domingo, 26 de diciembre de 2021

La Estrategia De Salida Del Pantano De La Liquidez

Lo fácil es inyectar dinero. Lo difícil es retirarlo. Una vez que los bancos centrales se hicieron a la idea, por allá de 2008-2009, que lo que era anatema, era la única solución para salvar al mundo, abrazaron con enjundia la táctica de rescatar a las economías y a los mercados mediante inyecciones masivas de liquidez, al punto de llevar las tasas de interés a cero, e incluso allí, seguir inyectando dinero. Eso fue lo fácil, lo difícil será retirarla. Y ese será justo el reto de los mayores bancos centrales en 2022.

Seguramente los economistas que tripulan los bancos centrales se formaron bajo el adagio de Milton Friedman: que la inflación era, en todo lugar y en todo momento, un fenómeno monetario. Por eso cuando hacia finales de los ochenta y principios de los noventa, los agregados monetarios se dispararon sin un consecuente disparo de la inflación, muchos tuvieron que reaprender y rehacer sus recetas para enfrentar el ciclo económico.

La Fed de Alan Greenspan estableció entonces un patrón para lidiar con el ciclo económico, que fue aprendido mañosamente por Wall Street: a cada disrupción de la expansión o de los mercados financieros, el banco central respondía relajando agresivamente las condiciones monetarias. Así ocurrió en 1997-1998, en el 2000, hasta que en el 2008-2009 se llegó al entonces impensable límite de rebanar la tasa de interés hasta el cero por ciento, lugar en donde permaneció casi una década.

En macroeconomía es muy difícil hacer experimentos, pero podemos aprender de la historia. Y para el recetario de los bancos centrales existe un ejemplo, muy reciente, de qué es lo que puede pasar cuando se intentan normalizar las condiciones monetarias partiendo del cero por ciento de tasas de interés.

Los siete años que van de diciembre de 2008 a noviembre de 20015 vieron la principal tasa de interés del mundo, la Fed Funds, prácticamente en cero por ciento. De manera gradual, y con una cuidadosa comunicación, iniciando en diciembre 2015, la Fed subió su tasa de referencia hasta llevarla a 2.50 por ciento en julio de 2019.

Pero a partir de esa fecha, tuvo que revertir su ciclo de alzas y comenzó a recortarla hasta llegar a 1.50 por ciento en noviembre de 2019, ante la evidencia de que su moderada restricción monetaria, al llevarla gradualmente de cero a 2.5 por ciento, había sido demasiado para la economía, en donde las señales de recesión comenzaron a abundar.

En retrospectiva lo sabemos: la economía ya estaba en recesión en enero -marzo del 2020, cuando el Covid obligó al mundo al confinamiento, y la razón por la cual vimos la recesión más violenta y breve de la historia, fue por la expansión masiva de liquidez que, una vez más, los bancos centrales dispararon para sostener la actividad y el empleo y evitar una gran recesión.

Existe una diferencia crítica entre la estrategia de salida de la liquidez de 2016-2019 y la que están a punto de emprender la Fed y los mayores bancos centrales: en el primer caso no había inflación, es más, la deflación prevalecía en múltiples economías. En 2022 será diferente pues la normalización monetaria es urgida por el repunte inflacionario más agudo de los últimos 30-40 años, dependiendo del país.

En 2016-2019 los bancos centrales, en un contexto de inflación bajísima o negativa, pudieron ser graduales. No existen esas condiciones en 2022, por lo que el gradualismo monetario enfrentará retos para la credibilidad de los bancos centrales, con el riesgo de que las tasas anuales de inflación persistan en niveles elevados una vez que el efecto de la baja base de comparación quede atrás.

Pero no hay opción: los bancos centrales enfrentan el contexto inflacionario más complicado del último medio siglo: el ritmo de inflación los encuentra rezagados, y los obliga a normalizar la tasa de interés a niveles congruentes (¿quizá 3-4% en EEUU?) con las expectativas futuras y la credibilidad necesaria.

Pero el agigantado nivel de endeudamiento de gobiernos, familias y empresas, que impidió que en 2016-2019 la Fed llegara más allá del 2.5 por ciento, no hizo mas que crecer en la crisis Covid de 2020 y es previsible que sea un factor adicional de complicación para los bancos centrales. 

El incremento bruto del servicio de la deuda provocada por la normalización de 2016-2019 frenó la expansión económica y motivó la reversión del ciclo monetario. Partiendo de un monto de deuda aún mayor en 2022, es difícil ver cómo podría ser diferente en esta ocasión.

domingo, 19 de diciembre de 2021

La Inflación Hace Lo Suyo: Movió La Tasa De Interés

La inflación, citando con licencia a Sor Juana: “logró lo que imposible parecía”, y tras registrar la mayor tasa anualizada de las últimas cuatro décadas, despertó de su flemático letargo a la Fed, quien anunció que interrumpía antes de lo esperado el estímulo monetario que tanto soporte ha dado a las bolsas de valores, pero también sugirió que la tasa de interés subiría del actual cero, hasta al menos hasta el 1.5 por ciento en los próximos 24 meses.

La Fed se había negado a rendirse ante la evidencia de que la inflación se había salido de su control y que su credibilidad como guardián de la estabilidad de precios estaba en entredicho. 

Había dos explicaciones posibles para esa desidia monetaria: la primera era que subir la tasa de interés ante los datos de inflación que podrían ser temporales, podría enviar la señal equivocada a mercados, productores y consumidores, quienes subirían sus precios anticipando un rebote de precios y costos más permanentes. La segunda era que el presidente de la Fed, Jerome Powell, no quería comprometer su reelección al frente del banco central haciendo enojar a los congresistas con subidas de tasas.

Cualquiera que haya sido la explicación, la Fed está rezagada respecto de la inflación: los agentes económicos ya asumieron que la reflación no es temporal, sino más duradera, y descontaron también que la Fed no reaccionó a tiempo y que tendrá que acelerar intempestivamente el endurecimiento monetario, subiendo las tasas más drásticamente de lo previsto.

¿Por qué le dedicamos en una columna de un periódico mexicano que trata por lo general temas económicos, tanto tiempo a lo que la Fed haga o deje de hacer? Porque la Fed es quien verdaderamente fija la tasa de interés del mundo. Los otros bancos centrales podrán desafinar a veces, subiendo antes o después, pero tarde que temprano deberán de acoplarse al ciclo monetario de la Fed, o de lo contrario sus monedas sufrirán las consecuencias en un sentido o en otro, como lo atestigua el impresentable banco central de Turquía.

Nuestro Banxico, junto con un pequeño grupo de bancos centrales, como el de Corea, Noruega, al cual se agregó la semana pasada el muy venerable Banco de Inglaterra, comenzaron a subir sus tasas bastante antes que la Fed, reaccionando a tasas de inflación domésticas dislocadas respecto de sus objetivos de política.

Otros bancos centrales han decidido esperar a la Fed, como el banco central europeo (BCE), el suizo y notablemente, el de Japón, en donde la eterna deflación no ha alterado el curso monetario en décadas. El BCE sin embargo, presionado por el más reciente anuncio de la Fed, deberá de anunciar pronto el fin de su ciclo expansivo y el inicio del restrictivo a un ritmo mayor al que se pensaba hasta hace unas semanas.

La reacción de los mercados financieros ha sido un poco esquizofrénica. El día mismo del anuncio de la Fed las bolsas de valores dispararon un rally jugoso, casi como si disfrutaran la mala noticia de que la variable económica más importante para las acciones: la tasa de interés tomaba un ritmo contrario a lo que les conviene.

Los analistas intentaron cuadrar una explicación racional a una reacción irracional: dijeron que la decisión transmitía certidumbre, o que el mercado esperaba algo más agresivo por parte de la Fed (cuando en realidad esperaba algo más suave). Lo mejor sería aceptar sin problema que la voluptuosa liquidez inyectada en el sistema los últimos años infló los precios de los activos financieros a niveles de burbuja, y que dicha euforia está dando coletazos. 

No sabemos si hay una burbuja. No sabemos si la burbuja, de existir, reventará. No sabemos si ese truene será moderado o violento. Pero trabajar bajo el supuesto de que la ingente liquidez ha hecho a los inversionistas hacer cosas irracionales, es una mejor hipótesis de trabajo que la que los economistas académicos suelen esgrimir en el sentido de que los mercados son eficientes e incorporan de manera correcta e instantánea la nueva información generada.

La gran pregunta, ahora que la Fed se ha rendido a la evidencia y aceptado lo inevitable, subir la tasa de interés, es si la subirá hasta el nivel en donde debería de estar, o si la economía, muy endeudada, soportará un incremento abrupto de los réditos. Incluso suponiendo que existe un componente transitorio en la inflación que estamos sufriendo, la tasa de interés neutral debería de estar en el rango del 3-5%, y no en cero.

¿La Fed podrá subirla hasta 3-5% sin que empresas y familias truenen bajo el peso del mayor pago de servicio de sus crecidísimas deudas? ¿O al llegar al 1.5 por ciento será forzada a regresar al cero? Regresando a la trampa de liquidez en la que ella misma se ha encerrado desde hace veinte años.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

¿Las Tasas De Interés Altas, Acabarán Matando A Las Criptomonedas?

