domingo, 29 de enero de 2023

El País Del Piporro: “Chulas Fronteras” Y La Economía Global

“Ándabame yo paseando/por las fronteras del norte/Hay que cosa tan hermosa”. Algunos dicen que, si México no existiera, habría que inventarlo. Al menos para la economía de los Estados Unidos, tal adagio pareciera ser verdad. Siempre supimos que el norte mexicano tenía el potencial de convertirse en la plataforma, no sólo productiva, sino también logística, de la mayor economía del mundo, pero la entrada de China en el comercio mundial desvió las inversiones en fábricas hacia el gigante asiático hasta convertir al dragón en un animal peligroso para su creadora, la necesidad de las empresas estadounidenses de abaratar costos de producción. Aquí es cuando México entra al rescate.

Un amigo de la infancia me comenta que, en sus cuarenta años de vivir en Ciudad Juárez, nunca había visto lo que está pasando hoy. Al menos diez parques industriales en construcción simultáneamente, con todos los predios ya ocupados desde hoy, y una lista de espera larga de compañías de nivel global, necesitadas de encontrar un lugarcito en el viejo “Paso del Norte”, para establecer sus líneas de producción. “Están ampliándose a edificios nuevos y usados”, me escribe.

Pareciera que Ciudad Juárez no es lo suficientemente grande para recibir a la marejada de empresas estadounidenses que están llegando con urgencia para establecer sus plantas. Pero no nada más allí, “de Tijuana a Ciudad Juárez, de Ciudad Juárez, Laredo, de Laredo a Matamoros, sin olvidar a Reynosa.” Todas las “chulas fronteras” del Piporro están experimentando una demanda por espacio para erigir parques industriales con el fin de albergar líneas de producción que necesitarán luego una precisa cadena de suministros.

La frontera mexicana es el lugar ideal para que las grandes empresas multinacionales estadounidenses establezcan sus usinas para producir los bienes que venden en su enorme mercado interno y para exportar. Este principio dio lugar hace cuarenta años a las maquiladoras, en donde los trabajadores mexicanos ensamblaban una parte del proceso de producción para ser acabado en otra lado.

Con el paso de los años, con la experiencia ganada, con el talento de empresarios y trabajadores mexicanos, con la demanda de la industria estadounidense, por la fuerza de las cosas, la industria mexicana evolucionó de la maquiladora hacia algo más complejo e integrado, convirtiéndose en una potencia exportadora por derecho propio. Cierto, ancilar del vastísimo complejo industrial estadounidense, pero con capacidades propias y con una competitividad notable. Un dato dramático ilustra la evolución anterior: México exporta más que todo el resto de los países de América Latina juntos. Y el norte es quizá el principal responsable de ese éxito exportador.

La parte más ancha del país corre de Tijuana a Matamoros, los dos extremos fronterizos, que también son nuestras ciudades más septentrionales en las costas del pacífico y del atlántico, respectivamente, median unos 2,400 kilómetros. 

Sin embargo, si quisiéramos ir de un lado a otro del país del Piporro, recorrer esas chulas fronteras, no podríamos. No existe una carretera continua que las enlace por el lado mexicano, la mejor forma de conectar los dos extremos norteños de nuestro país es mediante la interestatal 10, que conecta San Diego con Brownsville. En más de doscientos años de vida independiente no hemos podido conectar los extremos norte de nuestro país. Para hacerlo necesitamos cruzar del otro lado. Lamentable, ¿no?

Pero ese país del Piporro cuenta con unas ventajas enormes. La primera es su diversidad. Los mexicanos englobamos en la palabra “norteño” una diversidad tan grande como la de otras regiones de México. El tijuanense, el regiomontano y el tamaulipeco son muy distintos. Como distintos son sus vecinos: los liberales californianos y neo mexiquenses, los conservadores tejanos y de Arizona. La cultura fronteriza está permeada por la de sus vecinos, y el sureste estadounidense es tan diverso como es posible.

La segunda es su inmediata vecindad con el mayor mercado del mundo y con su enorme plataforma logística. Para ser más precisos: las dos mayores economías de los Estados Unidos, California y Texas son contiguos al país del Piporro. Los estados más ricos y poderosos son precisamente los vecinos de nuestras “chulas fronteras”. No existe ningún país que pueda decir lo mismo. Canadá, por ejemplo, que tiene una frontera mucho más larga con Estados Unidos que nosotros, es vecino de Montana y Dakota del Norte, regiones tan poco desarrolladas como naciones de segundo orden en términos económicos. 

Nuestras “chulas fronteras” tienen un acceso seguro a las grandes cuencas gasíferas del sur de Estados Unidos, y por lo tanto cuentan con energía muy barata para poder desplegar una plataforma industrial única para competir de manera integrada como parte de la economía de Norteamérica contra el resto de las economías del mundo.

La propia fuerza de la economía global ha hecho que el país del Piporro se convierta en una de las regiones más industrializadas. Y es solo el comienzo. Ese vocablo de moda, el “near shoring”, que apela a que el ensamble y producción de tramos significativos de la cadena de manufactura mundial se lleva a cabo cerca de casa, y no en la cada vez más amenazante China, es apenas una vuelta de tuerca de un proceso inevitable y que se alimenta a si mismo. 

