sábado, 31 de octubre de 2020

La Economía de la Peste y del Apocalipsis

¿Cuándo el mundo está a punto de acabarse: sigue funcionando la economía? He escrito un pequeño libro que quiere responder a esa pregunta. Con ese título: “La Economía de la Peste y el Apocalipsis”, publicado por la pequeña editorial Círculo de Poesía, he intentado hacer una reflexión sobre el efecto de la pandemia no únicamente en la economía global, sino en la economía de cada uno de nosotros en una situación en que cualquiera puede morir, en cualquier lugar, en cualquier momento. Como si fuera el fin del mundo.

Cuando era estudiante en la Universidad Nacional hacía muchos esfuerzos para suscribirme a BusinessWeek, una revista de economía y negocios que en aquellos años era muy útil para informarse de cómo funcionaba la economía global. 

En la última página de BusinessWeek escribía Gary Becker, un economista de la Universidad de Chicago que entonces despertaba mucha polémica, pues sus columnas ilustraban cómo la economía estaba detrás de las decisiones más simples de las personas: la formación de la familia, la casa que se compraba, las herencias, la filantropía, sus pasatiempos. Todo, decía Becker, implicaba una decisión económica.

En un ambiente dominado por macroeconomistas, las ideas de Becker parecían exóticas y superfluas. Él siguió investigando, enseñando, y publicando libros y artículos sobre la economía de las pequeñas decisiones de las personas. El premio Nobel que le fue otorgado décadas después confirmó la enorme utilidad de sus ideas, y su influencia desde entonces no ha hecho mas que crecer.

¿Qué habría pensado Gary Becker en esta pandemia? ¿Qué habría dicho sobre nuestro comportamiento ante la cercanía de la muerte colectiva, que está a la vuelta de cualquier esquina, cuando el estornudo del otro puede matarnos, cuando los líderes políticos, las empresas y los medios vacilan y se contradicen para enfrentar la situación? ¿Cómo habría pensado Gary Becker, el economista de lo íntimo, sobre nuestra reacción, individual y colectiva ante la posibilidad de la muerte individual y de la especie?

Sabemos que somos mortales y finitos, pero heredar a nuestra descendencia o la filantropía nos hacen planear nuestras finanzas y nuestra economía doméstica como si fuéramos inmortales. Nos preocupa el bienestar de nuestros hijos y nuestros nietos, así que al heredarles y construir patrimonio para ellos tomamos decisiones económicas que van más allá de nuestra vida biológica. ¿Qué ocurre sin embargo ante un escenario en donde nuestra vida, la de nuestros hijos y las de nuestros nietos, puede acabarse debido a un virus asesino? ¿Cómo nos comportamos a nivel individual, y a nivel agregado, en ese escenario de peste y de apocalipsis, de fin del mundo?

La pandemia y su efecto sobre la economía muestra lo frágil que puede ser la poderosa economía global ante inesperados choques biológicos. Una voz tan importante como Bill Gates había insistido sobre el tema desde hacía décadas, pero incluso él fue ignorado por los gobiernos y el público. La pandemia de covid es todo menos una sorpresa. Era algo tan inevitable como el amanecer. ¿Por qué la economía y las instituciones están tan mal preparadas para ese tipo de choques externos? ¿Por qué los mercados surcan los aires ignorando soberbiamente este y otros riesgos peores?

El apocalipsis está siempre latente. Como lo demostró la debacle de los mercados en febrero y marzo de este año, la idea de que todo va bien en el mundo es extremadamente frágil. El equilibrio sólo puede ser sostenido a través de dos medidas, una explosión de los déficits fiscales, y una inyección masiva de dinero gratis, que están causando una singularidad en donde la economía funciona al revés: ha desaparecido la aversión al riesgo, y las tasas de interés en cero han roto la relación entre nuestra generación y las siguientes. Y eso no es equilibrio.

La noción de equilibrio, tan cara a los economistas, es una idea fútil y poco útil para entender lo que pasa. Más útiles son aquellas nociones, como la de Marx, Keynes, Minsy, Mandelbrot y Taleb, que parten del principio de que la economía y los procesos sociales son complejos, en un vaivén desequilibrado, y sujeto a agudas variaciones que deben de ser moduladas por la acción pública, y que lo normal es el sobresalto, la sorpresa y la fractura.

Nietsche y Ludwig Wittgestein son dos autores modernos que construyeron su discurso a través de un recurso peculiar: el aforismo. Con ese recurso está escrito “La Economía de la Peste y el Apocalipsis”. No es una novedad, aunque pueda parecerlo. La Biblia está escrita en versículos, y la historia actual, instantánea, está escrita en tweets: el recurso es el mismo.

domingo, 25 de octubre de 2020

La Tercera Temporada de la Serie: ¿Una Crisis Financiera?