Los partidarios del bitcoin y otras criptomonedas son una tribu curiosa. Siendo un activo financiero detestan que se le analice como tal. No soportan que se les diga que es un activo que no ofrece atractivos más allá de ser el vehículo de una irresistible burbuja especulativa, vulnerable a la más importante de las variables de la economía: la tasa de interés. Sus partidarios buscan ver en las criptomonedas atributos propios de mandalas o reliquias, y abominan de quienes pensamos que no son distintas a otros activos financieros, como las materias primas o las humildes estampillas postales.

En ciencias sociales es difícil establecer relaciones causales. Son tantos los factores que intervienen en un evento, que determinar la proporción y la oportunidad con la que una variable afecta a otra es harto complicado.

Por ejemplo, es difícil determinar si un mayor crecimiento económico ha sido alimentado por un incremento en la productividad del trabajo, por una nueva innovación tecnológica, o por una buena cosecha agrícola En los años cincuenta una generación de economistas, encabezados por Samuel Kutzner, se dieron a la tarea de diseccionar lo que llamaron las “fuentes del crecimiento” con el fin de determinar la causalidad puntual de las distintas variables sobre el crecimiento de un país.

Pero calcular lo anterior con precisión requiere de múltiples datos, sobre un período largo de tiempo, y requiere también aceptar un margen de error a partir del cual estimaremos hipótesis de causalidad respecto de la proporción con la que cada variable impacta al crecimiento o cualquier otro aspecto de la economía.
E incluso cuando hayamos completado ese ejercicio, lo que tendremos es una conjetura, una hipótesis por ejemplo de que la introducción de un nuevo invento tecnológico causó un impacto superior en el crecimiento de un país, que un incremento en el salario mínimo, o un aumento en las remeses del exterior hacia los residentes.

Y si establecer causalidades entre variables económicas en el mediano y largo plazo es muy difícil, establecer causalidad entre variables en el muy corto plazo en los mercados financieros es prácticamente imposible.

¿los malos datos de empleo mensual de los Estados Unidos, causaron el alza de las bolsas hace dos viernes? ¿el retraso en la salida del último capítulo de la zaga de El Hombre Araña, afectó la cotización de las acciones de Disney? ¿El aumento en los precios del petróleo, derrumbó el precio de los bonos de largo plazo?

Debemos de aceptar que por más consistente que sea nuestra narrativa en términos de dichas causalidades, a lo más que podemos aspirar es a conjeturas: quizá los malos datos de inflación provocaron un alza en las tasas de interés las últimas dos semanas. Y para llegar finalmente al objeto de este artículo, dicha alza en las tasas de interés ¿provocó el colapso escandaloso y alarmante de bitcoin y su sororidad de criptomonedas del fin de semana a esta fecha?

Nos engañaríamos en asegurar que lo que sugieren las gráficas que acompañan a esta nota son una causalidad inequívoca. Cierto, hay una correlación estadística entre el alza en las tasas de rendimiento de corto plazo, la de los bonos de dos años de los Estados Unidos, y el precio de las criptomonedas. 

La tasa de los bonos de dos años subió abruptamente al mismo tiempo que los precios de las criptomonedas se hicieron añicos: ¿hay causalidad? ¿el alza en las tasas detonó las rudas pérdidas de bitcoin?

Podemos afirmar que el dinero compite con bitcoin, y que al incrementarse el rendimiento que da el dinero, hace que bitcoin, que tiene un rendimiento intrínseco de cero, deja de ser atractivo. No es posible aseverarlo. A lo más podemos mencionarlo como una hipótesis.

Pero si tuviera que apostar yo sería categórico: la aparente dominancia de las criptomonedas depende de un sencillo factor: el que las tasas de rendimiento del dinero líquido sean de cero por ciento. Y creo también que cuando el mercado incorpore la expectativa de que las tasas subirán, la euforia por bitcoin y sus hermanas seguirá la suerte de los pantalones acampanados y los sombreros de copa y el reggaetón: serán una moda pasajera que se olvidará con el tiempo.

sábado, 11 de diciembre de 2021

¿Por Qué Los Mercados No Le Temen A La Inflación?

La semana pasada la mayoría de los datos de inflación de los países del mundo mostraron un rasgo común: las mayores tasas interanuales en varias décadas. En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, la tasa de 12 meses, de 6.8 por ciento, fue la máxima de 39 años. Lo curioso es que parece que esa pésima noticia es lo que las bolsas de valores necesitaban para escalar hacia récords históricos. No me crean por favor, pero justamente eso: celebrar pésimas noticias, es lo que ocurría en el año 2000 y en el 2008 antes que los mercados sufrieran ajustes severos.

La inflación estadounidense más alta en cuatro décadas fue festejada por los inversionistas imponiendo récord de precios en los principales índices bursátiles, e incluso el mercado que debería de estar espantado, el de bonos, pues el valor nominal de los mismo se erosiona con cada alza de precios, recibió la noticia con buen humor al punto que las tasas de más largo plazo descendieron.

¿Por qué la esquizofrenia de burbujear mientras el peor enemigo del dinero, la inflación, avasalla las estadísticas?

Los periodistas financieros hacen malabares para tratar de explicar lo inexplicable. Aseguran que como el peor dato no fue pésimo, eso inyectó optimismo entre los inversionistas, quienes ahora ven el futuro brillante pues de ahora en adelante la inflación irá en descenso. Lo mismo dijeron hace seis meses, cuando los datos fueron pésimos y las bolsas se dispararon también. La inflación mientras tanto no ha dejado de subir.

Tratan de explica la exuberancia bursátil también diciendo que la inflación es buena para muchos sectores: los bancos y las aseguradoras, cuyos modelos de negocios se benefician cuando las tasas de interés suben. Y, sin embargo, las acciones que suben., las tecnológicas, son las más proclives a caer cuando las tasas aumentan.

Las más implausibles de las explicaciones son rebuscadas para tratar de imprimir algo de lógica a algo que no lo tiene: la inflación está subiendo, y la crisis de semiconductores y otros insumos está enlenteciendo la recuperación económica. Hay señales que sugieren que una combinación incómoda de bajo crecimiento y baja inflación está cocinándose en las economías desarrolladas.

Quizá la explicación más racional a lo irracional que parece el mercado es justo entender que muchas veces, los mercados son absolutamente irracionales, propensos a la exuberancia y a los excesos. Keynes entendió con claridad este elemento exultante de los inversionistas, quienes suelen ignorar los fundamentales y parecen incrementar la demanda de activos financieros conforme los precios suben.

Si trabajamos bajo la hipótesis de que el actual estado de las bolsas y los mercados responde a una lógica similar a una burbuja especulativa, entonces el comportamiento tan raro deja de serlo: la demanda es mayor conforme el precio sube, las malas noticias son celebradas como si fueran buenas, “lo que no mata, engorda”, cada nueva variante de covid 19 parece alegrar a los mercados, cada récord de inflación es festejado como si fuera “justo lo que se necesitaba”. No hay desgracia que no sea bienvenida por los inversionistas.

Si los mercados están en medio de una burbuja irracional, entonces hay una forma de aprovecharse de su eventual colapso: apostar contra el mercado, invertir de forma que ganemos cuando los precios de las acciones se derrumben.

El problema de tal estrategia es que es cara, y se encarece conforme las bolsas marcan récord tras récord, obligando a decenas de apostadores a abandonar dicha estrategia y con ello potencian el alza imparable. Incluso si el mercado está irracional, ya Keynes tenía también una advertencia: “el mercado puede permanecer irracional más de lo que puedas permanecer solvente”. Quien ha apostado contra este mercado se ha arruinado, y quien ha apostado en favor de la burbuja irracional se ha hecho muy rico.

La burbuja especulativa es el mejor argumento de si misma. Nadie puede resistirse a hacerse rico rápido, nadie quiere escuchar a los precavidos que alertan de una posible corrección, pues hacerles caso es perderse esta fiesta imparable de ganancias bursátiles que, irracional como es, obliga a los racionales a hacer lo racional: subirse a la ola de euforia y ganancias sin recato, o de lo contrario, serán visto como perdedores y aguafiestas, algo que nadie quiere en su sano juicio.

sábado, 4 de diciembre de 2021

Frida Kahlo, Bitcoin Y El Fin Del Dinero Gratis

Fieles a su estirpe electrónica, las criptomonedas no descansan y operan activamente incluso los días de asueto, mientras las bolsas de valores del mundo descansan. Es difícil saber cómo operarán el lunes que esta edición de Excelsior esté disponible a los lectores, pero en algún momento de este fin de semana Bitcoin y la tribu de criptomonedas se desplomaban más de 30 por ciento. Hemos insistido aquí que quizá parte del éxito detrás de las cripto se encuentre en la misma causa que está inflando al resto de los activos: el dinero gratis de los bancos centrales, el cual, a juzgar por las declaraciones del presidente de la Fed, podría estar a punto de terminar.

