domingo, 31 de octubre de 2021

¿Cuánto Hay Que Pagar Para Salvar Al Planeta?

Si destruir al planeta tuviera un precio, lo cuidaríamos. Pero como destruirlo ha sido un gran negocio, estamos acabando con él hasta el punto de no retorno. Los líderes mundiales han puesto sus esperanzas en esquemas diseñados por los economistas para tratar de detener la destrucción. Pero no ha servido. La razón quizá sea que para salvar al planeta necesitamos un mercado planetario de premios y castigos., sobre todo de estos últimos, dada la emergencia climática en la cual estamos; o quizá sea ignorar a los economistas y ser más radicales en nuestra defensa del medio ambiente global.

Destruir al planeta ha sido un gran negocio. Allí donde el capitalismo es más antiguo, la biodiversidad y la naturaleza se encuentran en un estado desastroso, y las últimas selvas y bosques coinciden con aquellos países en donde la riqueza capitalista se encuentra subdesarrollada.

Los países desarrollados, que acabaron hace siglos con su porción de planeta, quieren ahora detener la destrucción ecológica, y los países emergentes, como Brasil, reclaman su derecho a despedazar la amazonia para tener una vía barata al desarrollo: la de materias primas baratas a costa de la selva en vez de desarrollar la ciencia y a tecnología.

La COP26, es la vigésima sexta cumbre ambiental organizada por la ONU con el fin de retomar el espíritu y las políticas lanzadas desde 1992 en Río de Janeiro. ¿Qué ha ocurrido con las emisiones de gases de efecto invernadero en los veintiocho años que la ONU ha intentado revertirlas a través de las COP? Se han incrementado en más del 60 por ciento. El único año en que hubo una reducción fue en 2020, cuando el mundo estaba enclaustrado por culpa del Covid 19. 

Este dato sólo bastaría para catalogar los esfuerzos por detener la destrucción del medio ambiente como un enorme fracaso. Y lo es, salvo por el hecho de que sin las COPs, la destrucción ecológica quizá habría sido peor.

Por supuesto que aún quedan infames, como Jai Bolsonaro, y Donald Trump, y sus millones de seguidores, que aseguran que no existe el cambio climático, y que es un fantasma comunista para ponerle impuestos a las compañías y detener el desarrollo libre de los países.

De repente esos infames logran convencer a una mayoría de la población y tenemos movimientos negacionistas que detienen los esfuerzos por revertir el cambio climático. Pero la buena noticia es que la política verde, es decir, aquella que pone en el centro la reversión del deterioro ambiental global, ya es de consenso general, y ha alcanzado incluso a Wall Street y la cultura corporativa, en donde el acrónimo ESG (ambiental, social, y gobernanza) está de moda.

Y sin embargo, a pesar de la predominancia de la cultura verde en el ambiente político, financiero y empresarial, la devastación del planeta y su biodiversidad no se ha detenido, y a juzgar por las cuentas de los ecologistas más consecuentes, estamos ya en el borde del punto de no retorno, en donde las consecuencias para la vida y la sociedad humanas de la destrucción ambiental, serán irreversibles.

La temperatura promedio global sigue aumentando, y esta sea quizá la medida más elocuente de la continua destrucción ambiental, cada año marca un récord máximo de calor 

La COP26 necesita concluir esta semana con dos acuerdos muy sencillos: incluir a todos los países del mundo dentro de sus objetivos de reducción de emisiones; y establecer penalidades ejecutables para aquellos que no cumplan las metas en plazos agresivos, no en 2050, sino en 2030, por ejemplo.

Hay espacio para tener esperanza. Las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos alcanzaron un máximo en 2005 y desde entonces han descendido (compensadas por aumentos en China, Brasil y otros países), y países como Noruega y Suecia han demostrado la factibilidad de tener una movilidad eléctrica. China incluso ha tomado una instancia más radical que los Estados Unidos en los últimos dos o tres años, a pesar de la crisis energética que la implica su dependencia del carbón.

