domingo, 21 de marzo de 2021

Los Rieles Del T-MEC En La Era Post-Covid

La economía de América del Norte fue construida sobre rieles de ferrocarril, y el T-MEC, el acuerdo comercial de segunda generación que ata la economía de los tres países que lo conforman, siempre lo ha tenido muy claro: la red ferroviaria es una pieza clave para la competitividad económica del bloque en el mercado mundial. Este domingo Canada Pacific (CP) anunció la adquisición de Kansas City Southern, (KCS) conformando una red que va desde Vancouver a Nuevo Orléans y hasta Lázaro Cárdenas, conectando el Atlántico, el Pacífico y el Golfo de México y mostrando la importancia crítica de los ferrocarriles en la economía post-Covid.

La compra de KCS (la menor ferroviaria de EEUU), por CP podría detonar una serie de fusiones gigantescas entre los colosos ferroviarios del bloque, entre quienes podrían participar el inversionista más famoso del mundo, Warren Buffet, y Grupo México, controlado por uno de los hombres más ricos del país. De lo que se trata aquí es de economías de escala: crear dos, máximo tres colosos ferroviarios que muevan la carga del mayor bloque económico del mundo que se ha dado cuenta que necesita eso y más para competir contra China.

Cuando la pandemia del covid 19 azotó al mundo, los hospitales en Nueva York se enfrentaron a un problema inesperado: no tenían los respiradores ni los implementos médicos suficientes para atender la oleada de contagiados por el virus, lo que provocó muchas muertes en esa etapa inicial.

Los respiradores y otros artefactos médicos estaban en China, cuya economía y frontera se habían cerrado dos meses antes para intentar contener el covid dentro de la provincia de Wuhan. El cierre de China dislocó las cadenas de suministros de todo el mundo y reveló de manera abrupta y dramática lo dependiente que la economía global, pero en particular la de Estados Unidos, es ante la manufactura china, al punto que el gobierno de Estados Unidos dio un giro en su visión de la globalización y de manera explícita está buscando relocalizar la cadena de suministro fuera de China, su rival geopolítico, y dentro de su esfera de seguridad: América del Norte.

La crisis sanitaria, política y de seguridad nacional que ha significado la pandemia del covid develó a los estadounidenses lo que los alemanes siempre supieron: la manufactura es un asunto de seguridad nacional, y relocalizar la cadena de suministro en zonas lejanas tarde que temprano compromete la integridad de los países. 

La globalización no será detenida, pero si redefinida, por la pandemia de covid. Los Estados Unidos forzarán a sus empresas a sacrificar parte de la considerable rentabilidad que obtienen produciendo en China, a cambio de mayor seguridad económica y política nacional al relocalizarse en América del Norte.

Y en ese contexto, conectar la mano de obra mexicana, con la tecnología estadounidense y los recursos y el agua del Canadá sólo puede hacerse de manera eficiente, dada la escala de la producción, mediante los ferrocarriles.

La industria automotriz es un ejemplo que ilustra muy bien las fuerzas económicas detrás de esta consolidación continental de las redes ferroviarias: un auto producido en Norteamérica se ensambla en México, con piezas de los tres países, y puede acabarse vendiendo en Chicago o Vancouver. La fusión de KCS y CP busca ofrecer a las armadoras una solución inmediata para mover ese auto desde sus piezas hasta la agencia, sin tener que cambiar de compañía ferroviaria.

La mayor ferroviaria de Estados Unidos es BNSF, propietario del multibillionario Warren Buffet, seguida de la gigante Union Pacific. En Canadá compite además Canada National Railway, mientras que en México dos de las mayores fortunas del país controlan otros dos ferrocarriles (de los ocho que operan en Mexico): Grupo México de Germán Larrea, y Ferrosur, en donde el inversionista es Carlos Slim.

Desde la incepción del TLC en México, el volumen de carga en los ferrocarriles mexicano casi se ha triplicado, mientras que el PIB no se ha duplicado siquiera, mostrando la dinámica que el T-MEC representa para la red ferroviaria nacional.

