domingo, 29 de enero de 2012

Domingos Rancheros: La Última Cumbia de Edith Piaf

En 1936 el argentino  Angel Cabral compuso una canción, tomando como base rítmica el vals peruano, muy popular en aquellos años, y su amigo Enrique Dizeo le puso la letra. La canción “Que nadie sepa mi sufrir” fue cantada en aquellos años por  Hugo del Carril y fue un gran éxito.

Muchísimos años después, en las bodas, quinceaños y bautizos de todo México, sin falta, esta casi centenaria canción suena en una versión o en otra, aunque típicamente la que conocemos es la de Margarita “la Diosa de la Cumbia”, y su Sonora Dinamita, bajo el título de “Amor de mis amores”.

Pero si “Que nadie sepa mi sufrir” ha sido remitida a la cumbia, es necesario saber también que ha ascendido a la gloria de ser cantada por la voz más dramática de la historia: la de Edith Piaff.

En 1953, Edith Piaff escuchó la canción en la versión de Alberto Castillo, y uno de sus compositores Michelle Rivegauche la transformó en “La Foule”, grabada por la Piaff en 1957, veinte años después de su origen porteño.

La letra de “La Foule” no tiene nada que ver con “Que nadie sepa mi sufrir”. En la versión original, cuya letra sobrevive intacta en castellano hasta nuestros días, la letra es de reclamo, decepción y denigración. “La Foule” es un encuentro fantasmal en medio de un salón de baile, en donde la mujer ve a su súbito amor entrar, se enamora de él bailando, pero la chusma se lo arrebata para no verle más.



El ver la versión que acompaña a este post dominguero es motivo de vasto agradecimiento respecto de la existencia de youtube. La mayoría de los que vivimos hoy portamos en nuestra vida una gran desgracia: no haber visto nunca en vivo a Edith Piaff. Youtube y la internet mitigan esa desgracia irreparable y a cambio de no haberla visto nunca en vivo, podemos ver cuando queramos al fantasma de la Piaff en el cyberespacio.

El video rescatado por youtube es perfecto: la pequeña Piaff canta “La foule", vestida de negro sobre fondo oscuro, así que sus manos y su cabeza parecen moverse en el aire. La interpretación es un muestra de la enorme fuerza de la Piaff, esa torre altísima que demolía cualquier intento de permanecer ajeno a su pasión.

Pero mi parte favorita es ese final: la Piaff cierra los ojos y con las manos sigue el tempo del piano del vals peruano y parece abandonarse, ascendiendo a la altura que nadie nunca conocerá, pero de donde ella sacaba la furia y la voz con la que cantaba.

viernes, 27 de enero de 2012

Mujeres Que Amé Y No Me Amarán IV: Carly Simon

La boca, con lo cachonda que es, es lo de menos. Carly Simon era una belleza sin excusas, instantánea y      maravillosa. El aire de los tiempos obligaba a ese tono a-la Farra Fawcett, pero mi Carly no se detenía allí, flotaba vana sobre todas.

Con un linaje que habría cruzado el Holocausto sin mancharse (hija de padre judío y madre alemana-afroamericana), el cruce genético era la marca de la Simon.

Muy joven sedujo al proto musulmán de Cat Stevenes, y se fajó muy cachonda a casi todo el santoral de galanes de los 70s: Kris Kristofferson, Mick Jagger y a Warren Beaty, antes de acabar en los brazos de James Taylor, con quien procreó dos hijos, pero mi Carly florecía sola, nunca dependió de los hombres a su lado, y seguro a alguno de ellos le dedicó su enorme éxito: “you’re so vain”.

Les dejo a mi Carly con esa portada riquísima, de uno de sus álbumes más exitosos: No Secrets, que resume en una foto cómo brotaban mis mujeres fetiche de los 70’s: como galaxias en flor.

martes, 17 de enero de 2012

domingo, 15 de enero de 2012

La Vergüenza de la Tarahumara: Atenuar El Hambre Es Lo Fácil

Para quienes somos de Los Mochis, y de allí p’arriba, los Tarahumaras son una imagen familiar. De Cuiteco para arriba, incluso a veces más abajo, los pobladores de la Tarahumara, una de las más bellas regiones del mundo, y una de las razones que más nos deberían de avergonzar como mexicanos, son comunes.

Este domingo, y gracias a las redes sociales, la dispersión de rumores de suicidios masivos de Tarahumaras (incluso el corrector ortográfico los ignora) súbitamente ha puesto en el centro de la indignación y de la acción de cientos, quizá miles de mexicanos, las condiciones humillantes en las que sobrevive esa etnia del norte de la República.

La reacción inmediata y encomiable ha sido la de reaccionar con el acto reflejo con que los medios masivos nos han enseñado a movernos cada vez que una desgracia ocurre: una solidaridad distante (pero efectiva), basada en el acopio de víveres, en depósitos en cuentas bancarias, en artistas que limpian su culpa de fama y fortuna con llamados de asistencia.

Ninguna de las acciones referidas en el párrafo anterior merece ser rechazada, incluso el más interesado de  los apoyos es bienvenido con el fin de acopiar víveres, frazadas, comestibles, medicinas e implementos para apoyar a los Tarahumaras.

Pero mitigar el hambre urgente de esa etnia es la parte fácil, de veras. La parte difícil no es el cómo menguar su hambre, sino cómo ayudarles a sobrevivir y a prosperar en una economía global cada vez más brutal y enemiga.

Yo soy un convencido de que la economía de mercado y las soluciones emanadas de ella, deben prevalecer en la inmensa mayoría de los casos. Estoy seguro que las políticas económicas y sociales que no se diseñan atendiendo a los incentivos creados por los mercados fracasarán en el mediano y largo plazos. Mi experiencia profesional me ha mostrado a lo largo de ya varios años cómo políticos tomados por modernos (¿les suena Carlos Salinas?) han diseñado políticas completamente insostenibles bajo principios de la economía de mercado y llevado a millones al desastre.


