domingo, 31 de diciembre de 2023

Las Bolsas: Feliz Año Nuevo, Feliz Récord Nuevo

Cuando los mercados se comportan como en 2023 es difícil no preguntarse si la mano invisible verdaderamente existe. Si en realidad existe un mecanismo fantasmagórico y consciente que dirige los precios de los activos para teatralizar y convencer al público de la precisión del mecanismo de mercado. Después de sufrir en 2022 uno de los peores años de la historia, sorpresivamente las bolsas regresaron con furia en 2023, y en el último día hábil el índice más importante concluyó a un suspiro de un máximo histórico, a una micra de implantar un récord. Como si fuera una coreografía planeada de antemano por Hollywood. 

El índice más importante de todo mercado, el S&P 500 cerró la última jornada y el año a un tris de un nuevo nivel máximo histórico, en 4,770, lo que coronó un año espectacular, ganando 24.23%, acompañado por sus cómplices, el Dow Jones, el cual brincó 13.70%, mientras que el espumoso Nasdaq se catapultó un espectacular 43.42%.

¿Qué provocó el sorpresivo auge de los mercados en 2023? De nuevo, como los mercados no hablan, hay que interpretarlos, y como todo traductor, corremos el riesgo de comunicar mal lo que se quiso decir.

Pero la explicación más probable del comportamiento de las bolsas de valores fue la convicción, la apuesta, de que los bancos centrales del mundo, encabezados por la Fed de Estados Unidos, realizaron un acto de prestidigitación de manera impecable: lograron controlar la inflación, sin matar al crecimiento económico. Pudieron subyugar el incremento de los precios sin incrementar el desempleo.

Todos los datos disponibles sugieren que esa apuesta de los mercados en 2023 fue correcta, pues parecen confirmar que la economía logró lo que los economistas llaman un aterrizaje suave, capitaneada por la Fed, la inflación ha cedido con el mínimo costos social posible. Este logro, anticipado desde inicios del 2023, hizo que los inversionistas se volcaran a comprar cualquier clase de activos y redondearan un año fantástico en donde todo salió inmejorable.

Si los datos acaban confirmando que las economías más importantes del mundo logran un aterrizaje suave, entonces los mercados habrán leído las sobras del café mejor que la mayoría de los economistas y analistas financieros, pues una mayoría de ellos (incluyéndome), pensaba que la posibilidad de un aterrizaje forzoso, en donde la economía cayera en recesión durante el intento de la Fed por controlar la inflación, víctima del abrupto incremento de las tasas de interés.

Pero no nada más las bolsas habrán vencido a los economistas, sino que habrán desmentido a su hermano mayor, el mercado de bonos, en donde uno de los más famosos indicadores del ciclo económico, la curva de plazos emitió desde hace meses la señal de que una recesión económica estaba en el horizonte.

Al menos hasta hoy, cada vez que la pendiente de la curva de plazos se ha invertido, le ha sucedido, con algunos meses de retraso, una contracción del PIB. Al cierre de año pasado, sin embargo, este peculiar indicador del ciclo económico lleva 430 días invertido, sin que haya hasta el momento sobrevenido recesión alguna, lo que provoca entre aquellos creyentes del poder predictivo de la pendiente de la curva la duda sobre su eficiencia en esta ocasión.

Porque la fortaleza de la economía de Estados Unidos ha sorprendido a todos; propios y extraños; expertos y neófitos; salvo a los inversionistas de las bolsas de valores, quienes apostaron desde mediados de año que las empresas y sus ganancias serían capaces de capear todos los temporales: la inusitada y abrupta alza de las tasas de interés por parte de los bancos centrales; la quiebra de varios bancos medianos insignia en los Estados Unidos; la bancarrota y desaparición de Credit Suisse; la erupción de nuevo de la violencia en el Medio Oriente; la prolongación del conflicto en Ucrania; la continuada retirada de la liquidez financiera por parte de los mayores bancos centrales. No hubo cerro que se les empinara. Todo fue sorteado por los mercados con alegría. Es más, con euforia.

La evidencia reciente sin embargo muestra que el equivalente a la ley de la gravedad económica, tarde que temprano, aplica también: el incremento en el costo de financiamiento resultante de la elevación de las tasas de interés han comenzado a jalar a economías como la Europea, el reventamiento de la burbuja inmobiliaria china ya muestra sus efectos en el resto del país, la persistente inflación en Japón da muestras de incomodidad entre los consumidores, los países menos desarrollados están incumpliendo sus deudas públicas. Algo está moviéndose ya, por lo que los inversionistas están ya preparados para el capítulo siguiente: la reducción de las tasas de interés.

Todo quedó listo para que, quizá en la primera sesión de este 2024, el S&P 500 inaugure el año con un nuevo récord histórico, como si fuera una puesta en escena, como si la mano invisible pusiera todo en su lugar para seguir la fiesta.

domingo, 24 de diciembre de 2023

La Nueva Geopolítica Y La Inflación

La Reserva Federal de los Estados Unidos, la Fed, es el banco central más poderoso del mundo. Sus acciones y palabras son capaces de mover mercados y economías en todas las latitudes, pero ni toda su capacidad tiene el poder de arreglar un balance geopolítico en transición, que está desequilibrando a las cadenas de suministro, incrementando el riesgo de que la inflación global sea distinta a la que era hasta antes de la pandemia de Covid.

El balance geopolítico existente comenzó a alterarse de manera significativa en 2020. No únicamente porque el origen del virus que detona la pandemia provino de China, sino, sobre todo, porque los países avanzados se percataron de su dependencia industrial de aquel país, ante la necesidad de tener respiradores e insumos estratégicos para combatir la emergencia sanitaria. En una obvia elección, China privilegió la fabricación para atender la pandemia en su territorio y suministro al resto del mundo de manera secundaria.

La pandemia expuso la relevancia estratégica de la producción local, o en la vecindad geopolítica. Los países avanzados se percataron que la lógica corporativa de producir al menor costo para maximizar los beneficios, que convirtió a China en el corazón manufacturero del planeta, tiene un límite: la seguridad nacional. Caer en el escenario en donde la vida de sus ciudadanos dependía de la decisión de un soberano extranjero. 

En esos extremos los Estados deben de decidir entre lo que es mejor para los intereses de sus corporativos, o para sus ciudadanos. No es difícil entender que en esa coyuntura se inclinen por quienes proporcionan la legitimidad política a cualquier gobierno.

El cambio en la relación China-Estados Unidos (incluyendo el asunto de Taiwán)  es una de las líneas de fractura del orden geopolítico que está alterando la cadena global de suministros. Las otras más conocidas son el intento de Rusia de restablecer las fronteras soviéticas; y el sempiterno conflicto en el Medio Oriente, cuya repercusión más reciente implica el cierre a la navegación de contenedores por el Mar Rojo debido a los ataques de los Houthi de Yemen.

El balance geopolítico es siempre dinámico y delicado, pero en esta ocasión hay un componente que no existía en episodios históricos previos: la cadena global de suministros.

Las tensiones geopolíticas anteriores no representaban necesariamente una dislocación en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Las economías eran más o menos autárquicas y las redes comerciales poco profundas.

Pero tras la incursión de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, el despliegue de la cadena de suministros cambió radicalmente: la producción se hace en China; la distribución depende de nodos críticos (como el canal de Suez, el estrecho de Singapur, el Mar del Sur de China), y de un conjunto de puertos claves; mientras que el consumo se lleva a cabo de manera preponderante en los países centrales. El planeta entero es la fábrica en donde se produce y distribuyen los bienes y servicios consumidos por las sociedades, buscando minimizar los costos e incrementar los ingresos corporativos de las empresas encargadas de suministrarlos.

Existen importantes beneficios de esa estrategia. La especialización de las diversas fases de la producción en distintas áreas geográficas permite un incremento notable en la productividad laboral promedio en el mundo, presentando significativas ganancias de eficiencia en el agregado. ¿Quién captura esas ganancias de eficiencia? Los productores chinos y los consumidores globales. ¿Quiénes pierden? Los productores locales desplazados, así como los salarios de los trabajadores de las regiones menos competitivas.

La lógica anterior determinó en las últimas tres décadas una geografía, una economía, y una política, pero al cambiar el balance de poder, como ocurre en este momento, necesariamente esos tres factores se modificarán.

La necesidad de reducir la dependencia de la manufactura china está detonando fenómenos como el “nearshoring”; la guerra en Ucrania ha producido un repunte de los precios de múltiples materias primas, dificultando que la inflación converja hacia los objetivos de los bancos centrales; y el rebalanceo económico, militar y migratorio está sacudiendo las estructuras políticas en todas partes.