La destrucción del planeta es un resultado de la forma en que el mundo está organizado económicamente: el privilegiar las ganancias individuales y corporativas por sobre el interés lleva necesariamente a la dilapidación de la riqueza comunitaria, y nuestra planeta es lo más común que tenemos como especie.

domingo, 24 de octubre de 2021

Estados Unidos Vs China, Y La Inflación Global

Los cuellos de botella se curan produciendo más del bien o servicio que causa el estrangulamiento, no subiendo las tasas de interés. Es por ello que la Fed y otros bancos centrales del mundo piensan que el actual repunte en la inflación no debe de ser atendido mediante una urgente restricción monetaria, sino que se debe de dar tiempo a que los múltiples sectores que están causando un estrangulamiento de las cadenas de suministro globales, adapten su producción al nuevo nivel de demanda. Tienen razón, pero quizá se equivoquen.

Tomemos por ejemplo los semiconductores o chips, cuya escasez está provocando atascos en múltiples sectores, quizá el más notable, el automotriz. Existe en este momento una demanda de autos nuevos no cubierta debido a que las automotrices se han visto forzadas a recortar su producción de unidades debido a la falta de chips. Lo anterior ha producido un fenómeno inédito: los precios de los autos usados se han disparado, incluso al punto que, para algunos modelos en Estados Unidos, el usado tiene un precio mayor al nuevo.

Si la ausencia de chips y de autos se debiera a una demanda excesiva, los bancos centrales tienen un librito sobre lo que hay que hacer, enfriar la demanda mediante una restricción de las condiciones monetarias: restringir la liquidez y/o subir las tasas de interés.

Pero si la escasez de autos se debe a un problema de oferta, pues uno de sus insumos, los chips, escasean, el librito de los bancos centrales dice que no se puede hacer nada pues reducir la demanda de autos no resolverá la escasez de chips.

Desde la perspectiva de la cadena de suministro de autos el razonamiento es correcto, faltan autos no porque haya un exceso de demanda de los mismos, sino porque la oferta se cayó. Pero si uno se fija bien, si hay un exceso de demanda en algún lado de la cadena: en particular de chips.

La escasez de chips no obedece a un problema de oferta, su insumo principal, la sílice, es el más abundante en la tierra, sino que la demanda excesiva que experimentaron los chips durante la pandemia, al dispararse la demanda de computadoras y videos para trabajar desde casa, secó la oferta global de semiconductores y ha provocado el subsecuente cuello de botella en el sector automotriz y en otros, como el calzado deportivo, y los electrodomésticos, por ejemplo.

Pero hay algo más intangible que las cadenas de suministro que pudiera estar afectando más allá del corto plazo la oferta global. El Reino Unido votó por separarse de la Unión Europea; el principal fabricante de semiconductores del mundo, Taiwán, sufre crecientes amenazas por parte de su vecino; Estados Unidos y China, la relación comercial más voluminosa del planeta, se han levantado aranceles y barreras comerciales recíprocas; Estados Unidos ha abandonado acuerdos comerciales multilaterales; Turquía, Polonia, Hungría y otros se sustraen a si mismos de acuerdos multilaterales y se encierran. 

En otras palabras, el largo período liberal de apertura comercial y libre flujo de factores parece interrumpirse, y en algunos casos como los mencionados, parece incluso revertirse.

Lo destacable aquí es que existe una reversión a la tendencia de la apertura comercial global que contribuyó a lo largo de las últimas cuatro décadas a que la inflación desapareciera, y que incluso viéramos en muchas zonas geográficas y durante períodos prolongados de tiempo, episodios de deflación.

Esta reversión de la apertura comercial global, junto con los choques localizados de oferta en múltiples sectores, han provocado una reflación generalizada en la economía global. Los bancos centrales más grandes del mundo están apostando a que el efecto inflacionario será temporal, y que no deben de aumentar por el momento las tasas de interés, pues las cadenas de suministros se reestablecerán pronto y la inflación cederá.