La primera temporada fue una recesión incipiente. La segunda temporada fue el gran encierro de la pandemia. La tercera temporada puede ser la crisis financiera. Como si fuera en streaming, en cámara lenta, esta crisis económica cruel, que no inició como una crisis financiera, podría estar convirtiéndose en una. La segunda temporada de esta serie fue la crisis sanitaria que ahondó una crisis económica incipiente. Pero su duración, y la imposibilidad de reabrir las economías plenamente ante la persistencia de la pandemia, están produciendo una nueva temporada: un problema financiero.

Los datos ya oficiales por parte del NBER en los Estados Unidos muestran lo mismo que las cifras del ciclo económico habían mostrado en México y en un grupo amplio de países: que cuando las economías se metieron en cuarentena para tratar de amortiguar la pandemia, una moderada recesión ya estaba en curso. El enclaustramiento sin embargo profundizó la incipiente recesión y la convirtió en la peor depresión económica desde la segunda guerra mundial. 

Pero la recesión que iniciaba no tuvo su origen en el sector financiero, y el empujón brutal que acabó derribando a las economías tampoco tuvo un origen financiero. 

¿Por qué es importante el componente financiero al caracterizar las recesiones? Porque las crisis causadas en ese sector son más difíciles de remediar que aquellas en donde el sector financiero está ausente en el problema.

Muchos han caracterizado esta gran recesión pandémica como una crisis de oferta, no de demanda. Un desastre natural, la pandemia, obliga a cerrar la economía y provoca desempleo y recesión al cerrar fábricas, comercios y eventos recreativos, entre muchos otros sectores.

Esa parte de la caracterización es correcta, el origen del choque económico no vino de la caída en la demanda, no es una típica crisis keynesiana, pero la pérdida de ingresos resultante del desempleo y la ausencia de inversión privada ante la depresión han convergido para que esta sea ya una crisis de demanda. La economía se hunde y le cuesta trabajo despegar no nada más porque no podemos reabrirla debido a la pandemia, sino porque se han perdido ingresos y hay flaqueza en la inversión que no han sido compensados por la inyección de gasto público e inyecciones monetarias.

Entre mayor sea el aumento en el gasto deficitario y mayor la inyección monetaria que una economía haya implementado para amortiguar la crisis sanitaria, menor será el potencial de una crisis de demanda. Si una persona perdió su empleo debido a la cuarentena, pero le llega un cheque del gobierno o puede obtener un crédito bancario que compensen el ingreso que perdió debido al desempleo, entonces la crisis sanitaria podría no transformarse en una crisis de demanda, pues esta persona tendrá los ingresos suficientes para sostener su ritmo de gasto previo al encierro.

Existen dos escenarios en donde el escenario anterior no funciona: cuando a pesar de tener los ingresos suficientes gracias a que el gobierno y los bancos se los proporcionan, no pueden convertirlos en demanda por culpa del encierro (en ese sentido, la opción de Amazon y otros vendedores en línea ha sido un factor importantísimo); o porque los trabajadores, ante la incertidumbre de que el gobierno les siga enviando cheques con cargo al déficit fiscal y/o los bancos le sigan dando crédito, decido ahorrar una parte considerable de las transferencias que recibe del gobierno.

Los dos factores antes mencionados implican que, aún y cuando los trabajadores sean compensados por la pérdida de sus salarios mediante apoyos de gobierno financiados con déficit y créditos bancarios, existe el potencial de una recesión económica debido a la baja en la demanda.

Los datos más recientes de múltiples economías lo demuestran: incluso en aquellas en donde el déficit público se ha disparado para compensar la caída en los ingresos de las familias mediante transferencias, la demanda está por debajo del potencial. Ni que decir en aquellas economías en donde no ha habido apoyos públicos.

Ya ha habido dos oleadas de incremento en el gasto público deficitario para compensar la caída en los ingresos y tratar de mantener la demanda. Viene la tercera. Pero la persistencia de la pandemia hace que los trabajadores sean muy conservadores al gastar y las empresas en invertir.

Si la insuficiencia de demanda se prolonga, entonces es probable que la debilidad de la demanda comience a producir un incremento agresivo en la cartera vencida de los bancos y en general de los créditos (hipotecarios, de consumo, etc), elevando el potencial de una crisis financiera, que acabaría por complicar el escenario. No vaya a resultar como en las series, en donde la tercera temporada es donde la trama se pone más fea.

domingo, 18 de octubre de 2020

¿Quién Parte El Queso? ¿El Mercado O El Estado?