La economía post-Covid obligará a Estados Unidos a reconcentrarse en su bloque geográfico, y en esa lógica los ferrocarriles tienen un valor estratégico y económico considerable. Los canadienses han dado el primer paso en crear un coloso ferroviario continental. No será el último, vienen uno o dos más. Seguro.

domingo, 14 de marzo de 2021

Cuidado: El Interés, Tiene Pies

Quizá la intención de reducir más las tasas de interés domésticas en varios países emergentes (incluyendo el Banxico) se esté topando con un obstáculo: la reversión alcista de los rendimientos de los bonos de largo plazo en los Estados Unidos. La semana pasada el rendimiento de los bonos a 10 años cerró en su nivel máximo desde el inicio de la pandemia, y su dinámica podría en el corto plazo obligar a la Fed a repensar su estrategia de tasas de interés, y al resto de los bancos centrales a hacer lo mismo.

La Fed, el Banco de México, y los bancos centrales del mundo tienen una potestad: fijar la tasa de interés de muy corto plazo, el costo intra-día del dinero: la Fed la llama la tasa de Fondos Federales, Banxico la tasa de referencia, y así los demás, pero el plazo que controlan directamente es corto. Mediante la fijación de la tasa corta los bancos centrales buscan influenciar al resto de los plazos del crédito en el mercado, desde un año a los treinta. A veces lo logran, a veces no. Porque el interés, tiene pies.

¿Quién decide, como hoy ocurre, que la tasa de rendimiento de los bonos de 10 años, a pesar de que los bancos centrales, la Fed, el Banxico, el europeo, insisten machaconamente que mantendrán una instancia monetaria relajada, trepen y trepen sin parar hasta llegar a los niveles que tenían antes de la pandemia? Nadie, el interés tiene pies, las tasas se mueven solas, sin que nadie las guíe.

O más bien, no es que nadie las mueva, la mueven millones y millones de inversionistas quienes sin ponerse de acuerdo, mezclando sus distintos puntos de vista respecto del futuro, confluyen para subir el rendimiento hasta donde hoy está. Y ese es el problema. No es que nadie mueva los rendimientos, lo correcto es decir “nadie en específico”. Como la mueven millones al mismo tiempo no es posible preguntarle a alguien: “¿hacia dónde van las tasas?”. El interés tiene pies, pues.

Por primer vez en un mucho tiempo parece haber una disonancia entre lo que los bancos centrales están pensando, o en algunos casos, diciendo, y lo que los mercados están haciendo. 

La Fed dice e insiste que seguirá expandiendo su hoja de balance, y algunos bancos centrales de países emergentes dicen incluso que hay margen para seguir reduciendo sus tasas domésticas. Pero el mercado parece no creerles, pues los inversionistas están subiendo las tasas, sobre todo las de largo plazo, una posible apuesta en el sentido que los bancos centrales deberán de revertir su curso en el futuro cercano y quizá incluso tengan que subir las tasas.

Durante los últimos años, si no es que décadas, que los inversionistas y los bancos centrales diverjan ha sido muy inusual. Como las tasas han ido tendencialmente a la baja, con rebotes ocasionales, localizados y bien telegrafiados, la comunicación entre lo que los bancos centrales dicen y hacen y la reacción de los inversionistas ha sido por lo general, armónica.

Por eso es de notar lo que ocurre estas semanas: la parte larga del mercado está yendo en sentido contrario al sugerido por los bancos centrales.

En Estados Unidos el rendimiento a 10 años cerró el viernes en 1.62 por ciento. En México, en donde la tasa estaba en 5.4 hace un mes, cerró en 6.6 por ciento la semana pasada. En el Reino Unido en seis meses han disparado de 0.14 por ciento a 0.86 por ciento. En prácticamente todos los mercados al interés le han salido pies, y está caminando por una senda distinta a la deseada por los bancos centrales.

Hemos escrito en este espacio sobre el tema: la hipótesis de que la extraordinaria expansión fiscal y monetaria necesaria para amortiguar el daño económico de la pandemia pueda provocar un repunte indeseado de la inflación, podría estar detrás del incremento acelerado de las tasas de largo plazo, en Estados Unidos y en el mundo.

Como lo hemos comentado también, dicha hipótesis ha circulado varias veces en los últimos treinta años, pero ha sido una y otra vez desmentida por los hechos al registrarse inflaciones dulces y declinantes, así que no sorprendería que volviera a ocurrir una vez más esta ocasión.

Pero en lo que queremos insistir hoy es en la dirección en la que los mercados están caminando, subiendo las tasas de largo plazo. Pues aunque no tengan razón, hasta que no se sepan desmentidos, limitarán las intenciones de reducir los réditos de referencia; y si tienen razón, los bancos centrales tendrían que ir subiendo tasa, detrás de los mercados, algo que no ocurre en casi cuarenta años.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Tras 40 Años: ¿El Fin Del Dinero Barato?