Los países más avanzados han tomado la decisión de contar con una mayor seguridad estratégica para sus suministros; lo que implicará probablemente una menor eficiencia global y mayores costos. Este nuevo balance geopolítico implica que la poderosa fuerza deflacionista que significó el avasallamiento de la manufactura china menguará, lo que implica, por lo tanto, que la inflación sería un problema más difícil de administrar en el futuro. Todo en esta vida, (en este caso la seguridad nacional) cuesta. 

 

domingo, 17 de diciembre de 2023

Las Consecuencias Económicas Del Calor

La especie humana se convirtió en la dominante en la naturaleza por un conjunto de características: una de ellas es su notable capacidad de adaptación. Los ambientalistas nos previenen sobre el colapso que implicaría que la temperatura del planeta se eleve un grado y medio respecto de su promedio pre-industrial. Nuestra historia evolutiva muestra que la especie podría adaptarse sin mucho problema a un planeta más caliente. Nosotros no somos el problema: lo grave es que el resto de las especies, vegetales y animales, quizá no puedan sobrevivir.

Este año fue, con bastante margen el más caliente en la historia post-industrial del mundo, de acuerdo con los registros especializados. Peor aún, es el quinto año consecutivo en que se registran récords de calor. Los datos parecen ser irrefutables, y por ello es gravísimo que aquellos grupos de interés, económicos y políticos, que niegan el calentamiento global, como los representados en Estados Unidos por Donald Trump y los suyos, tengan la credibilidad que gozan entre amplias capas de votantes. 

¿Qué significa que el mundo sea un grado y medio más caliente, de manera permanente? Los científicos que estudian el problema sostienen que dicho umbral implicaría un punto de no retorno: el efecto sobre los mares, los glaciares, el clima y la biodiversidad alteraría al mundo que conocemos y provocaría catástrofes climáticas, alimentarias, y económicas irreversibles en el corto plazo.

Hay varias ilustraciones de ese escenario, pero una de las más contundentes es que la disponibilidad de agua dulce, el insumo necesario para la vida en la superficie terrestre menguaría de manera muy significativa, desatando una cadena de colapsos económicos y sociales difíciles de prever.

No hay que esperar mucho. En 2023, la confluencia del fenómeno de El Niño, y el calentamiento provocado por actividades humanas, elevó la temperatura promedio a 1.46 grados por encima de la temperatura promedio existente antes de la era industrial. Estamos ya en el umbral de detonar un cambio irreversible en nuestro mundo natural.

Puede ser que 2023 haya sido un año atípico, y que conforme El Niño pase, y otros factores mengüen, la temperatura del planeta se enfríe un poco, alejándonos de la marca ominosa de un grado y medio. Podría ocurrir que la estimación puntual de los científicos de un grado y medio como la marca en donde se desata el apocalipsis climático sea imprecisa y que el umbral sea más holgado. Puede ser que corramos con esa suerte y el planeta aguante más tiempo una temperatura más alta antes de que el medio ambiente comience a colapsarse.

Puede ser.

Pero es innegable que, si este año es el inicio de un período permanente de un mundo más caliente, debido a la alteración de la actividad económica humana, los escenarios de desastre climático, hídrico y ambiental comenzarán a concretarse y a hacer a nuestra vida social y económica más difícil y costosa.

Incluso en un escenario medio, es decir, si excluimos eventos catastróficos como el derretimiento de los casquetes polares y la elevación del nivel de los mares, puede tener consecuencias severas sobre nuestras vidas.

Un ejemplo es el rendimiento agrícola. Todo aquel que haya sembrado sabe que un año caluroso reduce los rendimientos de las plantas: bajan las toneladas por hectáreas, el jugo de las uvas merma, las frutas son más secas y pequeñas, etc. 

Junto con el calor viene la sequía. Una atmósfera más seca implica también menores rendimientos agrícolas y menor oferta de alimentos en escala global. Quienes niegan el calentamiento global difícilmente pueden refutar el incremento en la sequía en vastas zonas del mundo. Las sequías en la última década son más extensas, prolongadas y agudas.

Si los siguientes años son un grado y medio más calurosos, los rendimientos agrícolas serán menores, el suelo agrícola se degradará más velozmente, reduciendo la oferta mundial de alimentos, y como consecuencia, los precios de los víveres aumentarán de manera constante. El impacto económico de un planeta más caliente se puede medir en pesos y centavos, los alimentos serán más caros.

No nada más 2023 fue el año más caliente, el récord lo comparte con la última década, lo que sugiere que el impacto podría ser ya de largo plazo, y podríamos estar ante escenarios de difícil reversión.

Los océanos del mundo son las grandes fábricas climáticas de nuestro planeta. Nosotros sentimos, en el pedacito de tierra que habitamos, que los días son más calurosos y secos. Pero nadie percibe el calor en medio del mar, salvo por los animales y organismos que seguramente sufren ya los efectos.

Los meteorólogos y oceanógrafos cuentan con modelos que les permite simular qué pasaría con mares más calientes. Pero son eso, modelos. Lo que ocurra puede ser más o menos grave que lo que los modelos predicen. Si los efectos son más suaves, tendremos suerte. Pero en el caso contrario, pagaremos caro nuestra obsesión con el crecimiento económico a cualquier costo.

 

domingo, 10 de diciembre de 2023

La Inflación Es Mala, Aquí Y En China, ¿Y La Deflación?

Muchas de las cosas que compramos cotidianamente traen impresas una leyenda: “Hecho en China”. Desde la última década del siglo pasado China se convirtió en el gran centro manufacturero del mundo, desplazando a otras regiones industriales, atrayendo a las fábricas de las empresas globales con la baratura de su mano de obra, el bajo precios de sus materiales e insumos, y una vasta infraestructura de comunicaciones y transportes. Pero en meses recientes el producto más común en China se llama “deflación”, y hay que estar atentos pues es posible que se convierta también en un producto de exportación al resto del mundo.

Los precios al consumidor en China cayeron 0.3 por ciento en noviembre respecto de octubre (cuando ya habían caída 0.2 por ciento). La de noviembre fue la caída más fuerte desde que las economías del mundo, la China incluida, se hundieron en la recesión causada por el aislamiento del Covid, así que la dinámica de precios en China se asimila a un estado de recesión económica, si bien el PIB se está expandiendo a una tasa cercana al cuatro por ciento.

Los precios al productor, que se miden digamos, a la salida de las fábricas, cayeron tres por ciento, y llevan ya un año entero con registros negativos.

¿Por qué ocurre esto en China, y cómo nos podría impactar?

Los precios suelen caer cuando hay una recesión económica y la falta de empleo y la caída de ingresos deprimen la demanda de los compradores, presionando a la baja los precios. No obstante, como mencionamos arriba, la economía china sigue expandiéndose, aunque lo hace a un ritmo pausado para su historia reciente.

Hay una posible explicación, con consecuencias funestas, de la deflación china: que la gravísima depresión inmobiliaria en ese país esté causando una pérdida, no de ingresos, sino de riqueza, entre los consumidores, quienes se retraen del mercado en consecuencia.

Para contar esta historia es necesario recordar la explosiva crisis de 2008-2009 en Estados Unidos, causada por la implosión de la burbuja inmobiliaria, y que arrastró consigo al resto de las economías avanzadas, salvo a la China, quien logró sustraerse del remolino financiero impulsando una sobre inversión en su propio sector inmobiliario, con el fin de estimulas la inversión y el consumo, y construir hogares para los millones de personas que migraban del campo a las fábricas urbanas.

El recuento de esa expansión inmobiliaria china es espectacular: se construyeron ciudades enteras, súbitos edificios masivos en medio de solares desiertos que fueron ocupados por millones de ciudadanos que recibían financiamiento barato para comprar sus hogares.

Lo anterior devino una sobreinversión que creó un inventario gigantesco de pies cúbicos construidos sin vender, que está provocando el desplome de los precios de los bienes raíces chinos, arrastrando consigo a las mayores inmobiliarias del mundo, y llenando a los bancos de ese país con millones de préstamos vencidos que deberán de castigar con reservas de capital en un momento u otro.

Para la mayoría de las familias, su casa es la mayor fuente de riqueza, allí se plasman los años de trabajo y ahorro. En economías con sectores financieros desarrollados, los bienes raíces sirven, además de como un hogar, también como una fuente de financiamiento, al hipotecarse y facilitar el acceso a crédito a sus poseedores.

Pero al perder valor los bienes raíces, como está ocurriendo en China, los consumidores pierden su principal garantía para acceder a financiamiento. Peor aún, sus inmuebles valen ya menos del precio al que la compraron, por lo cual la deuda ya es mayor que sus casas y departamentos: el activo perdió valor, mientras que el pasivo sigue subiendo en términos reales.

