sábado, 31 de diciembre de 2022

Adios 2022, El Año Del Jugo De Naranja ¿Y 2023?

¿Qué tan mal año fue, financieramente, el 2022? Para el mercado de bonos de Estados Unidos, el mayor mercado del mundo fue el peor año de su historia. Fuera de allí, las cosas mejoraron, pero nunca dejaron de estar muy mal. Para el S&P 500, el índice más importante de Wall Street, fue el peor año desde 2008, y el cuarto peor en ochenta años. Se supone que lo anterior no debería de ocurrir, los bonos y las acciones deberían de moverse en sentidos opuestos. No hay registros de años en donde ambos mercados cerraran con tantas pérdidas al unísono. Así de malo fue el 2022. ¿Cómo pinta el 2023?

Siempre es bueno ser pesimista. De esa forma las malas noticias no pesan tanto. El 2022 validó a aquellos que pensábamos que sería financieramente un año muy feo, ante la urgencia de los bancos centrales por normalizar el costo del dinero para dejar de alimentar la inflación rampante. En ese sentido, quizá 2023 sea un año que cuando acabe, no se vea tan mal, pero creo que la primera mitad del año podría ser muy brusca, pues los efectos del nuevo nivel de tasas sobre el precio de los activos acabarán finalmente por ser aceptados.

La prensa financiera, junto con las redes sociales, son un escaparate de las muy diversas opiniones respecto del desempeño de los mercados. En ese lienzo cacofónico destaca una melodía: los bancos centrales son los responsables del que quizá fue el peor año en la historia de las finanzas mundiales, pues no hubo mas que un sector (las materias primas), que tuvo rendimientos positivos durante el ejercicio. Nunca, dicen las opiniones, se había matado al mismo tiempo al mercado de bonos y al de acciones.

Esas mismas opiniones fueron felizmente omisas las últimas dos décadas por supuesto, cuando la correlación inversa entre los bonos y acciones efectivamente desapareció, pero en sentido inverso al de 2022. Durante casi dos décadas los precios en ambos mercados no hicieron mas que subir, al punto por ejemplo que las tasas de los bonos en múltiples economías fueron negativas. Nadie se quejó ante los bancos centrales cuando ambos mercados se movieron también en la misma dirección: pero hacia arriba.

Los bancos centrales, equivocándose, muy a destiempo, pero con contundencia, comenzaron a desandar el necesario pero peligroso camino que, con intermitencia, ejecutaron desde el 2000 para salvaguardar la economía en los países más avanzados. Pasaron de suministrar un torrente prácticamente ilimitado de liquidez a costo cero, a comenzar a retirarla al tiempo que incrementaron los costos del dinero. Menos dinero y más caro fue un veneno letal para Wall Street, quien se acostumbró a subir y subir en medio de un mar de liquidez en las últimas décadas.

El S&P 500 (incluyendo dividendos) se hundió 18.1 por ciento en 2022; pero el índice tecnológico Nasdaq se desplomó casi el doble, un 32 por ciento. Se supone que en esos contextos los inversionistas huyen al mercado de bonos, elevando sus precios. Pero en 2022 eso no ocurrió, pues ante el alza de tasas de la Fed los bonos se ahondaron un 16.5 por ciento (medido por el referente bono de 10 años). 

Solo hubo un lugar en donde esconderse en este pavoroso 2022 que recién concluyó: los mercados de materias primas, en donde el ganador, en este mundo de tecnología, criptomonedas, inteligencia artificial y otras maravillas, fue el humilde jugo de naranja.

Así como lo oyen. Aquellos inversionistas que se creyeron la fantasía de hacerse ricos comprando y vendiendo criptomonedas, perdieron en promedio casi 70 por ciento. Quienes invirtieron en la fabricante de autos eléctricos Tesla, menguaron su riqueza en casi el mismo porcentaje. Quienes invirtieron en jugo de naranja congelado ganaron un asombroso 46 por ciento. Nada mal para uno de los activos menos intensivos en tecnología del mercado.