La decisión de las autoridades mexicanas de prohibir la venta de ciertos quesos, bajo el principio de que eso-NO ES-queso, es muy importante: ¿Quién parte el queso? ¿El mercado, o ese colectivo abstracto que es el Estado? Economistas como Joseph Stiglitz han mostrado que el queso resultante del mercado competitivo puede ni siquiera ser un queso: es decir, que el resultado social del mercado competitivo no es óptimo, y que es necesaria la intervención del Estado para que el queso SI sea queso.

El queso es una deliciosa creación colectiva: hecho de manera anónima por mujeres y hombres a lo largo de los siglos y en multitud de regiones en el mundo. En las sociedades industriales avanzadas, el queso, como casi todo, ha pasado de ser fabricado en los hogares a ser fabricado por corporaciones, quienes definen lo que es un queso. 

Las corporaciones, con el fin de crecer y ofrecer a los consumidores los bienes al mejor precio posible, buscan minimizar los costos. Por ejemplo, las empresas del sector de alimentos, compitiendo entre ellas por ofrecer el queso más barato posible para ganarle mercado a sus competidoras, buscarán hacer el queso más barato posible. Hasta el punto en que el queso deja de ser queso.

Bajar costos con tal de ganar mercado es una práctica necesaria bajo el mercado de libre competencia. Y es lo mejor para los consumidores, quienes buscarán, para un precio dado, el mejor queso disponible. ¿Pero qué ocurre cuando las empresas, con tal de ofrecer el queso más barato para ganar mercado, venden un queso que ya no es queso?

El mercado de quesos, dejado a su libre concurrir, puede acabar produciendo no quesos. Ese resultado elimina el beneficio social que la libre competencia provee al incentivar quesos más baratos, por lo que es necesario que un tercero, alguien ajeno a la competencia del mercado, ponga un límite a dicha lógica, que exija que la competencia no puede ir en contra del queso mismo.

¿Quién es el que parte el queso entonces? ¿El mercado con su lógica intrínseca de reducir los costos al mínimo posible, incluso a costa del queso? ¿O el Estado, que pone un contorno al marco de la competencia y que debe de decir, qué SI es, y que NO ES queso?

Aún quedan economistas que creen que lo mejor que el Estado debe de hacer es dejar hacer y dejar pasar: que sean las empresas, compitiendo libremente, quienes produzcan el queso que mejor resulte a su estrategia. Creen que el queso que resulte de dicha lógica es el mejor queso posible.

Pero la mayoría de los economistas creen ahora que quizá ese queso no sea el mejor. Quizá el queso neoliberal, resultante de la acción irrestricta de los mercados, acabe siendo un no-queso, sino una masa de almidón con sal que sea idéntico a un queso.

El queso neo-keynesiano, en donde el Estado fija requisitos mínimos para que algo que se vende como queso, sea un queso, y a partir de esa definición mínima, incentiva la competencia para que las empresas busquen producir el queso más barato posible en su búsqueda de ganar la mayor cuota de mercado, es quizá una estrategia que produce un bienestar social mayor al mercado competitivo irrestricto.

Lo que las autoridades mexicanas han hecho en el mercado del queso es un magnífico primer paso: prohibiendo la entrada al mercado del queso a lo que NO ES queso. Es el nivel de regulación mínima: evitar que las empresas engañen al consumidor que quiere un queso.

El segundo paso es definir qué SI es, y qué NO ES un queso. Los puristas que aún creen que el mercado competitivo produce un resultado social óptimo deberían de leer a Joseph Stiglitz, y aceptar que es conveniente que el Estado defina los requisitos mínimos del queso que definirán la competencia en dicho mercado.

No hay por qué rasgarse las vestiduras y alarmarse. Desde hace siglos Francia define no nada más qué si es y que no es un vino. Francia llega al límite de definir qué si es y qué no es un Chablis, un Grand Cru, o un Vin de Pays. Y nadie puede decir que el resultado ha sido negativo, dado el apabullante dominio francés en el mercado vinícola mundial.

