Pocos economistas han contribuido en las
últimas tres décadas a la comprensión de las causas del crecimiento como Paul
Romer, el recientemente nombrado economista en jefe para el Banco Mundial, la
institución financiera más influyente del mundo a pesar de que en los últimos
años su rol se ha visto disminuido por la caída del multilateralismo. En
sentido estricto Paul Romer es un economista clásico: como Adam Smith y Marx
sabe que el crecimiento del capitalismo es endógeno: que la tecnología y el
conocimiento son los bastiones de la economía en el largo plazo. Romer va más
allá y nos ha convencido que esas dos fuerzas requieren de un entorno urbano
para florecer .Quienes hemos leído con frecuencia a Romer hemos sido
beneficiados con un enorme rigor formal propio de la academia estadounidense
pero al mismo tiempo con una prospectiva comprensiva de los grandes procesos
sociales, y un ojo muy preciso respecto de uno de los grandes temas de la
economía clásica: la acumulación de capital, el cual dejó de ocupar a los
economistas tras las discusiones de la postguerra.
El gran tema de Paulo Romer en mi opinión
es justo el de la acumulación de capital: cómo las familias, las empresas y las
naciones se hacen más ricas conforme pasa el tiempo. Para responder esa
interrogante Romer primero tuvo que resolver justo la noción de riqueza ¿qué es
el capital? ¿es una acumulación ordinaria de cosas? ¿es liquidez en las cuentas
bancarias, es el cúmulo de ahorros? Es todo lo anterior por supuesto, pero
Romer comprendió que el capital relevante para proseguir con la acumulación de
capital, las variables fundamentales que inciden sobre el crecimiento de largo
plazo son la innovación tecnológica, y la fuente de ésta: el conocimiento.
Sus escritos de los 90 son una fuente muy
valiosa para comprender esa caracterización del capital: heredero indirecto
confeso de su inspiración, el gran Robert Solow, la obra inicial de Romer
indaga sobre el rol del cambio tecnológico sobre el crecimiento de largo plazo
y la acumulación de capital. Pero va un paso más adelante, al reconocer el
descubrimiento de Solow sobre el cambio tecnológico como fuente, Romer postula
que el conocimiento, la acumulación de saberes, es la fuente, si bien aleatoria
de dicho cambio tecnológico y por tanto, debe de tratarse como una fuente
original de capital.
El cambio tecnológico es la fuente del
crecimiento, nos dicen los clásicos y Robert Solow; y el cambio tecnológico es
fertilizado por el conocimiento, por el saber, nos dice Paul Romer. Pero en
años recientes Romer ha seguido preguntándose en la misma cadena: ¿qué factores
pueden contribuir entonces a la generación de saberes, de conocimiento, de
capital humano? ¿cómo se acumula ese capital intangible? La respuesta de Romer
ha sido luminosa y casi por si sólo ha fundado una línea de investigación muy
poderosa: la urbanización, los grandes conglomerados son el fermento para la
ebullición de saber y conocimiento, el urbanismo es economía y al revés. La
economía urbana no es un derivado de la economía en general, de manera
creciente y definitiva, la economía de las urbes es la economía.
Al elevarse la cuota del producto interno
generado por el conocimiento y reducirse proporcionalmente la parte ligada a
los recursos naturales, la economía dependerá de manera creciente de las
ciudades y sus productos: los nuevos yacimientos serán los saberes y el
desarrollo de las ciudades.
¿Cómo hacer mejores ciudades? ¿Cómo
producir ambientes que provoquen una mayor acumulación de capital humano, de
experiencias y saberes que se traduzcan en nuevas ideas y productos que añadan
al potencial de la economía de largo plazo? ¿Cómo debe de ser la convivencia
entre los ciudadanos y los gobiernos locales? En ese sentido los temas de
igualdad de oportunidades en las metrópolis, de inclusión de migrantes, de
acceso a la educación y atracción de personas e instituciones que aporten al
caldo de capital de las urbes deben de marcar la política pública.
El músico argentino León Gieco escribió
una rola buenísima: “Los salieris de Charly”, en dónde profesaba de manera
abierta su admiración por su colega rockandrollero, Charly García, diciendo;
“somos del grupo los salieris de Charly/le robamos melodías a él”. Así yo y
muchos, somos del grupo los salieris de Romer, le robamos los temas a él. Porque
justo así se construye el conocimiento: robando ideas y adoptándolas,
descartándolas, enriqueciéndolas. Hoy que el Banco Mundial ha nombrado a este
pensador clásico al frente de su departamento de investigaciones, lo menos que
podemos hacer es expresar nuestra alegría.