viernes, 25 de diciembre de 2020

El Año Del Perro: el 2020 Y La Obra Maestra de Francisco de Goya

 Goya es el iniciador de la pintura moderna. Sólo y sordo, en su Quinta silenciosa, pintó sobre los muros una serie de óleos misteriosos cuyo origen, motivación y objetivo nadie conoce. Algunos dudan incluso que Goya sea el autor. Yo creo que no hay otro autor posible.

Rescatadas por un diplomático francés, quien compró la casa muchos años después de la muerte de Goya, luego de un periplo las pinturas, ya en bastidores, acabaron justamente en el Museo del Prado en Madrid.

Mitad mercadotecnia, mitad asombro, la serie es conocida como "las pinturas negras" de Goya. La denominación no es imprecisa, pero puede ser injusta, pues le asignan una connotación que puede limitar el significado potencial de la que quizá sea la serie iconográfica más importante de la historia de la pintura.

Dentro de esa serie se encuentra la que Joan Miró consideraba como su obra favorita, junto a Las Meninas de Velázquez (Antonio Saura, quien pintó una serie sobre ella, la llamaba "la pintura más bella del mundo").

El público la conoce como "el perro", "el perro semihundido", o "el perrito de Goya". No conocemos el título puesto que Goya no dejó rastro alguno del mismo, ni del contexto ni de su intención.

Pero la oscuridad de su origen nos fuerza a ejercer, al ver esta pintura, el máximo ejercicio de libertad estética posible. Como Goya no nos dijo el qué, ni el cómo, ni el quién ni el cuándo. Nos toca a nosotros, a quienes lo vemos, el decidir su significado.

Un perrito que parece hundirse en algo que no sabemos qué es, mira indefenso hacia un plano amarillo/ocre en donde se adivina algo, una forma, un presagio, o quizá nada. "El perrito" de Goya es quizá la pintura en donde por primera vez importa más lo que el espectador ve, que lo que el pintor pinta. No hay nada dicho, todo será visto por quien la ve.

Y en este horrible 2020, ese perrito que ve, quizá indefenso, quizá angustiado, algo incierto que se le viene encima, el poder creador de Franciso de Goya se revela pleno. He aquí una pintura que no morirá nunca: porque siempre dirá lo que sus videntes necesitan o temen ver. Quizá en este año fatuo nos sentimos así como este perrito que se hunde en algo que no sabemos, y miramos en nuestro cielo ominoso, figuras fantásticas que reflejan nuestra tristeza, nuestro temor, pero quizá también, nuestra esperanza.




sábado, 19 de diciembre de 2020

El Año Siguiente No Puede Ser Peor Que Este ¿O Si?

 No. Salvo por un aspecto, el año que viene no puede ser peor que este. Las vacunas han llegado y comienzan a aplicarse. Quizá rumbo al tercer trimestre del 2021 el nivel de inmunidad a nivel social permita ensayar algo parecido a la normalidad que ya casi olvidamos, y eso permitiría a la economía regresar al crecimiento. Si las vacunas funcionan bien y su aplicación masiva es exitosa, el 2021 será un alivio luego de este annus horribilis. La única variable ignota será el esquizofrénico mercado de capitales, quien celebró en medio del luto, y que quien sabe qué haga cuando la normalidad regrese.

Existe un indicador que intenta medir la correcta valuación de los mercados, es el coeficiente P/E, o precio/beneficios. Esquemáticamente el P/E indica cuánto están dispuestos los inversionistas a pagar por un dólar de ganancias de una compañía, o del mercado en general.

Por ejemplo, el P/E hacia delante de Amazon es un altísimo 93.61, mientras que el mismo coeficiente para la legendaria pero vapuleada General Electric es de 30.71. Los inversionistas están dispuestos a pagar más del triple por un dólar de ganancias del minorista electrónico que por uno del conglomerado industrial que alguna vez fue la empresa más valiosa de Wall Street.

Hasta aquí todo fácil. Lo difícil viene cuando intentamos explicar el por qué. Hay dos posibilidades extremas: o bien estamos ante una colosal burbuja especulativa que infla los precios de Amazon; o bien el futuro de sus ganancias es tres veces más promisorio que el estimado de beneficios de General Electric y los inversionistas están pagando el precio correcto por las mismas.

Como no conocemos el futuro, no es posible saber cuál de las dos explicaciones es la correcta en este momento, pero de ello podría depender la suerte del 2021.

A mediados de marzo de este año todo apuntaba a que este año, con todo lo horrible que ha sido, sería mucho peor: los mercados de valores se desfondaban sin final, arrasando en su caída el optimismo de una recuperación económica rápida. 

Pero encabezados por la Fed, los bancos centrales y luego los gobiernos de las economías más avanzadas, se embarcaron en una inyección de liquidez desaforada, sin parangón en la historia económica del mundo, y lograron no sólo detener el desplome de los mercados, sino que incentivaron el rally más furioso y desconcertante de la historia de Wall Street.

Inyectando billones de dólares en la economía y disparado el gasto público deficitario, los consumidores y las empresas, inundados en un mar de liquidez, y con el resto de la economía enclaustrada, tuvieron pocas opciones en dónde gastar su dinero, y una de esas opciones fue en el mercado de financiero.

Es muy factible que al menos una parte del altísimo P/E de Amazon sea causado por ese exceso de liquidez que se ha estacionado en Wall Street a falta de otro lugar a donde ir. Es difícil saber si es una parte pequeña o significativa de esas más de 93 veces el precio de la acción que están pagando los inversionistas por entrar en la empresa que ha revolucionado la economía moderna como pocas. Pero por muy alto que parezca, el P/E de Amazon luce conservador frente al 1,329 de Tesla, uno de los coeficientes más disparatados del mercado para una acción cuyo precio no parece tener límite.

Frente a los enloquecidos P/E de tesla y Amazon, pagar 38.61 dólares por cada dólar de ganancias de Apple parece una ganga, y en general, para el S&P 500 en su conjunto, el ratio es de 24.2 veces. Este último dato es muy importante.

Uno de los economistas que más y mejores cosas ha escrito sobre los mercados, el estadounidense Robert Schiller, ha calibrado el P/E del mercado, produciendo una medida más útil para estimar si los precios en Wall Street están demasiado elevados. El indicador se conoce como el P/E ajustado por el ciclo, pues toma un promedio móvil de varios años para suavizar datos extremos y calcular una tendencia más estable.

De acuerdo con el P/E de Schiller, el S&P 500 tiene un P/E de 32.3 veces, muy cercano al que alcanzó el mercado antes de reventar en el crack de 1929, y únicamente superada por la mayor burbuja financiera de la historia de Wall Street, la de las empresas punto com que estalló en el año 2000, cuando el P/E llegó a 42.65.

Una de las métricas más útiles para estimar si el mercado está caro, y por tanto, o se ajusta bruscamente o se enfila a un período largo de bajas ganancias, está señalando que efectivamente, los precios de las acciones están bastante por encima de su promedio histórico.

