Lo masivo es la primera víctima de la pandemia. El covid 19 ha destrozado nuestra convivencia multitudinaria, tan necesaria para divertirnos, celebrar, protestar y cambiar nuestras sociedades. Pero también para transportarnos. El transporte masivo ha sido una de las más graves víctimas de la pandemia, así que debemos de pensar qué hacer para no recurrir al auto como remedio para transportarnos dado sus efectos ambientales. La solución está al alcance de la mano, y de las piernas: la bicicleta.
La pandemia ha hecho que la bicicleta haya pasado de ser una bandera un poco hípster, a una solución viable, práctica y necesaria para que las ciudades puedan resolver, así sea parcialmente, el colapso del transporte público masivo producto de la pandemia.
A menos que seamos Wuhan, en donde un aislamiento absoluto y forzado ha logrado erradicar casi por completo al virus, al punto de reactivar los contactos masivos sin riesgo de un rebrote, el resto del mundo no puede reactivar sus redes de transporte metropolitano masivo sin arriesgarse a un rebote en el número de infecciones y de decesos, como se atestigua en Europa (especialmente en el Reino Unido y España) y Estados Unidos, en donde la reapertura de las economías y el intento de volver a la normalidad ha conducido a una segunda fase pandémica.
La bicicleta ofrece una solución parcial, pero de muy bajo costo, a la imposibilidad fáctica de una reactivación total y sin riesgo de la movilidad pública masiva.
Por más que se intente, reactivar los metros, los autobuses repletos, los microbuses atestados, los tranvías saturados, el riesgo de contagio es tan grande y los efectos de tener quince días después los hospitales de nuevo repletos, no son una política pública que se sostenga mientras no exista una vacuna que se aplica de manera generalizada.
Antes esa restricción, la tentación de recurrir al automóvil como la alternativa para la movilidad metropolitana es muy grande. Y muy peligrosa. La realidad del calentamiento global y el cambio climático es inocultable, y aunque los cínico negacionistas, encabezados por Donald Trump y sus lamentables republicanos, harán lo imposible (hasta robarse las elecciones estadounidenses) para tratar de impedirlo, es urgente comenzar a detener esa otra curva: la de la emisión de gases de efecto invernadero.
Una parte creciente de la población lo ha entendido y el mercado ha tomado nota: la oferta de bicicletas en el mundo es insuficiente para atender la oleada de clientes que buscan compra una. El mayor productor de bicicletas del mundo, Giant, de Taiwán, tiene un retraso de entrega de cuatro meses en sus pedidos. Taiwán es el mayor productor de bicicletas del mundo, y junto con Giant, Merida, cuenta con las mayores empresas fabricantes. No se dan abasto ante el pico de la demanda proveniente de todo el mundo.
Los otros grandes productores de bicicletas, China y la India, manufacturan sobre todo para sus mercados internos, lo mismo que Estados Unidos, quien es también un gran exportador, sobre todo gracias a sus empresas californianas (Trek, Specialized, Santa Cruz, et.al), cuyo Estado se ha convertido en el abanderado mundial de la bicicleta.
Otras grandes productoras son: España, a través de su legendaria cooperativa vasca: Orbea; Francia con Look, que produce bicicletas de alta gama y precio; y por supuesto la tradicional potencia ciclista del mundo: Italia, cuyos fabricantes siguen produciendo algunos de los mejores artículos del sector.
México no cuenta con una jugadora global del sector, a pesar de que los migrantes italianos de Benotto han logrado establecer una marca competitiva, y existen otros fabricantes que podrían tener la capacidad para jugar en el Tour del mercado ciclista global.
El mercado ya está haciendo lo propio: los consumidores, consientes del riesgo del transporte público, y reacios a recurrir al automóvil como solución privilegiada, han disparado la demanda global por bicicletas al punto de agotar la oferta y tener la mayor demanda de la historia.
Los gobiernos deben de responder haciendo las ciudades más amables para los ciclistas, fomentando el uso de la bicicleta, y facilitando la conectividad para los trayectos largos. Las empresas privadas igual: desde facilitar estacionamientos, hasta fomentar una cultura en donde la vestimenta (y si, perdón), el sudor no sean un tema del día a día en los lugares de trabajo. Y los consumidores deben hacer lo suyo también: adoptando la bicicleta.