Esta última dinámica es la más peligrosa de todas: que el precio de los activos de los chinos caiga, mientras que el valor de sus deudas suba. Esto es lo que los economistas llaman una “recesión de hoja de balance”: los consumidores, aunque tengan un empleo que les genere ingresos, son más pobres cada vez debido a que sus activos pierden valor y sus pasivos crecen.

En 2008-2009, los Estados Unidos estuvieron al borde de una crisis prácticamente idéntica a la que hoy sufre China. ¿Cómo la resolvió? Mediante una expansión monetaria inédita, bajando las tasas de interés de referencia a cero por ciento, e inyectando una voluptuosa masa de liquidez en la economía que provocó un inflamiento en el valor de los activos, sacando así a los estadounidenses del riesgo de una recesión de hoja de balance.

China dejó avanzar su recesión inmobiliaria, quizá por el prurito de no rescatar a empresarios voraces que se hicieron ricos construyendo inmuebles que no se venderían nunca.

China es la segunda mayor economía del mundo, y con mucho, su mayor exportadora. Solía ser el caso que su destino económico no era relevante para el resto del mundo. Ya no es el caso, y sería un riesgo si la nueva exportación china fuera la deflación. 

domingo, 3 de diciembre de 2023

Los Mercados Dicen Que El Nirvana Está Muy Cerca

Luego de un espantoso mes de octubre, Wall Street tuvo el mejor mes de noviembre desde 1980 (con la excepción de 2020, cuando todo rebotaba tras la pandemia). El índice líder, el S&P 500 se disparó un asombroso 8.9 por ciento, mientras que los abatidos bonos tuvieron uno de los mejores meses de su historia. El rally en casi toda clase de activos fue esplendoroso, todo subió. ¿La razón? Todos los indicadores de inflación fueron más benignos de lo que se pensaba, y los inversionistas están apostando que lo que sigue es que la Fed de Estados Unidos encabece a un ejército de bancos centrales en una ruta de reducción de tasas de interés.

Bajar las tasas de interés de Estados Unidos suele tener un efecto afrodisíaco en los mercados financieros, es algo que emociona a los inversionistas. Conforme menores son las tasas, más valor tienen los ingresos proyectados en el futuro de sus empresas, o los pagos de los bonos que poseen y otros instrumentos. Más valioso es el futuro conforme las tasas de interés líderes del mundo, las de la Fed, se reducen.

Todo comenzó hace un mes, cuando las tasas de los bonos de 10 años de Estados Unidos treparon por encima de la barrera del cinco por ciento. En esa marca, muchos inversionistas, algún par de ellos (Como Bill Ackman y Bill Gross) famosos twiteros, anunciaban que era momento de entrar a comprar. Dijeron que, con ese rendimiento, y las perspectivas favorables para la inflación en Estados Unidos, los bonos eran una opción muy atractiva.

A partir de ese momento las tasas de rendimiento, de largo plazo primero, y las de corto plazo después, se desplomaron, produciendo ganancias voluptuosas en el mercado de renta fija, e inyectando una dosis de desaforado optimismo en el mercado de renta variable, encabezado por las empresas tecnológicas agrupadas en el Nasdaq, cuyo principal índice remontó un sorprendente 11 por ciento en noviembre tan solo.

No es inusual que los mercados vayan más allá de sí mismos y comiencen a descontar noticias más que positivas. La exuberancia les es natural. Las ganas de subirse a un mercado alcista suelen nublar al buen cálculo, produciendo rallys desproporcionados e incomprensibles. No hay nada que hacer. Es la naturaleza humana mirando con codicia a esa máquina de expectativas que son los mercados financieros.

Pero en esta ocasión, sí hubo motivos para disparar un rally, independientemente de que su escala sea o no justificable. Prácticamente en todas las latitudes, el conjunto de datos provenientes de la economía mostró una imagen similar: la actividad y el empleo continúan firmes, al tiempo que la inflación desciende incluso más rápido de lo que se esperaba. Los datos fueron bastante buenos, y eso bastó para que los inversionistas apostaran a que los Estados Unidos y el mundo, se dirigen rumbo a un nirvana económico.

En noviembre, en los mercados, todo lo que tenía que salir bien, salió bien. ¿Qué podría salir mal? Varias cosas, como siempre, por supuesto.

La más importante de todas es que la inflación dejara de descender rumbo a los rangos deseados por los bancos centrales. Puede haber nuevas sacudidas por el lado de la oferta; puede haber un alza inesperada en los precios de los energéticos o de los alimentos; algunos sectores, como los servicios de salud o las universidades, pueden jalar al alza a la inflación; el cambio climático, que ya está subiendo los precios de las naranjas, el cacao y el café, podría extender sus efectos a otros alimentos. Eso por el lado de la inflación.

Por el lado del asombroso crecimiento, que ha sorprendido a todos, podría ocurrir que el peso de las tasas de interés más altas en quince años acabe fracturando algún sector económico relevante que pueda arrastrar con ella al resto de las industrias. Hasta ahora hemos tenido algunos sustos: la industria de pensiones en el Reino Unido, el sector inmobiliario chino, los bancos regionales en los Estados Unidos. Todos ellos relevantes pero que fueron contenidos eficazmente antes de producir alguna contaminación al resto de la economía. ¿Qué podría desmoronarse, que no lo haya hecho ya, y que acabe por hundir a todo lo demás? Hasta ahora la economía ha aguantado todo lo que le han tirado.

Hay un problema. Cierto, la inflación ha descendido más rápido de lo que se esperaba, hay buenos motivos para que los inversionistas festejen en los mercados. Pero cada vez que Wall Street espumea, se crea riqueza, y cuando la riqueza se gasta, sube los precios, y cuando suben los precios, la inflación regresa. En un contexto en que la inflación, si bien ha bajado, aún dista de sus metas, no va bien que los inversionistas anden con los bolsillos llenos, subiendo los precios por todas las tiendas, y reavivando a la inflación que tanto trabajo les ha costado controlar a los bancos centrales.

sábado, 25 de noviembre de 2023

La Amarga Economía Del Jugo De Naranja

Si usted hubiera invertido en comprar jugo de naranja en la bolsa de mercancías de Chicago el primer día de este año, en este momento llevaría ganado poco más de 95 por ciento, y habría ganado cerca de 270 por ciento desde enero de 2022. ¿Por qué una de las mercancías menos sofisticadas ha remontado de esa manera tan espectacular en 2022-2023? Ha superado al Nasdaq, o a Apple, a Bitcoin o a Amazon. La respuesta es compleja, y tiene que ver con lo que típicamente mueve a los mercados: la oferta y la demanda, pero en este caso hay un amargo ingrediente adicional: el cambio climático.

El cambio climático es como ciertos trastornos mentales de las personas: difícil de diagnosticar porque todo parece normal, pero por aquí y por allá hay señales, algunos indicios de que, en efecto, el mal se asoma en eventos inusuales, en episodios atípicos. Parece ser que detrás del increíble ascenso de los precios del jugo de naranja se encuentra el efecto sensible del calentamiento global.

El jugo de naranja no es la única mercancía alimenticia cuyo precio ha tenido un buen año, el del cacao ha saltado 78 por ciento; mientras que el del café ha remontado 10 por ciento. Contrario a la caída de 31 por ciento del trigo, o de 19 por ciento de la leche.

El jugo de naranja se vende al mayoreo, congelado, para optimizar su transporte. Sus dos grandes centros de comercialización, concentrando el 85 por ciento del mercado, son Sao Paulo, y en menor medida, Florida. Los principales productores son Brasil, los Estados Unidos, la Unión Europea, China y México. El líder, con mucho, es Brasil, el cual produce más de doble que el segundo lugar, China. México es el cuarto mayor productor de naranja del mundo, pero produce la cuarta parte que Brasil.

Las variaciones climáticas de los últimos años, junto con una bacteria específica, han menguado la producción en tres de los mayores productores: Brasil, México y los Estados Unidos, lo que ha creado una reducción sensible de la oferta global, agudizada por la mayor frecuencia y violencia de los huracanes en Florida.

Heladas tardías en Florida, calores extremos y sequías en México y Brasil, ciclones más frecuentes. El clima es claramente la variable más importante en la remontada del precio de la naranja y su jugo, lo cual ha sido benéfico para los vendedores, pero mala noticia para sus compradores, quienes además han enfrentado una carestía generalizada en el resto de los bienes y servicios.

Solamente en Florida, el referente para el mercado estadounidense, los rendimientos de las plantaciones de naranja cayeron a sus menores niveles en casi un siglo, desde los 1930s, debido a las variaciones climáticas, y meteorológicas ya comentadas, así como a la plaga conocida como “greening”. Hace veinte años, por ejemplo, los rendimientos eran hasta quince veces mayores que los esperados para la cosecha 2023-2024.