Lo anterior no significa que las acciones no puedan seguir subiendo. Si efectivamente estamos en una burbuja, esta por definición sube mañana porque subió hoy. No necesita motivos para subir, y puede seguir subiendo sin límite y tiempo definido hasta que un día revienta. Si el S&P 500 tiene un P/E de Schiller de 32 recordemos que llegó a casi 43 hace veinte años.

Pero así como la tragedia de la economía fue la comedia de los mercados, el éxito de la economía podría ser la derrota de los mercados si los bancos centrales y los gobierno se ven forzados a revertir de manera abrupta, o no gradual, las condiciones de asfixiante liquidez que instauraron para mantener los negocios a flote.

Si, por ejemplo, la inflación comienza a repuntar por encima de los objetivos de los bancos centrales, o el consenso político en favor de los déficits y la deuda se revierte, o si algunos gobiernos enfrentan problemas para servir sus abultados pasivos, o algún otro factor insospechado provoca un aumento de las tasas de interés y/o un súbito recogimiento de la expansión fiscal de los gobiernos, entonces la retirada de la liquidez podría pichar las valuaciones extremas que estamos viendo en los mercados.

No. El 2021 no puede ser peor que el 2020, simplemente porque este fue el peor año en un siglo y algo peor sería inconcebible. Pero los grandes ganadores de este insoportable 2020, los mercados financieros, quienes festejaron múltiples récords históricos en medio del luto de millones de personas, en su esquizofrenia son capaces de darnos un susto mientras nos arrastramos de regreso a la normalidad.

domingo, 13 de diciembre de 2020

¿Y Ahora, Qué Hacemos Con Los Bancos Centrales?

Al menos en economía, no hay mal que no se cure con dinero gratis. Sobre todo si es un montón. La política monetaria solía ser hasta hace poco más de una década, un arte. Hoy es casi irrelevante. Hasta Alan Greenspan, hacer banca central se trataba de calibrar cuidadosamente, de subir o bajar un cuarto de punto porcentual, de emplear las palabras precisas para enviar el mensaje perfecto para que los mercados se inclinaran imperceptiblemente en la dirección deseada. Hoy un torrente imparable de dinero gratis ha inundado el mundo, y hay tanto que lo que los bancos centrales hagan importa muy poco.

La independencia de un banco central se define como la ausencia de obligación para financiar los déficits de su gobierno nacional. Y durante décadas ese mandato se tradujo en comprar el mínimo, o de plano cero, bonos gubernamentales. La Fed de Estados Unidos limitaba la compra/venta de bonos a la señalización de sus tasas de interés, mientras que otros, como el Banco de México, elegían emitir sus propios bonos (BRM en el caso mexicano) para regular la liquidez de los mercados y no financiar así a sus gobiernos, respetando la sacrosanta independencia.

Pero la crisis de 2008-2009 lo cambió todo. La mayoría de los bancos centrales para financiar a los bancos que se colapsaban, les compraron los bonos gubernamentales que tenían en existencia, y así acabaron financiando a sus gobiernos. Los bancos adquirían bonos del gobierno, financiándolos, pero cuando ellos necesitaron financiamiento, acabaron vendiéndoselos a los bancos centrales, haciendo de ellos los financieros de facto de los Estados nacionales. 

A partir de la crisis bancaria de la década pasada, la independencia de los bancos centrales ha sido nominal: se han convertido en la fuente de financiamiento en los hechos de los Gobiernos nacionales. No es que los hayan obligado. Es que no han tenido opción, pues de no hacerlo los bancos se habrían colapsado y la economía se habría hundido en una larga y profunda depresión.

Les tomó diez años a los bancos centrales comenzar a normalizar sus balances, cuando la pesadísima recesión inducida por la pandemia covid los obligó a dar una vuelta más a la tuerca, forzándolos ya no nada más a financiar a los Gobiernos, sino a las corporaciones, a los centros comerciales, a las mineras, a las inmobiliarias, a los restaurantes, a todos. Y ya no solo mediante la compra de bonos a los bancos, sino adquiriendo bonos corporativos de manera directa.

Es decir, los bancos centrales no únicamente han sido forzados a financiar los déficits de los gobiernos, sino también los déficits (y capital de trabajo) empresariales. De nuevo, no han sido obligados por la autoridad políticqa, sino forzados por las circunstancias.

La política monetaria actual se puede describir de manera sencilla: un arbotante del cual mana un chorro incontenible de liquidez, salpicando por todas partes para evitar que haya un espacio seco de terreno en donde pueda prender un fuego e incendiar la pradera.

Es tal la magnitud, el alcance, y la ubicuidad de la inyección de liquidez, que la labor de los banqueros centrales se ha vuelto casi irrelevante. Más allá de mantener el chorro manando, no hay nada más qué hacer.

Los países emergentes por ejemplo han visto como a pesar de tener crecientes déficits fiscales, a pesar de riesgos geopolíticos inherentes, sus monedas se aprecian contra el dólar ante el hambre de inversionistas de un poco más de tasa pues en casa la Fed ha dejado los rendimientos en cero por ciento.

En los países de la OCDE hacer banca central es hacer lo que hace la Fed, comprometerse a que el chorro seguirá fluyendo, y si viene una nueva recesión, fluirá más todavía.

La política monetaria solía monitorear los datos del viernes de empleo, las cifras de agregados monetarios del jueves en la tarde, los vectores de ajuste estacional de la nómina no agrícola, los índices de difusión (ISMs) y la inflación, el uso de capacidad instalada, etc. Nada de eso importa estos días.

¿Habrá consecuencias de este colosal e histórico endeudamiento de los Estados y las corporaciones financiado por dinero fiduciario -respaldado por nada, por la fe- emitido sin límites por los bancos centrales? Seguramente las habrá, y quizá sean terribles. Pero mientras la inflación no resurja, los bancos centrales tienen licencia para conducirse de una manera que apenas hace quince años, habría sido impensable que ocurriera.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La Utilidad Inútil De La Economía Neoclásica

A principios de este siglo, las tasas de interés en Estados Unidos rendían poco más del cuatro por ciento en términos reales, y estaban asociados a una relación deuda/PIB del seis por ciento. Veinte años después el cociente deuda/PIB se ha disparado hasta 109 por ciento, y no obstante el colosal aumento en los pasivos públicos, las tasas de interés se han hundido hasta ser negativas en términos reales. La economía neoclásica, con la que nos educan en casi todas las escuelas, nos enseña que, si la deuda se dispara, aumentarán su costo, es decir, la tasa de interés. Algo, o la realidad, o la economía que enseñamos, no es correcta.

También nos enseña la economía neoclásica que los bancos centrales no deben de financiar los déficits públicos. Que su independencia es tan importante para mantener la confianza en el sistema y preservar el poder adquisitivo de la moneda y que, por lo tanto, no deben de adquirir bonos emitidos por los gobiernos de sus países.

