Este es un post triste. Por lo que no alcanzó a ser, y por lo que no era ya en su tiempo. Por el enorme talento que desperdiciamos cuando estuvo en este mundo, y por el gigantesco talento que la cancerosa muerte nos quitó antes de tiempo.
Más allá de toda duda ya, está claro que el origen del mariachi es Nayarit, y una prueba de ese origen es el desproporcionado número de cantantes definitorios de éste género provenientes de mi tierra: Sinaloa, con quien Nayarit ha tenido siempre una historia de simbiosis.
No nada más Lola Beltrán y Pedro Infante, sino también Luis Pérez Meza, Chayito Valdez, y decenas de grandes voces vienen de esa, la tierra de los once ríos.
Pero hay una muy especial: Amparo Ochoa.
Cuando mi padre y mis tías comenzaban su carrera de maestros de secundaria en Sinaloa, en Guasave, Culiacán y Los Mochis, una maestra rural sinaloense, como ellos, Amparo Ochoa, hacía lo mismo, pero además, cantaba.
Su amor por la canción ranchera la trajo a la Ciudad de México, en dónde ganó concursos de radio, pero su vocación magisterial la empujó a inscribirse en la Escuela Nacional de Música de la UNAM, y allí se unió a un movimiento, el folkorismo, que dio grandes voces, grandes músicos, pero que nunca pudo instalarse entre las masas como era su intención.
En 1986 quizá, Amparo Ochoa da un concierto en el Che Guevara de la UNAM, promocionando un disco nuevo. Yo, que entonces tenía pocos amigos aquí, asistí sólo y al salir del evento compré el disco. Al regresar a que me firmara la portada la encontré en su camerino, quitándose las botas de su atuendo blanco y gritándole a todo mundo como buena culichi. Yo me retiré mejor y me quedé sin el autógrafo, pero desde entonces me quedé con el gusto por su hermosa voz y su cálido estilo para interpretar el ranchero, potente como una Lucha Reyes, pero dulce y cariñosa.
Amparo Ochoa quizá sufrió comercialmente el ser otra sinaloense que cantaba ranchera, (¿para que otra, si la Reyna Lola brillaba ya?). Pero no creo que a ella eso afectara, lo suyo era otra cosa: la ilusión de unir la música ranchera con los movimientos sociales, propia del folklorismo, el de rescatar trovas olvidadas, el de sumergirse en el género.
Cuando ella muere, en 1994, la noticia me entristeció mucho. Amparo tenía apenas 48 años, y era para mi la figura más auténtica, popular y verdaderamente ranchera del folkorismo. Ella sí le entendió. A diferencia de otros folkloristas que intelectualizaban mucho, ella supo siempre que la neta de la música popular era el ranchero.
Amparo Ochoa mereció ser disfrutada mucho más de lo que fue, es un talento superior, una intérprete que sabía de qué iba el ranchero: histrionismo, potencia, calidez, y azote. Ya que muchos se lo perdieron cuando ella vivió, y que el estúpido cáncer nos impide tenerla hoy, el consuelo de youtube nos permite disfrutar a mi Amparo en ésta muestra de cómo podía llevar al ranchero y al folkorismo tradiciones incluso muy ajenas a ella: escúchenla y véanla en esta versión musicalizada por Alberto Favero de un poema de Mario Benedetti, “Te quiero”, Amparo.
Más allá de toda duda ya, está claro que el origen del mariachi es Nayarit, y una prueba de ese origen es el desproporcionado número de cantantes definitorios de éste género provenientes de mi tierra: Sinaloa, con quien Nayarit ha tenido siempre una historia de simbiosis.
No nada más Lola Beltrán y Pedro Infante, sino también Luis Pérez Meza, Chayito Valdez, y decenas de grandes voces vienen de esa, la tierra de los once ríos.
Pero hay una muy especial: Amparo Ochoa.
Cuando mi padre y mis tías comenzaban su carrera de maestros de secundaria en Sinaloa, en Guasave, Culiacán y Los Mochis, una maestra rural sinaloense, como ellos, Amparo Ochoa, hacía lo mismo, pero además, cantaba.
Su amor por la canción ranchera la trajo a la Ciudad de México, en dónde ganó concursos de radio, pero su vocación magisterial la empujó a inscribirse en la Escuela Nacional de Música de la UNAM, y allí se unió a un movimiento, el folkorismo, que dio grandes voces, grandes músicos, pero que nunca pudo instalarse entre las masas como era su intención.
En 1986 quizá, Amparo Ochoa da un concierto en el Che Guevara de la UNAM, promocionando un disco nuevo. Yo, que entonces tenía pocos amigos aquí, asistí sólo y al salir del evento compré el disco. Al regresar a que me firmara la portada la encontré en su camerino, quitándose las botas de su atuendo blanco y gritándole a todo mundo como buena culichi. Yo me retiré mejor y me quedé sin el autógrafo, pero desde entonces me quedé con el gusto por su hermosa voz y su cálido estilo para interpretar el ranchero, potente como una Lucha Reyes, pero dulce y cariñosa.
Amparo Ochoa quizá sufrió comercialmente el ser otra sinaloense que cantaba ranchera, (¿para que otra, si la Reyna Lola brillaba ya?). Pero no creo que a ella eso afectara, lo suyo era otra cosa: la ilusión de unir la música ranchera con los movimientos sociales, propia del folklorismo, el de rescatar trovas olvidadas, el de sumergirse en el género.
Cuando ella muere, en 1994, la noticia me entristeció mucho. Amparo tenía apenas 48 años, y era para mi la figura más auténtica, popular y verdaderamente ranchera del folkorismo. Ella sí le entendió. A diferencia de otros folkloristas que intelectualizaban mucho, ella supo siempre que la neta de la música popular era el ranchero.
Amparo Ochoa mereció ser disfrutada mucho más de lo que fue, es un talento superior, una intérprete que sabía de qué iba el ranchero: histrionismo, potencia, calidez, y azote. Ya que muchos se lo perdieron cuando ella vivió, y que el estúpido cáncer nos impide tenerla hoy, el consuelo de youtube nos permite disfrutar a mi Amparo en ésta muestra de cómo podía llevar al ranchero y al folkorismo tradiciones incluso muy ajenas a ella: escúchenla y véanla en esta versión musicalizada por Alberto Favero de un poema de Mario Benedetti, “Te quiero”, Amparo.