A diferencia de los granos, la naranja tiene una oferta muy inelástica: no se pueden plantar y cosechar árboles de un año para otro. Un árbol plantado hoy tarde cerca de seis años en dar sus primeras naranjas. 

En Brasil, quien tiene la fortuna de estar aislado de huracanes y heladas, el calor inusual es el responsable de que la producción estimada para este año sea 1.5 por ciento menor a la del año pasado. Dado que Brasil aporta un tercio de la producción mundial, incluso esa reducción aparentemente pequeña representa un monto absoluto importante.

Por último, la producción mexicana ha sido especialmente afectada por la larga sequía que ha asolado a nuestro territorio los últimos años, así como por el aumento en la temperatura, que reduce el rendimiento de los naranjales.

Por supuesto que existe también un componente especulativo en este fenómeno. Como mencionamos, el mercado de jugo de naranja está altamente concentrado en Brasil, y en menor medida, en Florida. Por su naturaleza, los inventarios son pequeños, y la liquidez en el mercado es baja, así que este mercado es susceptible de que algunos pocos jugadores puedan moverlo en su provecho.

Historias similares podemos encontrar en otros alimentos: el cacao, el café, las aceitunas, el arroz, y más recientemente, el azúcar, cuyo precio se ha disparado debido a caídas significativas en el rendimiento de los cañaverales. Los precios del cacao, por su parte, llegaron a máximos de cuarentaicinco años debido a la sequía extrema en Costa de Marfil y Ghana, dos de los mayores productores mundiales.

La serie de huracanes, cada vez más violentos y dañinos, que ha diezmado la población de naranjales en Florida, reduciendo su producción esperada a la menor en un siglo, es una evidencia posible de que los efectos del cambio climático sean permanentes y con efectos de largo plazo sobre los precios de un conjunto importante de alimentos. Los naranjales perdidos por ciclones, plagas, sequía o heladas inusuales, demorarán años en reponerse, lo que implicará mayores precios para los consumidores en muchos mercados.

El cambio climático debe de ser reconocido ya como el factor de mayor riesgo para la inflación global en el largo plazo. Ciertamente, si mañana los mayores precios reducen su consumo y sustituimos en nuestro desayuno el jugo de naranja por agua, los precios de aquél caerán, y lo mismo pasará con el chocolate. Pero un fruto tras otro está siendo afectados por factores climáticos, y puede llegar al punto en que ni el mecanismo de precios pueda salvarnos de un futuro más caliente, y más caro.

sábado, 18 de noviembre de 2023

Acapulco: El Mercado No Debe Ser Quien Reconstruya

A lo largo de los años una ciudad es moldeada por varios factores: la tradición, la interacción entre sus habitantes, el azar, los fenómenos naturales, el mercado, la corrupción y la avaricia, o el talento de sus arquitectos. Las mejores ciudades, las más bonitas, son aquellas en donde predominan visiones armónicas de urbanistas por sobre el mercado. Acapulco, alguna vez ejemplo urbano, fue desordenado por el mercado, y la corrupción. Su reconstrucción deberá de ser regida prioritariamente por una visión urbana armónica, no por el mercado inmobiliario.

Cuando la emergencia en Acapulco haya sido superada- Cuando se haya restablecido la normalidad cotidiana mínima, y Acapulco y sus habitantes recuperen su normalidad, llegará el momento para que discutan la reconstrucción de su ciudad sobre una base distinta a la que fue arrasada por la furia inaudita de Otis.

Los desastres naturales son una de las fuerzas que cincelan a las ciudades. Las bellas ciudades holandesas se edificaron ante la continua amenaza de su destrucción por el mar del norte; la Ciudad de México se ha erigido, bella y resistente, en medio del hundimiento de su cuenca, y de la espada telúrica; los incendios cincelaron a Londres; los temblores a San Francisco.

Acapulco se encuentra sobre una de las bahías naturales más bellas del mundo. En los años 50 del siglo pasado rivalizaba con la Costa Azul francesa y otros destinos exclusivos; servía de locación de películas; grandes novelas (como “Se está haciendo tarde”, del acapulqueño José Agustín) la tomaban como escenario; era una joya turística.

Pero el crecimiento acelerado de su economía y población, junto con la corrupción de sus gobiernos, la voracidad inmobiliaria, una sociedad civil débil que no puso en su agenda la planeación urbana, resultaron en una deformación desagradable de la ciudad, la cual se convirtió en una metrópoli caótica e inviable, dividida en dos: una ciudad para el disfrute de los pudientes e influyentes, y la otra, masiva y fea, en donde viven los más necesitados.

La buena economía necesita de buen urbanismo. Las ciudades más ricas son ciudades bonitas que han sabido resolver los problemas fundamentales que retan a toda aglomeración: la movilidad, el espacio público, el balance entre transporte público y privado, y la prevalencia del peatón por sobre los vehículos. Las mejores ciudades deben ser atractivas para el talento y la inversión, pero privilegiando la convivencia, no únicamente entre las distintas clases sociales, sino entre el auto y el peatón, entre el trabajo y el disfrute, entre el mercado y la planeación.

El Acapulco que resurja de esta tragedia deberá de ser caminable; contar con un balance entre el transporte público y el privado; deberá de equilibrar las necesidades de los turistas, con la de sus habitantes permanentes; deberá de ser una ciudad disfrutable no nada más los fines de semana sino en los días hábiles; deberá de contar con un continuo de espacio público (y no nada más un parque) en donde puedan convivir todos; deberá de ser arbolado y vegetal; deberá de ser como una vez fue, una joya urbana envidiada por todos, antes de ser avasallada por el crecimiento demográfico y la corrupción inmobiliaria.

Para que ello ocurra es muy importante que el mercado inmobiliario funcione, pero dentro de un plan, dentro de una idea urbana que surja de un concepto forjado por el buen urbanismo y el consenso social. No debe ser el mercado quien imponga la solución de la reconstrucción, pues podría resultar en un resurgimiento fallido.

Primero deberá de ser el trazo urbano. Primero deberá de ser el orden de las densidades, de los usos de suelo, priorizar la convivencia y el balance entre la ciudad turística y la ciudad de los acapulqueños. Primero deberá de ser la maqueta, y luego el mercado.

Como el mercado no es alguien, es imposible sentarse con él y explicarle. Por eso, cuando se trata de un bien común, como es una ciudad, es el representante de la sociedad, el gobierno, quien debe de establecer las reglas sobre las cuales debe de funcionar el mercado.

Las ciudades, que son una aglomeración de propiedades privadas, acaban siendo un bien común. No me pertenece la Torre BBVA sobre la avenida Reforma en la Ciudad de México. No me pertenece Reforma, ni sus bellos camellones. Pero la Ciudad de México si es mía, me pertenece cuando la camino y la transito. Las ciudades son bienes públicos, es decir, de consumo no exclusivo, ni rival. Mi disfrute de Acapulco no excluye que alguien más lo disfrute. El mercado de bienes públicos debe de ser regulado por el gobierno, y no determinados por el mercado, como ocurre con los bienes privados.

Los inversionistas financiarán la reconstrucción de Acapulco, pero sobre el plan que los urbanistas, arquitectos y ciudadanos propongan. Las mejores ciudades son aquellas en donde un concepto urbano precede al financiamiento inmobiliario. La reconstrucción de Acapulco no se merece menos.

domingo, 12 de noviembre de 2023

El Tiempo Si Regresa: Vuelve La Liberación de Ucrania

¿Por qué estudiar la segunda guerra mundial? Porque sus efectos fueron tan profundos que siguen reverberando en la economía y la geopolítica actuales. Basta recordar lo siguiente: la capital de Ucrania, Kiev, era liberada de las manos del ejército invasor hace exactamente ochenta años. Pero el invasor era la Alemania Nazi, y el libertador era el imparable ejército rojo, en donde ucranianos y rusos eran uno y lo mismo en el esfuerzo para recuperar el territorio de la entonces Unión Soviética. Podemos ignorarlo a nuestras expensas, pero el destino del mundo se ha decidido más veces en las llanuras del este europeo que en casi cualquier otro lugar del planeta.

Si a dos soldados del formidable ejército rojo, un ruso y un ucraniano, que en el invierno de 1943 estaban luchando contra los nazis por la liberación de la tercera mayor ciudad de la Unión Soviética, Kiev, les hubieran dicho que ochenta años después sus nietos estarán matándose el uno al otro por la misma ciudad, no lo hubieran creído nunca 

No únicamente Napoleón y Hitler. Desde las hordas mongolas, los hunos, los tártaros, todos los grandes imperios han puesto sus ojos sobre la vastísima y fértil llanura, cruzada por múltiples ríos, localizada entre los montes Urales y el Mar Negro. Esa zona incluye el cuerpo de agua dulce más vasto del mundo: el Mar Caspio, y ha sido por milenios, el granero que alimenta a millones de personas a lo largo de dos continentes.