Y sin embargo, desde la Reserva Federal de los Estados Unidos, pasando por casi todos los países de la OECD, los bancos centrales se han convertido en los mayores inversionistas en bonos emitidos por los gobiernos, son hoy la principal fuente de financiamiento de los déficits colosales de los que hablamos en el primer párrafo de este artículo.

La economía neoclásica que nos enseñan (y enseñamos) en la escuela, abjura de los monopolios. Ensalza a la competencia como el escenario ideal para lograr el equilibrio económico. Sostiene que entre mayor sea la competencia mayor es la eficiencia de los mercados y mayor la productividad.

Pero si miramos cuales son las acciones más demandadas en los mercados, es claro que entre mayor sea la posición monopólica de una empresa, más valiosa es en las bolsas globales. Peor aún, el sector tecnológico, que se encuentran en la vanguardia más dinámica de la economía mundial, está abrumadoramente dominado por un puñado de empresas con un poder monopólico difícilmente equiparable a otros momentos de la historia económica reciente: Google, Amazon, Microsoft, Facebook, tienen un poder sobre sus mercados que constriñen la entrada de competidores relevantes que amenacen su capacidad de generar ganancias.

La economía neoclásica nos enseña también que entre mayor sea el dinero en circulación, mayor será la inflación. “la inflación es en todo lugar, y en todo momento, un fenómeno monetario”, rezaba con la rigidez de un versículo bíblico Milton Friedman. 

Pero si vemos la brutal explosión de liquidez que una y otra vez los bancos centrales del mundo han inyectado en la economía en las sucesivas recesiones a partir del año 2000, 2008-2009 y en este increíble 2020, lo único que no hemos visto en estas dos décadas inusitadas, en que hemos visto de todo, es a la inflación.

Es más, la deflación ha aparecido de manera intermitente y ubicua en el mundo industrializado desde que se implantó en Japón en la década de los noventa, y ha empujado a que en vastas zonas de Europa también, los bonos de deuda pública tengan tasas negativas.

También dicen los manuales que usamos en los cursos de economía que, al bajar las tasas de interés, se desincentiva el ahorro y se incentiva el gasto. Pues en los últimos veinte años los bancos centrales han bajado, hasta el cero y más allá, sus tasas de interés, y los profesores no saben cómo explicar en sus clases cómo es que las familias en este contexto hayan aumentado sus ahorros y contenido sus gastos.

Se supone que si quien aumenta el gasto es el gobierno, éste desplazará al gasto privado, aumentando las tasas de interés. Y ha ocurrido lo contrario.

Los bancos centrales no deben de financiar directamente a las empresas, para eso están los bancos comerciales, quienes extienden créditos, o el mercado, quienes compran bonos a las empresas para financiar su operación y crecimiento. Y sin embargo en los últimos doce meses, la principal fuente de financiamiento de las empresas en el mundo desarrollado son sus bancos centrales. Especialmente la Fed.

¿Por qué siguen los economistas pensando bajo esquemas que no explican lo que ocurre? ¿Por qué las escuelas siguen enseñando con manuales cuya utilidad es inútil? Enrique Krauze dijo una vez que el último marxista moriría en una universidad latinoamericana. Lo mismo ocurrirá, le faltó decir al famoso historiador, con el último economista neoclásico.

domingo, 29 de noviembre de 2020

La Triste Historia de La Vacuna Y El Neoliberalismo

México llegó a ser una potencia en la producción de vacunas. Hace unas décadas nuestro país contaba con una infraestructura para manufacturar y distribuirlas de primer orden. Pero la visión del Estado mexicano cambió: juzgaron quienes lo dirigían que el sector privado era mejor para llevar a cabo esas tareas que el sector público. El colofón está de más: la pandemia ha mostrado lo importante que la investigación y la producción en materia de salud es para la soberanía de cualquier nación. La salud es una cuestión de Estado inclaudicable.

Y la salud inicia desde la investigación biomédica básica. La carrera por la vacuna contra el covid muestra que aquellos países con tradición en la investigación biológica: el Reino Unido (Oxford), Francia (el Instituto Pasteur), Alemania y Rusia, largan adelante del resto de los países junto con Estados Unidos, quien ha dedicado miles de millones de dólares para subvencionar a farmacéuticas privadas (el proyecto warp speed) y China, en donde la frontera entre la empresa privada y el partido comunista es borrosa.

Pero la constante es inequívoca: ya sea el modelo europeo de fuerte tradición universitaria y de institutos de investigación asociadas con empresas privadas; el modelo estadounidense de subvenciones a las grandes farmacéuticas; o el modelo chino de vinculación orgánica con las empresas, el gobierno e incluso el ejército, el rasgo común es el acento en la investigación básica como un factor de seguridad nacional en el contexto de una crisis pandémica global.

Al neoliberalismo le han colgado muchas calamidades, incluso algunas que no le corresponden, pero en las economías emergentes como México, el desmantelamiento del sector de investigación médica básica bajo la concepción de que las finanzas públicas debían de enfocar el gasto de manera más eficiente, dejó a decenas de países en condiciones de vulnerabilidad y dependencia que en condiciones críticas como la actual pandemia son palpables y que es conveniente no repetir.

El esquema neoliberal dejó para los países emergentes un rol de manufacturero de bienes y servicios estándares, reservando el diseño y la producción de los productos estratégicos en los países centrales. Desde los semiconductores, a las medicinas, pasando por el armamento y la inteligencia artificial, el modelo es el mismo.

El argumento del equilibrio fiscal, y el hecho de que, efectivamente, estar en la frontera de la investigación básica requiere enormes recursos, la investigación y producción de ciencia básica y sus resultados fue desmantelado en los países emergentes en las últimas décadas. México es el ejemplo que nos queda más cerca desde luego, pero Argentina y Brasil, los países del sureste asiático e incluso naciones africanas, tenían una tradición sólida de infraestructura médica básica.

El problema de medir el gasto público conforme al impacto de corto plazo es que aquellos sectores como la investigación básica suelen salir muy mal parados. Solo cuando sobrevienen eventos como una pandemia queda de manifiesta la enorme importancia de contar con instituciones, personal, capacidades y prácticas que sean capaces de generar, implementar y aplicar las vacunas que necesitaremos en los meses próximos.

Uno de los argumentos más crueles y derogatorios de la visión neoliberal fue que era ilusorio que los modestos esfuerzos de los países emergentes para desarrollar vacunas y soluciones básicas en salud era fútiles ante los colosales recursos de las grandes farmacéuticas.

Tal argumento es una falacia, pues como toda falacia, parte de una premisa incorrecta. La investigación biomédica básica (y en semillas, y en ingeniería, y en tecnología, etc) en países como México no tiene como objetivo ganarle a Pfizer o a Astra Zeneca, sino el de insertar a estos países en la compleja cadena de valor de la industria farmacéutica global en donde ni siquiera la gran potencia estadounidense puede hacer todo.

Como en la industria automotriz, en la farmacéutica la producción de las vacunas contra el covid es una complejísima concatenación de capacidades, investigación, manufactura y distribución que requiere el concurso de múltiples actores en todo el mundo.