Los inversionistas adquieren activos financieros por una razón muy sencilla: porque compran los derechos a recibir un flujo de efectivo futuro, como es el caso de bonos y acciones. Compran materias primas, como cobre y petróleo, porque alguien los usará para producir viene. O compran obras de arte para decorar sus casas, o porque la belleza de la pieza es deseada por otros y su valor crece. O compran casas para vivir en ellas o venderlas a alguien para que moren en ellas después.

Los inversionistas no pueden vivir en una bitcoin. Las bitcoin no sirven para encender los motores de nuestros autos, ni nos sirven para decorar nuestra salas. Ni generan un flujo de ingresos futuros.

Bitcoin y las criptomonedas aspiran a ser únicas e infalsificables como una pintura de Frida Kahlo, las cuales acaban de imponer un récord para una obra de un artista latinoamericano. Algunos críticos de arte suscribirían el acerto de que, como la obra de Frida, el mercado está pagando mucho más de su verdadero valor intrínseco.

Que Frida sea la artista latinoamericana más cara quizá tenga tres factores: su calidad plástica; la moda permanente en que su biografía y mercadotecnica la han convertido; y el exceso de liquidez que los bancos centrales han inyectado en las economías en años recientes y que han elevado el precio de múltiples activos muy por encima de su valor intrínseco, desde los cuadros de Frida, hasta la carta de Lio Messi y Neymar, hasta llegar a las absurdas criptomonedas, cuyo precio no guarda proporción con ninguna utilidad posible.

La semana pasada Jerome Powell, el presidente de la Fed, el banco central de los Estados Unidos emitió un preocupante mea culpa: admitiendo que se había equivocado en tipificar la inflación en niveles récord de treinta años como un fenómeno transitorio, y no como un choque de mayor duración. Dichas palabras podrían significar que la Fed está por acelerar el ritmo del retiro de la liquidez de la economía y también que subir las tasas de interés, del actual cero por ciento, a un nivel neutral. En otras palabras, que el fin del dinero gratis está más cerca de lo que el mercado pensaba y está preparado a aceptar.

Es imposible ignorar la importancia de lo que lo anterior implica. Si el banquero central más poderoso del mundo admite que la inflación le está ganando la partida, y que se equivocó respecto de su duración, quizá implique, como mínimo, que las tasas de interés de los Estados Unidos deberán de ajustarse hasta un nivel compatible con la inflación permanente. Ese nivel es de al menos 2.0-2.5 por ciento, pero podría ser mayor si la inflación persiste incluso una vez que el efecto de la base de comparación se haya desvanecido en los próximos diez meses.

Si en efecto la Fed, pronto o más tarde, gradual o súbitamente, está por retirar su colosal incentivo monetario, y temprano o tarde, las tasas de interés deberán de adecuarse a los nuevos niveles de inflación, el efecto sobre una constelación de activos monetarios podría ser crítica.

Si el dinero paga una tasa de cero por ciento, entonces no extraña que los inversionistas vean en dijes y detentes como el Bitcoin y las criptos, alternativas de inversión. Pero si el dinero comienza a pagar interés, entonces las criptomonedas  y los activos que no generan flujo de efectivo perderán su atractivo, y ajustarán sus precios, seguidos por aquellos activos cuyo flujo de dividendos está muy lejano en el futuro, como las acciones de empresas tecnológicas.

El súbito colapso que las criptomonedas sufrieron el fin de semana: ¿es un sustito anecdótico en la marcha de las cripto rumbo a la dominación planetaria, como lo afirmarán sus adeptos y creyentes, y resurgirán mañana de entre las cenizas? ¿o se trata de una alerta temprana, de un aviso anticipado de lo que podría venir en el futuro cercano al desaparecer el dinero gratis contra la miríada de activos inflados como la espuma en el mar de liquidez? 

domingo, 21 de noviembre de 2021

Frida: El Arte De Especular, Especular Con El Arte

Especular es todo un arte, especialmente cuando se especula con el arte. La semana pasada la célebre artista mexicana, Frida Kahlo, hizo pedazos todos los récords previos para un artista latinoamericano, luego de que una de sus pinturas, “Diego y Yo”, se vendió por 34.9 millones de dólares en una subasta en Nueva York. Hay tanto dinero suelto por el mundo que no saben qué hacer con él, así que los precios alcanzados por la obra de Kahlo y otros son apenas la espuma de una ola colosal de liquidez.

No debería de extrañar a nadie que el arte y sus productos sean sujeto de la especulación, tal y como las acciones de Tesla, o Bitcoin o el aluminio lo están siendo. La obra de arte, especialmente la de artistas ya fallecidos, tiene una característica deseable para los inversionistas: su escasez. Frida Kahlo ya no puede pintar más, así que sus cuadros en el mercado son escasos y los inversionistas están dispuestos a pagar lo que sea por uno de ellos.

El dinero, sin embargo, es lo más fácil de producir del año 2000 para acá, desde que los bancos centrales, empezando por la FED de Estados Unidos, comenzaron el desorden de inyectar liquidez en el sistema financiero a través de mecanismos cada vez más ramplones y directos.

El dinero ha perdido valor. La constatación de la anterior sentencia es sencilla: el dinero no vale nada, su precio, la tasa de interés, está en cero desde 2020.

Si el dinero no vale nada, pues hay tanto que se regala y no se sabe qué hacer con él, no debería de sorprenderle a nadie que los inversionistas estén dispuestos a pagar por artefactos financieros estrafalarios, como el bitcoin, que aspiran a la escasez y a la rareza, precios que suenan ridículos. Los precios de los cuadros de Kahlo y el Bitcoin no son ridículos, que el dinero cueste cero por ciento si lo es.

Bitcoin y su caterva de cripto monedas anhelan ser cuadros de Frida Kahlo: apreciados por su rareza y escasez, e imposibles de falsificar, así que ambos activos financieros comparten esas características deseables para todo inversionista.

El mercado del arte es más mercado, que arte. Es un error asociar el precio de una pintura a la calidad de la obra o de su autor. Que un cuadro de Frida Kahlo supere en precio a cualquier obra de un artista latinoamericano no está asociada al valor artístico de la pintura. El mercado tiene razones que el arte desconoce.

En la subasta de la semana pasada, que en México fue destacada por el precio del cuadro de Kahlo, los récords cayeron uno tras otro. Por ejemplo, cuatro cuadros de Van Gogh se vendieron por un total de 161 millones de dólares, y una escultura de Alberto Giacometti se vendió por 78.4 millones. Los precios parecían no tener límite.

Algunos análisis estadísticos asocian los ciclos del mercado del arte a los del mercado de valores. Creen encontrar en las cúspides y valles de los precios pagados por obras de arte, una anticipación de lo que ocurrirá luego en las bolsas de valores. Otros especialistas descreen de dichas conjeturas y aseveran que ambos mercados tienen vida independiente, pues la obra de arte no es replicable como lo son los bonos, las acciones y el mismísimo dinero en circulación, que es fácil de crear y falsificar.

A despecho de lo anterior, ambos mercados comparten una característica: son susceptibles a la liquidez. Si el sistema financiero está inundado de dinero como lo está ahora, los precios que los inversionistas están dispuestos a pagar por el riesgo en Wall Street, y por el arte en Sotheby’s, se comportarán de manera similar.

Los subastadores de galerías y casas de arte sostienen que pocas veces en el pasado ha sido tan fácil vender arte, que los coleccionistas han dejado el paso a los inversionistas, y que el arte es percibido como un activo especulativo, más que un dije estético y una reserva de valor para los coleccionistas.

 Wall Street tiene una enorme ventaja respecto de Sotheby’s: la liquidez. Comprar y vender arte no será nunca tan fácil como la transacción de valores. El mercado del arte es más pausado y físico que el financiero, y la obra plástica contrasta con el etéreo activo que es el derecho a recibir ganancias detrás de una parte accionaria.

Pero en mercados que queman como el actual, en donde la liquidez brota por los poros del sistema financiero, el dinero busca desesperadamente en dónde materializarse, ya sea en el derecho a recibir intereses o dividendos de los bonos y acciones; en la estrafalaria aspiración a la rareza de las criptomonedas; o tras el disfraz estético de una obra maestra de Frida Kahlo.

Esto ocurre y seguirá ocurriendo mientras el dinero valga nada. Mientras su precio siga siendo cero como lo es hoy, porque en cuanto el dinero comience a costar, el mercado de arte y otros, será mirado con distintos ojos.

domingo, 7 de noviembre de 2021

El Banxico Y El Precio De Las Tortillas

Solemos decir que la inflación es un impuesto. No es correcto. Cuando un precio sube alguien lo paga, pero también, alguien lo recibe. La inflación entonces funciona como un impuesto para quien lo tiene que pagar, pero como un premio para quien lo recibe. No es difícil ver que quien lo paga son quienes no tienen activos, es decir, los pobres, y quienes se benefician son quienes venden los bienes y servicios, es decir, los abastecidos. Este fenómeno es más agudo cuando la inflación viene por el componente más importante del consumo de los pobres: los alimentos, y eso es justo lo que está pasando estos días.

