB mundial; seguido por los corporativos de los mercados emergentes (chinos sobre todo), que deben el equivalente a 92.6 por ciento del PIB global, mientras que los gobiernos de mercados emergentes deben el equivalente al 50.5 por ciento. Las empresas de los países desarrollados deben el equivalente al 90.7 por ciento del PIB.
Curiosamente las familias son las menos endeudadas, representando las de los países en desarrollo 38.8 por ciento del PIB; mientras que la deuda de las familias de países desarrollados equivale a 72.3 por ciento.
Las cifras son muy claras, de 2016 a la fecha, como nunca antes en la historia de la economía moderna habíamos estado, todos (gobierno, familias y empresas), tan endeudados, tanto en términos nominales, como en porcentaje del PIB.
La deuda interminable ha sido la forma en que los bancos centrales, los gobiernos, las empresas y las familias, optaron para salir de la terrible recesión de 2008-2009. En medio del colapso económico financiero de ese momento, las tasas de interés se recortaron al cero por ciento, se inyectó liquidez a manos llenas, se redujeron impuestos (y el déficit público resultante se cubrió con más deuda), y las empresas usaron deuda hasta para pagar dividendos a sus accionistas dado lo barato que está el crédito.
Lo irónico es que se usó el recurso del crédito para salir de una crisis causada precisamente por el exceso de crédito. La crisis de 2008-2009 fue en el fondo detonada por la incapacidad de pagar la deuda que las familias habían adquirido para comprar bienes raíces cuyos precios, luego de una inflación de muchos años, acabaron desplomándose, impidiendo el pago de los créditos usados para adquirirlos.
La solución en ese momento para levantar de nuevo a la economía global, fue la de reabrir la llave del crédito: para pagar los créditos que no se habían pagado, y para invertir y consumir de nuevo, rescatando a la economía global de una gran depresión. Quizá no había otra alternativa. Quizá fue lo correcto en esa circunstancia.
Lo cierto es que la dependencia renovada de la economía global de una deuda cada vez mayor nos tiene en este momento en un nivel históricamente alto de apalancamiento. Es tan grande la deuda en el mundo que estamos atrapados en una trampa: los bancos centrales no pueden subir las tasas de interés a niveles históricamente normales, porque el aumento en el costo de la deuda es tan severo, que inmediatamente impacta en los márgenes de ganancias y por ende en las expectativas de inversión.
La deuda es un poco más compleja de lo que parece. No es cierto que todas las deudas se pagan. Para alguien que vive un tiempo infinito (como los Estados y las grandes corporaciones), la deuda no se paga nunca. No se liquida, pero si se sirve. Y el acervo de deuda es tan grande, que por más bajas que sean las tasas, pronto comenzarán a presionar los márgenes de ganancias o las bases gravables que alimentan el balance fiscal de los Estados.
Si la deuda no se paga nunca, sino que se refinancia, como lo hacen la mayor parte de los países, entonces lo que importa es que el PIB crezca más rápido que la deuda. Y eso no ha estado ocurriendo.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Poemas Para Leer En El Starbucks: Charles Baudelaire, El Papá De Los Pollitos

Walter Benjamin lo definió muy bien: París fue la Capital del Siglo XIX.
Es una noción precisa: París como el centro no geográfico, sino cultural. No de un país, ni de un imperio, sino de una época, de un espíritu.
Y en el centro de esa capital espiritual decimonónica brilló, con una intensa luz oscura, el más poderoso y definitivo de los poetas: Charles Baudelaire.
Quien escriba poesía actualmente quizá no lo sepa. Quien lea poesía posterior a 1870 quizá no sea consciente: todo es culpa de Charles Baudelaire.
Antes que las artes plásticas rompieran la figura clásica, con el arribo del impresionismo; antes que la música escapara de sus estrictos cánones clásico; antes que la arquitectura, la danza, y las artes escénicas quebraran las milenarias tradiciones que las tutelaban: Charles Baudelaire comenzó a escribir poemas sobre los miserables personajes urbanos creados por la industrialización; sobre el efecto alucinante de los vicios y las drogas; sobre la decadencia urbana del capitalismo temprano; sobre la brutalidad de la vida en esas primeras etapas de la globalización económica; sobre los migrantes dejados a la vera de las ciudades; sobre prostitutas angélicas y ángeles prostituidos. Es decir: sobre el día a día de la vida contemporánea.
La forma y el fondo de la poesía fueron puestos de cabeza por Baudelaire: hizo de Satán Trismegisto el héroe de sus versos en una sociedad aún predominantemente católica; buscó la extravagancia que sacudiera a los puristas del estilo, y temas que no habían sido abordados nunca por la literatura. Los críticos no encontraron un nombre mejor para describirlo que el de "poeta maldito".
La etiqueta de "poeta maldito" es injusta. Para alguien que lee poesía por placer y gusto, el epíteto quizá lo ahuyente. Baudelaire es un poeta exquisito que ponía, cuando quería y lo necesitaba, sus artes al servicio de los infiernos o de las alturas celestiales. Su arte es superior y sus habilidades plenipotenciarias. Entre la pléyade de divinidades francesas del siglo XIX, que incluye al monstruoso Rimbaud, al exquisito Verlaine, al misterioso Mallarmé, a tantos y tantos, Baudelaire se cuece aparte.
Traducir a Baudelaire es casi imposible. Su poesía descansa tanto en el tema como en la música. Su métrica es tan precisa y forma una parte tan integral del poema que pocos poetas pierden tanto al ser traducidos. Créanme, vale la pena aprender francés nomás para leerlo en el original y experimentar sus super poderes...pero para fortuna de quienes hablamos español, existió José Emilio Pacheco.
JEP es quizá el menos traidor de los traductores, buscó siempre la fidelidad y la música al mismo tiempo. Si van a leer cualquier poeta en lengua extranjera, busquen primero las traducciones de Pacheco. Como esta que presentamos aquí.
Poemas contemporáneos que describan la fugacidad del instante se producen en serie, como pan bimbo. Pero el primer poeta que hizo de la fugacidad de la vida urbana un tema poético, fue Charles Baudelaire. En medio de la vida frenética de París, entre gente que huye sin saber de qué, caminando deprisa a ninguna parte: una súbita belleza aparece y el poeta confunde el relámpago con el amor ("en sus ojos el cielo y el huracán latente": HDTPM!!!) y sabe de pronto que el amor eterno, en la urbe moderna, dura un instante.