Porque 2022 fue también y, sobre todo, el año en que los inversionistas ya no estuvieron dispuestos a pagar por las ganancias futuras de la tecnología lo que solían pagar. Los grandes nombres del sector tecnológico sufrieron uno de sus peores años en dos décadas, con Microsoft (-22), Amazon (-50), o Google (-39) encabezando el desfile de las pérdidas porcentuales en este lúgubre carnaval de Wall Street. Mientras que bienes modestos como el arroz (+27.8); la soya (+13.81) o el maíz (+14.37) tuvieron crecimientos porcentuales envidiables para los pocos inversionistas que le atinaron al único sector que dio ganancias el año pasado.

La actual generación de inversionistas está acostumbrada a que una anomalía histórica sea algo normal: que haya mucho dinero, que el costo del dinero sea cero, y que no haya inflación. Esa anomalía, que fue normal por casi veinte años, ya se disipó, de manera brusca en 2021 y 2022, y es posible que quizá no vuelva nunca en esa versión que alimentó uno de los auges bursátiles más fastuosos de la historia económica moderna.

La costumbre es más fuerte que el amor, nos cantaba Juan Gabriel, y es eso, la costumbre de recortar tasas e inflar los mercados que los bancos centrales enraizaron entre los inversionistas cada vez que se aproximaban tiempos de recesión, lo que mantiene el optimismo vivo en los mercados. 

Las métricas históricas sugieren que muchos activos, a pesar de lo que cayeron en 2022, no están baratos. El precio actual aún es alto respecto de las expectativas de crecimiento y de tasas de interés. El mercado sigue caro. No hay gangas evidentes a pesar de la debacle de muchas acciones. Muchos inversionistas se resisten a ceder.

Quizá entonces el inicio de 2023 pueda traer ese empujón final al precipicio que provoque un ajuste último en la valuación de múltiples activos financieros que se inflaron de manera espectacular durante 2020-2021 y más allá. Solo entonces, cuando bonos y acciones presenten precios de ganga, podrán los mercados volver a la normalidad que olvidaron en esta larga fiesta especulativa que tan dramáticamente se acabó en 2022.

domingo, 25 de diciembre de 2022

Silvia Zamora, Árbol De La Esperanza

Que un árbol sea el símbolo de la esperanza, no debe de extrañarnos. Los árboles son los objetos más maravillosos de nuestro planeta. Nuestro destino está ligado a ellos. Una hermosa copla de nuestro poeta nacional, José Alfredo Jiménez, nos lo recuerda: “árbol de la esperanza/que vives solo en el campo”. Como en un lienzo dadaísta, la imagen de un árbol solitario en medio de la nada puede proyectar el destino de nuestras ciudades, en donde los árboles urbanos son cada vez más escasos, en detrimento de la vida de sus habitantes. Una ciudad arbolada será una ciudad competitiva, recibirá a los mejores talentos, será más rica, placentera, brillará sobre otras.

Frida Kahlo usa este recurso también. En su “Árbol de la esperanza, mantente firme”, se ve a sí misma como un árbol torturado por la cirugía de implante de injerto en la columna vertebral que tuvo que sufrir para tratar de remediar los padecimientos debidos al terrible accidente del tranvía en su juventud, que destroza su columna y su cadera. La esperanza sostiene a la dolorosa Frida, como un árbol talado pero vivo.

De manera correcta la lucha contra el cambio climático se ha centrado en la protección de los bosques y las selvas. Los grandes bosques tropicales y templados de la tierra son nuestra tabla de salvamento en medio del naufragio ecológico que nuestra especie ha provocado en el planeta. Pero los árboles urbanos, sin tener la importancia global de las grandes selvas, son absolutamente indispensables para nuestra vida diaria.

La vida en las megalópolis modernas se puede asemejar a ese penar de Kahlo. Surcadas por vialidades feroces, rascacielos que se imponen con su escala sobrehumana, la violencia de las masas ocupadas en llegar rápido siempre a sus empleos o a ninguna parte. Los árboles urbanos son notas que alegran lo cotidiano, que refrescan a las ciudades en verano reduciendo la necesidad de generación de energía, crean espacios para la convivencia humana fuera de los negocios, embellecen la fealdad inherente al vacío del concreto.