Así como México supo acoplarse de manera estelar a la cadena de valor en la industria automotriz, el desmantelamiento de las capacidades en la producción de vacunas que una vez tuvimos como país han hecho que países como el nuestro estén jugando en este momento crítico, una función marginal.

domingo, 22 de noviembre de 2020

La Economía Mexicana Se Topa Con El Semáforo

La economía mexicana se encuentra en plena recuperación. El último lote de datos que ilustra la situación a septiembre muestra aún tasas negativas respecto del año pasado, y sin embargo, las caídas son cada vez menores. Pero octubre traerá sorpresas, pues los datos serán sensiblemente mejores a lo que los mercados esperan, y noviembre quizá traiga también buenas noticias. La marcha del motor económico trae empuje, pero como está ocurriendo en todo el mundo, dependeremos del color del semáforo epidemiológico.

Es en este punto, en donde la economía está agarrando velocidad, y la recuperación se afianza, cuando nos damos cuenta que en situaciones de pandemia, la dicotomía entre política sanitaria y política económica, es falsa. 

En matemáticas una identidad funciona en ambos sentidos, dos cosas son iguales de ida y de vuelta. En medio de una pandemia, la política sanitaria ES la política económica. Para que la recuperación económica sea sostenible, es necesario primero tener dominado los contagios. Y al revés: reabrir la economía e impulsar la recuperación, sin haber domado la pandemia, disparará nuevas olas de contagios.

No debe sorprendernos en México que los contagios estén subiendo, y que en un número creciente de Estados el amarillo o el naranja se estén tiñendo de rojos: es el resultado de la reactivación económica. Mientras no haya cura, no es posible reactivar sin contagiar, así como no es posible meternos a la cuarentena sin meternos a la recesión. La pandemia implica que no tenemos opción, la economía y la salud pública no son intercambiables, son una y la misma cosa.

Los datos son contundentes: la economía mexicana, empujada por la manufactura y los servicios, mostrará cuando salgan, datos mejores a los esperados por el consenso del mercado en octubre y noviembre. Paralelamente, el ritmo de los contagios se ha acelerado, y con el rezago inherente al diagnóstico, en la tercera semana de noviembre los semáforos estatales están ya enrojeciendo.

Lo que ocurre en México ha ocurrido ya en Europa, y han tenido que enclaustrarse de nuevo. Está ocurriendo en Estados Unidos, en donde la insana priorización de los negocios se ha traducido en números récord de contagios y muertes. No es algo particular de nuestro país o economía, es un resultado lógico de tratar de mantener la economía funcionando en medio de una pandemia: el costo son infecciones, entubados y muertes.

En circunstancias normales los científicos sociales gustan hablar de una “elección social”. Por ejemplo, una sociedad puede escoger tener altos impuestos a cambio de una red de beneficios sociales generales y amplios; o puede escoger bajos impuestos y que la salud y las pensiones recaigan sobre las estrategias y los esfuerzos de los ciudadanos individuales. Una sociedad puede elegir entre más o menos intervención estatal. Entre prohibir o permitir el uso de la mariguana. Entre proscribir o admitir el aborto o los matrimonios entre personas del mismo sexo.

La “elección social” es posible cuando dicha elección es entre opciones que son controladas por la sociedad, cuando la posibilidad de castigar o permitir depende de los individuos sociales. Pero cuando el castigo por no observar las reglas es microbiológico, la elección social es imposible.

Si es posible elegir entre usar y no el cubrebocas. Es posible engañarse pensando que dicha opción existe y es de naturaleza social. Es posible elegir cuidarse o no en una pandemia. El problema es que en todos los dilemas que implican la elección social, los beneficiarios y los perjudicados son el mismo que decide. En la pandemia no.

Si, es posible elegir no cuidarse, y elegir la recuperación económica por sobre la salud pública. Pero el costo inevitable recaerá sobre los híper saturados trabajadores de hospitales y salas de emergencia que llevan un año entubando víctimas de la pandemia, e incluso si alguien elige que eso no le importa y está dispuesto a ser entubado, su elección implicará saturar hospitales, obligando a la autoridad a declarar de nuevo el enclaustramiento.

Las decisiones económicas no son nunca sencillas. Siempre tenemos que elegir entre costos y beneficios. En medio de una pandemia dichas decisiones son harto más difíciles. O sencillas depende como se vea. Pero los costos son ilimitadamente más grandes.

domingo, 15 de noviembre de 2020

La Economía De Mentiritas Llegó Para Quedarse

La economía global es de mentiritas, está sostenida artificialmente por la inyección de gasto deficitario mediante el crecimiento de la deuda pública, y mediante la inyección de dinero creado artificialmente por los bancos centrales para proveer de liquidez a los bancos y directamente a las empresas. Tal explosión de deuda y liquidez ha sido la política correcta, de lo contrario la economía habría colapsado peor de lo que sufrimos. Pero la pregunta ahora es: ¿esta nueva economía dopada es la nueva regla? ¿o podrán los gobiernos y los bancos centrales retirar en el futuro la liquidez y pagar las deudas sin que las economías se colapsen ante la ausencia de los estímulos fiscal y monetario?

Existe un escenario en donde los actuales niveles de gasto deficitario y creación de liquidez artificial se convierten en rasgos permanentes de la economía. De hecho, la respuesta de la economía global a la pandemia replicó y radicalizó la respuesta previa en la crisis de 2008-2009: gasto deficitario masivo de los gobiernos, e inyección de dinero de los bancos centrales. Con una diferencia: en 2008-2009 los estímulos fueron selectivos, concentrados, hoy son generales.

Quizá tengamos que vivir un tiempo considerable con los ciudadanos dependiendo de un cheque periódico del gobierno, elevando los déficits consistentemente. Quizá las empresas y los bancos tengan que depender del financiamiento de los bancos centrales para subsistir, operar y prosperar durante un tiempo prolongado, incluso luego que la pandemia se haya resuelto lo suficiente.

Un argumento que apoya la posibilidad del escenario anterior es lo que ocurrió en 2017-2018. Tras un par de años en que los bancos centrales y los gobiernos, muy lenta y gradualmente, intentaron normalizar la intervención del gasto público y de los bancos centrales, retirando poco a poco los estímulos fiscal, pero sobre todo el monetario, incrementando las tasas de interés a un ritmo de goteo, la economía no pudo resistirlo, y todas las cifras muestran que a finales del 2018 la actividad se encontraba de nuevo tan frágil que tuvieron que revertirse las alzas en las tasas y comenzar a bajarlas rápido de nuevo.

Los datos más recientes muestran que el primer trimestre de 2020, antes de que el mundo se pusiera en cuarentena por la pandemia, las economías ya estaban entrando a, o muy cerca de, una nueva recesión, la cual fue profundizada y potenciada por la emergencia sanitaria. Es decir, la economía no pudo resistir que se le retirara, así fuera por goteo y delicadamente, el enorme estímulo monetario de 2008-2009, concentrado sobre todo en el sector bancario.