Entre menos afortunado se es económicamente, mayor es la proporción del consumo dedicado a los alimentos. Los afluentes dedican ya una parte mínima de su consumo a los alimentos, y una mayor parte a bienes y servicios de lujo, por lo que cuando la inflación es producida por presiones en el rubro de alimentos, quienes más padecen son los pobres.

En las últimas décadas, por ejemplo, en los países desarrollados la inflación viene de sectores como el de la salud y la educación privadas, y en el de bienes raíces, en donde los precios se han incrementado irrefrenablemente. Para los pobres, la inflación las presiones de precios en esos sectores no son tan importantes por el triste hecho de que no tienen acceso a los mismos.

Un vistazo rápido a algunos indicadores nos muestra lo crítico que este comportamiento de la inflación puede convertirse si no se resuelven en el mediano plazo las condiciones que lo producen: cuellos de botella en múltiples insumos, saturación de rutas comerciales y de almacenamiento, falta de trabajadores agrícolas y de transporte, altos precios de los fertilizantes, etcétera.

En México, por ejemplo, la inflación general al mes de septiembre fue de 5.8 por ciento, muy por encima del objetivo de 3 por ciento buscado por el Banxico. Pero dicha cifra, medida por el índice de inflación de precios al consumidor (INPC), es un promedio de una centena de bienes y servicio, así que el índice mo revela lo que ocurre en el nivel del consumo de alimentos.

Pero las oficinas de datos suelen proveer una riqueza de datos que permiten analizar los detalles, como es el caso del INEGI y el Banxico, quienes publican varios niveles de desglose del comportamiento de los precios. En particular, la “Canasta de Consumo Mínimo”, la cual refleja de manera más precisa la inflación del sector de alimentos, registra una tasa anual de 6.8 por ciento, un punto completo por encima de la inflación general.

Lo que ocurre en México acontece en casi todas las economías: la inflación de alimentos está superando el ritmo de incremento de los precios generales, lo que implica una caída en el salario real y un incremento en los márgenes de beneficio de las empresas productoras y de sus accionistas. En otras palabras, una regresión en la distribución del ingreso y la riqueza.

La inflación en el sector de alimentos presenta una complejidad: son menos susceptibles a la acción de la política monetaria de los bancos centrales. Tan es así que el indicador preferido de los banqueros centrales es la “inflación subyacente”, que excluye la medición de los precios agrícolas y de energía, por su volatilidad.

La inflación de alimentos, por tanto, va más allá de la política monetaria que busca controlar la inflación en si, y debe de ser atendida por otras medidas.

Para la política fiscal la inflación de alimentos también es complicada de atenuar. Subsidiar alimentos es muy difícil, pues hay múltiples oferentes y demandantes. No es como subsidiar el boleto del Metro o del autobús, o proveer transferencias generales a los pobres. Es muy complicado etiquetar las transferencias para exclusivamente el consumo de alimentos. La emisión de vouchers o timbres, es una solución imperfecta, pero es proclive a la falsificación, al clientelismo y la corrupción.

Los bancos centrales están, en su mayoría, apostando a que la inflación general está sufriendo un incremento temporal. Suponiendo que así sea, no es garantía que la inflación de alimentos sea igualmente temporal, y abatir dicho problema requiere del concurso de herramientas más allá de los alcances de la política monetaria, pues es un problema de oferta, no de demanda.

El Banxico por ejemplo, no puede hacer gran cosa para abaratar el precio de la tortilla o los frijoles, o las pizzas, que tan importante son para la “Canasta de Consumo Mínimo”. Pero la inflación de los alimentos suele alimentar expectativas de inflación general, y pesan mucho en el ánimo de las sociedades si no se doma a tiempo.

domingo, 31 de octubre de 2021

¿Cuánto Hay Que Pagar Para Salvar Al Planeta?

Si destruir al planeta tuviera un precio, lo cuidaríamos. Pero como destruirlo ha sido un gran negocio, estamos acabando con él hasta el punto de no retorno. Los líderes mundiales han puesto sus esperanzas en esquemas diseñados por los economistas para tratar de detener la destrucción. Pero no ha servido. La razón quizá sea que para salvar al planeta necesitamos un mercado planetario de premios y castigos., sobre todo de estos últimos, dada la emergencia climática en la cual estamos; o quizá sea ignorar a los economistas y ser más radicales en nuestra defensa del medio ambiente global.

Destruir al planeta ha sido un gran negocio. Allí donde el capitalismo es más antiguo, la biodiversidad y la naturaleza se encuentran en un estado desastroso, y las últimas selvas y bosques coinciden con aquellos países en donde la riqueza capitalista se encuentra subdesarrollada.

Los países desarrollados, que acabaron hace siglos con su porción de planeta, quieren ahora detener la destrucción ecológica, y los países emergentes, como Brasil, reclaman su derecho a despedazar la amazonia para tener una vía barata al desarrollo: la de materias primas baratas a costa de la selva en vez de desarrollar la ciencia y a tecnología.

La COP26, es la vigésima sexta cumbre ambiental organizada por la ONU con el fin de retomar el espíritu y las políticas lanzadas desde 1992 en Río de Janeiro. ¿Qué ha ocurrido con las emisiones de gases de efecto invernadero en los veintiocho años que la ONU ha intentado revertirlas a través de las COP? Se han incrementado en más del 60 por ciento. El único año en que hubo una reducción fue en 2020, cuando el mundo estaba enclaustrado por culpa del Covid 19. 

Este dato sólo bastaría para catalogar los esfuerzos por detener la destrucción del medio ambiente como un enorme fracaso. Y lo es, salvo por el hecho de que sin las COPs, la destrucción ecológica quizá habría sido peor.

Por supuesto que aún quedan infames, como Jai Bolsonaro, y Donald Trump, y sus millones de seguidores, que aseguran que no existe el cambio climático, y que es un fantasma comunista para ponerle impuestos a las compañías y detener el desarrollo libre de los países.

De repente esos infames logran convencer a una mayoría de la población y tenemos movimientos negacionistas que detienen los esfuerzos por revertir el cambio climático. Pero la buena noticia es que la política verde, es decir, aquella que pone en el centro la reversión del deterioro ambiental global, ya es de consenso general, y ha alcanzado incluso a Wall Street y la cultura corporativa, en donde el acrónimo ESG (ambiental, social, y gobernanza) está de moda.

Y sin embargo, a pesar de la predominancia de la cultura verde en el ambiente político, financiero y empresarial, la devastación del planeta y su biodiversidad no se ha detenido, y a juzgar por las cuentas de los ecologistas más consecuentes, estamos ya en el borde del punto de no retorno, en donde las consecuencias para la vida y la sociedad humanas de la destrucción ambiental, serán irreversibles.

La temperatura promedio global sigue aumentando, y esta sea quizá la medida más elocuente de la continua destrucción ambiental, cada año marca un récord máximo de calor 

La COP26 necesita concluir esta semana con dos acuerdos muy sencillos: incluir a todos los países del mundo dentro de sus objetivos de reducción de emisiones; y establecer penalidades ejecutables para aquellos que no cumplan las metas en plazos agresivos, no en 2050, sino en 2030, por ejemplo.

Hay espacio para tener esperanza. Las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos alcanzaron un máximo en 2005 y desde entonces han descendido (compensadas por aumentos en China, Brasil y otros países), y países como Noruega y Suecia han demostrado la factibilidad de tener una movilidad eléctrica. China incluso ha tomado una instancia más radical que los Estados Unidos en los últimos dos o tres años, a pesar de la crisis energética que la implica su dependencia del carbón.

La destrucción del planeta es un resultado de la forma en que el mundo está organizado económicamente: el privilegiar las ganancias individuales y corporativas por sobre el interés lleva necesariamente a la dilapidación de la riqueza comunitaria, y nuestra planeta es lo más común que tenemos como especie.

domingo, 24 de octubre de 2021

Estados Unidos Vs China, Y La Inflación Global

Los cuellos de botella se curan produciendo más del bien o servicio que causa el estrangulamiento, no subiendo las tasas de interés. Es por ello que la Fed y otros bancos centrales del mundo piensan que el actual repunte en la inflación no debe de ser atendido mediante una urgente restricción monetaria, sino que se debe de dar tiempo a que los múltiples sectores que están causando un estrangulamiento de las cadenas de suministro globales, adapten su producción al nuevo nivel de demanda. Tienen razón, pero quizá se equivoquen.

Tomemos por ejemplo los semiconductores o chips, cuya escasez está provocando atascos en múltiples sectores, quizá el más notable, el automotriz. Existe en este momento una demanda de autos nuevos no cubierta debido a que las automotrices se han visto forzadas a recortar su producción de unidades debido a la falta de chips. Lo anterior ha producido un fenómeno inédito: los precios de los autos usados se han disparado, incluso al punto que, para algunos modelos en Estados Unidos, el usado tiene un precio mayor al nuevo.

Si la ausencia de chips y de autos se debiera a una demanda excesiva, los bancos centrales tienen un librito sobre lo que hay que hacer, enfriar la demanda mediante una restricción de las condiciones monetarias: restringir la liquidez y/o subir las tasas de interés.

Pero si la escasez de autos se debe a un problema de oferta, pues uno de sus insumos, los chips, escasean, el librito de los bancos centrales dice que no se puede hacer nada pues reducir la demanda de autos no resolverá la escasez de chips.

