domingo, 25 de noviembre de 2018

¿Fuma Mariguana? Pague IEPS

El consumo de mariguana no estará completamente oficializado hasta que pague impuestos. Y no únicamente debe de pagar el impuesto normal para el consumo, el IVA, sino que debe de pagar un impuesto especial por tratarse de un bien peculiar. El debate sobre la necesaria legalización de la mariguana ha sido muy extenso y minucioso, con las partes a veces polarizadas respecto de los beneficios de la misma. Pero a mi me gustaría escuchar algo muy sencillo: ¿cuál es la tasa de IEPS que se le cobrará a su consumo y cómo se va a recaudar?
Los impuestos son la forma en que el Estado se financia para intentar alcanzar el bien común. Por eso la corrupción de funcionarios públicos es económicamente ineficiente: nos impide alcanzar el máximo nivel de bienestar público para un nivel de recaudación dada. De hecho la penalidad óptima para la corrupción debiera ser el valor del nivel de bienestar público que no pudo ser alcanzado por el peculado.
Existe entonces una primera función para los impuestos: financiar al Estado, ese conjunto de instituciones diseñado por los votantes para que los lleve a un mayor bien común. Para ello existen dos impuestos fundamentales: el de ingresos o renta, y el de consumo.
Gravar el consumo y los ingresos tiene un fin netamente recaudatorio. Busca financiar el presupuesto público mediante el gravamen de dos fuentes de recursos de las familias y empresas. Existe también un tercer grupo de impuestos importantes para el financiamiento público, sobre todo para los gobiernos locales: los impuestos a los activos/riqueza de las personas, que usualmente son parciales (la tenencia, el predial, impuestos a vehículos, etc.).
Pero existen unos impuestos especiales cuyo fin no es primordialmente recaudatorio, sino que busca inducir en los consumidores, mediante el sistema de precios, un comportamiento deseable para así maximizar el bien común, como debe de hacer todo Estado. Por supuesto que el Estado recauda ingresos por esa vía, pero son necesarios para financiar los efectos sociales causados por el consumo de los bienes sobre los cuales se imponen dichos gravámenes.
En términos económicos un impuesto especial se aplica a aquellos bienes o servicios cuyo consumo individual reduce el bienestar de terceros. Los economistas llaman a este fenómeno, un consumo con externalidades negativas.  Los impuestos especiales sirven entonces para que el Estado financie la remediación de esas externalidades negativas y podamos alcanzar el máximo nivel de bien común.
En México dichos impuestos especiales se agrupan bajo el acrónimo de IEPS (Impuestos especiales sobre producción y servicios) , y son un buen diseño fiscal para financiar la solución de los problemas que causa el consumo de los bienes y servicios gravados. El más famoso de los IEPS es el de gasolinas, que tiene el propósito de ayudar al estado a financiar las graves y vastas externalidades de la producción y el consumo de gasolina. El consumo de frutas, el ver una película, tomar una clase o comernos una tortilla, no tiene efectos sobre el medio ambiente y por lo tanto no afecta a terceros como si lo hace el consumo masivo de gasolina que realizan las economías modernas. Es por ello que los Estados suelen gravar con impuestos especiales a las gasolinas, y también a aquellos bienes que causan daños a la salud o que provocan adicciones que deben de ser tratadas.
El alcohol y el tabaco son los casos típicos de bienes cuyo consumo han sido sujetos a impuestos especiales, pues su consumo, realizado por una parte minoritaria de la población, puede crear la necesidad de una política pública para atender a dichos consumidores y por lo tanto es equitativo que quienes no consumieron tabaco y alcohol no financien sus efectos sobre sus consumidores. Los impuestos especiales a bebidas azucaradas caen también en este caso.
El consumo de drogas suaves quizá cause efectos sobre la salud. O quizá el Estado juzgue adecuado desincentivar su consumo mediante el mecanismo de precios, buscando inducir un buen comportamiento entre sus ciudadanos. Despenalizar el consumo de la mariguana es un primer paso para su legalización, el circuito completo implica determinar de qué tamaño será el IEPS, cómo se recaudará, y cómo se distribuirán (entre la Federación y los Estados y Municipios), los ingresos resultantes. Así es que la discusión apenas comienza.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Sanos Vs Enfermos: El Impuesto Al Churrasco