Si eso ocurrió entonces, es probable que este estímulo, que además de monetario tuvo una gigantesca expansión de los déficits fiscales, sea muy difícil de retirar sin causar una repetida contracción económica. Como ocurrió en 2018-2019.

John M Keynes y Milton Friedman, epitomizaron las antípodas de las visiones de política económica: la primera sugiriendo una intervención activa del gasto público, la segunda limitando el Estado al mínimo posible. Si ambos economistas revivieran no creerían lo que ven sus ojos: ni en sus sueños más fantásticos Keynes habría imaginado la escala y la variedad de la intervención del gobierno en la economía moderna. Va un dato. Uno tan solo: la Reserva Federal de los Estados Unidos es el inversionista más grande en los mercados de capitales. No existe otro inversionista que se le compare.

Los activos comprados por la Fed se han disparado, no solo en monto, sino en variedad, pues antes se limitaban a bonos del gobierno, y ahora incluyen hasta bonos para financiar centros comerciales, a Wal Mart, a Apple, a cualquier tipo de empresas. Keynes no lo creería.

Sanitariamente, económicamente, regresar a la normalidad no será fácil. La inmunidad social ante el covid será difícil de lograr, así como difícil será regresar a los niveles de empleo e ingresos que existía antes de que la pandemia cambiara nuestras vidas.

Pero más difícil será regresar a la normalidad financiera. Los trabajadores ya cuentan con un ingreso periódico de subvenciones del gobierno, las empresas cuentan con que cuando necesiten dinero, la Fed les prestará directamente, sin pasar por los bancos.

Y así, cada vez que la Fed quiera dejar de comprar bonos de Toyota, de AT&T, de Microsoft y de Volkswagen, los mercados de crédito temblarán, aumentando el riesgo de que la contracción económica regrese, a pesar de que no haya (porque algún día ya no habrá), pandemia covid.

  





domingo, 8 de noviembre de 2020

Joe Biden, La Economía Y La República de Weimar

Joe Biden gobernará la economía más grande del mundo (si no hay uma desagradable sorpresa), en medio de la peor recesión económica desde el fin de la segunda guerra mundial. Lo hará montado en una coalición de voto conformada por mujeres, minorías, y personas mayores que lograron vencer el intento de la extrema derecha estadounidense de retener el poder otros cuatro años. La economía será su riesgo más importante, pues de fallar, como le ocurrió a la República de Weimar, la ultraderecha podría regresar aún más fortalecida de lo que está, y podría imponerse.

Biden ganó con un margen amplísimo en el voto popular, cerca de cinco millones, contra Trump y su coalición de extrema derecha. Fue un rechazo masivo contra Trump y sus aliados de retórica y práctica fascista. Pero junto a ese rechazo masivo hubo también un apoyo masivo para la opción de derecha: cerca de 71 millones de estadounidenses apoyan a Trump.

El rechazo a Trump tuvo dos fuentes: la política y la económica. Una parte importante de quienes lo rechazaron lo hicieron porque abjuran del discurso y la práctica política del impresentable millonario. Pero otros lo rechazaron porque el pésimo manejo de la crisis sanitaria resultante de la pandemia covid, se tradujo en la peor crisis económica de los últimos noventa años en los Estados Unidos.

La mezcla de oposición ideológica más un rechazo a los resultados de su gobierno significa que si Biden no logra resultados que mejoren la situación económica de millones de estadounidenses que están o contagiados por el virus, o en el desempleo, Trump y su coalición podrían regresar en 2024, con más fuerza aún.

El votante más liberal y de izquierda estadounidense (y los demócratas deben de mantener esa coalición suya unica, lo cual no es una garantía) no votará por Trump y su coalición, pero aquellos votantes que castigaron al republicano debido a sus resultados, podrían volver a votar por él o el candidato que el le imponga a su (así, en posesivo) partido en el 2024, legitimando la agenda de la extrema derecha con una nueva victoria electoral.

Recordemos a la República de Weimar. Luego del derrumbe del imperio prusiano tras su derrota en la primera guerra mundial, Alemania fue dirigida por una coalición de liberales, socialistas, comunistas en medio de una revuelta popular en contra del régimen imperial. Las condiciones económicas impuestas por los aliados en Versalles, junto con las disputas internas de la coalición del gobierno, deterioraron la situación económica de los alemanes aún más, causando hiperinflación e híper desempleo, causando el descontento que fue aprovechado por Hitler y el Nazismo para capturar el poder en el país.

Es siempre muy peligroso pensar que la historia se repite, pues cada momento es único. Pero hoy como en Weimar, la economía global y de los Estados Unidos se encuentra en condiciones de extrema debilidad. Hoy como en Weimar una coalición liberal y de izquierda han derrotado con el apoyo popular a un gobierno de extrema derecha que ha llevado al país y a la economía a un escenario fatal.

Biden debe entonces mostrar resultados inmediatos en dos frentes: el combate a la pandemia, y luego la reactivación económica y del empleo. Y debe de hacerlo antes de las elecciones intermedias de 2022, o arriesgarse a que los republicanos les arrebaten el congreso y le hagan la vida imposible.

Más aún, Biden debe de lograr ambos objetivos al tiempo que mantiene unida su compleja coalición política que le permitió derrotar a Trump y a su populismo de extrema derecha. Deberá de organizar a la izquierda de Alejandra Ocasio Cortéz, y a los republicanos moderados de The Lincoln Project que lo apoyaron, al tiempo que acaba con la pandemia y revive el empleo y la economía.

De no cumplir lo anterior, Biden corre el riesgo de que el muy efectivo discurso populista para hombres blancos que vocifera Trump, regrese con más fuerza aún. Trump aportó un conjunto de votantes nuevos al partido republicano: la extrema derecha racista, armada y violenta que no votaba porque veía a los republicanos como una organización de izquierda. Logró convencer a latinos sensibles al fantasma del socialismo. Logró meter ak ruedo republicano a la más extrema derecha que nunca cupo en el partido de los Bush o de los Romney.

Trump ha salvado al partido republicano radicalizándolo hacia la derecha. Si Biden falla en expandir aún más y sin miedo el gasto público para reactivar la economía y el empleo, y no logra contener las fuerzas centrífugas de su coalición política, Trump y la ultraderecha podrán regresar en 2024 por el cascajo que deje esta nueva República de Weimar.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Poemas Para Beber En El Starbucks: Villaurrutia Decimal Pide Halloween y No le Dan

 Xavier Villaurrutia fue un exquisito. En su voz, y en su personalidad, en su escritura, nada está fuera de lugar. Todo era limpieza y perfección formal. Su poesía y su vida fueron armónicos: un dandy delicado, una poesía prístina.

Quizá por lo delicado de la forma, Villaurrutia escogió brillar con uno de los temas más complicados: la muerte.

Los poemas compilados en el libro  "Nostalgia de la Muerte" son quizá sus mejores. Fiel al espíritu romántico, en donde la muerte es una presencia terca, Villaurrutia supo tomar esa tradición vanguardista e incorporarla en esa otra tradición mexicana: el ritual de los muertos y su celebración.