 Hace cuarenta años, en junio de 1981, las tasas de rendimiento del bono de 10 años de los Estados Unidos, de acuerdo con muchos, el barómetro más importante de los mercados financieros, se ubicaba en 15.82 por ciento. El miércoles pasado esta tasa cerró en 1.47 por ciento. En cuarenta años el costo del dinero a largo plazo en la economía más poderosa del mundo se ha reducido en 93 por ciento. Alguna evidencia aislada sugiere que un repunte de precios está haciendo rebotar a las tasas, y algunos incluso aseveran, temerariamente, que esa prolongada época de dinero baratísimo podría estar llegando a su fin.

Déjenos iniciar con la conclusión: no parece que estemos ante el fin de este ciclo secular de dinero barato, no existen las condiciones para que el rebote de tasas desde sus mínimos de hace un año hasta esta semana, sea el inicio de una reversión de la poderosa tendencia deflacionaria que ha abaratado los costos en la economía global en los últimos cuarenta años.

Antes bien, las condiciones apuntarían a lo contrario: múltiples industrias, especialmente el sector servicios, el mayor de toda economía, presenta índices de capacidad ociosa muy elevados como resultado del encierro la pandemia y por lo tanto con poca capacidad para alzar los precios de venta. 

No obstante, en varios sectores productores de bienes, un doble shock: por el lado de la oferta el encierro de los trabajadores debido a la pandemia, y por el lado de la demanda un incremento sustancial debido al gasto de los subsidios masivos que han inyectado los gobiernos de los países desarrollados, presentan evidencia de cuellos de botella en la cadena de suministro y presiones para incrementar los precios.

Pero la profunda recesión económica de 2020, así como la intermitente recuperación hacen que lo que prevalezca es una holgura notable en amplios sectores de la economía.

Por lo anterior, esta tendencia es histórica a la baja en las tasas de rendimiento de los bonos, ha sido gracias al abatimiento global de la inflación, la cual a su vez ha sido el resultado de la globalización de la industria y el abatimiento de los costos de producción generales, muy especialmente debido a la entrada de la población china al mercado mundial.

Dicho todo lo anterior sin embargo, cabe la hipótesis de que, si bien estemos lejísimos de regresar a las tasas de hace cuarenta años, es posible que regresemos a las tasas de hace dos años, cuando el bono de 10 años de los Estados Unidos tenía un rendimiento cercano al 2 por ciento.

La última sesión de febrero atestiguó una tasa de 1.56 por ciento para el bono de 10 años, comparada con el 0.96 por ciento que prevalecía el primer día de este 2021. Las tasas siguen bajísimas, pero se han incrementado en más del 50 por ciento en tan sólo dos meses. Una subida muy rápida que bien podría estar reflejando el cálculo de los inversionistas promedio de un repunte en la inflación general, la cual debe de ser cubierta por un mayor rendimiento en la tasa nominal de los bonos.

Vale la pena detenernos en este punto. El problema no es el nivel de la tasa, la cual se mantiene extremadamente baja comparada con su trayectoria histórica de las últimas cuatro décadas, sino la velocidad con la que rebotó desde sus niveles mínimos. El salto ha sido tan rápido que está afectando a aquellos activos cuya valuación depende de flujos de ingresos que ocurrirán en el futuro lejano. Entre estos activos se encuentran por ejemplo las acciones de empresas tecnológicas o los proyectos de infraestructura muy complejos y de muy largo plazo.

El alza en las tasas de interés disminuye el valor de esos activos cuyos flujos ocurrirán en el largo plazo, y aumentan la de los que reciben intereses, como las acciones de los bancos, las de las aseguradoras, las hipotecarias, y en general las instituciones financieras.

De persistir este incremento en las tasas de los bonos de 10 años es probable que en el mediano plazo lo que veamos sea una rotación de los inversionistas, alejándose de las empresas tecnológicas y hospedándose en sectores más defensivos y cíclicos.