La conquista de esas llanuras, desde hace siglos, por parte de las naciones eslavas, las convirtieron en una potencia global desde hace un milenio- Ya sea por separado, o agrupados por Rusia, las naciones eslavas han controlado el trigo, la cebada, el mijo, el ganado, los metales y minerales, que Europa y Asia necesitan. 

Los eslavos cuentan, actualmente, con alrededor de 200 millones de habitantes, repartidos en media docena de países. Historiadores y estrategas militares se han hecho por siglos la misma pregunta: ¿Cómo un pueblo de población relativamente tan modesta pudo controlar la mayor extensión territorial en la historia de la humanidad? 

Una forma de responder la pregunta anterior es, justamente, estudiar la historia de la segunda guerra mundial, especialmente en su parte más decisiva: el frente oriental, el infernal enfrentamiento entre el ejército nazi y el ejército rojo. En el primer año de la invasión, los nazis estuvieron a sesenta kilómetros de Moscú. Un año después lograron capturar el ochenta por ciento de Stalingrado. A pesar de las colosales pérdidas humanas y materiales, en el borde del colapso y la derrota, los eslavos lograron no únicamente detener a los nazis, sino que los derrotaron, los hicieron retroceder, y dos años después, tomaban Berlín, la capital del tercer Reich.

Los nazis aprendieron, a costa de su derrota, lo que los mongoles, árabes, griegos y franceses supieron antes: la resistencia de los eslavos a la adversidad; su capacidad de suplantar la estrategia militar por el sacrificio de vidas humanas; la ferocidad en el combate.

¿Qué pasa entonces cuando dos naciones eslavas se enfrentan? Lo que ocurre desde hace dos años en Ucrania: el estancamiento de las hostilidades. Más allá de la ilusión óptica de un enfrentamiento Rusia-Ucrania, estamos frente a una guerra civil. Putin arguye que Ucrania no es ni siquiera una nación. Los ucranianos podrían decir lo mismo de Rusia, cuyo origen histórico es justo, la Rus de Kiev.

Es normal que desde México miremos la situación en Europa del Este bajo la óptica europea/estadounidense. Es una región tan ajena a nosotros histórica y geográficamente, que necesariamente adoptamos la visión más cercana a nosotros. Pero si entendiéramos lo que los territorios ucraniano, bielorruso, ruso y cosaco significaron en la Segunda Guerra Mundial, y cómo los más de veinte millones de muertos soviéticos siguen pesando como fantasmas en el alma de las naciones eslavas, quizá ganaríamos precisión en la naturaleza y la perspectiva del conflicto.

En agosto de hace ochenta años, alrededor de la ciudad ucraniana de Kursk, se llevó a cabo la mayor batalla en la historia de la humanidad. Unos meses después, en noviembre de 1943, Kiev era liberada. Diecisiete meses después, el ejército rojo, formado por rusos y ucranianos, había avanzado 1,364 kilómetros, hasta el búnker de Hitler en Berlín. 

Ocho décadas después, el equilibrio geopolítico del mundo se define en las mismas tierras. Pero va más allá: los mercados de materias primas y el de energía son también afectados por la exclusión de dos de los mayores proveedores de insumos en el mundo, lo que está afectando la perspectiva de inflación en nivel global.

Estamos acostumbrados a pensar en el tiempo físico, el cual es una progresión lineal que no regresa más. Pero el tiempo histórico no es una línea recta, es más bien un rizo espiral que asciende: ochenta años después el destino de Eurasia se decide en las mismas llanuras, en las naciones eslavas. Como si ocho décadas no hubieran transcurrido nunca, y se abriera una puerta en el tiempo que nos conectara con la segunda guerra mundial, la cual nunca se ha ido.

 

domingo, 5 de noviembre de 2023

¿Pueden Las Finanzas Salvar Al Mundo? No

No es descartable que la sorpresa y la violencia meteorológica que azotaron al puerto de Acapulco respondan al calentamiento global. Las estadísticas son irrefutables, la temperatura promedio del planeta crece constantemente desde hace décadas y cada verano implanta nuevos máximos de calor. Lo anterior es muy probable que esté detrás de la mayor frecuencia y fuerza de ciclones, huracanes y tornados. ¿Qué hacer?, ¿Es demasiado tarde?, ¿Pueden las finanzas salvar el mundo? No. Pero si pueden ayudarnos un poco.

Antes que científicos y meteorólogos sistematizaran el problema del calentamiento global, un economista inglés, de la era victoriana, había ya pensado cómo poder resolver el problema: mediante impuestos.

Alfred Pigou razonó que en toda producción de bienes se producen también males. Al producir un auto por ejemplo, las minas de las cuales salen los minerales que se transforman en acero, devastan la tierra; y la producción misma del auto emite contaminantes y desechos. Si el bien producido en el proceso tiene un precio, el mal que lo acompaña debe también tener un precio, en su caso un precio negativo: un impuesto.

Al producir y vender un auto, por ejemplo, el consumo y disfrute del mismo es privado, pero el daño que causa su producción y uso son públicos: todos padecemos la devastación de las mineras e inhalamos el carbono emitido por el escape. Quien la hace, la paga, dice el refrán: ¿cómo hacer que aquellos que contaminemos, paguemos el daño que hacemos?

De nuevo, a través de penas, multas o impuestos. Pero el problema es la medición: ¿Cuánto del daño que las minas hicieron, y de la contaminación de la fábrica que lo armó, tengo que pagar yo por comprar el auto? ¿Cómo sabría el SAT cuánto smog produzco al manejar? ¿Cómo me cobraría el impuesto correspondiente?

Los llamados impuestos pigouvianos son un concepto muy poderoso teóricamente, pero su instrumentación es harto difícil. ¿Y los cada vez más famosos bonos verdes?

Las finanzas, esa rama de la economía que se encarga de analizar los mercados y de diseñar mecanismos para financiar todo lo que hacemos, ha ayudado a conseguir dinero para todas aquellas empresas y proyectos que causan el calentamiento global: ¿Podría a su vez ayudar a conseguir los recursos para salvar al planeta de su colapso ecológico y ambiental?

Si. Podría ayudar. Pero no es la solución al problema.

Los bonos verdes son una solución sub-óptima al problema descubierto por Pigou. Si no podemos gravar los actos contaminantes, al menos incentivemos a aquellos que van a reducir la contaminación. 

Los bonos verdes, y de otros colores, buscan tres cosas: privilegiar el financiamiento de aquellas actividades que reduzcan las emisiones de carbono; medir la reducción de las emisiones; y mediante el seguimiento durante la vida del bono de la reducción de emisiones, compromete a los emisores (públicos y privados) a tener plena consciencia de contaminar menos e incentivar aquello que contribuya a combatir el cambio climático.

La mayor responsabilidad para incentivar el mercado de bonos verdes debería de recaer sobre aquellos que más contaminan. ¿Quiénes son? La respuesta es fácil de dar, pero muy complicada de operar.

En el nivel de los países la respuesta es inmediata: China, Estados Unidos, India y la Unión Europea, los países más poblados y ricos son los mayores emisores de gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo cual es la principal causa del calentamiento global. 

Pero si queremos instrumentar una política debemos de llegar al emisor de carbono concreto, y allí es donde todo se complica.

En el nivel de industrias, la mayor emisora de carbono es, abrumadoramente, la energía, con tres cuartas partes del total; seguida de la agricultura, con cerca del 12 por ciento; las manufacturas, con seis por ciento; la basura, con tres por ciento; y la deforestación con tres por ciento también.

En el nivel de las compañías, encabezadas por Saudi Aramco, las petroleras son las mayores emisoras de gases de efecto invernadero, así que, en ese aspecto, a un gobierno mundial, capaz de gravar a los emisores, no le sería difícil imponer un impuesto pigouviano a las petroleras. Pero no es tan fácil, cada país es distinto. Los republicanos en Estados Unidos, sólo como ejemplo, son financiados por los petroleros a cambio de una regulación laxa. Basta escuchar a Donald Trump.

Algo similar ocurre con la electricidad, donde los emisores son los grandes productores, quienes podrían soportar impuestos por contaminar, y repercutirnos a nosotros, los consumidores, una energía más cara…y eso ya no es tan fácil. La lucha contra el cambio climático implica mayores precios de la energía, y por esa vía, mayores precios en general.