Xavier Villaurrutia tuvo una vida breve, murió justo el día de navidad de 1950, en su casa de la calle de Puebla, en la colonia Roma de la Ciudad de México, con tan sólo 44 años, aparentemente de un padecimiento cardiaco.

En estos días en que la muerte nos acosa y nos abruma, en que nos puede matar un estornudo, y podemos matar con nuestro aliento, la redundancia de celebrar el día de muertos y las fiestas necrófagas de finales de octubre y principios de noviembre, leer a Villaurrutia puede ayudarnos a respirar. (¡¡Presagiando el covid, Villaurrutia escribía "es casi inevitable/ me dejas sólo el temor/de hallar hasta en el sabor/la presencia del vacío.."!!).

Cuando México empezó a abrir su economía al mundo, allá en los finales de los años setenta del siglo pasado, el establishment político y cultural sonó la alarma diciendo que perderíamos nuestras costumbres milenarias, especialmente vulnerables ante el avasallamiento de la cultura gringa.

Recuerdo bien la polémica respecto de la celebración del Halloween. Cuando los niños de entonces comenzaron a pedir dulces disfrazados de monstruos, la alarma de que el Halloween enterraría a nuestros Día de Muertos sonaba por todos lados.

Cuarenta años después el resultado es impresionante. El Halloween ha sido completamente absorbido por el Día de Muertos, y esta fiesta mexicana se ha exportado a todo el mundo, convirtiendo al Halloween en un mero apéndice de la poderosa tradición mesoamericana que cada día se celebra en más países.

Así la poesía de Villaurrutia, setenta años después de su muerte, sigue viva. Tan viva como su tema central: la muerte.

De entre los muchos poemas de Villaurrutia dedicados al tema, sin duda vale la pena destacar en esta ocasión esta joya: "Décima Muerte".

El juego de palabras, que Villaurrutia disfrutaba, es sutil: Décima muerte: décimas sobre la muerte, morir diez veces, una en cada una de las diez décimas que conforman el poema. Décimas de diez versos, que conforman cien líneas exquisitas, delicadamente puestas una encima de la otra, una junto a la otra, armando uno de los poemas más delicados y magistrales de la poesía mexicana, y del castellano, del siglo pasado.

Lean esto para que vean:

Décima muerte

I

¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.


II


Si en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?

III

Si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.

IV

Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
luminosa, eterna y pura,
en materia de diamante.

V

No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber quede ti me adueño,
sentir que muero despierto.

VI


La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será clásico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible acaso,
vivir después de haber muerto.

VII

En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay el misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.

VIII


Hasta en la ausencia estás viva:
porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.

IX


Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo;
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí
¡qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?

X

En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!

sábado, 31 de octubre de 2020

La Economía de la Peste y del Apocalipsis

¿Cuándo el mundo está a punto de acabarse: sigue funcionando la economía? He escrito un pequeño libro que quiere responder a esa pregunta. Con ese título: “La Economía de la Peste y el Apocalipsis”, publicado por la pequeña editorial Círculo de Poesía, he intentado hacer una reflexión sobre el efecto de la pandemia no únicamente en la economía global, sino en la economía de cada uno de nosotros en una situación en que cualquiera puede morir, en cualquier lugar, en cualquier momento. Como si fuera el fin del mundo.

Cuando era estudiante en la Universidad Nacional hacía muchos esfuerzos para suscribirme a BusinessWeek, una revista de economía y negocios que en aquellos años era muy útil para informarse de cómo funcionaba la economía global. 

En la última página de BusinessWeek escribía Gary Becker, un economista de la Universidad de Chicago que entonces despertaba mucha polémica, pues sus columnas ilustraban cómo la economía estaba detrás de las decisiones más simples de las personas: la formación de la familia, la casa que se compraba, las herencias, la filantropía, sus pasatiempos. Todo, decía Becker, implicaba una decisión económica.

En un ambiente dominado por macroeconomistas, las ideas de Becker parecían exóticas y superfluas. Él siguió investigando, enseñando, y publicando libros y artículos sobre la economía de las pequeñas decisiones de las personas. El premio Nobel que le fue otorgado décadas después confirmó la enorme utilidad de sus ideas, y su influencia desde entonces no ha hecho mas que crecer.

¿Qué habría pensado Gary Becker en esta pandemia? ¿Qué habría dicho sobre nuestro comportamiento ante la cercanía de la muerte colectiva, que está a la vuelta de cualquier esquina, cuando el estornudo del otro puede matarnos, cuando los líderes políticos, las empresas y los medios vacilan y se contradicen para enfrentar la situación? ¿Cómo habría pensado Gary Becker, el economista de lo íntimo, sobre nuestra reacción, individual y colectiva ante la posibilidad de la muerte individual y de la especie?

Sabemos que somos mortales y finitos, pero heredar a nuestra descendencia o la filantropía nos hacen planear nuestras finanzas y nuestra economía doméstica como si fuéramos inmortales. Nos preocupa el bienestar de nuestros hijos y nuestros nietos, así que al heredarles y construir patrimonio para ellos tomamos decisiones económicas que van más allá de nuestra vida biológica. ¿Qué ocurre sin embargo ante un escenario en donde nuestra vida, la de nuestros hijos y las de nuestros nietos, puede acabarse debido a un virus asesino? ¿Cómo nos comportamos a nivel individual, y a nivel agregado, en ese escenario de peste y de apocalipsis, de fin del mundo?

La pandemia y su efecto sobre la economía muestra lo frágil que puede ser la poderosa economía global ante inesperados choques biológicos. Una voz tan importante como Bill Gates había insistido sobre el tema desde hacía décadas, pero incluso él fue ignorado por los gobiernos y el público. La pandemia de covid es todo menos una sorpresa. Era algo tan inevitable como el amanecer. ¿Por qué la economía y las instituciones están tan mal preparadas para ese tipo de choques externos? ¿Por qué los mercados surcan los aires ignorando soberbiamente este y otros riesgos peores?

El apocalipsis está siempre latente. Como lo demostró la debacle de los mercados en febrero y marzo de este año, la idea de que todo va bien en el mundo es extremadamente frágil. El equilibrio sólo puede ser sostenido a través de dos medidas, una explosión de los déficits fiscales, y una inyección masiva de dinero gratis, que están causando una singularidad en donde la economía funciona al revés: ha desaparecido la aversión al riesgo, y las tasas de interés en cero han roto la relación entre nuestra generación y las siguientes. Y eso no es equilibrio.

La noción de equilibrio, tan cara a los economistas, es una idea fútil y poco útil para entender lo que pasa. Más útiles son aquellas nociones, como la de Marx, Keynes, Minsy, Mandelbrot y Taleb, que parten del principio de que la economía y los procesos sociales son complejos, en un vaivén desequilibrado, y sujeto a agudas variaciones que deben de ser moduladas por la acción pública, y que lo normal es el sobresalto, la sorpresa y la fractura.