Pero la fuerza centrífuga que amenaza con dislocar al comercio global, revirtiendo el multilateralismo comercial predominante durante las últimas décadas quizá no sea tan pasajera, pues obedece a un factor muy complejo: la disputa hegemónica entre China y Estados Unidos, cuya resolución no será sencilla y quizá nos cueste a la economía del mundo, un período incierto de mayor inflación.

domingo, 17 de octubre de 2021

El Síndrome De China

La economía actual es geopolítica, si no pregúntenle a las empresas estadounidenses y europeas haciendo cola para recibir los suministros chinos de los cuales dependen críticamente pues sus proveedores han recibido una orden muy clara: primero las empresas y los consumidores chinos, y después los demás. Las empresas occidentales están siendo víctimas de su propia estrategia. Hace treinta años apostaron el aumento de sus ganancias en los bajos costos salariales y de insumos de China, hoy esa decisión las condena.

El modelo económico chino es peculiar. A la vez similar y distinto al de occidente : es una máquina poderosa de manufactura y servicios bajo los principios de rentabilidad del capitalismo, pero en el límite, está regulado por las consideraciones políticas y estratégicas del partido comunista chino. 

Es como si los Estados Unidos estuviera sujeto a una economía de guerra. Empresas y mercados privados, pero con la burocracia determinando los objetivos estratégicos. 

El modelo de economía descentralizada de los Estados Unidos, que tan bien funciona en tiempos de paz y de libre comercio, muestra sus vulnerabilidades en momentos de crisis, como la pandemia, durante la cual millones de ciudadanos, alegando su libertad de elección, se han negado a las directrices generales de vacunación y mantienen vivita y coleando al coronavirus.

La misma fe en la libertad, esta vez económica y comercial, llevó a las empresas de occidente (con la notable excepción de Alemania) a desindustrializar sus países para reducir los costos de producción e instalándose en China, en donde los salarios y los costos de los insumos les daban una ventaja competitiva en el mercado global.

China ha sabido aprovechar el influjo de capital, financiero, tecnológico y humano dentro de sus fronteras y se ha convertido en una potencia económica global con empresas de un poder formidable capaces de batir a sus rivales occidentales, y está aprovechando la dependencia que ellas tienen de sus proveedores chinos, para mostrar el poder geopolítico que tiene sobre la producción global.

El orden neoliberal quizá se haya equivocado gravemente en apostar todo al criterio de eficiencia. Su fe absoluta en que la optimización de los costos y la optimización de las ganancias es el único criterio que debe de ser considerado ara localizar la producción a lo largo y ancho del planeta, necesariamente condujo a la manufactura global a la zona de influencia de China en Asia, y ahora está pagando las consecuencias.

China es soberana en sus decisiones, y ha decido por ejemplo, reducir su dependencia del carbón como fuente de energía. Para ello ha establecido metas y planes rigurosos que está cumpliendo, pero ha habido un costo: la energía ha escaseado y por lo tanto la producción de múltiples bienes se ha visto reducida y ha provocado cuellos de botella abundantes en la segunda mayor economía del mundo.

Pero si las empresas chinas están sufriendo escasez de insumos y materias primas, aquellas empresas occidentales que a su vez dependen de dichas empresas chinas, enfrentan con mayor agudeza las disrupciones de sus cadenas de suministro y no tienen de corto plazo un sustituto a los bienes y materiales que les proveen los corporativos de ese país.

China atenderá por supuesto primero sus necesidades domésticas antes de atender las de occidente, aunque le ofrezcan mayores precios porque el capitalismo chino se decide en los escenarios estratégicos del partido comunista y no en la arena descentralizada del sistema de precios.

La divergencia, al menos en este momento, entre el capitalismo chino y el capitalismo occidental, favorece de manera clara los planes de expansión económica y geopolítica del coloso asiático.

La lucha por una mayor cuota de hegemonía global pasa por decisiones estratégicas en donde muchas veces el sistema de precios no envía las señales indicadas. A veces es necesario sacrificar rentabilidad y ganancias con el fin de expandir la influencia geopolítica. Lo anterior el capitalismo chino lo lleva en el corazón. Para el capitalismo estadounidense, tal dictum es anatema.

domingo, 10 de octubre de 2021

El Sueño De La Inflación Produce Monstruos

Goya, el padre de la pintura moderna, acuñó la frase que parafraseamos en este título en un grabado de su serie de “Los Caprichos”, y pensé que podría servir para llamar la atención sobre la laxitud con la que los bancos centrales están tratando el riesgo de que la inflación se les vaya de las manos y no sea únicamente un susto temporal, sobre todo porque la evidencia abunda en el sentido de que una conjunción de choques desfavorables: escasez de insumos claves, y precios de la energía disparados, podrían apoyar un escenario de precios crecientes durante un período prolongado de tiempo.