A la que pasa

La avenida estridente en torno de mí aullaba.
Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa,
pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa
Casi apartó las puntas del velo que llevaba.

Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa,
Me hizo beber crispado, en un gesto demente,
En sus ojos el cielo y el huracán latente;
El dulzor que fascina y el placer que destroza.

Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza,
Por tu brusca mirada me siento renacido.
¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido?

¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza.
Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías.
Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías.

Versión de José Emilio Pacheco

domingo, 10 de noviembre de 2019

¿Puede Trump Ganar La Guerra Contra China? No Creo

¿Qué hay detrás de la disputa comercial de EEUU contra China? Mucha soya. Al inicio de la disputa comercial entre las dos mayores economías del mundo, cerca del sesenta por ciento de las exportaciones de soya de los Estados Unidos se destinaban al mercado chino, convirtiéndose con mucho en el producto más importante de la relación comercial bilateral. Es difícil por ello entender la lógica política de Trump. Los estados que acabaron dándole la presidencia son justamente, los principales beneficiarios del estatus quo comercial con China.
Hasta antes de que Trump disparara los obuses comerciales contra China, la soya era el segundo principal producto de exportación de los EEUU hacia el coloso asiático. Y los principales estados exportadores eran: Illinois, Iowa, Minnesota, Indiana, Nebraska, Missouri y Ohio. Todos estos estados fueron absolutamente decisivos para que Trump, a pesar de haber recibido tres millones de votos menos que Hillary Clinton, ganara la peculiar elección estadounidense, en donde cuentan más los votos electorales por estado que los votos individuales.
Si China quisiera (o pudiera, pues quizá no tenga una fuente alterna de suministro), podría causarle graves problemas a Trump al limitar las importaciones de soya estadounidenses y hacer sufrir a los productores de soya de esos estados que en la última década han gozado una bonanza provocada por la enorme demanda china. ¿Pudo haber sido Trump tan tonto como para poner su suerte electoral en manos de los chinos al disparar sin darse cuenta que la bala podría acabar pegándole en su propio pecho? La respuesta es: si, sin duda.
La soya es el segundo mayor producto de exportación. El primero son aviones de uso comercial, es decir, sobre todo ventas de Boeing, pero también de Honeywell, Cessna, United Technologies y Rockwell. Cuesta trabajo pensar que en un contexto en donde las exportaciones de Boeing se encuentran comprometidas por la crisis de su modelo más vendido: el 737 Max, a alguien se le haya ocurrido pelearse con el principal cliente de Boeing.
La cadena de argumentos es el siguiente: los productos aeroespaciales son la principal exportación de Estados Unidos a China; el mayor exportador de los Estados Unidos es Boeing; el producto más vendido de Boeing era hasta hace poco el 737 Max; un par de accidentes tienen en tierra a los 737 Max y ha parado la producción del mismo; Boeing necesita urgentemente clientes para detener el daño de la crisis del 737 Max; Trump le declara la guerra al principal cliente de los 737 Max de Boeing.
De nuevo, como en el caso de la soya, cuesta trabajo visualizar una estrategia ganadora para los Estados Unidos. Trump le declara la guerra al principal cliente de su principal exportador, en un momento en que necesita garantizar mercado para su principal producto.
A nivel de estados los productores de bienes del sector aeroespacial están concentrados en dos estados sólidamente demócratas: Washington y California. Mientras que la tercera mayor exportación de los EEUU a China, la industria automotriz y sus partes, vuelve a estar concentrado en estados (Michigan e Indiana) en donde Trump acabó inclinando la balanza a su favor y pudo ganarle la elección a Hillary Clinton a pesar de tener tres millones de votos menos.
En una negociación es muy útil tener el tiempo a favor. China no tiene un calendario electoral que lo presione, y aunque es cierto que la presión proveniente el menor crecimiento económico se resiente en las élites del poder, no existe un contrapeso electoral que presione al estado China. Trump tiene el reloj en contra: entre más demore el cese al fuego, más será el dolor que sufran los productores de soya, los empleados de Boeing, y las empresas autmotrices en estados electoralmente claves para Trump el año que viene. Trump tendrá que ceder, y pronto, aunque seguro se levantará, vapuleado y sanguinolento, cantando victoria con los puños en alto.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Las Finanzas Viven Para Las Finanzas

