Yo soy Puma, y para hacerlo he tenido que aceptar el gusto por el fútbol.
Yo entré a a UNAM en la peor época de mi vida, en la más triste. A la UNAM no sólo le debo mi profesión, sino quizá, el haberme salvado, y el haberme hecho ver que la vida, la cuál no elegimos, que es un arbitrario accidente, no tiene remedio, y hay que ir por ella de la mejor manera posible.
Yo soy Puma entonces, con furia y arrebato. Soy Puma más allá del futbol y del equipo, por eso para mí el futbol mexicano es muy sencillo: se limita a lo que los Pumas hagan o dejen de hacer. Sigo sin rendirme al futbol, pero si los Pumas pierden me enfurezco, y si ganan, mi día es más redondo y azul y oro. Para mí el resto de los equipos pueden rodar y rodar, ni me entero.
Esta temporada la gocé mucho más. Mi hijo se ha convertido en un obseso del fut, y en casa se acata con gusto la regla de oro: no hay otro equipo mas que los pumas (bueno, Julián tiene al Barça, pero qué importa). El caso es que este torneo es el primero que Julián sigue con todo detalle, y cuando digo con todo detalle, es literal, Julián es un cirujano de los datos y las jugadas, ad naseaum.
Creo que la pasión por un equipo deportivo es absolutamente irracional, un comportamiento incivilizado. No puedo aceptar que a la razón se anteponga el gusto por una disciplina cuyo objetivo es vencer a los contrarios. Aunque sea remota la posibilidad, entre los aficionados al espantoso “América” podría encontrarme a alguien que sea política y culturalmente más cercano a mí que en la Rebel, y sería idiota alienarlo sólo por su filiación futbolística (que en este caso, tal idiotez es perfectamente justificada).
Esta irracionalidad es mayor aún en tratándose del fútbol mexicano, gobernado por mafiosos que más que jugar futbol buscan cobrar lo más posible por la publicidad, para luego lamentarse del deplorable nivel internacional de la incorregible “Selección Nacional”.
Pero por más que quiero convencerme de lo contrario, el equipo más cercano a un auténtico grupo de futbolistas que entrenan a futbolistas para jugar fútbol, más allá de otra consideración, son los Pumas. La afición que sigue a su equipo con una pasión muy cercana a la razón, es la de Pumas, y sin duda, quien mejor jugó en esta temporada, por mucho que haya disfrutado el regreso de los entrañable Tigres de la UANL, fueron los Pumas.
Me quedo por supuesto con el truco cuántico de los Pikolines, quienes han demostrado que una sola persona puede ser portero y defensa a la vez; me quedo con la decadencia sansónica de Martín Bravo; me quedo con la fuerza y la tajada de Darío Verón; me quedo, a güevo, con ese gol ya legendario de Cortés y sus otros goles, pero me quedo sobre todo con el coraje y el ejemplo de Francisco Palencia, quien para mi representa lo que debe ser todo deportista en un equipo: el corazón desparramado por la cancha.
No fui al Ángel a celebrar, porque soy más feliz celebrando con mi hijo, mi hermano, mi primo y mis amigos, que aventando mi devoción en la calle frente a un grupo de extraños. Pero eso es porque soy muy mamón, y un pinche reprimido, que si aflojara yo el ano un poquito estaría todavía colgado del Ángel vociferando como un troglodita: “Cómo no te voy a querer”.
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