Desde la perspectiva de la cadena de suministro de autos el razonamiento es correcto, faltan autos no porque haya un exceso de demanda de los mismos, sino porque la oferta se cayó. Pero si uno se fija bien, si hay un exceso de demanda en algún lado de la cadena: en particular de chips.

La escasez de chips no obedece a un problema de oferta, su insumo principal, la sílice, es el más abundante en la tierra, sino que la demanda excesiva que experimentaron los chips durante la pandemia, al dispararse la demanda de computadoras y videos para trabajar desde casa, secó la oferta global de semiconductores y ha provocado el subsecuente cuello de botella en el sector automotriz y en otros, como el calzado deportivo, y los electrodomésticos, por ejemplo.

Pero hay algo más intangible que las cadenas de suministro que pudiera estar afectando más allá del corto plazo la oferta global. El Reino Unido votó por separarse de la Unión Europea; el principal fabricante de semiconductores del mundo, Taiwán, sufre crecientes amenazas por parte de su vecino; Estados Unidos y China, la relación comercial más voluminosa del planeta, se han levantado aranceles y barreras comerciales recíprocas; Estados Unidos ha abandonado acuerdos comerciales multilaterales; Turquía, Polonia, Hungría y otros se sustraen a si mismos de acuerdos multilaterales y se encierran. 

En otras palabras, el largo período liberal de apertura comercial y libre flujo de factores parece interrumpirse, y en algunos casos como los mencionados, parece incluso revertirse.

Lo destacable aquí es que existe una reversión a la tendencia de la apertura comercial global que contribuyó a lo largo de las últimas cuatro décadas a que la inflación desapareciera, y que incluso viéramos en muchas zonas geográficas y durante períodos prolongados de tiempo, episodios de deflación.

Esta reversión de la apertura comercial global, junto con los choques localizados de oferta en múltiples sectores, han provocado una reflación generalizada en la economía global. Los bancos centrales más grandes del mundo están apostando a que el efecto inflacionario será temporal, y que no deben de aumentar por el momento las tasas de interés, pues las cadenas de suministros se reestablecerán pronto y la inflación cederá.

Pero la fuerza centrífuga que amenaza con dislocar al comercio global, revirtiendo el multilateralismo comercial predominante durante las últimas décadas quizá no sea tan pasajera, pues obedece a un factor muy complejo: la disputa hegemónica entre China y Estados Unidos, cuya resolución no será sencilla y quizá nos cueste a la economía del mundo, un período incierto de mayor inflación.

domingo, 17 de octubre de 2021

El Síndrome De China

La economía actual es geopolítica, si no pregúntenle a las empresas estadounidenses y europeas haciendo cola para recibir los suministros chinos de los cuales dependen críticamente pues sus proveedores han recibido una orden muy clara: primero las empresas y los consumidores chinos, y después los demás. Las empresas occidentales están siendo víctimas de su propia estrategia. Hace treinta años apostaron el aumento de sus ganancias en los bajos costos salariales y de insumos de China, hoy esa decisión las condena.

El modelo económico chino es peculiar. A la vez similar y distinto al de occidente : es una máquina poderosa de manufactura y servicios bajo los principios de rentabilidad del capitalismo, pero en el límite, está regulado por las consideraciones políticas y estratégicas del partido comunista chino. 

Es como si los Estados Unidos estuviera sujeto a una economía de guerra. Empresas y mercados privados, pero con la burocracia determinando los objetivos estratégicos. 

El modelo de economía descentralizada de los Estados Unidos, que tan bien funciona en tiempos de paz y de libre comercio, muestra sus vulnerabilidades en momentos de crisis, como la pandemia, durante la cual millones de ciudadanos, alegando su libertad de elección, se han negado a las directrices generales de vacunación y mantienen vivita y coleando al coronavirus.

La misma fe en la libertad, esta vez económica y comercial, llevó a las empresas de occidente (con la notable excepción de Alemania) a desindustrializar sus países para reducir los costos de producción e instalándose en China, en donde los salarios y los costos de los insumos les daban una ventaja competitiva en el mercado global.

China ha sabido aprovechar el influjo de capital, financiero, tecnológico y humano dentro de sus fronteras y se ha convertido en una potencia económica global con empresas de un poder formidable capaces de batir a sus rivales occidentales, y está aprovechando la dependencia que ellas tienen de sus proveedores chinos, para mostrar el poder geopolítico que tiene sobre la producción global.

El orden neoliberal quizá se haya equivocado gravemente en apostar todo al criterio de eficiencia. Su fe absoluta en que la optimización de los costos y la optimización de las ganancias es el único criterio que debe de ser considerado ara localizar la producción a lo largo y ancho del planeta, necesariamente condujo a la manufactura global a la zona de influencia de China en Asia, y ahora está pagando las consecuencias.

China es soberana en sus decisiones, y ha decido por ejemplo, reducir su dependencia del carbón como fuente de energía. Para ello ha establecido metas y planes rigurosos que está cumpliendo, pero ha habido un costo: la energía ha escaseado y por lo tanto la producción de múltiples bienes se ha visto reducida y ha provocado cuellos de botella abundantes en la segunda mayor economía del mundo.

Pero si las empresas chinas están sufriendo escasez de insumos y materias primas, aquellas empresas occidentales que a su vez dependen de dichas empresas chinas, enfrentan con mayor agudeza las disrupciones de sus cadenas de suministro y no tienen de corto plazo un sustituto a los bienes y materiales que les proveen los corporativos de ese país.

China atenderá por supuesto primero sus necesidades domésticas antes de atender las de occidente, aunque le ofrezcan mayores precios porque el capitalismo chino se decide en los escenarios estratégicos del partido comunista y no en la arena descentralizada del sistema de precios.

La divergencia, al menos en este momento, entre el capitalismo chino y el capitalismo occidental, favorece de manera clara los planes de expansión económica y geopolítica del coloso asiático.

La lucha por una mayor cuota de hegemonía global pasa por decisiones estratégicas en donde muchas veces el sistema de precios no envía las señales indicadas. A veces es necesario sacrificar rentabilidad y ganancias con el fin de expandir la influencia geopolítica. Lo anterior el capitalismo chino lo lleva en el corazón. Para el capitalismo estadounidense, tal dictum es anatema.

domingo, 10 de octubre de 2021

El Sueño De La Inflación Produce Monstruos

Goya, el padre de la pintura moderna, acuñó la frase que parafraseamos en este título en un grabado de su serie de “Los Caprichos”, y pensé que podría servir para llamar la atención sobre la laxitud con la que los bancos centrales están tratando el riesgo de que la inflación se les vaya de las manos y no sea únicamente un susto temporal, sobre todo porque la evidencia abunda en el sentido de que una conjunción de choques desfavorables: escasez de insumos claves, y precios de la energía disparados, podrían apoyar un escenario de precios crecientes durante un período prolongado de tiempo.

La semana pasada tan sólo, y únicamente en México, dos noticias destacaron en este sentido. Las plantas de Ford en Hermosillo, y de Nissan en Aguascalientes tuvieron que detener su producción ante la falta de insumos, especialmente de semiconductores, críticos para el funcionamiento de los autos que producen y exportan.

Las dos plantas mencionadas son icónicas, de las más antiguas y grandes del país, y son un síntoma de un mal mayor: la escasez de chips está haciendo estragos en la industria automotriz y muchas otras del mundo, debido a la altísima demanda que los artefactos de comunicación y gráficos tuvieron durante la pandemia y que dejaron sin chips al resto de los productos.

Pero los semiconductores son apenas uno de los múltiples sectores en donde la escasez de oferta es crítica: el petróleo y el gas natural enfrentan un agudo desbalance en sus mercados y los precios se están disparando; derivado de lo anterior los precios de electricidad despegan ante la falta de capacidad instalada e insumos; en múltiples medicinas ocurre un fenómeno similar de escasez; y lo que es más importante, en variados sectores y en una cantidad creciente de países, las ofertas de empleos (sobre todo calificados) son mayores a la demanda de los mismo, y por primera vez en décadas, se perciben presiones de costos salariales y ventajas del factor trabajo en las negociaciones frente al capital.

Es tan seria la falta de oferta que en economías como la mexicana, el impacto está ya sintiéndose en la economía en general. El 2021 comenzó con una muy robusta recuperación de todos los sectores de la economía, pero a partir de mayo los paros y recortes en la industria automotriz, la más importante en términos de exportaciones y empleo en México, han hecho que la recuperación general se debilite al extremo que los datos del PIB podrían estar cerca del estancamiento rumbo a finales del año si no se resuelve para entonces la crisis de chips. Y no se resolverá a juzgar por la información disponible para dicho sector.

Los cuellos de botella por el lado de la oferta presentan un dilema para los bancos centrales. Algunos, como el Banco de México, reaccionan a la inflación producida por la sacudida de la oferta aumentando las tasas de interés para anclar las expectativas e impedir que los mayores costos se transfieran a precios al consumidor. Otros, como la Fed, son complacientes y a pesar de registrar datos récord deciden dejar las tasas de interés en cero pues dicen que subiéndolas alimentarían expectativas de inflación en un contexto en donde los precios crecientes son de naturaleza temporal. 