La política fiscal debe ser equitativa, nos dicen, debe de gravar a los que mas tienen para ayudar a los menos favorecidos y buscar la máxima igualdad posible en una sociedad. Bajo ese esquema existen dos extremos: ricos y pobres. ¿Pero qué ocurre cuando esos dos extremos son los ciudadanos sanos, que cuidan lo que comen, por un lado; y por el otro tenemos a los ciudadanos enfermos crónicos, cuya dieta los incapacita económica, y por lo tanto fiscalmente?
Para la actual política fiscal la dieta y la salud de los individuos no es relevante. La única variable es la capacidad de generar ingresos y acumular riqueza: los impuestos buscan entonces modular la desigualdad siendo progresivos. Los deciles más altos ayudarán a financiar a los más bajos con el fin de cerrar la brecha de equidad.
¿Pero qué ocurre cuando un ciudadano, por culpa de su dieta, sufre una enfermedad crónica que lo incapacita económicamente y por lo tanto ya no puede tributar? ¿Es justo que su tratamiento sea financiado por ciudadanos que cuidan su dieta, hacen ejercicio y cuidan su salud?
La incidencia de enfermedades crónico degenerativas en el mundo, pero especialmente en México, es tan aguda, que es necesario hacernos esta pregunta y plantear su respuesta, porque dicha solución no es sencilla, pues hay un elemento muy complicado en la discusión: la elección personal y la industria alimenticia.
La libre elección es el principio sagrado de la libertad económica. ¿Pero qué ocurre cuando el consumidor decide una dieta que lo lleva a una enfermedad crónico degenerativa que lo incapacita económicamente a una edad mucho más temprana que un consumidor que elige una dieta sana?
Ya no es posible negar la evidencia que muestra que una dieta basada en proteína animal (sobre todo carnes rojas y procesadas), rica en grasas y en azúcar y alimentos excesivamente procesados, está asociada a la creciente y alarmante incidencia de enfermedades crónico degenerativas como la diabetes, afecciones coronarias y cardiopatías. La dieta de las sociedades avanzadas está produciendo poblaciones con una edad productiva menor, a pesar de que la esperanza de vida siga creciendo. Las poblaciones quizá vivan más, pero su vejez es de mucho menor calidad y su productividad decrece aceleradamente debido a las enfermedades crónico degenerativas que se presentan a una edad cada vez más temprana.
Lo anterior implica un porcentaje cada vez mayor de las poblaciones con necesidad de tratamientos de muy largo plazo, prácticamente permanentes, lo que significa una trayectoria alarmante para los presupuestos de salud pública en el muy corto plazo. De hecho, y a juzgar por experiencias personales, el sector público en México ya está en una situación en donde la cobertura de las enfermedades crónico degenerativas representan la más importante presión de finanzas públicas.
El gran problema es que dicho patrón de dieta y sus tremendas consecuencias económicas surgen de la elección personal. Es la elección personal la que lleva a un consumidor a ingerir un churrasco en vez de una ensalada; a preferir un pastelillo procesado a unas almendras como postre. Es la elección personal la que lo lleva a decidir hacer o no ejercicio una hora diaria. El gran problema es que esas decisiones personales se han convertido en una enorme carga fiscal para el colectivo social.
Para modular la brecha de renta entre ricos y pobres tenemos el impuesto sobre la renta. ¿Pero cómo modulamos la desigualdad entre enfermos por su elección de dieta y los individuos sanos? ¿Es justo que un ciudadano sano, laboral y fiscalmente viable a los sesenta años, financie a un conciudadano suyo que a la misma edad ya no puede trabajar ni tributar debido al daño a su salud causada por la dieta seguida a lo largo de su vida?
Si ponemos un impuesto especial a las carnes rojas y a los alimentos muy procesados, los cuales se encuentran indudablemente tras las enfermedades crónico degenerativas, los precios aumentarán, con lo que quizá el consumo disminuya y la prevalencia baje. Pero también estaremos imponiendo un impuesto a los consumidores que hayan hecho esa elección de dieta, y así con su consumo presente, puedan ayudar a solventar, a sus hijos y nietos, el costoso tratamiento que necesitarán en el futuro.