Entre más se industrialicen nuestras “chulas fronteras” más sofisticadas serán, y más atractivas se verán, por su talento y profundidad, para atraer un número creciente de procesos industriales hacia esta zona, la más grande de México en términos geográficos, lo que la convertirá en un jugador de una relevancia crítica para la economía del mundo. Hay que ayudarles.

domingo, 15 de enero de 2023

Para Wall Street, ¿El Rolex O El Casio?

O la Fed o los mercados. Uno de los dos se va a equivocar. No es posible que los dos acierten al mismo tiempo. No pueden tener al mismo tiempo el Rolex y el Casio. Los mercados iniciaron este año 2023 exultantes, espumosos, apostando a que las medidas que la Fed ha tomado los últimos meses lograrán el milagro de reducir la inflación sin producir una recesión y comenzará muy pronto a bajar las tasas de interés. Los mercados están apostando a que la Fed tendrá un éxito histórico. Pero la Fed misma no cree tanto en ella como los mercados lo creen. 

La Fed piensa, y lo ha dicho insistentemente que, si bien la inflación ya alcanzó su pico, aún le falta tiempo para poder asegurar que está convergiendo firmemente rumbo al objetivo de dos por ciento que se tiene fijado. Piensa, y lo dice insistentemente, que será necesario un período prolongado, quizás un año, de tasas relativamente altas para poder estar ciertos de que la inflación llega a, y que se quedará dentro de su meta.

Pero los mercados creen más en la Fed que la Fed misma. Los mercados están apostando con todas sus fuerzas a que la inflación llegará muy rápidamente al dos por ciento, y que se quedará allí sin mayor problema. La razón para el optimismo desbocado del mercado es que los inversionistas auguran una inminente recesión económica, que deprimirá la demanda agregada para así reducir la presión sobre los precios.

Pero si el escenario de Wall Street se limitará al enunciado en el párrafo anterior, entonces tendríamos sólo un rally en el mercado de bonos, pero no en el de acciones, y lo que estamos viendo en este inicio de año es una poderosa subida de ambos mercados al mismo tiempo.

Si la recesión es la cura de la inflación, entonces los mercados accionarios no deberían de estar subiendo, pues el alimento de toda valuación: las ganancias en forma de dividendos deberán de sufrir en el caso de una recesión. Si las acciones están subiendo es porque los inversionistas están comprando un escenario en donde la inflación baja sin que las ganancias se erosionen, es decir, una recesión muy moderada o de plano, sin recesión.

Tal es el secreto de la euforia bursátil de inicio de año. Así como el año pasado, el fatídico 2022, todos los activos financieros se desplomaron, en este inicio de año todo está subiendo. Como en los años en que la Fed rebajaba sus tasas hasta cero, como cuando inyectaba liquidez a pasto, como cuando no había inflación.

Lo raro es que esta exuberancia ocurre con la Fed subiendo tasas, y avisando que las seguirá subiendo. Con la Fed recortando liquidez, y advirtiendo que seguirá retirándola. Con la Fed avisando que no únicamente no piensa recortar tasas, sino que las dejará arriba por más tiempo de lo que se cree.

Sin embargo, los mercados, a través de voces como las del famoso inversionista Jeff Gundlach, pero, sobre todo, a través de los precios fijados en las bolsas, juran que la Fed hará un mejor trabajo de lo que ella misma cree. Juran que la economía no entrará en recesión, o que está será somera, y que la inflación cederá mucho más deprisa y de manera más duradera de lo que la Fed está estimando.

Podrá parecer extraño, pero los mercados están confiando en las capacidades de la Fed, más que la Fed misma.

A pesar incluso de repetidas declaraciones de funcionario en el sentido de que aún es prematuro hablar de un control sobre la inflación, y de expresar sus temores respecto de una posible recesión, los inversionistas están comprando activos financieros para un escenario perfecto en donde todo sale bien. 

Pero no son pocas las veces en el pasado en que los mercados compran un escenario perfecto, solo para salir trasquilados porque alguna variable no salió como se esperaba. No sería raro entonces esta vez, en esta economía global tan peculiar resultante de la salida de la pandemia, que tuviéramos una sorpresa desagradable que alterara el escenario de vida en rosa que están comprando los inversionistas en este momento.

Puede ser que la inflación no descienda al ritmo o con la permanencia que están previendo. Puede ser que la recesión no sea tan moderada como están apostando. Puede ser que la Fed no relaje sus tasas de interés tan rápido como están calculando. Puede ser que algún sector de la economía se fracture gravemente reflejando los mayores costos del dinero, o que algún país en el mundo incumpla sus obligaciones, contagiando a los mercados de naciones similares.

Todo está subiendo como en los días de dinero gratis de la Fed: las criptomonedas, activos virtuales sin mucho sentido, bonos chatarra. Pero el mercado debería de preguntarse si, en caso de cumplirse el escenario de deflación que están previendo, la Fed y los bancos centrales reaccionarán como lo han hecho los últimos veinte años, no nada más recortando sus tasas hasta el cero por ciento, sino inyectando de nuevo chorros de liquidez.

Porque estos últimos dos años ya mostraron algo: que la expansión indiscriminada de la hoja de balance de la Fed junto con tasas en cero, si producen inflación. Que a diferencia de las últimas cuatro décadas algo se rompió en la economía global (quizá la globalización misma se fracturó) que provocó el regreso de la vieja ecuación monetarista, la cual sugiere que la inflación si puede ser producida por bancos centrales licenciosos. La Fed ya aprendió la lección, así que pensará más de dos veces antes de regresar a la postura expansiva que tanto está esperando Wall Street en este alegre inicio de 2023.