viernes, 4 de julio de 2008

Lopez Velarde, Autor de Jorge Luis Borges


Edgar Amador

Al menos públicamente, para Borges, López Velarde era una referencia, pero no una influencia. Como Lugones, como Macedonio Fernández, López Velarde fue para Borges un antecedente inmediato de la tradición poética en castellano. Es conocido que sabía de memoria “La Suave Patria” y que gustaba de averiguar en ella el significado de palabras lejanas, como “chía” (a Octavio Paz le preguntó alguna vez sobre el sabor de la misma), y el gusto por el zacatecano era aceptado generosamente por el autor de “El oro de los tigres”.

Existe sin embargo un deslumbrante, breve texto de López Velarde (no desconocido), que prefigura a Borges. En los temas y en la voz, el pequeño texto “Obra Maestra (que prefigura también a nuestro Eduardo Lizalde), parece haber sido cincelado por Jorge Luis Borges, años antes de ser Borges.

Los grandes temas de Borges están allí: el tigre, el infinito y sus repeticiones, la soltería, el hijo que no se tuvo, y el pecado de no ser feliz. Pero junto con los temas, al menos en la primera mitad del texto, está también, anticipada, la voz del argentino.

¿Conoció Jorge Luis Borges el texto de Ramón López Velarde? Nada parece indicar que así haya sido. No existe una sola referencia del autor argentino a ese breve texto del cual parece ser tributario, presa y continuación. Se sabe, por ejemplo, que la fascinación de Borges por el tigre brota incluso antes de aprender a leer, y entre los libros publicados tras su muerte he visto alguno con reproducciones de tigres del pequeño Georgie de tres años.

Su interés por el infinito y el pavor por sus repeticiones le viene, por confesión propia, de otras fuentes, como Coleridge, Kafka, Milton, pero no de López Velarde. El hábito de la soltería, el no perpetuarse mediante los hijos, su terca lejanía de la felicidad fueron decisiones de su libre albedrío, si es que, como el habría afirmado, el libre albedrío existe, y no fueron por supuesto impuestos por el texto del poeta de Jerez. (¿O lo fueron acaso?)

Pero todos esos temas están allí: el pequeño texto “Obra Maestra” prefigura y es el arquetipo de algunas de las más características fobias y manías borgianas. Preso de un juego como los que le gustaba jugar, la literatura de Borges parece ser un sendero que se bifurca a partir del deslumbrante texto de López Velarde.

El inicio de “Obra Maestra” dice: “El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre si mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpearse contra los barrotes, sangra de un solo sitio”.

Estas pocas líneas son en si mismas, una obra maestra borgiana: el tigre deja de ser sólo el animal salvaje para convertirse en el infinito. Es la “Biblioteca de Babel” felina que se repite en espirales inacabables; es el “Libro de Arena” que tiene una sola página, que es el libro entero, que es todos los libros; es la maquinal fatalidad de “El Golem”; es “La Noche Cíclica” que al terminar comienza.
Pero es algo más: es el tigre.

Afecto a los juegos con el infinito y al tigre, Borges nunca asoció sus dos manías: la bestia maravillosa y su fascinación por lo que nunca empieza y nunca acaba, curiosamente, no se dieron la mano nunca. El infinito estaba asociado a bibliotecas, a laberintos, a libros, al tiempo, a paradojas, pero no, como en “Obra Maestra”, al tigre.

López Velarde añade además, un ingrediente aterrador: el repetirse sobre si mismo hace que el tigre sangre “de un solo sitio”. Borges abominaba de los espejos y la cópula porque reproducían al infinito a los seres. Al tigre de López Velarde las repeticiones eternas lo hacen desangrarse.

El texto continúa: “El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza”

El párrafo es por supuesto, la síntesis de la obra de Eduardo Lizalde, quien toma una línea de fuga perversa, un sendero que se bifurca por otra dirección a partir del texto de López Velarde.

El texto sin embargo, es más de Borges que de Lizalde. El tigre escribe ochos, el signo del infinito, el número cuyo trazo no tiene principio ni final, que no retrocede ni avanza, pero que está en movimiento perpetuo, como el infinito cuya inmanencia es inquieta. Si ya está acabado, el infinito sólo puede repetirse, ir hacia si mismo: su inicio y su final son el mismo, como la aburrida eternidad de “El Inmortal”, como “Las Ruinas Circulares”.

