Haste el día que muera me reivindicaré siempre sinaloense. Propiedad de esa tierra violenta pero hermosa como pocas, lavada por ríos y aluviones, y ardiendo frente al Océano. De muchos lados soy tutelado, hay muchas ciudades que considero mías. Pero cuando todo sea, yo he sido definido por esos once ríos escurridos en el Pacífico.
Yo no nací en Sinaloa. Ni mis ancestros son de allí. De Sinaloa tengo no la cuna, sino dos tumbas, quietas y tristes bajo el Cerro de la Memoria. No soy sinaloense mas que por derecho de suelo, el suelo que pisé por 18 años antes de volar de allí. Pero si bien yo dejé Sinaloa, Sinaloa nunca me dejó a mí.
Creciendo como un sinaloense, uno de los tragos más difíciles de pasar fue el no saber bailar banda. Este hermoso baile se pasa de padres a hijos, de hermanos mayores a menores, de primas a primos. Yo no tengo ni padres, ni abuelos, ni tíos sinaloenses. Mis hermanos, mis primos y yo fuimos la primera camada de sinaloenses de ancestros nayaritas y coahuilenses. Así que no sabíamos bailar banda.
Y bailar banda en Sinaloa no es opción. Ni siquiera es cuestión de honor. Es como latir. Como respirar. Sin nadie de quien aprender cómo bailar banda, a tropezones, con desatinos, haciendo el ridículo, pero aprendí. No lo hago mal. No soy un estrella, pero no lo hago mal.
Pero ay cómo envidiaba yo a los morros de Sinaloa que bailaban como príncipes y eran el fruto del deseo de todas las morras. Qué pálido era yo, en las laterales de la pista de baile viendo cómo esos grandes bailarines de banda sinaloenses encaminaban a sus conquistas al cielo prometido por la dulce tambora.
Y peor siendo de Mochis en donde la banda se baila como un vals, más sensual, cadencioso y proponente que en Culiacán o Mazatlán.
Este Domingo Ranchero quiero mostrarles este breve video de un morrito bailando con su morra, en Los Mochis, para que vean con lo que tuve que lidiar cuando no sabía bailar. ¿Cómo no envidiar a ese morro? ¿Cómo no sentirse miserable al ver cómo llevaban a su presa hasta lo más alto? Así se baila la Banda en Sinaloa, para mi desafío y alegría.
El día que me muera quiero que me toquen una rola con tambora (quizá “La Suavecita”) y poder bailar con esos pasos, así nomás: parejito, parejito.
Yo no nací en Sinaloa. Ni mis ancestros son de allí. De Sinaloa tengo no la cuna, sino dos tumbas, quietas y tristes bajo el Cerro de la Memoria. No soy sinaloense mas que por derecho de suelo, el suelo que pisé por 18 años antes de volar de allí. Pero si bien yo dejé Sinaloa, Sinaloa nunca me dejó a mí.
Creciendo como un sinaloense, uno de los tragos más difíciles de pasar fue el no saber bailar banda. Este hermoso baile se pasa de padres a hijos, de hermanos mayores a menores, de primas a primos. Yo no tengo ni padres, ni abuelos, ni tíos sinaloenses. Mis hermanos, mis primos y yo fuimos la primera camada de sinaloenses de ancestros nayaritas y coahuilenses. Así que no sabíamos bailar banda.
Y bailar banda en Sinaloa no es opción. Ni siquiera es cuestión de honor. Es como latir. Como respirar. Sin nadie de quien aprender cómo bailar banda, a tropezones, con desatinos, haciendo el ridículo, pero aprendí. No lo hago mal. No soy un estrella, pero no lo hago mal.
Pero ay cómo envidiaba yo a los morros de Sinaloa que bailaban como príncipes y eran el fruto del deseo de todas las morras. Qué pálido era yo, en las laterales de la pista de baile viendo cómo esos grandes bailarines de banda sinaloenses encaminaban a sus conquistas al cielo prometido por la dulce tambora.
Y peor siendo de Mochis en donde la banda se baila como un vals, más sensual, cadencioso y proponente que en Culiacán o Mazatlán.
Este Domingo Ranchero quiero mostrarles este breve video de un morrito bailando con su morra, en Los Mochis, para que vean con lo que tuve que lidiar cuando no sabía bailar. ¿Cómo no envidiar a ese morro? ¿Cómo no sentirse miserable al ver cómo llevaban a su presa hasta lo más alto? Así se baila la Banda en Sinaloa, para mi desafío y alegría.
El día que me muera quiero que me toquen una rola con tambora (quizá “La Suavecita”) y poder bailar con esos pasos, así nomás: parejito, parejito.
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