Es más difícil incluso. Después de la energía, nuestra dieta moderna, rica en proteína animal, es la principal fuente de emisión de carbono. La crianza de res, puerco y pollo, y la generación del estiércol correspondiente, es uno de los mayores contribuyentes al efecto invernadero. Si queremos verdaderamente combatir el calentamiento global deberemos de reducir drásticamente nuestro consumo de carne, y comer más frutas y verduras. No basta emitir más bonos verdes. No será tan fácil.

domingo, 22 de octubre de 2023

Mercados Necios Que Acusáis A La Fed Sin Razón

La economía mundial es un mecanismo complejo, muy difícil de entender y pronosticar, como lo muestra el hecho de que, en la salida de la pandemia, los mayores bancos centrales del mundo (con sus ejércitos de economistas) no pudieron prever ni entender, el resurgimiento de la inflación, hasta que ya fue demasiado tarde. Pero en ese entramado complejo hay una variable sobre la que todos está de acuerdo que es la más importante de todas: la tasa del bono de diez años de los Estados Unidos, y es justo ese dato el que está cimbrando a mercados y economías las últimas semanas.

Empecemos por hablar sobre la extrema importancia de las tasas. La tasa de rendimiento de los bonos gubernamentales, son la base para estimar el costo del dinero para el resto de nosotros: para empresas, para familias, para individuos. Y el costo del dinero, en una economía monetaria como lo son las modernas, es la variable fundamental para el empleo y el crecimiento.

Pero existen muchas tasas: existe la tasa de cortísimo plazo, de un día a otro, que es la que fijan los bancos centrales; existen las tasas a las que se financian los bienes durables, como autos, o refrigeradores, de plazos entre 3-5 años; existen las tasas hipotecarias, que son el costo para comprar nuestras casas; y existe la tasa de diez años, que es la base para fijar el costo de capital de las empresas, los grandes proyectos de infraestructura, el manejo de nuestras pensiones, el costo de la deuda gubernamental, la tasa a la que se descuentan los ingresos esperados por las compañías en el futuro.

Los bancos centrales buscan influir en el costo del dinero fijando la tasa de financiamiento de muy corto plazo, pero quien verdaderamente fija el nivel de la tasa de diez años, y, por lo tanto, el costo del capital y de la inversión de la economía, son los millones de inversionistas que, al comprar y vender bonos, fijan la tasa de diez años.

Para darnos una idea del problema que podríamos estar enfrentando en los próximos meses, notemos que la tasa de diez años de los Estados Unidos se encontraba en 0.5-0.6 por ciento rumbo a finales de la pandemia covid; y que en los inicios de este 2023 estaba apenas en 3.5 por ciento. La semana pasada, y por primera vez desde 2007, la tasa de diez años superó brevemente la cota del cinco por ciento, antes de bajar ligeramente rumbo al cierre del viernes.

Efectivamente, la tasa de diez años se ubica en su nivel más alto en 16 años. Pero recordemos que la inflación viene de presentar su ritmo más elevado en cuarenta años, así que no deberíamos de estar sorprendidos: aunque si asustados, o cuando menos, preocupados.

Porque la tasa de diez años es la base para calcular el costo del capital para empresas, familias, gobierno y proyectos. Y durante los últimos 16 años las tasas estuvieron por debajo de cinco. De hecho, muy por debajo, tan bajo como cero por ciento. Con ese costo de capital tan bajo, se realizaron muchos proyectos, y se lanzaron muchas empresas, cuyo único reto era generar un rendimiento superior a la bajísima tasa de diez años. No sería raro enterarnos que muchos proyectos irracionales y sin mucha lógica, se llevaron a cabo, dado el bajísimo costo del capital.

¿Qué pasará ahora con ese conjunto (que podría ser muy grande) de proyectos y empresas muy poco rentables, que fueron financiados a tasas bajísimas, hoy que tienen que refinanciarse y enfrentan las tasas más altas en 16 años? 

Tenemos una gran ventaja: los muy profundos mercados de capitales cubrieron con derivados muchos de esos proyectos con tasas fijas y paridades estables en las divisas, por lo que muchos proyectos, compras de casas, o empresas, siguen disfrutando aún condiciones de financiamiento muy favorables contratadas en los años de bonanza. Pero no todos tuvieron esa suerte, y con el paso del tiempo, tendrán que refinanciar los créditos que se les vencen. Y enfrentarán un mundo más caro.

La verdad es que lo sorprendente fue el tiempo que le tomó moverse a la tasa de diez años: los bancos centrales comenzaron a subir desde el 2021, y, por ejemplo, mientras que la tasa de corto plazo de la Fed se encuentra ya desde hace meses en 5.50, la tasa del bono de diez años rebasó la cota de cinco apenas la semana pasada: ¿por qué?

Porque a la tasa de diez años no la mueve tanto la Fed, sino el mercado. La expectativa de los inversionistas, quienes se están dando cuenta recién de que estaban equivocados al pensar que el alza de tasas de la Fed provocaría una recesión fuerte, que aplanaría a la inflación, y obligaría a los bancos centrales a bajar sus tasas de nuevo, por lo que pensaban que las tasas de largo plazo no deberían de subir tanto como las de corto plazo.

Pero la economía ha sido tercamente fuerte, y la inflación pegajosamente alta. Ni la economía se hunde, ni la inflación cede, y por lo tanto no existen condiciones para que la Fed baje sus tasas, por lo que las de largo plazo deberán de subir, tal y como lo han hecho en las últimas semanas.

En los mercados financieros aplica aquél adagio famoso de Sor Juana. Pues no es descartable que el alza de las tasas de largo plazo provocada por los inversionistas acabe provocando la recesión que ellos mismo están descartando: mercados necios que acusáis a la Fed sin razón, sin ver que sois la ocasión, de lo mismo que culpáis.

domingo, 15 de octubre de 2023

México: Lo Que Sigue Es La Vivienda, Y Las Ciudades

Hay una confluencia de factores favorables en México y su economía que necesitarán resolver pronto un tema clave: la vivienda. Si el famoso “nearshoring” resulta un factor de peso para la economía en el mediano y largo plazo; si el crecimiento actual se prolonga en el futuro; si la mejora en la distribución del ingreso que hemos visto en el último lustro continúa; si los grandes proyectos de infraestructura se concretan en polos de desarrollo, será necesario atender la consecuente demanda de vivienda para una población cada vez más próspera.

Es de Perogrullo decir que la demanda por vivienda se satisface con oferta de vivienda, así que resolver el problema de la demanda de vivienda plantea un problema adicional: el de su oferta, lo cual implica retos urbanos importantísimos.

La experiencia de las ciudades de los años 40-70s demuestran que la oferta de vivienda debe de atenderse con criterios urbanos de muy largo plazo. Las ciudades modernas están llenas de unidades habitacionales hipertrofiadas que buscaron en su momento resolver picos demográficos con bajo costo. Con las décadas muchos de esas unidades decayeron y acabaron siendo depresiones urbanas con múltiples problemas.

Es decir, en los próximos años México debe de atender dos problemas: el de la demanda de vivienda, y el de su oferta. Ambos presentan problemas: el primero se resuelve con financiamiento, el segundo se resuelve con urbanismo.

El problema de confiarle a los economistas la resolución del problema de vivienda es que atienden sólo el problema del financiamiento, pero no atienden el problema del urbanismo. El primer aspecto podrá resolver el problema de corto plazo: la gente cuenta con vivienda; pero el más importante es el de largo plazo: construir vivienda que cree ciudades disfrutables y lindas en el largo plazo.

Existe otra forma de decirlo: resolver el problema de la vivienda pasa por construir bellas ciudades. No es una opción, es la única solución posible en el largo plazo. El mercado no provee esta solución, es necesario el urbanismo: el arte de arquitectos y hacedores de ciudades es el ingrediente más importante para resolver bien el problema de la vivienda.

México necesitará atender ese problema en los próximos años, la manera de hacerlo es construyendo ciudades lindas. Los mexicanos solíamos hacer justo eso muy bien, construíamos magníficas ciudades, pero algo pasó entre los 40-70 cuando las ciudades crecieron más rápido de lo que era posible gestionar.

Tenemos en puerta una nueva oportunidad, que nos viene de resolver un problema acuciante: necesitaremos muy pronto crear una oferta de vivienda para atender la necesidad de millones de familias que requieren un lugar para vivir. 

Primero debemos de crear la oferta para atender la demanda, pero en el proceso de crear esa oferta debemos de hacerlo teniendo en cuenta de que no debemos de construir casas, sino ciudades, un conjunto de casas ordenadas para la vida en común de miles de personas. Los mercados no resuelven ese problema, el arte del urbanismo es lo que históricamente ha podido atender esta necesidad.