Lo cierto es que la dislocación de la oferta, de las cadenas de suministro, no únicamente se está reflejando en mayores precios, sino en menor producción y empleo, como lo muestra el caso de la industria automotriz mexicana. Esta mezcla de riesgos es inusitada para la economía global, quien en los últimos cuarenta años disfrutó de un entorno inverso: amplia oferta y bajos precios, bajos costos laborales y apertura comercial generalizada.

Las barreras comerciales a China, las restricciones de ese país a una multitud de empresas, los cuellos de botella que surgen por todas partes, están confluyendo para configurar un escenario complicado e inédito, de difícil abordaje para la política monetaria exclusivamente. La política fiscal también ha visto como la expansión de su rol mediante apoyos y subsidios, ha acentuado los efectos de los cuellos de botella y limitado su efectividad.

El freno en la recuperación que se adivina en México no es exclusivo del país, sino un fenómeno global determinado por las causas aquí reseñadas. Esta semana se llevan a cabo las reuniones anuales del FMI y Banco Mundial en Washington y será muy interesante conocer el tono de los comunicados para saber que fue lo que el Covid se llevó.

sábado, 2 de octubre de 2021

Tapando La Inflación Con Un Dedo

Todo, hasta el dinero gratis, tiene un costo. Existe un escenario posible en los próximos años, si no es que meses, en que la economía global puede descomponerse. Si la Fed, Banco de México y los grandes bancos centrales son incapaces de moderar la resurgente inflación, tendrán que subir sus tasas de interés de manera abrupta y apresurada. En dicho escenario, muchísimos activos financieros cuyos precios se han disparado la última década, sufrirán un pinchazo y provocarían caídas en las bolsas globales, atascando la recuperación económica post-covid.

Para los banqueros centrales más importantes, especialmente de la Fed de Estados Unidos, el riesgo del escenario anterior es muy pequeño, y aseguran que las altas tasas inflacionarias publicadas en meses recientes son pasajeras y que pronto bajarán a niveles aceptables. Las bolsas de valores del mundo, deseosas de que los bancos centrales mantengan las actuales condiciones de extrema liquidez, suscriben dicha visión.

Pero muchos economistas tememos que la Fed esté tratando de tapar el sol con un dedo, ignorando el peligro de que los datos recientes de inflación no sean permanentes y que puedan ser la reversión de la tendencia deflacionista de las últimas tres décadas.

Durante los últimos treinta o cuarenta años la bajísima inflación ha permitido un hecho inusitado: tasas de rendimiento de los bonos extremadamente bajas, hasta llegar a cero o incluso negativas en muchas economías. Una anomalía histórica.

Como el precio de los bonos va en dirección contraria a sus tasas de rendimiento, los inversionistas en bonos han hecho fortunas impresionantes estos últimos treinta años, y han creado el sustrato para que los mercados de acciones, especialmente los de acciones tecnológicas, disfruten el mayor y más dilatado rally de la historia financiera del mundo.

Pero todo se acaba. Y aunque es difícil prever, e imposible asegurar, que esta festiva fiesta de las bolsas está por acabarse (pues ha logrado brincar todos los obstáculos que se le han puesto), no sería sorprendente que, de materializarse el riesgo de un repunte inflacionario que no sea temporal, los precios de los títulos bursátiles y otros valores sufran un descalabro o contengan el alocado ascenso que ha hecho feliz a millones de inversionistas en el mundo.

Tomemos por ejemplo a Tesla, o Amazon, compañías ejemplares que han disrumpido en sus sectores con notables avances tecnológicos, no tienen ganancias, y por lo tanto no distribuyen dividendos a sus accionistas. Como la gran mayoría de las compañías del Nasdaq, se espera que Tesla y Amazon comiencen a pagar dividendos en un futuro aún distante.

Quien invierte en acciones busca ultimadamente un flujo de efectivo, y si dicho flujo está lejano en el futuro entonces será muy susceptible a altas tasas de interés. Por eso las condiciones existentes, de tasas de interés prácticamente en cero, son tan favorables al inflamiento de este tipo de activos, o de incluso de aquellos que no producen ningún flujo, como las criptomonedas.

Y ese es justo el riesgo que podría concretarse en caso de que la inflación no sea temporal y las tasas de interés remonten hacia niveles superiores al 2 por ciento en un período corto de tiempo: podrían desinflar los activos disparatados. Podrían pinchar más de una burbuja inflada con dinero gratis.

Hay otra consecuencia. Como los precios de los bonos se mueven en sentido inverso a las tasas, aquellos que posean bonos (entre mayor el plazo peor) podrían tener minusvalías severas dependiendo de la magnitud y la velocidad de la remontada de las tasas.

A pesar de que hemos resaltado aquí los riesgos de que el escenario de reflación se materialice, la historia de los últimos treinta años muestra que las repetidas ocasiones en que se ha vaticinado una reversión de la tendencia deflacionista, han sido fallidas, y luego de una pausa las tasas vuelven a bajar y los mercados a subir. Esta podría ser una de esas ocasiones de nuevo, pues la pandemia ha acelerado la adopción de nuevas tecnologías que acentuarán el crecimiento de la productividad y abatirían los factores que de corto plazo están disparando a la inflación.

Cuál de los dos efectos, los que aceleran a la inflación, o los que empujan a la productividad, acaben por dominar, determinará la suerte de mediano y largo plazo de las bolsas y la economía. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo que el horizonte no estaba tan borroso.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Temporada de Gavilanes

La economía del mundo, especialmente en Estados Unidos y Europa ha gozado en los últimos cuarenta años de una ausencia de inflación e incluso, de deflación. Este extremadamente favorable entorno de costos y precios coincide con la incorporación de China y el sureste asiático al mercado global. Parece entonces seguro afirmar que la colosal producción china ha contribuido a la estabilidad global de precios, y por ello es importante sopesar si las restricciones comerciales, de inversión y políticas ante la nación asiática no implican una reversión, así sea parcial, del ciclo inflacionario.

Las tasas de rendimiento de los bonos en prácticamente todos los mercados del mundo se han trepado de manera agresiva en el curso de los últimos doce meses. Ejemplificando con el más importante de todos, el de Estados Unidos, las tasas del bono líder, el de 10 años, se han subido de 0.69 en septiembre de 2020, a 1.47 por ciento (recordemos no obstante, que en septiembre 2019, antes del covid, se cotizaba en 1.68 por ciento). Tal incremento se ha producido en un contexto en que la inflación estadounidense ha marcado máximos de cuatro décadas: en septiembre de 2020 la inflación anual se reportaba en 1.4 por ciento, mientras que en agosto pasado cerró en un álgido 5.3 por ciento.

Lo más notable sin embargo es la inflación al productor, la cual se ubicaba en -1.2% a tasa anual hace un año, y en julio registró un récord histórico de 9.6 por ciento, antes de ceder a 8.3 por ciento en agosto.

La plaza pública, el mercado, y los analistas parecen estar divididos en los extremos: gavilán o paloma, pesimistas u optimistas. Quienes piensan que los datos contundentes que acabamos de enlistar son casi una ilusión pasajera y que solita la economía regresará a una inflación cercana al 2-3%, y quienes piensan que los datos son la señal inequívoca de una regresión a los años de alta inflación y bajo crecimiento.

Ambos extremos representan implicaciones extremadamente importantes para la economía global, pero particularmente, para los mercados financieros, pues en cada extremo la tasa de interés de equilibrio es distinta. Y la tasa de interés puede ser la cola que mueva a todos los perros.

Si los datos recientes de alta inflación demuestran ser pasajeros, entonces la tasa de interés podrá permanecer pegada al cero por ciento aún durante varios meses, y después subir suavemente hasta la zona del 3-4 por ciento en los próximos tres años. Este es el escenario descontado por los boyantes mercados bursátiles, que apuestan a que nada saldrá mal y los bancos centrales podrán mantener la sintonía balanceada entre inflación y crecimiento.

Si los registros de inflación persisten y en los meses siguientes permanecen por encima del 4.5 por ciento en los Estados Unidos, entonces los bancos centrales tendrán que reaccionar de manera forzada para evitar un deterioro del poder de compra de los consumidores, jaloneando la tasa de interés más rápido de lo que los mercados están creyendo.

Este último escenario podría implicar un ajuste brusco de las bolsas y los activos financieros, dados los supuestos sobre los cuales se han construido los escenarios de precios y dividendos en las acciones y bonos en la última década.

Es arriesgado apostar cuál de los dos escenarios prevalecerá, pero lo que si podemos saber, porque ya ocurre, es que un elemento clave de la tendencia de largo plazo parece en reversión: el flujo irrestricto de materias primas, bienes y servicios provenientes de China ha comenzado a limitarse, en algunos sectores y lugares de manera significativa, y eso está sacudiendo las cadenas de suministro en múltiples sectores, revirtiendo una tendencia de varias décadas en que los productos chinos han empujado la eficiencia global. Desde los semiconductores a los muebles, desde el acero a los equipos médicos, los productos e insumos chinos están experimentado una fricción inédita.