(Curiosamente, en un soneto de Borges hay una imagen similar de un felino que se revuelve eternamente en una jaula, pero la bestia no es un tigre, sino “La Pantera”)

Pero si el infinito de Borges se despliega en el tiempo, el de López Velarde lo hace “en el piso de la soledad”.

El soltero es infinito: empieza y acaba en sí mismo. El tigre es el soltero, el tigre es Borges.

Borges fue un soltero que se casó dos veces: la primera a los 67 años, en un matrimonio fugaz, de tan sólo tres años, con Elsa Astete. La segunda veinte años después, en 1986, con su viuda, María Kodama, pocos meses antes de morir en Ginebra. Borges fue la mayor parte de su vida un soltero, caminando “en el piso de soledad”, y por propia confesión, incapaz para ser feliz.

Algo hay del poeta de Jerez en el Borges de “El remordimiento”: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.”

Para Borges, quien imaginó el paraíso como una biblioteca, vida y literatura eran una y la misma cosa. Sus elecciones de vida fueron estilos literarios, sus conflictos íntimos fueron temas de ficción. Para quien de su ceguera hizo un tema de su poesía (los varios “On his blindness”); quien de su soledad hizo un género, quien de su incapacidad para ser feliz hizo una escuela, vivir era escribir.

Su vida fue también su escritura, y la biografía toda de Borges queda contenida en el increíble texto de López Velarde.

“El soltero…Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas”

El miedo de Borges a la responsabilidad eterna de la paternidad está presente en “El hijo”: “No soy yo quien te engendra. Son los muertos/ Son mi padre, su padre y sus mayores;… La eternidad está en las cosas/ del tiempo, que son formas presurosas”.

Aún más, el último párrafo de “Obra Maestra comienza: “Pero mi hijo negativo lleva tiempo de existir”. Un hijo negativo, la paternidad fundada en el no-hijo, en el hijo que no fue, la cual se afirma en el borgiano “Things that might have been”:

“Pienso en las cosas que pudieran ser y no fueron/ El tratado de mitología sajona que Beda no escribió./ La obra inconcebible que a Dante le fue dada acaso entrever,/…el hijo que no tuve.”

¿Conoció Borges la “Obra Maestra” de López Velarde?, ¿Su obra y su vida fueron un plagio no reconocido del texto del zacatecano? ¿Es una insólita y accidental coincidencia? ¿O fueron la vida y la obra de Borges los objetos del destino, las herramientas que el texto trazado por López Velarde usó para que sus pavorosas metáforas fueran descubiertas.?

Las líneas finales del segundo de los “Two English Poems” suenan: “I offer you my lonliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat”.

Resonancia quizá de estas otras líneas finales: “…Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra”

6 comentarios:

Unknown dijo...

Saludos Edgarito, aquí te leo.

karla america dijo...

saludos, te extrañamos en sinaloa

Dirty Harry dijo...

Karla? qué ha sido de tí, cuánto tiempo!

karla america dijo...

Mucho tiempo, espero poder hacer contacto contigo y saber de ti, de verdad se te extraña, eres de las personas que más he buscado.

Luis Vicente de Aguinaga dijo...

¿Qué tal, Édgar? Oye, quiero citar tu ensayo en un artículo y me pregunto si lo tienes publicado en versión impresa. Espero que leas este comentario y que me puedas echar una mano. Saludos.

luis_vicente_de_aguinaga@yahoo.com.mx

Luis Vicente de Aguinaga dijo...

De nuevo yo, Édgar. En tu ensayo dices que "Borges nunca asoció sus dos manías", o sea el tigre y el infinito; que "la bestia maravillosa y su fascinación por lo que nunca empieza y nunca acaba, curiosamente, no se dieron la mano nunca". Y añades: "El infinito estaba asociado a bibliotecas, a laberintos, a libros, al tiempo, a paradojas, pero no [...] al tigre". Yo digo que sí lo hizo, que sí hay un cuento de Borges en el que un tigre acaba siendo la imagen misma del infinito: "La escritura del dios". Recuerda lo que, hacia el final del cuento, comprende y expresa Tzinacán, su protagonista: "Vi el universo y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común. Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo, vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre". Así las cosas, puede ser que los lectores de Borges encontremos en "La escritura del dios" lo que hallamos en "Obra maestra" los lectores de López Velarde.