La primera parte del problema, el de financiar la oferta, es laborioso, imbrincado, pero no complicado: la solución existe y está disponible en México. El Infonavit, el Fovisste, Sociedad Hipotecaria Nacional, son fondos públicos que pueden proveer la parte crítica del financiamiento que puede ser complementada por los mercados bancarios y de capitales, los cuales tienen una base de inversionista natural en las Afores, quienes demandan activos para invertir los ahorros de los trabajadores.

El financiamiento de vivienda es una segmento muy relevante en todos los mercados financieros del mundo. Los bonos hipotecarios y la industria adyacente a ellos emplean a decenas de miles de personas y generan externalidades muy importantes, por lo que desarrollar esos mercados además tiene otros beneficios económicos deseables.

La construcción de vivienda implica la movilización de trabajadores, proveedores, servicios, que empujan al crecimiento económico en múltiples sectores, y crea una demanda por servicio en el largo plazo. Pocos sectores en la economía tienen tanto arrastre sobre los demás como la vivienda, la cual después de ser construida debe de ser equipada, pintada, embellecida, cuidada y mantenida.

Pero tan importante como dotar a la economía de la vivienda que requiere, es el de construir ciudades. Si la vivienda urgente se ofrece en condiciones caóticas, desordenadas, con mal urbanismo, en pocos años la resolución de ese problema de corto plazo causará otras tribulaciones que borrarán los beneficios.

Es imposible separar las soluciones, el problema es integral: la oferta de vivienda debe de acompañarse de la construcción de ciudades. Nuestra historia lo demuestra: a lo largo de nuestra historia hicimos bellísimas ciudades. Lo sabremos hacer de nuevo.

domingo, 8 de octubre de 2023

Y Si Estas Tasas Altas, ¿No Son Tal Altas?

¿Cómo decir que las tasas de interés en Estados Unidos están altas, si el crecimiento económico se está acelerando, y la economía crea empleos al ritmo más fuerte en varios meses? ¿Por qué la economía de ese país crece cada vez más rápido a pesar de que el costo del dinero es cada vez más elevado? ¿Será que lo que solía ser una tasa alta ya no lo es? ¿O será que las últimas décadas las tasas de interés estuvieron artificialmente bajas, y las actuales son apenas las tasas de interés adecuadas?

Existen argumentos en ambos sentidos: tanto para el que afirma que las tasas de interés altas ya no son lo que eran; como para el que sostiene que las tasas altas son las mismas, nada más que no debemos compararlas con las de las últimas décadas, cuando estuvieron artificialmente bajas.

¿Por qué es importante esta discusión que parece enredad y bizantina? Porque de ella podría depender el futuro de corto plazo de la economía global. Sin exagerar mucho.

Para empezar a platicar primero intentemos definir algo: una tasa alta es aquel nivel del costo del dinero que aprieta a la economía, que la desacelera, con el fin de amortiguar el crecimiento de la demanda y reducir así las presiones de inflación. Los economistas la llaman, una instancia restrictiva, pues la política monetaria de los bancos centrales busca contener la dinámica de precios.

De 2008 a 2020 las tasas de interés de los bancos centrales estuvieron prácticamente ancladas al cero por ciento, y cuando en 2018 la entonces jefa de la Fed, Janet Yellen, quiso elevarlas, no pudo pasar del 1.5 por ciento antes de que múltiples fracturas en la economía y los mercados la obligaran a regresar las tasas hacia abajo.

Cuando la inflación resurge en el mundo durante la salida de la pandemia, en 2021, muchos temíamos que la velocidad y el nivel de la subida de tasas de interés necesarios para controlar la desbocada inflación, romperían muchos aspectos críticos de la economía mundial: al sector bancario, el valor de las pensiones, la economía misma, a las absurdas criptomonedas.

Pero nada de lo anterior ha ocurrido. Por el contrario. Casi pareciera como si lo que la economía necesitara fuera inflación, pues se está acelerando como si las tasas estuvieran bajas, el desempleo está cerca de mínimos históricos, y el consumo y la inversión despegan alegres.

Algunos economistas intentan explicar el acertijo anterior diciendo que las cosas han cambiado, y que, ahora sí, esta vez es diferente. 

Que como los Estados Unidos se están re-industrializando para absorber la capacidad productiva que está saliéndose de China por motivos geopolíticos, las empresas no miran como antes a la tasa de interés; que la perspectiva de una ola de innovación tecnológica está animando un incremento en el acervo de capital de la economía que ha sido relativamente insensible al actual nivel de la tasa de interés, pues los rendimiento de los proyectos futuros, por ejemplo los ligados a la inteligencia artificial, son tales, que soportan sin problemas la velocidad con la que se ha incrementado el costo del dinero en estos últimos dieciocho meses.

Los economistas de la otra esquina del cuadrilátero dicen algo distinto: dicen que las tasas actuales, con la Fed en 5.50 por ciento, no son nada distintas de las que solían ser antes de 2008, cuando la Fed inundó con liquidez la economía global, comprando los bonos que se le pusieran enfrente y rediciendo artificialmente el costo del fondeo con el objetivo de reducir la tasa de desempleo, que se disparó en 2008-2009 y que tardó más de una década en regresar a su nivel previo.

En la década previa al 2000, antes que la Fed acostumbrara a los mercados a las tasas bajísimas y al dinero fácil, el promedio de la tasa de interés en Estados Unidos era más o menos 5.25 por ciento, muy cerca del nivel actual, acompañando a una tasa de inflación al consumidor de alrededor del dos por ciento.

Si las décadas del 2000 al 2020 no hubieran existido, nadie llamaría en este momento “altas” a la tasa de interés. Previo al 2000 el par: inflación cercana al dos por ciento-tasas al cinco por ciento, eran un combo usual. Era lo normal. Es más, con la inflación entre 3-4 por ciento, en aquellos años seguramente los mercados habrían demandado una tasa de interés más alta, quizá cercana al 6 por ciento para protegerse de la erosión inflacionaria.

¿Qué ocurrió en 2000-2021, que hizo que el combo dos por ciento de inflación – cinco por ciento de tasa de interés, se modificara? Dos cosas: China irrumpió en el mercado mundial matando la inflación con su descomunal oferta de bienes; y la Fed y los bancos centrales chorrearon las economías con una plétora de liquidez. Pero ahora, esos dos factores ya no son lo que fueron, y China está sufriendo restricciones a sus productos y los bancos centrales está retirando la liquidez para no alimentar la inflación. 

Tal es lo que los mercados de bonos están temiendo estos días: que el combo 2 de inflación y 5 de interés, regrese para quedarse, y que ya no volvamos a ver de nuevo las tasas de interés tan bajas que tuvimos en 2000-2021. Y por ello, sufren.

 

domingo, 24 de septiembre de 2023

El Nixtamal Contraataca

Algo malo nos va a pasar. Los dioses mesoamericanos no nos van a perdonar. De alguna forma pagaremos la osadía de aniquilar, en una generación, al alimento sagrado de Mesoamérica: la tortilla de nixtamal. Una tradición de más de tres mil años está desapareciendo con la tortilla de harina de maíz, que está a punto de sustituir, peligrosa y tristemente, a la nutritiva, sabrosa y milenaria, tortilla de nixtamal.

El semestre pasado hice una encuesta entre mis alumnos de mi grupo de la UNAM: casi ninguno sabía la diferencia entre la tortilla de harina de maíz, y la de nixtamal. Es alarmante como en una generación, la tortilla de harina de maíz desplazó al alimento milenario de Mesoamérica. La historia es fascinante, y aleccionadora, pero si no actuamos las consecuencias de nutrición y salud públicas pueden ser significativas.

Empecemos por el nixtamal. Creo que la masa es una de los grandes inventos de la humanidad. Pasar de la planta del cereal silvestre, a un insumo comestible a partir del cual se elabora un alimento cocido implicó la evolución tecnológica a través de un conocimiento acumulado más prodigiosa que la actual inteligencia artificial.

¿Cómo llegamos del trigo a la masa? ¿A quiénes se les ocurrió el complejísimo proceso de elaboración del nixtamal? Agregar cal de las cenizas, moler, hasta llegar a la masa que se puede cocer. El paso de lo crudo a lo cocido, como lo identificó Levi-Strauss, es una de las claves de la evolución de las civilizaciones humanas. 

Llegar a la masa implica eliminar la acidez y toxicidad de los granos de los cereales , y fortifica sus nutrientes, produciendo un alimento muy nutritivo que puede cocerse y conservarse por más tiempo. El nixtamal mesoamericano es un alimento muy nutritivo que proveyó de energía a los habitantes de esta región durante milenios. Pero la vida urbana moderna implicó un problema…

El nixtamal es una pasta fresca, que debe procesarse y consumirse muy pronto pues de lo contrario se fermenta y se pudre. El nixtamal debe hacerse tortilla en muy pocas horas, pues es de difícil conservación. Por eso la tortilla de nixtamal implica que alguien (históricamente, las mujeres) se ocupen de su lento proceso de elaboración y cocción.