Nietsche y Ludwig Wittgestein son dos autores modernos que construyeron su discurso a través de un recurso peculiar: el aforismo. Con ese recurso está escrito “La Economía de la Peste y el Apocalipsis”. No es una novedad, aunque pueda parecerlo. La Biblia está escrita en versículos, y la historia actual, instantánea, está escrita en tweets: el recurso es el mismo.

domingo, 25 de octubre de 2020

La Tercera Temporada de la Serie: ¿Una Crisis Financiera?

La primera temporada fue una recesión incipiente. La segunda temporada fue el gran encierro de la pandemia. La tercera temporada puede ser la crisis financiera. Como si fuera en streaming, en cámara lenta, esta crisis económica cruel, que no inició como una crisis financiera, podría estar convirtiéndose en una. La segunda temporada de esta serie fue la crisis sanitaria que ahondó una crisis económica incipiente. Pero su duración, y la imposibilidad de reabrir las economías plenamente ante la persistencia de la pandemia, están produciendo una nueva temporada: un problema financiero.

Los datos ya oficiales por parte del NBER en los Estados Unidos muestran lo mismo que las cifras del ciclo económico habían mostrado en México y en un grupo amplio de países: que cuando las economías se metieron en cuarentena para tratar de amortiguar la pandemia, una moderada recesión ya estaba en curso. El enclaustramiento sin embargo profundizó la incipiente recesión y la convirtió en la peor depresión económica desde la segunda guerra mundial. 

Pero la recesión que iniciaba no tuvo su origen en el sector financiero, y el empujón brutal que acabó derribando a las economías tampoco tuvo un origen financiero. 

¿Por qué es importante el componente financiero al caracterizar las recesiones? Porque las crisis causadas en ese sector son más difíciles de remediar que aquellas en donde el sector financiero está ausente en el problema.

Muchos han caracterizado esta gran recesión pandémica como una crisis de oferta, no de demanda. Un desastre natural, la pandemia, obliga a cerrar la economía y provoca desempleo y recesión al cerrar fábricas, comercios y eventos recreativos, entre muchos otros sectores.

Esa parte de la caracterización es correcta, el origen del choque económico no vino de la caída en la demanda, no es una típica crisis keynesiana, pero la pérdida de ingresos resultante del desempleo y la ausencia de inversión privada ante la depresión han convergido para que esta sea ya una crisis de demanda. La economía se hunde y le cuesta trabajo despegar no nada más porque no podemos reabrirla debido a la pandemia, sino porque se han perdido ingresos y hay flaqueza en la inversión que no han sido compensados por la inyección de gasto público e inyecciones monetarias.

Entre mayor sea el aumento en el gasto deficitario y mayor la inyección monetaria que una economía haya implementado para amortiguar la crisis sanitaria, menor será el potencial de una crisis de demanda. Si una persona perdió su empleo debido a la cuarentena, pero le llega un cheque del gobierno o puede obtener un crédito bancario que compensen el ingreso que perdió debido al desempleo, entonces la crisis sanitaria podría no transformarse en una crisis de demanda, pues esta persona tendrá los ingresos suficientes para sostener su ritmo de gasto previo al encierro.

Existen dos escenarios en donde el escenario anterior no funciona: cuando a pesar de tener los ingresos suficientes gracias a que el gobierno y los bancos se los proporcionan, no pueden convertirlos en demanda por culpa del encierro (en ese sentido, la opción de Amazon y otros vendedores en línea ha sido un factor importantísimo); o porque los trabajadores, ante la incertidumbre de que el gobierno les siga enviando cheques con cargo al déficit fiscal y/o los bancos le sigan dando crédito, decido ahorrar una parte considerable de las transferencias que recibe del gobierno.

Los dos factores antes mencionados implican que, aún y cuando los trabajadores sean compensados por la pérdida de sus salarios mediante apoyos de gobierno financiados con déficit y créditos bancarios, existe el potencial de una recesión económica debido a la baja en la demanda.

Los datos más recientes de múltiples economías lo demuestran: incluso en aquellas en donde el déficit público se ha disparado para compensar la caída en los ingresos de las familias mediante transferencias, la demanda está por debajo del potencial. Ni que decir en aquellas economías en donde no ha habido apoyos públicos.

Ya ha habido dos oleadas de incremento en el gasto público deficitario para compensar la caída en los ingresos y tratar de mantener la demanda. Viene la tercera. Pero la persistencia de la pandemia hace que los trabajadores sean muy conservadores al gastar y las empresas en invertir.

Si la insuficiencia de demanda se prolonga, entonces es probable que la debilidad de la demanda comience a producir un incremento agresivo en la cartera vencida de los bancos y en general de los créditos (hipotecarios, de consumo, etc), elevando el potencial de una crisis financiera, que acabaría por complicar el escenario. No vaya a resultar como en las series, en donde la tercera temporada es donde la trama se pone más fea.

domingo, 18 de octubre de 2020

¿Quién Parte El Queso? ¿El Mercado O El Estado?

La decisión de las autoridades mexicanas de prohibir la venta de ciertos quesos, bajo el principio de que eso-NO ES-queso, es muy importante: ¿Quién parte el queso? ¿El mercado, o ese colectivo abstracto que es el Estado? Economistas como Joseph Stiglitz han mostrado que el queso resultante del mercado competitivo puede ni siquiera ser un queso: es decir, que el resultado social del mercado competitivo no es óptimo, y que es necesaria la intervención del Estado para que el queso SI sea queso.

El queso es una deliciosa creación colectiva: hecho de manera anónima por mujeres y hombres a lo largo de los siglos y en multitud de regiones en el mundo. En las sociedades industriales avanzadas, el queso, como casi todo, ha pasado de ser fabricado en los hogares a ser fabricado por corporaciones, quienes definen lo que es un queso. 

Las corporaciones, con el fin de crecer y ofrecer a los consumidores los bienes al mejor precio posible, buscan minimizar los costos. Por ejemplo, las empresas del sector de alimentos, compitiendo entre ellas por ofrecer el queso más barato posible para ganarle mercado a sus competidoras, buscarán hacer el queso más barato posible. Hasta el punto en que el queso deja de ser queso.

Bajar costos con tal de ganar mercado es una práctica necesaria bajo el mercado de libre competencia. Y es lo mejor para los consumidores, quienes buscarán, para un precio dado, el mejor queso disponible. ¿Pero qué ocurre cuando las empresas, con tal de ofrecer el queso más barato para ganar mercado, venden un queso que ya no es queso?

El mercado de quesos, dejado a su libre concurrir, puede acabar produciendo no quesos. Ese resultado elimina el beneficio social que la libre competencia provee al incentivar quesos más baratos, por lo que es necesario que un tercero, alguien ajeno a la competencia del mercado, ponga un límite a dicha lógica, que exija que la competencia no puede ir en contra del queso mismo.

¿Quién es el que parte el queso entonces? ¿El mercado con su lógica intrínseca de reducir los costos al mínimo posible, incluso a costa del queso? ¿O el Estado, que pone un contorno al marco de la competencia y que debe de decir, qué SI es, y que NO ES queso?

