domingo, 18 de mayo de 2014

Algunas Malas Máximas Sobre El Salario Mínimo

Los economistas tenemos un problema: nos tomamos nuestras palabras demasiado en serio y llegamos al límite de pensar que nuestras categorías, que son técnicas, pueden ser morales. El ejemplo más sobresaliente de ésta manía nuestra es la palabra “equilibrio”. Que un mercado esté en equilibrio significa tan sólo que la oferta y la demanda son iguales. Nada más. No quiere decir de ninguna manera que el resultado sea bueno socialmente. Puede serlo o no, pero ese es un asunto que será decidido por la moral social que llamamos política.

La palabra equilibrio en psicología (una mente equilibrada), en política (equilibrio de poderes) , tiene implicaciones positivas evidentes. Que un mercado esté en equilibrio puede no significar un resultado deseable para la sociedad en su conjunto. La palabra equilibrio en economía no está diseñada para eso. Consciente de ello, la profesión se creció una rama para lidiar justo con esos tipos de problemas que no pueden ser abordados desde la óptica limitada del equilibrio: ésta es la economía del bienestar.

Me detengo unos párrafos en los conceptos anteriores porque muchos de los argumentos que se han espetado en los últimos días contra el incremento en el salario mínimo se reducen a la noción primaria de equilibrio, y muchos de quienes han argumentado en contra de mejorar el salario mínimo en México lo que en realidad tienen en mente es el limitado concepto básico de equilibrio, y no elaboran en las mucho más complejas ideas que provienen de la economía del bienestar.

Uno de las herramientas más sólidas de la economía del bienestar es el llamado “óptimo de Pareto”. Vagamente ilustrado, un óptimo de Pareto es un estado que no puede modificarse sin afectar a uno de los participantes. Si podemos mejorar una situación beneficiando a uno sin afectar a los demás tendremos una mejora paretiana y por lo tanto la situación inicial no era óptima.

Por lo anterior, déjenme aventurar diciendo que los que hemos leído y escuchado desde algunas tribunas no son argumentos, sino máximas contra el salario mínimo: frase hechas y repetidas que, como atienden a la noción de equilibrio, y no el de bienestar, parecen verdaderas, o parecen buena, simplemente porque son lógicas, pero que no necesariamente son correctas en términos del bienestar general.

“Aumentar los salarios mínimos incrementa el desempleo”: ésta primera máxima en contra del mejoramiento de los mínimos parte del supuesto de que el mercado laboral está en equilibrio y que una alteración del salario sacará al mercado del mismo. Pero el salario es un precio, y como todo precio, al igual que la Jirafa de Monterroso, es relativo.

Si el trabajador aumenta lo que produce a una tasa mayor a la que le aumentan el salario mínimo entonces convendrá contratar a ese trabajador aunque se le pague más, pues lo que produce aumenta más que su costo. ¿Nos encontramos en esta situación en México, en dónde la productividad del trabajo sea mayor al incremento de los costos laborales? La respuesta es claramente sí.

“Aumentar el salario mínimo reducirá la competitividad de la economía mexicana”: Una vez cubiertos los impuestos, el reparto de lo producido se da entre las ganancias y los salarios: si lo que reciben las ganancias en México se encuentra dentro de lo que se recibe por estos conceptos en las economías con las que México tiene mayor intercambio comercial, se puede dar un incremento en los salarios mínimos sin que éste merme la competitividad salarial del país.

Más aún, si aumentamos en casa los salarios mínimos al tiempo que los salarios en China, que es nuestro principal competidor, y los Estados Unidos, que es nuestro principal mercado, están aumentando sus costos laborales, podemos movernos en la misma proporción sin que esto mude nuestra competitividad.

“Aumentar los salarios mínimos incrementa la inflación”: éste argumento, en un contexto en dónde en Japón, Europa, y los Estados Unidos, así como en otros países, el gran y eminente riesgo es la deflación, es bastante simpático. La inflación se encuentra lejos del radar de las principales economías del mundo, y lo contrario, la deflación, es el motivo de la mayor preocupación.

Una economía funciona muy distinta cuando está cerca del pleno empleo que cuando existe una alta capacidad ociosa, incluso en ésta última situación los resultados pueden parecer de hecho, contraintuitivos.

De nuevo, aquí el argumento es la productividad: si los costos laborales aumentan a un ritmo menor que la productividad del trabajo, no deberían de existir presiones inflacionarias. ¿Estamos en ésta situación en México? La respuesta, con datos duros, es sí.

El salario es el nombre que recibe la cuota que va al trabajador de los ingresos obtenidos por la venta de lo producido, las otras dos partes en que se dividen esos ingresos se llaman impuestos (que van al gobierno), y ganancias (que van a los que poseen el capital).  Si aumentamos los salarios en perjuicio de las ganancias ¿Podemos tener una mejora paretiana?


Es fácil ilustrar entonces cómo podemos generar un óptimo de Pareto en la economía mexicana: si aumentamos los salarios mínimos, ese ingreso adicional será gastado, aumentando el consumo y la demanda y por lo tanto incrementando la masa de las ganancias. Veámoslo así, no en términos del equilibrio parcial del mercado laboral, sino en términos del bienestar general.

domingo, 11 de mayo de 2014

Reducir La Desigualdad Es Un Gran Negocio

La aceptación de que uno de los problemas económicos fundamentales de los últimos años es la creciente desigualdad entre los más ricos y los más pobres es casi generalizada, tanto en los ámbitos económico como en el políticos, y en los medios. Discutir sobre la lacerante desigualdad que caracteriza la sociedad de estos años se ha vuelto ya parte del discurso convencional y ha obligado a todos los flancos del espectro político a tomar una posición al respecto.