¿Que es peligroso que el Estado sobre regule el mercado? Si, tan peligroso como que no lo regule en lo absoluto. El queso neoliberal resultante de la irrestricta competencia resulta en un no-queso, un queso sobre regulado puede resultar en un no mercado, pues podríamos tener quesos tan caros que no tengan demanda. La regulación debe de ser inteligente, y la economía ha avanzado muchísimo en las últimas décadas en este tema, así que, si queremos tener buenos quesos a buenos precios, hagámosle caso a los economistas que han escrito tanto al respecto.

sábado, 17 de octubre de 2020

Volando Bajo: Las Aerolíneas Aún Por Los Suelos

Warren Buffet dijo una vez: “La industria aérea ha tenido un último siglo muy difícil”, resumiendo en una magistral frase lo difícil que es, desde el punto de vista de los inversionistas, el sector de la aviación. Dicha industria está sujeta a muchísimos factores: precios del petróleo, vaivenes del turismo, y si, pandemias globales como la que no dejamos de sufrir. Tras el estallido de la pandemia de covid la industria se desplomó como nunca, y aunque su recuperación ha sido notable, la perspectiva sigue siendo endiabladamente complicada.

El desplome en las acciones de las principales aerolíneas fue inmediato conforme un país tras otro se metía a una ardua cuarentena, y aunque a finales de marzo repuntaron efusivamente tras el anuncio de millonarios planes de rescate, el nivel en que operan las acciones de las principales compañías de aviación son apenas superiores a los mínimos vistos a inicios de abril.

En general, el valor de las acciones de las empresas de aviación se encuentra a un tercio del valor que tenían en los inicios del año, a pesar de haber reportado casi un cincuenta por ciento de su nivel mínimo de abril. Lo anterior representa una destrucción de valor cataclísmico, a la cual las empresas han sobrevivido sólo con la ayuda de recursos masivos por parte de los gobiernos, pues aquellas que no han recibido apoyos emergentes (Avianca, Latam y Aeroméxico por ejemplo), han tenido que acogerse a la bancarrota para negociar con sus acreedores.

A finales de marzo, tras el anuncio de los masivos apoyos fiscales y monetarios, y con las primeras promesas de inminentes vacunas, las aerolíneas despegaron en falso y tuvieron un despegue entusiasta que duró dos semanas, antes de estrellarse de nuevo en abril.

De allí en adelante el mercado aéreo ha experimentado una secuencia de falsos despegues seguidos de aterrizajes forzosos que han dejado a sus acciones como a José Alfredo Jiménez: volando bajo, pues los inversionistas parecen estar convencidos de lo siguiente: lo peor ya ha pasado, pero quizá pase mucho tiempo antes que veamos una recuperación robusta de la demanda de servicios aéreos.

La respuesta a lo anterior es sencilla: mientras no exista una vacuna o un remedio generalizado para la población mundial, el turismo no se reactivará dado el riesgo de salud que implica el salir de casa y viajar.

Pero incluso cuando dicha vacuna ya haya sido aplicada, existe un factor que detendrá la reactivación completa del turismo: el empleo y los ingresos serán los últimos indicadores de la economía en recuperarse.

Quizá la alicaída (nunca mejor aplicado el adjetivo) perspectiva que los mercados vislumbran para las aerolíneas sea quizá justo la anterior: para las aerolíneas en particular, pero para el turismo y la industria de servicios de hospedaje en general, la solución de la pandemia es una condición necesaria, pero no suficiente para su recuperación.

Por definición, el asueto es el tiempo que nos damos cuando ya hemos cubierto lo necesario. Los niveles de desempleo, la pérdida de ingresos y la reducción en la facturación de la economía ha hecho que una parte significativa de la población tenga en estos momentos dificultades para cubrir apenas lo necesario, el turismo y el asueto son un lujo que no pueden darse, y cuando recuperen el empleo deberán de cubrir primero las deudas y los pendientes que dejaron durante el período que estuvieron sin trabajos e ingresos.

De nuevo Warren Buffet. Luego de décadas de reticencia, el legendario inversionista había amasado posiciones muy importantes en las cuatro principales aerolíneas de Estados Unidos. Cuando la pandemia azotó, Buffet se desprendió por completo de sus posiciones, solo para ver cómo rebotaban una semana después. Pero el tiempo le ha terminado por dar la razón, y deshacerse de esas acciones ha demostrado ser una decisión de inversión correcta.

Las aerolíneas son el eslabón más vulnerable de la cadena turística: el hospedaje, la diversión y el entretenimiento han sido también brutalmente afectados, pero algunas de ellas pueden tener alternativas: el entretenimiento puede sustituirse por plataformas remotas y es posible acceder vía terrestre a algunos lugares de hospedaje.