domingo, 4 de noviembre de 2018

El Liberalismo Sordo

El orden económico liberal está roto. Hecho pedazos. El liberalismo tiene tres vertientes: el comercial, el monetario, el económico, y el fiscal. Y mírenlo ahora: naufragando entre guerras comerciales, presidentes queriendo intervenir en las decisiones del banco central, coartando el crecimiento de los gigantes tecnológicos, y produciendo déficit fiscales en medio de expansiones económicas. Pero el liberalismo fue sordo. No quiso escuchar. Y eso que se le advirtió muchas, muchas veces.
La advertencia al liberalismo vino incluso desde dentro: quien quizá sea el mejor economista contemporáneo, Joseph Stiglitz, durante su labor como economista en jefe del Banco Mundial, y después, fue claro y vocal al respecto: el éxito del orden neoliberal se ha concentrado en demasiadas pocas manos y ha descansado sobre la pobreza de muchos. No fue el único: economistas como Paul Krugman, Paul Romer, e incluso empresarios como Warren Buffet advirtieron puntualmente sobre las consecuencias de la profunda desigualdad implicada por el orden liberal.
Las advertencias fueron múltiples: el ascenso de la ultraderecha extrema en Francia, la convulsión política en Italia, el fin del histórico bipartidismo en España, el Brexit, la elección de Trump en Estados Unidos y la de Bolsonaro en Brasil. El fin del orden liberal acecha también a Alemania y a Canadá. Quedarán pocos bastiones. Incluso Francia, votando por el liberalismo con tal de no caer en el nazismo, está en peligro de ceder.
Pero el liberalismo eligió la sordera. Incluso cuando llegaba a escuchar las críticas sobre el grave problema de la inequitativa distribución de ingreso y riqueza, respondía, tozudo: el problema es que las reformas liberales no se implementan completas, si se llevaran a cabo a fondo, el problema de la desigualdad amainaría. Fue sordo hasta cuando oía.
El orden liberal se puede romper por la derecha, o por la izquierda. El ascenso de Hitler y Mussolini respondió también al fracaso del liberalismo decimonónico y de principios del siglo XX. Y está ocurriendo de nuevo, con las connotaciones antisemíticas, racistas, anti-intelectuales y de uso de la fuerza que les caracterizan. 
El liberalismo eligió la sordera, porque de dentro, y de fuera (como Thomas Piketty por ejemplo) se les dijo muchas veces: la apropiación tan concentrada de los ingresos y los acervos, requisito y resultado de la expansión económica liberal iniciada tras la caída el Muro de Berlín, tarde que temprano será motivo de una crisis política y económica. Los votantes hartos de no ver sus salarios reales subir durante décadas. Los consumidores endeudados para poder alcanzar un mediano nivel de vida.
A cada reclamo el orden liberal respondía con la misma receta: menores impuestos para el capital, so pena de perderlo y que huyera a economías más amables con él; menores salarios reales para atraer las empresas que buscaban maximizar sus beneficios reduciendo costos; invirtiendo en países en donde la regulación y la implementación de las políticas medioambientales fueran las más laxas para así reducir los costos; reduciendo el salario real futuro (las pensiones), mediante el sometimiento de los sindicatos, creando así un severísimo problema fiscal para los Estados nacionales.
Todo lo anterior se vio reflejado en un espectacular crecimiento de las ganancias corporativas, propulsadas además por una oleada de innovaciones tecnológicas que crearon bienes y servicios que no existían y para los cuales no había reglas tributarias (como Airbnb o Amazon, por ejemplo) y cuyos ingresos no ha sido recaudado por los Estados como las industrias tradicionales, y han producido por tanto ganancias fastuosas para los accionistas.
El capitalismo propietario incluso está en crisis. Hace algunas pocas décadas los trabajadores en los países avanzados eran grandes poseedores de las acciones de sus compañías y de otras. Hoy incluso las empresas usan sus beneficios para recomprar sus propias acciones en el mercado. El número de empresas que cotizan en las bolsas y cuyas acciones pueden ser adquiridas por el público se encuentra en mínimos de casi un siglo, pues las nuevas empresas (como Uber, Airbnb y Cabify, por ejemplo) son poseídas por las grandes fortunas individuales y familiares, y ni siquiera llegan ya al mercado de valores.
El liberalismo no escuchó y no escucha. Lo lamentaremos todos. Verán.