Es indiscutible que la proporción de los ingresos, y más aún de los activos que en prácticamente todas las economías reciben un porcentaje harto minoritario  de la sociedad es desproporcionado respecto de los ingresos y activos mínimos que detentan la inmensa mayoría de la población. Esa característica, que es un hecho estilizado del capitalismo, se ha venido agravando de manera afrentosa en las últimas dos o tres décadas, y es difícil argumentar que dicha desigualdad no pone en riesgo la concordia entre los miembros de las comunidades.

¿Cómo revertir la excesiva concentración de ingresos y riqueza en cada vez menos titulares? O lo que es equivalente ¿Cómo hacer para que la inmensa mayoría de los miembros de la comunidad vivan mejor?

La gran mayoría de la población, que cada vez detenta una parte cada vez menor de la renta y de la riqueza de las naciones tiene a su vez, varios problemas. Por un lado están aquellos que no tiene un trabajo, aquellos millones de personas en todo el mundo que fueron demisionadas de sus empleos durante la ardua crisis de 2008-2009 y que aún no recuperan sus puestos en el mercado laboral, a quienes se han añadido millones de jóvenes que se han incorporado al mercado de trabajo sin poder encontrar uno.

Para esos millones de personas que no tienen ni ingresos ni activos debido a que no tienen empleo, los remedios de corto plazo no son muy variados: subsidios, transferencias, subvenciones. En lo que la economía se reactiva y se crean nuevos empleos en sectores que revivan y vuelvan a absorber a los millones de trabajadores expulsados por la crisis de hace cinco años, la única manera de evitar el desgaste humanitario que implica el desempleo de largo plazo y la falta de oportunidades para los jóvenes es a través de apoyos cuyo costo debe de ser computado en el déficit público de largo plazo.

Pero existe otro problema aún más desconcertante: que el ingreso que reciben aquellos que están empleados no es suficiente para vivir con dignidad. Aquél que trabaja, aquél que detenta un empleo formal y que durante ocho horas al día o más se esfuerza y sirve, no debería de ser pobre. La más decente moral, aún del capitalismo más salvaje debería de sustentarse en la premisa de que aquél que trabaja no debe de ser pobre. La pobreza debería de estar acotada a aquellos que no tienen la fortuna de poseer un empleo, pero aquellos que laboran con todas las de la ley, pagan sus impuestos y cumplen con las reglas de la economía formal, deberían de gozar de un sueldo que les permita vivir felices y progresar.

Si el capitalismo falla en eso, si el capitalismo no retribuye a aquellos que trabaja con el ingreso y los activos para vivir por encima de la línea de pobreza, entonces el mensaje es equívocamente claro: es mejor la informalidad y la ilegalidad para poder trascender la pobreza y tener una vida patrimonialmente digna y adecuada.

La discusión sobre el salario mínimo, antes de descansar sobre argumentos económicos, tiene un sustrato moral: aquél que trabaja no debería de ser pobre. El salario que recibe debería de ser suficiente para que quienes trabajen y su familia prosperen y sean felices. ¿Por qué el salario es insuficiente para salir de la pobreza y los dividendos son pletóricos y dan a quienes los devengan una riqueza tal que se necesitarían varias generaciones para consumirse?

Un salario mínimo suficiente para poner a quienes lo devengan por encima de la línea de pobreza debería de ser una condición sine qua non del capitalismo: la garantía de que apegarse a las leyes y a las normas es lo adecuado. Que el salario se deteriore a la par que los dividendos suben crea sin duda un incentivo de superación y retribuye a aquellos que toman riesgos y contribuyen a la sociedad con su inventiva y su emprendurismo, pero si la brecha entre las dos fuentes de ingreso sigue creciendo la estabilidad de la comunidad de los hombres y mujeres estará a no dudarlo, comprometida.
Un aumento del salario mínimo no sería inflacionario si su variación es menor al crecimiento de la productividad laboral, lo que ocurre en la mayoría de las economías industrializadas, la mexicana incluida. Un aumento en el salario mínimo no debería de modificar la competitividad de una economía si los principales socios comerciales de un bloque ajustan sus salarios mínimos en proporciones similares con cierta sincronía.

¿Qué un aumento en el salario mínimo tendrá un efecto sobre las ganancias? Depende. Seguro, se disminuiría el porcentaje que las ganancias representan del producto interno de una nación, y el porcentaje correspondiente a los salarios aumentaría, revirtiendo una concentración del ingreso nacional en manos de los beneficios que se encuentra en su punta más alto de más de medio siglo.

Pero si bien el porcentaje de beneficios podría disminuir, el monto de los mismos seguro aumentaría. Un aumento razonable del salario mínimo haría crecer el ingreso de la mayoría, la cual se destinaría casi en su totalidad al consumo, aumentando el tamaño del mercado y el producto interno, elevando así el monto de las ganancias aunque la proporción de las mismas dentro del total disminuyera.


Una masa creciente de pobres es un pésimo negocio. Nunca en la historia de las economías modernas la masa indigente fue mejor negocio que una mayoría próspera. No nos engañemos: mejorar los salarios mínimos es un buen negocio.