La industria de servicios e infraestructura aeronáutica enfrentan quizá un lustro de complicada e intermitente recuperación. Los próximos años serán aún difíciles en términos de viajeros, de ingresos y de financiamiento. Pero esta coyuntura eventualmente pasará, y el turismo volverá a llenar los cielos con viajeros que aprovechen los servicios de esta, la industria arquetípica de la globalización. 

 

domingo, 4 de octubre de 2020

Economía Política de la Ciclovía

La semana pasada platicábamos sobre la “Economía Política de la Bicicleta”. Para cerrar el tema va esta breve nota sobre la infraestructura necesaria alrededor de la misma: la ciclovía, estacionamientos y el esquema de seguridad alrededor del uso masivo de la bicicleta en las metrópolis, dada la sacudida que la pandemia le ha propinado al transporte masivo en las grandes ciudades. 

Miren a Donald Trump: él es la muestra de que, por más que queramos ignorarlo o estemos hartos de sus efectos, debemos de adaptar nuestras ciudades y nuestras vidas a una convivencia larga y difícil con el covid.

Podemos ignorar y menospreciar la pandemia. Podemos hacer como que la virgen nos habla y reabrir el transporte masivo, incluso con una nueva normalidad que implique medidas sanitarias de prevención. Mientras no haya una vacuna y se aplique masivamente hasta lograr la inmunidad social, el transporte público tendrá un riesgo sanitario notable.

La mejor solución para el riesgo sanitario, el automóvil personal, es la peor solución desde el punto de vista de movilidad y ambiental, así que el uso generalizado de la bicicleta, si bien imperfecta, es la solución más práctica, asequible, sustentable y oportuna para que las grandes ciudades minimicen en lo posible el riesgo sanitario sin colapsar su movilidad.

Pero para que la bicicleta sea una solución metropolitana eficiente son necesarias dos cosas: la infraestructura que permita su uso masivo, y la cobertura de seguridad de los usuarios.

La infraestructura más importante para la bicicleta es un carril dedicado exclusivamente para su tránsito: una ciclovía. Su exclusividad fomenta su uso al dedicarle espacio, y provee un entorno seguro para su uso masivo.

El segundo aspecto es el de la seguridad. En un entorno en donde el tráfico automotriz sigue siendo predominante, rodar en bicicleta en zonas metropolitanas es una alternativa que implica un riesgo importante que es necesario amortiguar mediante la existencia de seguros por accidentes y de vida a precios subsidiados.

En ambos caso, la ciclovía y la cobertura de accidentes, es imprescindible la política pública: los gobierno deben (la nueva ciclovía de la avenida Insurgentes en la Ciudad de México es un gran ejemplo) proveer el espacio y la infraestructura para el uso masivo de la bicicleta, y deberían de negociar con las empresas aseguradoras para producir un seguro, con primas reducidas, para cubrir a los usuarios de la misma, pues su capacidad de negociación ante las empresas es mayor que la de los usuarios individuales, y además es una solución de movilidad deseable social y ambientalmente.

La política pública debería también de incentivar y tomar la iniciativa para un debate en las empresas, respecto a aspectos aparentemente menores del uso masivo de la bicicleta: como por ejemplo el sudor.

Un empleado que decida pedalear de su casa a la oficina los veinte kilómetros que lo separan para llegar a una junta, quizá enfrentará cierta reticencia de su empleador y sus colegas por llegar a su lugar de trabajo sudado y oloroso. Es inevitable. ¿Cómo deben las empresas reaccionar ante esta circunstancia? ¿Deben de rechazarlo? ¿Tolerarlo? ¿Incentivarlo? Los colegas que llegaron en auto ¿Deben de consentir el olor sudoroso de sus compañeros? ¿Debe el gobierno de hacer algo al respecto? ¿Ducharse, dónde y cómo?

Si queremos que la bicicleta sea una solución masiva y práctica al transporte metropolitano, todas las cuestiones anteriores deben de ser atendidas y más o menos resueltas. Es decir, debe de existir una política pública al respecto, entendida ésta como una iniciativa que, si bien viene del gobierno, participan todos: bicicleteros, aseguradoras, empresas y los ciudadanos en general.

Los mercados funcionan siempre, y la sobredemanda de bicicletas de meses recientes será atendida por una rápida construcción de capacidad instalada para producir más, mejores y más baratas bicicletas. Pero las fabricantes de bicis no producen ciclovías, ni reducen el riesgo de accidentes y muerte al rodar masivamente en las ciudades.

Como en todo, la solución del mercado es insuficiente, y el Estado debe de proveer la política pública necesaria para que una economía de mercado alcance lo que muchas veces se le escapa: el bien común y del medio ambiente.