domingo, 7 de abril de 2013

Domingos Rancheros: Extremos Mexicanos, La Charreada de Linda Ronstadt

Hay muchas formas de ser mexicano. Una de las mas extravagantes se llama Linda Ronstadt. Su tatarabuelo alemán llegó en 1840 al joven México independiente y al cabo de ocho años de ser mexicano viviendo en Arizona, en donde se casó con una joven mexicana, pasó a ser estadounidenses tras la triste derrota de la guerra de 1848.



Los ancestros mexicanos de Linda Rostand, mecánicos por su prosapia germana, florecieron en el nuevo país al cual fueron anexados, y poco a poco perdieron el castellano como vínculo primario de comunicación entre ellos. Pero curiosamente, y a lo largo de más de un siglo, los Ronstadt guardaron en su seno una bella tradición materna: el mariachi (lo cual apoya una vez más. la versión del origen norteño de este género, el cuál no nació en Jalisco) cantando las viejas canciones mexicanas en casa, en las fiestas familiares y anotándolas en libretas para recordarlas y transferirlas a través de las generaciones.

La rama materna de la familia Ronstadt siguió cultivando el Mariachi dos siglos después de haber dejado de ser mexicanos, y la niña Linda Ronstadt creció idolatrando a dos grandes íconos: Edith Piaff y Lola Beltrán.

A los 14 años en su natal Tucson, Linda Ronstadt comienza a cantar junto a sus hermanos en una conjuntito que tocaba piezas de country, folk, y rancheras. Unos años después se convierte en una de las mayores estrellas del pop estadounidense de los años setenta e inicios de los ochenta, y llega a ser la abanderada de la “All American Girl” con giras con estadios llenos y triunfos arrolladores en el mercado del rock-pop.

Pero la gringuita Ronstadt tenía un secreto que pocos conocían. Que su sangre era mexicana, y que, efectivamente: no canta mal las rancheras.

En 1987, cuando la vorágine de sus años más exitosos habían pasado, la Ronstadt llama a uno de los grandes pilares de la música mexicana, Rubén Fuentes, para hacer un disco de ranchero: Canciones de mi Padre, basada en las canciones compiladas por su tía, Luisa Espinel y publicadas en un librito por la Universidad de Arizona cincuenta años antes.

El disco fue un éxito inesperado y extenso, vendiendo más de dos millones de copias en Estados Unidos, el disco en lengua extranjera más vendido en la historia de ese país y conmocionando a la escena ranchera mexicana en dónde de repente la cantante mexicana más popular era una gringuita.

La historia de la Ronstadt me llena siempre de optimismo. Muchos dicen que el ranchero está muerto, asediado por el empuje de la música grupera, y la banda, el manoseo de las televisoras que han echado a perder el género, que los niños y jóvenes ya no la escuchan, etc.

Si una familia extirpada de su tierra por la derrota ante los Estados Unidos, fue capaz de preservar aquellas dulces y viejas canciones por casi dos siglos y hacerlas renacer, vivas como el primer día, el ranchero podrá sobrevivir calamidades menores.

Aquí les dejo a Linda Ronstadt, y “La Charreada”.