Mijail Lamas y Vicente Alfonso no son mis amigos: son unas de mis debilidades, unos de mis puntos débiles. Con ellos me une no una amistad, sino una dogma: No me los pueden tocar.
Esta semana, el Concurso de Poesía de la Ciudad de Zaragoza en España, le otorgó a Mijail Lamas uno de sus dos accésit, y si bien estoy seguro que mi alegría no fue tan grande como la de Mijail, apenas quedó por abajito.
Hoy le llamé a Mijail y le dije que se viniera a comer a la casa para celebrar y que le llamara a Vicente, para celebrar su premio.
La intención entonces era homenajear a Mijail, pero resulta que el homenajeado fui yo. Vicente Alfonso llegó antes, y traía las pruebas de su último libro de cuentos, el cual ganó el premio de cuento Maria Luisa Puga en 2009 y que está listo para la imprenta. Resulta que uno de esos cuentos está dedicado para mi, lo cual me agarró en curva y me dejó con palabras tontas e inexactas de agradecimiento.
Mijail llegó poco después, y lo primero que hizo fue darme una copia del libro “Una raya más”, el cual es una serie de ensayos en homenaje al felino mayor de esta tierra, Eduardo Lizalde. El ensayo que Mijail aporta a ese libro se llama: “Este fecundo rayo moteado y asonante”, y está dedicado a mí y a Mario Bojorquez, a propósito de mi ensayo sobre la relación de Borges y López Velarde (si lo recuerdan, lo pueden encontrar aquí).
La verdad es que quedé abrumado. Mi intención era festejar a Mijail y quien acabó abrumadoramente festejado fui yo. Dos dedicatorias de grandes textos en una sola tarde ha sido demasiado. Siento que ha sido mucho.
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