En meros términos monetarios incluso, economistas urbanos estiman que los árboles pueden aumentar el valor de una propiedad en alrededor del veinte por ciento. Los árboles urbanos son un negocio inmobiliario excelente, potencian la plusvalía de los bienes, elevando también la recaudación fiscal de las haciendas locales.

Los árboles urbanos son además una fuente de equilibrio ambiental único en las degradadas megalópolis modernas: absorben carbono de la atmósfera de la manera más económicamente posible, simplemente existiendo; reducen el calentamiento citadino producto del pavimento, el concreto y el vidrio de los edificios modernos; son un factor crítico para la retención del agua en el subsuelo y su reinyección en los mantos freáticos que surten de líquido a las siempre sedientas metrópolis modernas; son la fuente que aún sostiene la biodiversidad en nuestras desoladas manchas urbanas que masacran la vida animal y vegetal de manera irremediable.

Más allá de los múltiples beneficios concretos, ambientales y económicos que tienen los árboles urbanos, hay un impacto genérico muy tangible. La belleza que proporciona a una ciudad sus árboles la convierten en una atracción baratísima e incomparable en la encarnizada lucha global para la atracción del talento humano. Las ciudades arboladas son ciudades bellas, que atraen de forma muy fácil al talento humano en esta economía en donde la competencia se funda en el conocimiento, la creatividad, la imaginación y la creación.

Es notable que la palabra “árbol” no cuente con sinónimos, lo que quizá signifique que es una de las palabras más antiguas acuñadas en lengua romance, y quizá en otras lenguas. Quizá fue de las primeras cosas que nuestros ancestros necesitaron nombrar para comunicar lo necesario que era para ellos. Es una palabra primigenia, como el sol o la luna.

El árbol de la esperanza es también una milagrosa curiosidad arbórea consistente en que el tronco de un árbol muerto logra sobrevivir gracias a que se pliega a un árbol vivo, que lo nutre con su savia y nutrientes.

Cuando mis hermanos y yo, demasiado pronto, perdimos a nuestra madre, Silvia Zamora fue ese árbol vivo al cual cuatro troncos muertos se le adhirieron desesperados para no fallecer. Ella fue nuestro árbol de la esperanza, manteniéndonos vivos por su savia y su poder. 

Un maldito tumor fulminante la consumió este año, llevándosela de nuestro lado súbitamente. Pero su vida sigue fluyendo a través de estos troncos muertos que ella, junto con muchos otros, resucitó. Así es la vida eterna, como un sucesivo y milagroso árbol de la esperanza.

domingo, 18 de diciembre de 2022

Con Bitcoin: La Costumbres Es Más Fuerte Que El Amor

No cabe duda de que, en lo que se refiere a las criptomonedas, la costumbre es más fuerte que el amor. Pues quizá solo quede eso, la pura costumbre, como respaldo de un activo que ha demostrado ser lo que sus malquerientes (como un servidor), insistimos siempre que era. Un fraude. La costumbre de escuchar por todas partes que ese cascarón informático haría rico a sus poseedores en muy corto tiempo es más fuerte que la realidad incluso, pues aún hay inversionistas aferrados a las cripto a pesar de ser una de las peores inversiones de este, y de los últimos cinco años.

Hace un año Bitcoin, la nave insignia de la (des) armada de criptomonedas, cotizaba en casi 51 mil dólares por unidad. Este fin de semana su valor ronda los 16 mil, una caída de más de 67 por ciento, sin duda uno de los peores desempeños dentro de los mercados de activos financieros (quizá porque ni Bitcoin ni ninguno de los de su corte, sean siquiera un activo financiero).

Una ojeada rápida a los rendimientos de algunos de los activos financieros más populares durante los últimos cinco años no deja muy bien paradas a las criptomonedas. De inicios de 2018 a la fecha, el Nasdaq ha ganado un sólido 90 por ciento; superando decididamente al S&P 500, quien ha avanzado 64 por ciento. Por su parte el precio del oro ha subido 41 por ciento, mientras que el dólar ha remontado 19 por ciento contra las principales divisas del mundo. 