Al menos una causa de estas restricciones a China no es temporal. El imparable ascenso económico chino necesita corresponderse con poder político y militar, traducido en una expansión en su área de influencia geográfica lo cual ha chocado ya con el estatus quo de la hegemonía estadounidense. La disputa por le hegemonía global es la razón para las restricciones económica a China, y su efecto no será temporal. Cuando lo que está en disputa es el poder, muchas veces los negocios deben de sufrir. ¿Será está una de esas ocasiones? Si es así, estaremos entrando en temporada de gavilanes, y no de palomas.

sábado, 18 de septiembre de 2021

¿Qué Hacemos Con Los Bancos En México? ¿Alguna Idea?

Las guerras se ganan con ejércitos y con dinero, y por una diversidad de razones México es notoriamente menor en esos dos aspectos en el comparativo mundial. Quizá la baja capacidad militar mexicana obedezca a la vecindad con la mayor potencia bélica del mundo: los Estados Unidos. Pero es difícil explicar cómo México, una de las mayores economías del planeta cuente con un sistema financiero tan infra-desarrollado. La penetración, cultura, y alcances del sistema bancario y financiero domésticos son similares a los de países con nivel de desarrollo muchísimo menor. Mas que un acertijo, es una vergüenza.

Por su población México es el onceavo mayor país del mundo. Por el tamaño de su economía, se ubica en la posición quince o dieciséis entre todos los países. México es una potencia exportadora, y uno de los mayores destinos de inversión extranjera directa. Si omitiéramos a las mayores economías, México es sin duda dentro de las llamadas economía emergentes, una verdadera potencia. Su inclusión en el G-20, el grupo de países más relevantes es un reconocimiento del peso tan relevante que nuestro país tiene en la arena global.

Pero un vistazo a algunos indicadores muestra el alarmante e inconcebible rezago que la población y la economía mexicana tienen en un sector clave para la competitividad general: el financiero.

Mientras que en los países nórdicos prácticamente el ciento por ciento de la población tiene una cuenta bancaria; en un país que sufren embargo económico como Irán éste índice cae a 93 por ciento; en el país con mayor número de pobres del mundo, la India, el porcentaje de cuentahabientes bancarios se derrumba a 79 por ciento; en la diezmada Venezuela tan solo el 73 por ciento de la población posee cuenta en el banco; mientras que en uno de los países más pobres del mundo, Rwanda, el porcentaje se desploma a 36.7 por ciento. 

¿Por qué en México sólo el 35.4 por ciento de los habitantes tienen una cuenta bancaria? ¿Por qué y cómo es posible, que la quinceava economía del mundo ocupe el lugar 101 en ese indicador crucial para la salud financiera de la población y de la economía en general?

Quizá el anterior sea el indicador más dramático y vergonzoso de la ínfima penetración del sector bancario en México. Pero otras cifras ayudan a terminar de ilustrar la calamidad: en Canadá (el líder en este tema) el 83 por ciento de las personas mayores de quince años cuentan con tarjeta de crédito; en Estados Unidos la cifra es de 67 por ciento; mientras que en España llega al 54 por ciento. En Perú el índice es del 11 por ciento y en Tailandia, del 10 por ciento. En México, que ocupa la posición 73 de 142, el dato es de un mínimo 9.53 por ciento.

Pero la banca mexicana no discrimina, no únicamente da tarjetas de crédito a un porcentaje mínimo de la población, a todo el sector privado trata por igual. El crédito al sector privado como porcentaje del PIB llega a alcanzar hasta 200 por ciento en Estados Unidos y Hong Kong; y en países centroamericanos como Costa Rica (62 por ciento), Honduras (58 por ciento) y El Salvador (52 por ciento), en donde el desarrollo es escaso dicha penetración se desploma. Pero ¿cómo es posible entonces que los extremadamente rentables bancos mexicanos, que llenan de ganancias a sus matrices, solo den crédito al sector privado por el equivalente de 35.3 por ciento del PIB? Por debajo de países como las Islas Salomón, Paraguay y Nicaragua, los bancos en México son un mínimo contribuyente al crecimiento económico y seguramente son una de las principales razones que explican el bajo PIB potencial que aqueja a la economía nacional.

El único rubro en donde la banca de México ocupa un lugar en los primeros lugares es en la comparativa de países en donde los activos bancarios pertenecen a los extranjeros, ubicándose en la posición 28.

Sean nacionales o extranjeros, los bancos en México no cumplen la función para los que el gobierno les autorizó la licencia. No prestan. Ganan mucho dinero. No les va nada mal. Pero ganan por otras razones., no por dar crédito, y lo que mueve a las economías modernas sin dudarlo, es el crédito. Por ciento, el gasto militar mexicano representa tan sólo el 0.52 por ciento del PIB, el lugar 134 del mundo, pero este gasto no es una variable que empuje al resto de la economía como lo hace la penetración financiera en las empresas, familias y consumidores. ¿Qué hacemos con los bancos en México para que presten? ¿Alguna idea?

domingo, 5 de septiembre de 2021

¡Mamma Mia!: ¿El Regreso de La Economía de Abba?

Que el grupo emblemático de la década de los setenta, Abba, haya publicado la semana pada su primer álbum después de cuarenta años, dando a conocer dos sencillos, quizá haga recordar a los economistas lo que pasó en la economía global en aquella década, cuando la inflación se disparó, y el crecimiento se estancó en una dinámica de “freno-arranque”. Una situación que fue llamada estanflación, ilustrando el par estancamiento-inflación que aquejó a las economías, y que según algunos podría ser un riesgo material en el corto plazo.

No es una buena señal, pensarán los economistas, que los setenta se vuelvan a poner en boga. No por los pantalones acampanados ni las disparadas melenas masculinas, sino porque tras el choque económico causado por el alza de los precios del petróleo causado por el embargo de los países que fundaron la OPEP, las mayores economías pasaron toda la década y los principios de la siguiente con un crecimiento sensiblemente por debajo de la tendencia, y con tasas de inflación elevadas.

En 1974 la inflación en los Estados Unidos alcanzó un máximo histórico de 11.05 por ciento, erosionando los ingresos de las familias y diseminando malestar y descontento entre la amplia clase media de ese país. Luego de una breve baja, la inflación volvió a remontar y marcar un nuevo máximo histórico de 13.55 por ciento en 1980.

Mientras Abba marcaba récords de ventas en el mundo con sus álbumes, la inflación en el mundo marcaba también máximos, pero el crecimiento era exiguo y pálido. Entre 1970 y 1982, la economía de los Estados Unidos tuvo tasas de crecimiento negativos en seis años y creció en los otros seis ejercicios, en un patrón que la prensa económica de aquellos años denominó “freno y arranque”, o “stop and go” en inglés.

La inflación anualizada marcada en los últimos meses en las economías avanzadas es la más alta desde que Abba rompía los récords de ventas de los Beatles en aquellos años, y el dato de empleo del mes de agosto publicado el viernes pasado en Estados Unidos, que fue mucho menor al esperado (250 mil nóminas no agrícolas, contra 750 mil esperados) hizo recordar a economistas y mercados aquellos años en que la música disco reinaba, junto con la inflación y el estancamiento económico.

¿Por qué, además de por los discos de Abba, los economistas temen que estos años y el futuro cercano puedan parecerse a aquella década de estanflación?

Porque al igual que los setenta la economía fue víctima de un choque de oferta inesperado que afectó gravemente la cadena de suministro global: en los setenta el embargo petrolero disparó el precio de la energía, mientras que hoy la pandemia covid conculcó la producción y la distribución de insumos en todo el mundo y está provocando incrementos de costos en ritmos no vistos desde los setenta.

El choque de oferta en los setenta y el subsecuente incremento de costos y precio desbalanceó la producción y el consumo y llevó a recesiones alternadas con años de crecimiento mediocre y falta de fuelle. Ese olor a freno y arranque ha estado presente el último año en la economía global, aunque el semáforo en esta ocasión es sanitario. Las reaperturas y restricciones dictadas por la pandemia y el resultado de la vacunación masiva han producido intervalos de crecimiento y estancamiento que recuerdan sin duda aquellos años cuando Abba dominaba las discotecas.

La combinación de un choque de oferta masivo que lleve a la reflación global, junto con arranques y frenos en los datos de producción y empleo tiene a la prensa financiera dibujando paralelismos entre los primeros discos de Abba y el que lanzaron la semana pasada. 

No hay nada por supuesto que haga que Abba sea un talismán económico, un vudú capaz de provocar, con su sola presencia, replicar las condiciones económicas que prevalecían cuando dominaban las listas de popularidad y ventas. Hay una enorme diferencia hoy respecto de entonces: la vasta laxitud monetaria de los bancos centrales que sigue empapando de liquidez a los circuitos financieros. Pero recordemos que la historia cuando se repite, lo hace una vez como tragedia, y la segunda, como comedia.

domingo, 29 de agosto de 2021

Wall Street, La Fed, Y La Magia Del Dinero Gratis

Algunos pensábamos que este mundo raro, de extrema liquidez y mercados perpetuamente al alza era perfectamente posible siempre y cuando se cumpliera un requisito: que no repuntara la inflación. Temíamos que ,si la inflación regresaba, la Fed tendría por fuerza que retirar liquidez y subir tasas de manera abrupta y eso tropezaría a Wall Street. Pasó ya lo primero, pero la Fed está decidida a que no pase lo segundo. Primero tolerar más inflación e incumplir su mandato que tirar los mercados. Powell no quiere pasar a la historia como el que mató el auge bursátil, prefiera ser recordado como el jefe de la Fed al que se le fue la inflación de las manos. 