Esta rotación puede ser ordenada o desordenada, y esto dependerá de una variable: la inflación. Si esta se mantiene contenida, o se incrementa suavemente, la rotación en los mercados será ordenada. Si nos sorprende y brinca por encima de lo que se espera, y los bancos centrales tienen que correr detrás de ella, la rotación en los mercados será desordenada. Así que atentos.

domingo, 7 de marzo de 2021

¡Sorpresa!: El Crecimiento Podría Ser Mayor

 El crecimiento económico del mundo podría ser más poderoso de lo que originalmente estimamos en 2021. Una confluencia de factores: un alza en la tasa de ahorro debido al menor consumo en el confinamiento; el conjunto de apoyos y subsidios distribuidos; la reducción de las tasas de interés a niveles históricos; y la contención del consumo durante más de un años podrían conjugarse para que, si la vacunación es extendida y exitosa, este año tengamos un rebote económico mayor al que en este momento estimamos.

Este efecto podría verse desde los Estados Unidos a Japón y China y Europa, y jalaría a las regiones que son sus proveedores: como el sureste asiático, Europa oriental y México. Para nuestra economía por ejemplo, una tasa de crecimiento superior al 5 por ciento y cercana al 6, para el 2021 es plausible bajo este escenario, y no debería de sorprendernos.

Existe otro factor detrás de esta posible sorpresa en el crecimiento: que en realidad estamos rebotando. La economía mexicana es un buen ejemplo: después de caer 8.2 por ciento en 2020, un crecimiento, digamos de 6 por ciento dejaría al PIB nacional cerca de 3.5 por ciento por debajo del nivel que tenía en 2019. La recesión de la pandemia fue tan severa que el rebote económico del 2021 apenas recuperará parcialmente el nivel de actividad que teníamos antes del confinamiento. No será crecimiento, sino recuperación.

El ingrediente más importante detrás de esta sorpresa será el éxito que tengamos en la vacunación. La economía necesita en este momento lo mismo que la sociedad: que la tasa de inmunidad ante el covid se acerque al 70 por ciento con el fin de alcanzar una normalidad cercana a la que teníamos en 2019.

Dicho nivel de inmunidad es requerida para reactivar la calidad masiva de las economías modernas: el transporte metropolitano, el entretenimiento, el turismo, los viajes y la convivencia social urbana en restaurantes, centros comerciales, salas de cine, etc. Estos sectores representan una parte muy significativas de las economías modernas y mientras no se reactiven plenamente no podremos regresar ni al nivel, ni al potencial de crecimiento que teníamos en 2019.

Esta última parte es crítica. Aunque nos tome más años, pero algún día llegaremos al nivel que teníamos en 2019. Lo importante sin embargo es recuperar su potencial. Si no alcanzamos una inmunidad social en el corto plazo, no retomaremos la potencial de la economía que teníamos antes de la pandemia.

Por ejemplo, la economía mexicana recuperará en dos años, si nos va mal, tres, el nivel del PIB que tenía en 2019. Pero si no alcanzamos la inmunidad social suficiente para que haya colas afueras de los restaurantes, y cines, boletos agotados en el Vive Latino o la Fórmula 1 (por ejemplo), no tendremos la potencia para crecer a la tasa que teníamos antes de la pandemia, que ya era de por si baja.

Si la inmunización social es exitosa en Estados Unidos, en donde el ritmo de vacunación se acerca a un asombroso ritmo de dos millones de inoculados diarios, entonces la normalidad económica podría regresar a plenitud este año en el país vecino y jalar con mucha fuerza a los sectores de la economía mexicana ligadas a su mercado: la manufactura, y en general al sector exportador, al empleo migratoria y a las remesas, y a los servicios conexos.

En ese sentido, la poderosa recuperación económica de los Estados Unidos proporciona un piso mínimo para un pronóstico de la economía mexicana poquito por debajo al cuatro por ciento, y casi dos puntos porcentuales adicionales podría venir del mercado interno en condiciones incluso de una inmunización social sub-óptima.

Existe una poderosa máquina de pronosticar: el mercado de bonos, el cual (con perdón por citar a Octavio Paz en este contexto), “mana toda la noche profecías”. Y no otra cosa parece estar prediciendo. La conversación las últimas dos semanas en los mercados ha sido justamente que la recuperación económica puede ser tan fuerte que incluso podría desatar al demonio de la inflación dormida durante cuarenta años.

El regreso de la inflación ha sido anunciado tantas veces las últimas décadas, sin materializarse, que no sorprendería si una vez más, brillara por su ausencia. Pero la demanda contenida, el exceso de liquidez y el ahorro guardado por millones de hogares en muchos países del mundo podrían conjugarse para producir este año una agradable sorpresa en el crecimiento económico este 2021.