Pero el caso de las etnias indígenas de México es otra cosa, allí yo no veo cómo el mercado pueda ayudarnos a ayudarles. Allí yo no visualizo cómo vamos a ayudar a millones de descendientes de los pueblos originales de nuestro país a sobrevivir y a prosperar si no es mediante transferencias importantes de dinero durante mucho tiempo y una política que respete a sus costumbres y renuncie a incorporarlos a la modernidad: es decir, a que hablen castellano, a que entren a la economía Nafta, a que sean gobernados por nuestros partidos políticos.

Las etnias de México han renunciado a incorporarse a nuestra modernidad desde hace quinientos años: ha sido una decisión tanto como una exclusión, ellos han decidido mantener su civilización tanto como nosotros les hemos expropiado sus tierras, los hemos querido exterminar y mantenerlos apartado de nuestra vista.

Durante cinco siglos la brecha entre la modernidad y las etnias originales ha crecido, pero en estos años en que la tecnología y el comercio global han hecho de la competencia bárbara el estándar con el que se miden compañías, individuos y países enteros, la distancia entre lo moderno y la tradición de las etnias parece casi insalvable y entre muchos existe la tentación de resolver este asunto con el expediente de la inanición y el olvido.

La modernidad económica se sustenta en la competencia, nuestras etnias originales viven en y sobreviven por la cooperación. Nuestra modernidad capitalista basa el bien común en el egoísmo generalizado; entre nuestras etnias, el individuo es un subproducto de la comunidad. La modernidad económica y la civilización de nuestras etnias no pueden mezclarse, y esta insolubilidad amenaza con la extinción de los pueblos originales, que no encuentran inserción en el mercado global más allá de las artesanías, la cocina tradicional y el turismo ecológico, esfuerzos que son loables pero que no serán suficientes para que los pueblos tradicionales sobrevivan y prosperen.

En el caso de los Tarahumaras estos esfuerzos por insertarlos en la modernidad capitalista se ven dificultados además por el hecho de que su país ancestral: la Sierra Madre Occidental, es el terreno de acción de los mayores carteles del narco, para quienes las etnias no son otra cosa que carne de cañón.

Acabar con el hambre de los Tarahumaras por unos días o meses es la parte fácil. Los burgueses de izquierda como yo, que vivimos en Coyoacán o en la Condesa, nos movilizaremos y lograremos enviarles algunas toneladas de alimentos para ayudarles. Y eso no está mal. Nada mal. Al contrario, responderemos en la medida de nuestras posibilidades.

Pero lo difícil viene después. Incluso si alguna vez logramos rescatar a los Tarahumaras del secuestro en que los tiene el narco. ¿Cómo vamos a conciliar la modernidad con las tradiciones de las etnias?

Es necesario reconocerles la propiedad de vastas tierras, es necesario transferirles mucho dinero, es necesario tratarlos de manera distinta a como los trataría el mercado. Las políticas hacia nuestros pueblos originales es el límite de la mayoría de las cosas que me enseñaron, y que yo imparto en  Economía. Esa parte será la difícil.

domingo, 8 de enero de 2012

What’s Wrong With This Picture?

Algo no está bien con la imagen de este post. Algo está muy mal. Lo de menos es la barbarie que implican los salarios recibidos por los directivos de las grandes empresas, quienes se han llevado la mayor parte de la riqueza creada en el mundo en las últimas dos décadas.



Lo que no está bien en esta imagen es por qué los siete mil millones de personas restantes no hacen nada.

Las Sagradas Escrituras de Herman Melville: Moby Dick

Reseñar un libro tiene como objetivo el recomendar el que leer. No en esta ocasión. No aquí. No quiero recomendarles que leer, sino que releer.

Tengo varios días en el vértigo de la relectura de Moby Dick, la catedral esculpida por Herman Melville.

El tema es bíblico, proviene del Antiguo Testamento, y por tanto se pierde en lo pagano: Jonás devorado por la ballena es ya la constatación de la equivalencia de los monstruos cetáceos como un castigo de Dios.


El nombre científico del asesino más completo de la naturaleza, la Orca, es Orcinus Orca, "los que pertenecen al reino de la muerte”. La asociación entre ciertos cetaceos y la ira divina precede por milenios a la parábola de Melville.

La gran hazaña de Melville sin embargo es aterrizar las metáforas bíblicas en este mundo. La ira no es de Dios, sino del mar. El castigo no es divino, sino de la bestia enfurecida. Melville añade además en esta , una de las grandes novelas de la literatura, un pecado capital más a los siete bíblicos: la obsesión.

El cachalote es el mayor carnívoro de la naturaleza, biológicamente conforma una familia limitada a él mismo: un cetáceo dentado. Su único depredador posible es la imperdonable Orca.

En 1820 un cachalote atacó y hundió al ballenero estadounidense “Essex", que lo cazaba. De los náufragos originales, sólo ocho sobrevivieron. La anécdota sirvió para que Melville, quien conoció la historia siendo él mismo un ballenero, urdiera en 1951 la trama y el discurso de Moby Dick.

Melville transformó la tragedia en literatura: al cachalote lo hizo albino, un demonio blanco. Creo a uno de los mayores personajes de la novela de todos los tiempos: Ahab, y creo entre los dos una rivalidad imposible: el hombre contra algo superior a él mismo: la naturaleza, el mar, la divinidad, su propia obsesión.

Moby Dick es una parábola definitiva, y como al mar, todos debemos de conocerle al menos una vez en esta vida.