Cuando tengas un día malo, llámale a la Fed: hay pocas cosas que no se curan con dinero gratis. Así parecen haber reaccionado los mercados el viernes pasado, luego de que Jerome Powell, el jefe de la Fed, dictaminó que, si bien la retirada de la voluptuosa liquidez inyectada durante la pandemia, comenzaría este año, eso no significaba que las tasas de interés comenzarían a subir. Desde el peso mexicano, y las divisas de países emergentes, hasta las materias primas, los bonos de baja categoría, en fin todo, todo subió de precio celebrando la promesa de la prolongación del dinero gratis.

Los padres conocen este efecto: si le dan a sus hijos dinero gratis, sin que les cueste, es probable que induzcan en ellos comportamientos licenciosos e irresponsables. La sabiduría popular afirma que “al que quiera azul celeste, que le cueste”. Si el dinero no cuesta, es probable que se use en bienes, servicios y activos cuyo retorno sea incierto, y por lo tanto, infle los precios de los mismos más allá de niveles lógicos. 

Para evitar una hecatombe económica como resultado del confinamiento de la pandemia, los bancos centrales, especialmente la Fed, irrigaron de liquidez no solo el sistema financiero, sino que encontraron la forma de que dicha liquidez alcanzara sectores que no caen normalmente bajo su égida, como el inmobiliario y el industrial.

La receta funcionó y los Estados Unidos sufrieron en marzo-abril del 2020 la recesión más violenta pero más breve de su historia, estrictamente de dos meses de duración, aunque esos dos meses abarcaron dos trimestres y por ello calificó como una recesión.

Gracias a la conjunción de políticas monetaria y fiscal expansivas, la economía así de rápido como entró, salió de la recesión, y las familias, empresas, bancos e inversionistas, cargados de liquidez, y con la economía cerrada, tuvieron pocas opciones para colocar sus carretadas de dinero, así que los activos financieros: títulos de deuda, acciones, y otros valores, se beneficiaron de la torrencial liquidez.

La Fed, la economía y los mercados se encuentran en un lugar familiar: en una encrucijada en donde Wall Street chantajea con derrumbarse si la liquidez se retira, pues si se derrumban los mercados, los bancos centrales se verán forzados a reinyectar o aumentar la liquidez, ante el temor de que un derrumbe bursátil provoque recesión y desempleo.

Es este pavor a que los mercados se desplomen ante la retirada de la liquidez y el alza de tasas lo que obliga a la Fed y los mayores bancos centrales a no subir sus tasas de interés a pesar de que las tasas de inflación al consumidor y al productor marcan repetidamente máximos multi-décadas o récords históricos en Estados Unidos y otros países.

Uno de los dos objetivos de la Fed es mantener baja la inflación, el cual está incumpliendo flagrantemente pues debe cuidar su segundo objetivo, incentivar el mayor crecimiento posible. Entre el gato y el garabato los mercados aprovechan y chantajean a la Fed: amenazan al crecimiento si les suban las tasas para combatir la inflación.

Por ello los marcados celebraron marcan su máximo histórico 53 en lo que va del año. La marca es increíble, casi en uno de cada tres días de este año los mercados en Wall Street marcan un nuevo récord. Algo que debía de ser, por definición, extraordinario: un máximo histórico, ocurre con aburrida frecuencia. No importa qué tan caro esté el mercado, su alza es imparable, alimentado por caudales de dinero gratis.

Tal exceso de liquidez, con diversos grados de intensidad y volumen, ha sido la norma del capitalismo global desde que Alan Greenspan respondió al desfonde de la burbuja de las punto com en el año 2000. Desde entonces los mercados le han tomado la medida la Fed, y en diversos episodios, y de distintos modos, la han orillado no únicamente a bajar las tasas a cero por ciento, sino a suministrar liquidez más que suficiente al sistema, disparando una atrofia en los precios de bonos acciones que ha dejado inversionistas felices, banqueros ricos, y funcionarios llenos de prestigio loados por salvar el mundo con el mágico dinero gratis.

domingo, 22 de agosto de 2021

Con Las Reservas Y DEGs, Efectivamente, Si Se Puede

La propuesta del Presidente de utilizar los derechos especiales de giro (DEGs) acreditados a México por parte del FMI para refinanciar pasivos públicos es una buena idea, y es perfectamente operable. La discusión alrededor del tema es muy valiosa, pues ayuda a que esa zona gris de la cosa pública que es la política monetaria sea ventilada en la plaza común. La propuesta del Secretario de Hacienda es práctica y ventajosa, y su concreción deberá de aligerar entre los comentaristas la percepción de que el Banco de México es una Santa Sede que no debe de aventurarse en operaciones heterodoxas, pero perfectamente conformes con las reglas y prácticas del mercado.

Las sociedades modernas han decidido que un poder muy importante no sea decidido por el voto de sus ciudadanos: el de emitir moneda. La experiencia acabó orillando a un modelo en donde el poder para gestionar el dinero de una sociedad sea concentrado en un grupo muy reducido de profesionales cuyo poder no es derivado del voto directo de los ciudadanos. Tal es el fundamento sobre el cual descansan los bancos centrales modernos: dado que la opción a su independencia plena ha demostrado ser el caos económico, las sociedades modernas han aceptado ceder esas amplias facultades públicas a un grupo de servidores públicos no electos por el voto.

Es normal que, dado sus orígenes, los bancos centrales sean por naturaleza conservadores. Fueron creados para reparar los excesos del poder político sobre la economía. Por ello en sus inicios, los bancos centrales pecaron de conservadores en momentos claves, como la crisis de 1929, y en la recesión de 1973.

Pero de manera repetida, del año 2000 al día de hoy, el bancos central más importante del mundo, la Fed, ha estirado la liga en términos de lo que la política monetaria puede hacer, y en particular, durante la debacle del primer trimestre de 2020 disparado por la pandemia, la Fed ha implementado políticas para las cuales el adjetivo heterodoxas, apenas empiezan a describirlas: desquiciadas podría ser un adjetivo apropiado. Con tal de inyectar liquidez en la economía la Fed ha comprado activos que incluso para un especulador podrían ser calificados de riesgosos.

En este contexto, en donde los bancos centrales del mundo se han soltado el pelo, nuestro Banxico se ha mantenido como un farallón de estabilidad y políticas monetarias prudentes. Lo ha hecho bien. Pero la propuesta presidencial de usar los DGEs como un manejo de pasivos es una operación sencilla, que en nada conculca la prudencia monetaria.

El argumento más prudente contra la operación es que la ley prohíbe al Banxico financiar los déficits del gobierno federal. Concediendo el argumento, hasta donde entiendo la propuesta es una sustitución de pasivos existentes, no de financiamiento del déficit. El déficit es un flujo. Los pasivos son un acervo. Si la operación se atiene estrictamente a sustituir un pasivo que cuesta cuatro por ciento, por un pasivo que cuesta uno por ciento, en ningún momento se está financiando el déficit público, el cual es un resultado del ejercicio y no forma parte del balance. La propuesta del Secretario se atiene enteramente a lo establecido en Ley.

Si se ejecuta la operación, la SHCP a través de la Tesofe emitirá obligaciones que el Banxico adquirirá, a cambio de los DEGs. Los DEGs a su vez serán usados para recomprar en el mercado bonos mexicanos en dólares que actualmente tienen tasas de rendimiento superiores a los del bono emitido por SHCP.

La operación es compleja, tiene muchos pasos e implica una serie de ejecuciones y registros contables en varias áreas de SHCP y Banxico, y necesita la contratación de bancos internacionales para procesar con orden el refinanciamiento de pasivos en los mercados.

Pero al final de la operación, el Banxico acabaría dentro de sus activos con algo que hasta el momento nunca ha tenido: bonos del gobierno federal. Ustedes revisen el estado de cuenta semanal del Banxico publicado todos los jueves: nuestro banco central no compra bonos del gobierno nunca. Como lo dicta la ortodoxia.

Pero si la Procuraduría Fiscal, la Consejería Jurídica y el equipo legal de Banxico piensan que la operación podría categorizarse como financiamiento del déficit (que no es el caso), la operación aún podría ejecutarse, si bien habría que cuidar que los DGEs no entraran inicialmente en el balance de Hacienda. Aquí podría intervenir la banca de desarrollo, pero si tampoco eso transita con los abogados, aún queda una solución, irónica o justa depende cómo se lo vea: el IPAB, el cual fue diseñado para no consolidar dentro del balance público, lo cual, en circunstancias como esta, podría ser una ventaja. Así son los caminos de la vida.