Todas las culturas han tenido que lidiar
con un problema imposible de resolver: conocer el futuro. Los griegos acudían a
Delfos para consultar los augurios del oráculo. Los antiguos mexicanos usaban
la precisa astronomía y la superchería deliberada para adivinar el porvenir.
Nosotros tenemos a Wall Street.
La fe que la cultura moderna pone en la
capacidad de Wall Street para predecir el futuro no es menor al afán que los
antiguos chinos depositaban en el I-Ching
o la tradición medieval en el tarot. Antes usábamos las sobras del café
turco o las hojas de té; hoy usamos econometría. Antes echábamos mano de huesos
de ave; hoy usamos fractales y modelos matemáticos para tratar de extraerle a
los precios de las acciones lo que antes sacábamos de la sangre de animales
sacrificados: información sobre el mañana.
El año inició con el peor de los augurios:
las primeras seis semanas marcaron el peor comienzo de un año de los últimos
quince años, y todos los indicadores técnicos y marcadores sugirieron que los
mercados tendrán un muy mal año y que la economía probablemente entrarían en
estancamiento o recesión. Pero un día, el 8 de febrero, en medio del desastre,
el Nasdaq, el índice de empresas tecnológicas por antonomasia, se negó a caer
por debajo de la marca de 20 por ciento por debajo de su cierre máximo, lo que
marca el terrible augurio de un “bear market”, señal ominosa para aquellos que
creen que los mercados predicen el futuro.
Pareciera que la tozudez del Nasdaq de hundirse
por debajo de la marca de 20% respecto de su cierre máximo de alguna manera
conjuró la catástrofe y a partir de allí todo ha sido fortuna y ventura: los
principales mercados del mundo han gozado de tres semanas consecutivas de
alzas; el precio del petróleo y otras materias primas se han estabilizado; los
mercados de bonos han encontrado tranquilidad; y las acciones bancarias, que
habían sido vapuleadas en anticipación de una hecatombe crediticia, súbitamente
remontaron y disfrutado sus mejores tres semanas en varios años.
¿Son éstas últimas tres semanas de
ganancias en los mercados el prolegómeno de una recuperación y la señal de que
los arcanos se revelan favorables? ¿O son apenas un rebote tras tocar fondo y
una pausa antes de renovar el declive?
La respuesta es: imposible saberlo, por la
sencilla razón de que el futuro es ilegible, como lo saben bien los físicos y
que todos los demás nos negamos a aceptar. Todo lo que sabemos es que existe
una probabilidad de que las cosas mejores, y otra que las cosas empeoren, y que
los mercados lo único que pueden hacer es asignar probabilidades a un escenario
y a otro y que cuando todo ocurra, uno de los escenarios se materializó y el
otro no (aunque los físicos dicen que todos los escenarios ocurren, en universos
diversos, pero para eso aún no hay mercado).
Los datos más recientes parecen apoyar el
optimismo del oráculo de Wall Street: las cifras de nóminas no agrícolas en
EEUU en febrero fueron sustancialmente mejores a lo esperado , los precios del
petróleo se han estabilizado y repuntado sólidamente, los spreads de riesgo se
han estrechado, los mercados de economías emergentes han recuperado mucho de
las pérdidas de meses recientes, y los indicadores oportunos parecen refutar el
escenario catastrófico que aterrorizó a todos en el inicio de año.
Hay un factor que quizá los mercados estén
descartando y que esté detrás del rebote de las últimas tres semanas: la incertidumbre
electoral de un escenario inescrutable en los EEUU. Es decir, una victoria de
Donald Trump, en donde el populismo de derecha del neoyorquino introduzca una
incertidumbre tan aguda que los mercados se ahondarían en territorio bajista.
Los mercados saben muy bien lo que una presidencia Clinton implica: ya lo han
vivido.
El mercado alcista más extenso y dilatado
de la historia reciente se gozó justo durante la presidencia de Clinton, Bill,
así que una presidencia de Clinton, Hillary, no nada más no es temida, sino
quizá sea deseada. La definición del liderazgo republicano de evitar a toda
costa una victoria del impresentable Donald Trump sea quizá uno de los
ingredientes que los mercados están leyendo como la clave de un escenario en
donde los precios de las acciones dejen de ahondarse y se recuperen.
En el largo plazo la estadística muestra
que una presidencia demócrata es mejor para los mercados que una presidencia
republicana. Y ninguna presidencia demócrata ha sido tan buena para los
mercados como la de Clinton. El aciago nubarrón de un cavernario Trump llegando
a la presidencia ¿fue uno de los factores detrás del pánico que cundió en el
inicio del 2016? ¿Es la determinación del establishment republicano de apoyar a
quien sea, menos a Trump, lo que está detrás del alivio de los mercados
recientes? Difícil saberlo hoy: pero lo sabremos mañana.