Aún quedan economistas que creen que lo mejor que el Estado debe de hacer es dejar hacer y dejar pasar: que sean las empresas, compitiendo libremente, quienes produzcan el queso que mejor resulte a su estrategia. Creen que el queso que resulte de dicha lógica es el mejor queso posible.

Pero la mayoría de los economistas creen ahora que quizá ese queso no sea el mejor. Quizá el queso neoliberal, resultante de la acción irrestricta de los mercados, acabe siendo un no-queso, sino una masa de almidón con sal que sea idéntico a un queso.

El queso neo-keynesiano, en donde el Estado fija requisitos mínimos para que algo que se vende como queso, sea un queso, y a partir de esa definición mínima, incentiva la competencia para que las empresas busquen producir el queso más barato posible en su búsqueda de ganar la mayor cuota de mercado, es quizá una estrategia que produce un bienestar social mayor al mercado competitivo irrestricto.

Lo que las autoridades mexicanas han hecho en el mercado del queso es un magnífico primer paso: prohibiendo la entrada al mercado del queso a lo que NO ES queso. Es el nivel de regulación mínima: evitar que las empresas engañen al consumidor que quiere un queso.

El segundo paso es definir qué SI es, y qué NO ES un queso. Los puristas que aún creen que el mercado competitivo produce un resultado social óptimo deberían de leer a Joseph Stiglitz, y aceptar que es conveniente que el Estado defina los requisitos mínimos del queso que definirán la competencia en dicho mercado.

No hay por qué rasgarse las vestiduras y alarmarse. Desde hace siglos Francia define no nada más qué si es y que no es un vino. Francia llega al límite de definir qué si es y qué no es un Chablis, un Grand Cru, o un Vin de Pays. Y nadie puede decir que el resultado ha sido negativo, dado el apabullante dominio francés en el mercado vinícola mundial.

¿Que es peligroso que el Estado sobre regule el mercado? Si, tan peligroso como que no lo regule en lo absoluto. El queso neoliberal resultante de la irrestricta competencia resulta en un no-queso, un queso sobre regulado puede resultar en un no mercado, pues podríamos tener quesos tan caros que no tengan demanda. La regulación debe de ser inteligente, y la economía ha avanzado muchísimo en las últimas décadas en este tema, así que, si queremos tener buenos quesos a buenos precios, hagámosle caso a los economistas que han escrito tanto al respecto.

sábado, 17 de octubre de 2020

Volando Bajo: Las Aerolíneas Aún Por Los Suelos

Warren Buffet dijo una vez: “La industria aérea ha tenido un último siglo muy difícil”, resumiendo en una magistral frase lo difícil que es, desde el punto de vista de los inversionistas, el sector de la aviación. Dicha industria está sujeta a muchísimos factores: precios del petróleo, vaivenes del turismo, y si, pandemias globales como la que no dejamos de sufrir. Tras el estallido de la pandemia de covid la industria se desplomó como nunca, y aunque su recuperación ha sido notable, la perspectiva sigue siendo endiabladamente complicada.

El desplome en las acciones de las principales aerolíneas fue inmediato conforme un país tras otro se metía a una ardua cuarentena, y aunque a finales de marzo repuntaron efusivamente tras el anuncio de millonarios planes de rescate, el nivel en que operan las acciones de las principales compañías de aviación son apenas superiores a los mínimos vistos a inicios de abril.

En general, el valor de las acciones de las empresas de aviación se encuentra a un tercio del valor que tenían en los inicios del año, a pesar de haber reportado casi un cincuenta por ciento de su nivel mínimo de abril. Lo anterior representa una destrucción de valor cataclísmico, a la cual las empresas han sobrevivido sólo con la ayuda de recursos masivos por parte de los gobiernos, pues aquellas que no han recibido apoyos emergentes (Avianca, Latam y Aeroméxico por ejemplo), han tenido que acogerse a la bancarrota para negociar con sus acreedores.

A finales de marzo, tras el anuncio de los masivos apoyos fiscales y monetarios, y con las primeras promesas de inminentes vacunas, las aerolíneas despegaron en falso y tuvieron un despegue entusiasta que duró dos semanas, antes de estrellarse de nuevo en abril.

De allí en adelante el mercado aéreo ha experimentado una secuencia de falsos despegues seguidos de aterrizajes forzosos que han dejado a sus acciones como a José Alfredo Jiménez: volando bajo, pues los inversionistas parecen estar convencidos de lo siguiente: lo peor ya ha pasado, pero quizá pase mucho tiempo antes que veamos una recuperación robusta de la demanda de servicios aéreos.

La respuesta a lo anterior es sencilla: mientras no exista una vacuna o un remedio generalizado para la población mundial, el turismo no se reactivará dado el riesgo de salud que implica el salir de casa y viajar.

Pero incluso cuando dicha vacuna ya haya sido aplicada, existe un factor que detendrá la reactivación completa del turismo: el empleo y los ingresos serán los últimos indicadores de la economía en recuperarse.

Quizá la alicaída (nunca mejor aplicado el adjetivo) perspectiva que los mercados vislumbran para las aerolíneas sea quizá justo la anterior: para las aerolíneas en particular, pero para el turismo y la industria de servicios de hospedaje en general, la solución de la pandemia es una condición necesaria, pero no suficiente para su recuperación.

Por definición, el asueto es el tiempo que nos damos cuando ya hemos cubierto lo necesario. Los niveles de desempleo, la pérdida de ingresos y la reducción en la facturación de la economía ha hecho que una parte significativa de la población tenga en estos momentos dificultades para cubrir apenas lo necesario, el turismo y el asueto son un lujo que no pueden darse, y cuando recuperen el empleo deberán de cubrir primero las deudas y los pendientes que dejaron durante el período que estuvieron sin trabajos e ingresos.

De nuevo Warren Buffet. Luego de décadas de reticencia, el legendario inversionista había amasado posiciones muy importantes en las cuatro principales aerolíneas de Estados Unidos. Cuando la pandemia azotó, Buffet se desprendió por completo de sus posiciones, solo para ver cómo rebotaban una semana después. Pero el tiempo le ha terminado por dar la razón, y deshacerse de esas acciones ha demostrado ser una decisión de inversión correcta.

Las aerolíneas son el eslabón más vulnerable de la cadena turística: el hospedaje, la diversión y el entretenimiento han sido también brutalmente afectados, pero algunas de ellas pueden tener alternativas: el entretenimiento puede sustituirse por plataformas remotas y es posible acceder vía terrestre a algunos lugares de hospedaje.

La industria de servicios e infraestructura aeronáutica enfrentan quizá un lustro de complicada e intermitente recuperación. Los próximos años serán aún difíciles en términos de viajeros, de ingresos y de financiamiento. Pero esta coyuntura eventualmente pasará, y el turismo volverá a llenar los cielos con viajeros que aprovechen los servicios de esta, la industria arquetípica de la globalización.