En 1947 el sector financiero contribuía con el diez por ciento del producto interno bruto de los Estados Unidos. En 2017 este porcentaje se había duplicado a poco más de veinte por ciento. Es decir, en setenta años el sector financiero ha crecido mucho más rápido que casi cualquier otro sector de la economía estadounidense, con la excepción quizá del sector tecnológico. Lo anterior ha significado que el sector financiero se ha convertido en un jugador con un poder económico y político extraordinario en el mundo, y ha hecho que de su destino dependa también, el derrotero de la economía global.
Mi maestra Eloísa Andjel, en su curso de Macroeconomía en la UNAM, enseñaba las ideas y los conceptos de un economista estadounidense, Hyman Minsky, poco conocido en aquellos años pero quien cobró enorme relevancia tras la crisis financiera de 2008-2009. Minsky, desarrollando el modelo keynesiano, atisbó la tendencia del capitalismo contemporáneo a elevar el peso del sector financiero, y advirtió puntualmente (casi como lo estuviera viendo) la gravedad y profundidad de las crisis que provocaría el exceso de intermediación financiera en las economías modernas.
La prensa financiera estadounidense acuñó (fantástica como es para vender ideas y contenidos), un cliché preciso para definir ese momento en que el exceso de crédito se revertía, arrastrando consigo la economía real: un “momento Minsky”, lo llamó, haciendo de cierta manera justicia a la preclara proyección de ese economista cuyas ideas nos parecen hoy tan visionarias, pero que en su momento la mayoría decidió ignorar pues se separaban de la ortodoxia.
El sector financiero es extremadamente importante en una economía: genera el crédito sin la cual es imposible que los países crezcan y se desarrollen, las empresas produzcan y las familias consuman. Con el advenimiento de la globalización vastas zonas geográficas del mundo, sub-bancarizadas, voltearon hacia el mundo desarrollado buscando crédito y lo encontraron en Nueva York, Londres y Hong Kong, propulsando la prominencia de esas ciudades y sus industrias financieras como surtidores de capital para el resto del mundo.
La globalización ayuda a explicar una parte importante de la hipertrofia financiera de las economías modernas: el sector financiero representa un porcentaje históricamente alto respecto de los productos internos porque hubo que ecualizar economías sustraídas del circuito capitalista durante la guerra fría. Pero cabe preguntarse si el peso actual del sector financiero en las economías se corresponde con su contribución a la producción y el crecimiento, o si es una hipertrofia en donde el resto de los sectores acaban trabajando para alimentar a este sector.
Tomemos por ejemplo la industria de los seguros. Es natural esperar que conforme la población crece y la población en edad de retiro lo hace a un ritmo incluso mayor, este sector, encargado entre otras cosas, de fondear las pensiones de la población, crezca por encima de la economía en promedio. La demografía podría ayudarnos a explicar entonces por qué los servicios financieros han crecido en importancia de forma aparentemente desproporcionada en las últimas décadas. O al menos parcialmente.
¿Pero la demografía es causa suficiente para que uno de cada cinco pesos que se producen en las economías avanzadas y en muchos países emergentes (como México), provengan del sector financiero?
Woody Allen elaboró una parodia: un mundo en donde todos somos una celebridad. No es difícil adivinar la moraleja: dicho mundo es imposible. Una celebridad requiere que haya una multitud de desconocidos. Pero las economías modernas se asemejan en algo a esa parábola de Allen: pareciera que el sector financiero produce para el sector financiero. La crisis de 2008-2009 fue una clara muestra del daño tan enorme que puede hacerle al resto de la economía el resquebrajamiento del sector financiero. Pareciera que hay que contenerlo y regularlo por su propio bien, incluso contra su voluntad. No por nada la posibilidad de que Elizabeth Warren sea la candidata demócrata, crece con el tiempo.