El 14 de agosto
se publicaron los datos del PIB de la Eurozona y si, conforme se esperaba,
jalados por la máquina alemana y un desempeño francés mejor a lo estimado, la
zona económico del Euro por fin, y después de seis trimestres (si, 18 meses) consecutivos
de decrecimiento, logró una cifra positiva, lo que técnicamente significa que
la segunda mayor economía del mundo ha salido tímida y débilmente de una penosa
recesión.
Visto como un
todo en efecto, la Eurozona ha dejado la zona de recesión, pero ese bloque
económico peculiar, compuesto de 17 economías particulares, presenta enormes
disparidades que se ocultan bajo la cifra unitaria del PIB comunitario. Dichas disparidades siguen reflejando
el hecho que precipitó a la economía del viejo continente en el precipicio del
cual apenas comienza a salir: que el Euro, esa voluntariosa divisa, diseñada
más para la política que para la economía, tiene un impacto asimétrico sobre
cada uno de los países miembros de la zona, y esa disparidad seguirá lastrando
las economías locales por mucho tiempo.
El problema de
fondo de la Unión Económica Europea es justamente eso que los une: el Euro.
Cierto, la moneda común vino a resolver los enormes costos de transacción que
implicaba tener una moneda para cada país en un bloque con una grado de
integración inter-nacional elevadísimo, pero como todo en la vida, dicha
bendición tuvo un costo, y se está pagando ahorita: que el Euro es como la
zapatilla de la Cenicienta, que muchas doncellas se lo pueden probar, pero sólo
le queda perfectamente a una.
Como la
zapatilla de la Cenicienta, el Euro les queda demasiado apretado a algunas
economías; asfixia a aquellas de baja productividad . A otras economías en
cambio la zapatilla les queda floja, son tan productivas que sus compañías
exportan al resto del mundo con facilidad. Dentro del grupo a quienes la
zapatilla del Euro les aprieta se encuentran España, Grecia, Portugal e Irlanda;
dentro del segundo destacan Dinamarca, Holanda y las economías bálticas.
Pero por su peso
relativo y por la potencia de su productividad, el Euro sólo le calza de manera
perfecta a una economía, a la cual no aprieta ni le queda floja: la alemana.
Una moneda que
para Alemania funciona bien no tiene por qué funcionarle bien a Grecia ni a
España, y a una economía más productiva que la alemana, como la de Bélgica por
ejemplo, le viene bien calzarse al Euro.
Desgraciadamente,
ésta parábola de la zapatilla y la divisa común no es académica sino que ha
tenido efectos dramáticos sobre las economías particulares del bloque. Si
comparamos el PIB de la Eurozona actualmente con el PIB que existía en el 2008,
antes que la brutal crisis financiera sacudiera al mundo, los datos son
trágicos: el PIB de la Eurozona se encuentra 3.0% por debajo de dicho nivel. Es
decir, en los últimos cinco años, el PIB de la Eurozona ha disminuido, uno de
los peores desempeños de la historia económica moderna.
Pero ese -3.0% enmascara
el problema de la zapatilla de la Cenicienta. En estos cinco últimos años sólo
una economía dentro del Eurobloque ha crecido: Alemania, cuyo PIB se encuentra
tan sólo 2% por encima del nivel del 2008., pero es ese magro pero positivo
número el que hace que en el agregado la Eurozona no se haya hundido más. El
resto de Europa sin embargo, se encuentra aún sumergida en la peor recesión económica de los
últimos ochenta años.
El casó más
trágico es, paradójicamente, la patria de la tragedia: Grecia, cuya economía se
ha hundido 22.8% respecto del nivel que existía en el 2008, una verdadera
tragedia humanitaria y un ejemplo craso de lo inadecuado que fue adoptar para
una economía de baja productividad una moneda cuyo nivel se adapta a la
potencia alemana.
Sin llegar a la
intensidad trágica griega, economías como la de Portugal (-7.5%), Irlanda
(-9.7%) e incluso el gigante español (-7%) llevan ya un lustro más que perdido,
hundidos respecto del nivel que tenían en el año 2008, y con tasas de desempleo
en máximos históricos.
Las diferencias
históricas y recientes en los niveles de productividad y el hecho de tener una
unión monetaria sin que exista una movilidad perfecta de trabajadores es lo que
subyace a la enorme asimetría económica de la eurozona. Grecia y España por
ejemplo, no pueden exportar sus soleados veranos mediterráneos, mientras que la
industria Alemania no tiene problemas para seguir exportando al resto del mundo
con el actual nivel del Euro.
La moneda común
ha sido un costoso experimento para muchos países y millones de personas, pero
como la alternativa de abandonarlo es más cara aún que mantenerlo, la apretada
zapatilla de Cenicienta seguirá asfixiando a la mayoría y calzándole bien sólo
a aquella cuyo pie está hecho a la medida.