Una estrategia de inversión paciente, a pesar de la terrible volatilidad reciente, ha dado a los inversionistas en activos financieros rendimientos muy atractivos en el último lustro.

Pero si alguien se creyó el cuento de que Bitcoin sería una inversión imbatible, en el período mencionado Bitcoin ha tenido un rendimiento no superior al 7 por ciento. Vendidas como una protección contra la erosión inflacionaria producidas por la explosiva política monetaria de los bancos centrales, Bitcoin y sus amigas han sido una de las peores inversiones del lustro, durante el cual la inflación en Estados Unidos ha acumulado un alza de 21 por ciento, superando al incremento de las cripto monedas por un factor de tres veces.

Pero el desempeño de los precios es apenas un síntoma de lo que está ocurriendo en estos momentos en el misterioso mundo de las cripto monedas y las cripto finanzas, en donde el fraude rampante, la bancarrota de inversionistas, y la pérdida total de sus apuestas de miles de personas se extienden a diario con nuevas noticias de jugadores que resultan ser lo que siempre insistimos en este espacio que eran: mero robo en despoblado de tipos listos que buscaban abusar de la confianza e ignorancia de otros miles de ahorradores. Un esquema piramidal que tarde que temprano, llegaría a su final.

Porque no podía ser de otra manera. Porque una criptomoneda no produce nada, más que expectativas de que alguien podrá comprarla cada vez más cara de manera infinita. En el momento en que esa expectativa cambia, nadie puede garantizarle al último comprador de cripto moneda que existirá alguien dispuesto a sacarlo de la trampa.

Y así está ocurriendo: trampa tras trampa, miles de inversionistas está cayendo, y los que hasta hace poco eran genios financieros (como el tal Sam Bankman-Fried) demostraron ser meros ladrones que embaucaron a centenares de miles de “inocentes” que se creyeron el cuento de grandes retornos en muy poco tiempo.

En los últimos doce meses decenas de trampas financieras (como Celsius Networks, Luna, FTX, etc.), disfrazadas de bolsas de valores de cripto activos y promocionados por estrellas de Hollywood y del deporte, han implosionado, dejando al descubierto el sencillo esquema fraudulento alrededor de un complejo producto informático, resultante de una tecnología que, esa sí, está llamada a cambiar la industria.

Porque el esquema es muy sencillo. Como en su momento fueron tulipanes, o acciones de empresas tecnológicas, o terrenos baldíos en medio de los pantanos, o casas en Estados Unidos, ahora fueron estos bilimbiques que se hacen llamar monedas (por pura estrategia mercadológica), la ocasión de jugar un juego antiquísimo: vender algo muy por encima de su valor intrínseco mediante el artilugio de convencer, y convencerse, de que su precio subiría siempre 

Pero, como les gusta promocionar a los vendedores: “esta vez es diferente”. El tulipán al menos sirve para adornar nuestra sala. Una cripto moneda o sus derivados, solo tiene valor entre aquellos que se lo otorgan, como las cartitas del mundial de Panini, que valen básicamente para los aficionados al futbol.

Las pérdidas para los inversionistas del mundo cripto no dejan de crecer. Pululan hoy los escándalos de “financieros” que resultaron ser meros granujas, magistrales vendedores de humo capaces de engañar incluso a personas e instituciones muy inteligentes, presas de la avaricia de grandes ganancias en muy poco tiempo, una debilidad tan humana y común como el amor o la costumbre.

Es fácil acostumbrarse a ganar mucho en poco tiempo. Es fácil enamorarse de un portafolio que se multiplicaba a diario como en su momento lo hizo Bitcoin y su corte. Pero más del 80 por ciento de los inversionistas en esos activos están ahora bajo el agua, con severas pérdidas, así que sólo les queda la costumbre, porque el amor por las cripto se les está acabando