La semana pasada tan sólo, y únicamente en México, dos noticias destacaron en este sentido. Las plantas de Ford en Hermosillo, y de Nissan en Aguascalientes tuvieron que detener su producción ante la falta de insumos, especialmente de semiconductores, críticos para el funcionamiento de los autos que producen y exportan.

Las dos plantas mencionadas son icónicas, de las más antiguas y grandes del país, y son un síntoma de un mal mayor: la escasez de chips está haciendo estragos en la industria automotriz y muchas otras del mundo, debido a la altísima demanda que los artefactos de comunicación y gráficos tuvieron durante la pandemia y que dejaron sin chips al resto de los productos.

Pero los semiconductores son apenas uno de los múltiples sectores en donde la escasez de oferta es crítica: el petróleo y el gas natural enfrentan un agudo desbalance en sus mercados y los precios se están disparando; derivado de lo anterior los precios de electricidad despegan ante la falta de capacidad instalada e insumos; en múltiples medicinas ocurre un fenómeno similar de escasez; y lo que es más importante, en variados sectores y en una cantidad creciente de países, las ofertas de empleos (sobre todo calificados) son mayores a la demanda de los mismo, y por primera vez en décadas, se perciben presiones de costos salariales y ventajas del factor trabajo en las negociaciones frente al capital.

Es tan seria la falta de oferta que en economías como la mexicana, el impacto está ya sintiéndose en la economía en general. El 2021 comenzó con una muy robusta recuperación de todos los sectores de la economía, pero a partir de mayo los paros y recortes en la industria automotriz, la más importante en términos de exportaciones y empleo en México, han hecho que la recuperación general se debilite al extremo que los datos del PIB podrían estar cerca del estancamiento rumbo a finales del año si no se resuelve para entonces la crisis de chips. Y no se resolverá a juzgar por la información disponible para dicho sector.

Los cuellos de botella por el lado de la oferta presentan un dilema para los bancos centrales. Algunos, como el Banco de México, reaccionan a la inflación producida por la sacudida de la oferta aumentando las tasas de interés para anclar las expectativas e impedir que los mayores costos se transfieran a precios al consumidor. Otros, como la Fed, son complacientes y a pesar de registrar datos récord deciden dejar las tasas de interés en cero pues dicen que subiéndolas alimentarían expectativas de inflación en un contexto en donde los precios crecientes son de naturaleza temporal. 

Lo cierto es que la dislocación de la oferta, de las cadenas de suministro, no únicamente se está reflejando en mayores precios, sino en menor producción y empleo, como lo muestra el caso de la industria automotriz mexicana. Esta mezcla de riesgos es inusitada para la economía global, quien en los últimos cuarenta años disfrutó de un entorno inverso: amplia oferta y bajos precios, bajos costos laborales y apertura comercial generalizada.

Las barreras comerciales a China, las restricciones de ese país a una multitud de empresas, los cuellos de botella que surgen por todas partes, están confluyendo para configurar un escenario complicado e inédito, de difícil abordaje para la política monetaria exclusivamente. La política fiscal también ha visto como la expansión de su rol mediante apoyos y subsidios, ha acentuado los efectos de los cuellos de botella y limitado su efectividad.

El freno en la recuperación que se adivina en México no es exclusivo del país, sino un fenómeno global determinado por las causas aquí reseñadas. Esta semana se llevan a cabo las reuniones anuales del FMI y Banco Mundial en Washington y será muy interesante conocer el tono de los comunicados para saber que fue lo que el Covid se llevó.

sábado, 2 de octubre de 2021

Tapando La Inflación Con Un Dedo

Todo, hasta el dinero gratis, tiene un costo. Existe un escenario posible en los próximos años, si no es que meses, en que la economía global puede descomponerse. Si la Fed, Banco de México y los grandes bancos centrales son incapaces de moderar la resurgente inflación, tendrán que subir sus tasas de interés de manera abrupta y apresurada. En dicho escenario, muchísimos activos financieros cuyos precios se han disparado la última década, sufrirán un pinchazo y provocarían caídas en las bolsas globales, atascando la recuperación económica post-covid.