Pero la economía de la vida urbana moderna no es favorable a la tortilla de nixtamal. Vertiginosa, y absorbente, la economía contemporánea también exige que las mujeres participen en la vida laboral. Ya no hay nadie en casa para preparar el nixtamal y su tortilla. La tortilla de nixtamal es propicia en la Mesoamérica rural y lenta previa a la industrialización y a la urbanización.

¿Cómo conciliar la dieta mexicana basada en la tortilla con la economía urbana moderna? La respuesta fue la tortilla de harina de maíz.

Por una razón sencilla en México llamamos a la tortilla de trigo, “tortilla de harina”. Porque se elabora con harina (de trigo). La ancestral tortilla de maíz no se hacía con harina, sino con nixtamal. Así de simple. Hasta que irrumpe en escena el regiomontano Roberto González.

El nixtamal, decíamos, es lento de elaborar y difícil de conservar. La harina se procesa rápidamente, y se conserva con muchísima facilidad. ¿Por qué no hacer una harina de maíz para hacer tortillas? Esa fue la pregunta que Roberto González se respondió. Ese es el origen de Maseca, una de las mayores empresas de alimentos de México.

Maseca es un ejemplo típico de como una innovación tecnológica puede convertirse en una corporación multinacional: Roberto González inventa la forma de convertir el maíz en harina y a partir de allí elaborar la tortilla. Su invento permitió hacer una tortilla más rápida, y conservar los insumos por largo tiempo. Para una fuerza laboral en donde la mujer abandonaba el hogar para ir a trabajar, la harina de maíz fue una solución práctica y de muy bajo costo. Una solución muy eficiente económicamente.

Pero esa solución eficiente en términos económicos, ¿fue adecuada en términos nutricionales de y de salud pública? ¿es la tortilla de harina de maíz lo suficientemente nutritiva para seguir siendo la base de la dieta mesoamericana, como lo ha sido por tres mil años la tortilla de nixtamal? La harina de maíz, ¿tiene el suficiente grano entero, y sus añadidos, son seguros para la salud?

La respuesta a las preguntas anteriores son materia de un debate apasionado, con partidarios de ambos lados argumentando las ventajas de cada solución, y sus desventajas. Yo no soy nutriólogo y mi opinión no es calificada, pero una cosa si se: que el sabor de la tortilla de nixtamal es infinitamente superior a la de la tortilla de harina de maíz.

La tortilla de nixtamal es un manjar complejo y multidimensional su olor es seductor tanto crudo, como cocido. Su textura es inigualable. La tortilla de harina de maíz es llana, quebradiza y desabrida. Gastronómicamente, no hay forma de compararlas.

Casi tres mil años apoyan la hipótesis de que la tortilla de nixtamal puede ser la base de una dieta sana y nutritiva. Aún es demasiado temprano para decir lo mismo de la tortilla de harina de maíz, cuyos detractores incluso dudan de la seguridad en términos de salud para algunas marcas.

¿Podría industrializarse la tortilla de nixtamal, de una manera tan eficiente como se hizo con la tortilla de harina de maíz? ¿Podría haber una tecnología que sea eficiente y al mismo tiempo, preserve los nutrientes y la gastronomía de la tortilla de nixtamal? Ojalá.

domingo, 17 de septiembre de 2023

El Americano Impasible, III (Y Último)

Desde finales de la primera guerra mundial, los Estados Unidos han tenido que mantener dos equilibrios simultáneamente: el doméstico, y el global. Son de manera consciente el policía y el regulador del mundo, al tiempo que gestionan la estabilidad de la sociedad más compleja del planeta: la estadounidense misma. Pocas veces en el pasado, sin embargo, se han enfrentado a un desafío tan complejo como el que existe ahora, en donde el principal problema del orden global parece ser justamente, el desorden doméstico de los Estados Unidos.

No debería de ser una sorpresa que quien mejor conozca a los estadounidenses sean los británicos. Con esta son tres entregas que esta columna usufructúa el maravilloso título, “El Americano Impasible”, de la traducción castellana de “The Quiet American”, una gran novela de uno de los mejores narradores en lengua inglesa del siglo pasado, Graham Greene, quien usa una anécdota policial y de espionaje para realizar un lienzo acabado de la actitud de los Estados Unidos ante el resto del mundo.

Y existe por supuesta la famosa boutade de Churchill: “los americanos siempre harán lo correcto, sólo después de haber ensayado todo lo demás”.

Tengo fe (si, fe, no confianza, ni convicción), de que la democracia estadounidense sabrá resolver el desafío más arduo de su historia moderna: el planteado por la disolución del conservadurismo tradicional del partido republicano, y el ascenso de la ultraderecha, enarbolado por Trump, pero que cuenta con personajes aún más peligrosos, como el impresentable gobernador de Florida, Ron de Santis.

A nadie pueden responsabilizar los Estados Unidos de la actual suerte de su democracia. Como hemos documentado en nuestras últimas dos columnas aquí, “sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Su arcaico sistema electoral, y la mengua demográfica relativa de su población blanca y protestante ha producido una reacción colérica, furiosa y muy peligrosa, del estadounidense tradicional, que está dejando de ser el promedio ante el incremento dramático de la diversidad étnica que ha atraído el éxito económico de ese país en las últimas décadas.

El imperio romano corrió una suerte similar. Creció a tal punto que la población romana fue minoritaria, y los no romanos (bárbaros y otros) acabaron rigiendo los destinos imperiales. Pero a pesar de las apariencias, los Estados Unidos no son un imperio, sino una república democrática, llena de contradicciones y en peligro de fragmentarse, pero que cuentan con un activo inigualable: su capacidad de generar nuevas tecnologías que transforman al mundo mediante olas repetidas e incesante de innovación.

Existe un hilo conductor, directo, transparente y documentado, entre el movimiento hippie y contracultural de los años sesenta, con epicentro en California, y el Silicon Valley de hoy. Una cultura inconformista, disruptiva, fue parte del fermento que creo el motor de innovación más importante del último cuarto del siglo XX, y que sigue propulsando a la economía moderna en este siglo.

Ningún país, ni bloque de países, puede igualar el poder de mercado y capacidad de innovación de Google, Apple, Microsoft, Amazon, Facebook y Silicon Valley. El resto del mundo se ha resignado a ser un mero seguidor, consumidor, y en su caso, regulador de los colosos estadounidenses. Hay, como siempre, una excepción: China.

En el último lustro los Estados Unidos han tomado uno de los muy raros acuerdos bipartidistas: es necesario contener el ascenso económico (primero), y geopolítico (en consecuencia), de China, pues ella representa el único desafío real a la hegemonía estadounidense en el mundo.

Trump erigió una valla proteccionista y financiera contra China y sus empresas, y Biden no sólo no la revirtió, sino que levantó diques adicionales, incluso a sabiendas de que, al hacerlo, el costo de los insumos y de bienes de consumo para la población estadounidense, subirá, y dificultará la misión de controlar la inflación resurgente. 

La relación simbiótica China-Estados Unidos presenta, a partir de la pandemia, un punto de inflexión. Durante décadas la relación fue mutuamente benéfica en términos netos. Las empresas estadounidenses producían y obtenían bienes y servicios cada vez más baratos de China, y esta nación, basada en su enorme plataforma exportadora, crecía su economía con el fin de absorber a centenas de millones de personas que migraban del campo a la ciudad, generando una prosperidad sin parangón en la historia económica del mundo medida por la cantidad de personas beneficiadas.

Pero el ganador neto de esta relación, ante los ojos estadounidenses, fue una China cuya prosperidad exponencial alimentó ambiciones geopolíticas y de control global, desafiando el balance posterior a la Guerra Fría, que había dejado a los Estados Unidos como la única potencia global.

La afluencia china posibilitó que empresas como Ali Baba, Pin Duo Duo, Tencent, y otras, retaran en la arena global a los colosos de Silicon Valley en un pie de igualdad. De tú a tú. El éxito global de la china Tick Tock, por ejemplo, no ha sido igualado, ni de lejos, por alguna empresa de Silicon Valley.

Los Estados Unidos están en una encrucijada vital. Internamente su democracia está en peligro debido a que la minoría blanca se resiste a aceptar que su nación es compartida con un mosaico étnico; externamente su hegemonía se encuentra desafiada por un modelo, el chino, que rivaliza en eficiencia y competitividad con el suyo. ¿Cómo resolverán esta encrucijada? Aquella boutade de Churchill es memorable: veamos si aplica en esta ocasión.