Los economistas tenemos un problema: nos tomamos nuestras palabras
demasiado en serio y llegamos al límite de pensar que nuestras categorías, que
son técnicas, pueden ser morales. El ejemplo más sobresaliente de ésta manía
nuestra es la palabra “equilibrio”. Que un mercado esté en equilibrio significa
tan sólo que la oferta y la demanda son iguales. Nada más. No quiere decir de
ninguna manera que el resultado sea bueno socialmente. Puede serlo o no, pero
ese es un asunto que será decidido por la moral social que llamamos política.
La palabra equilibrio en psicología (una mente equilibrada),
en política (equilibrio de poderes) , tiene implicaciones positivas evidentes.
Que un mercado esté en equilibrio puede no significar un resultado deseable
para la sociedad en su conjunto. La palabra equilibrio en economía no está
diseñada para eso. Consciente de ello, la profesión se creció una rama para
lidiar justo con esos tipos de problemas que no pueden ser abordados desde la
óptica limitada del equilibrio: ésta es la economía del bienestar.
Me detengo unos párrafos en los conceptos anteriores porque
muchos de los argumentos que se han espetado en los últimos días contra el incremento
en el salario mínimo se reducen a la noción primaria de equilibrio, y muchos de
quienes han argumentado en contra de mejorar el salario mínimo en México lo que
en realidad tienen en mente es el limitado concepto básico de equilibrio, y no
elaboran en las mucho más complejas ideas que provienen de la economía del
bienestar.
Uno de las herramientas más sólidas de la economía del
bienestar es el llamado “óptimo de Pareto”. Vagamente ilustrado, un óptimo de
Pareto es un estado que no puede modificarse sin afectar a uno de los participantes.
Si podemos mejorar una situación beneficiando a uno sin afectar a los demás
tendremos una mejora paretiana y por lo tanto la situación inicial no era
óptima.
Por lo anterior, déjenme aventurar diciendo que los que hemos
leído y escuchado desde algunas tribunas no son argumentos, sino máximas contra
el salario mínimo: frase hechas y repetidas que, como atienden a la noción de
equilibrio, y no el de bienestar, parecen verdaderas, o parecen buena, simplemente
porque son lógicas, pero que no necesariamente son correctas en términos del
bienestar general.
“Aumentar los salarios
mínimos incrementa el desempleo”: ésta primera máxima en contra del
mejoramiento de los mínimos parte del supuesto de que el mercado laboral está
en equilibrio y que una alteración del salario sacará al mercado del mismo.
Pero el salario es un precio, y como todo precio, al igual que la Jirafa de
Monterroso, es relativo.
Si el trabajador aumenta lo que produce a una tasa mayor a la
que le aumentan el salario mínimo entonces convendrá contratar a ese trabajador
aunque se le pague más, pues lo que produce aumenta más que su costo. ¿Nos
encontramos en esta situación en México, en dónde la productividad del trabajo
sea mayor al incremento de los costos laborales? La respuesta es claramente sí.
“Aumentar el salario
mínimo reducirá la competitividad de la economía mexicana”: Una vez
cubiertos los impuestos, el reparto de lo producido se da entre las ganancias y
los salarios: si lo que reciben las ganancias en México se encuentra dentro de
lo que se recibe por estos conceptos en las economías con las que México tiene
mayor intercambio comercial, se puede dar un incremento en los salarios mínimos
sin que éste merme la competitividad salarial del país.
Más aún, si aumentamos en casa los salarios mínimos al tiempo
que los salarios en China, que es nuestro principal competidor, y los Estados
Unidos, que es nuestro principal mercado, están aumentando sus costos
laborales, podemos movernos en la misma proporción sin que esto mude nuestra competitividad.
“Aumentar los salarios
mínimos incrementa la inflación”: éste argumento, en un contexto en dónde
en Japón, Europa, y los Estados Unidos, así como en otros países, el gran y
eminente riesgo es la deflación, es bastante simpático. La inflación se
encuentra lejos del radar de las principales economías del mundo, y lo
contrario, la deflación, es el motivo de la mayor preocupación.
Una economía funciona muy distinta cuando está cerca del
pleno empleo que cuando existe una alta capacidad ociosa, incluso en ésta
última situación los resultados pueden parecer de hecho, contraintuitivos.
De nuevo, aquí el argumento es la productividad: si los
costos laborales aumentan a un ritmo menor que la productividad del trabajo, no
deberían de existir presiones inflacionarias. ¿Estamos en ésta situación en
México? La respuesta, con datos duros, es sí.
El salario es el nombre que recibe la cuota que va al
trabajador de los ingresos obtenidos por la venta de lo producido, las otras
dos partes en que se dividen esos ingresos se llaman impuestos (que van al
gobierno), y ganancias (que van a los que poseen el capital). Si aumentamos los salarios en perjuicio de
las ganancias ¿Podemos tener una mejora paretiana?
Es fácil ilustrar entonces cómo podemos generar un óptimo de
Pareto en la economía mexicana: si aumentamos los salarios mínimos, ese ingreso
adicional será gastado, aumentando el consumo y la demanda y por lo tanto
incrementando la masa de las ganancias. Veámoslo así, no en términos del
equilibrio parcial del mercado laboral, sino en términos del bienestar general.