Para los banqueros centrales más importantes, especialmente de la Fed de Estados Unidos, el riesgo del escenario anterior es muy pequeño, y aseguran que las altas tasas inflacionarias publicadas en meses recientes son pasajeras y que pronto bajarán a niveles aceptables. Las bolsas de valores del mundo, deseosas de que los bancos centrales mantengan las actuales condiciones de extrema liquidez, suscriben dicha visión.

Pero muchos economistas tememos que la Fed esté tratando de tapar el sol con un dedo, ignorando el peligro de que los datos recientes de inflación no sean permanentes y que puedan ser la reversión de la tendencia deflacionista de las últimas tres décadas.

Durante los últimos treinta o cuarenta años la bajísima inflación ha permitido un hecho inusitado: tasas de rendimiento de los bonos extremadamente bajas, hasta llegar a cero o incluso negativas en muchas economías. Una anomalía histórica.

Como el precio de los bonos va en dirección contraria a sus tasas de rendimiento, los inversionistas en bonos han hecho fortunas impresionantes estos últimos treinta años, y han creado el sustrato para que los mercados de acciones, especialmente los de acciones tecnológicas, disfruten el mayor y más dilatado rally de la historia financiera del mundo.

Pero todo se acaba. Y aunque es difícil prever, e imposible asegurar, que esta festiva fiesta de las bolsas está por acabarse (pues ha logrado brincar todos los obstáculos que se le han puesto), no sería sorprendente que, de materializarse el riesgo de un repunte inflacionario que no sea temporal, los precios de los títulos bursátiles y otros valores sufran un descalabro o contengan el alocado ascenso que ha hecho feliz a millones de inversionistas en el mundo.

Tomemos por ejemplo a Tesla, o Amazon, compañías ejemplares que han disrumpido en sus sectores con notables avances tecnológicos, no tienen ganancias, y por lo tanto no distribuyen dividendos a sus accionistas. Como la gran mayoría de las compañías del Nasdaq, se espera que Tesla y Amazon comiencen a pagar dividendos en un futuro aún distante.

Quien invierte en acciones busca ultimadamente un flujo de efectivo, y si dicho flujo está lejano en el futuro entonces será muy susceptible a altas tasas de interés. Por eso las condiciones existentes, de tasas de interés prácticamente en cero, son tan favorables al inflamiento de este tipo de activos, o de incluso de aquellos que no producen ningún flujo, como las criptomonedas.

Y ese es justo el riesgo que podría concretarse en caso de que la inflación no sea temporal y las tasas de interés remonten hacia niveles superiores al 2 por ciento en un período corto de tiempo: podrían desinflar los activos disparatados. Podrían pinchar más de una burbuja inflada con dinero gratis.

Hay otra consecuencia. Como los precios de los bonos se mueven en sentido inverso a las tasas, aquellos que posean bonos (entre mayor el plazo peor) podrían tener minusvalías severas dependiendo de la magnitud y la velocidad de la remontada de las tasas.

A pesar de que hemos resaltado aquí los riesgos de que el escenario de reflación se materialice, la historia de los últimos treinta años muestra que las repetidas ocasiones en que se ha vaticinado una reversión de la tendencia deflacionista, han sido fallidas, y luego de una pausa las tasas vuelven a bajar y los mercados a subir. Esta podría ser una de esas ocasiones de nuevo, pues la pandemia ha acelerado la adopción de nuevas tecnologías que acentuarán el crecimiento de la productividad y abatirían los factores que de corto plazo están disparando a la inflación.

Cuál de los dos efectos, los que aceleran a la inflación, o los que empujan a la productividad, acaben por dominar, determinará la suerte de mediano y largo plazo de las bolsas y la economía. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo que el horizonte no estaba tan borroso.