domingo, 11 de mayo de 2014

Reducir La Desigualdad Es Un Gran Negocio

La aceptación de que uno de los problemas económicos fundamentales de los últimos años es la creciente desigualdad entre los más ricos y los más pobres es casi generalizada, tanto en los ámbitos económico como en el políticos, y en los medios. Discutir sobre la lacerante desigualdad que caracteriza la sociedad de estos años se ha vuelto ya parte del discurso convencional y ha obligado a todos los flancos del espectro político a tomar una posición al respecto.

Es indiscutible que la proporción de los ingresos, y más aún de los activos que en prácticamente todas las economías reciben un porcentaje harto minoritario  de la sociedad es desproporcionado respecto de los ingresos y activos mínimos que detentan la inmensa mayoría de la población. Esa característica, que es un hecho estilizado del capitalismo, se ha venido agravando de manera afrentosa en las últimas dos o tres décadas, y es difícil argumentar que dicha desigualdad no pone en riesgo la concordia entre los miembros de las comunidades.

¿Cómo revertir la excesiva concentración de ingresos y riqueza en cada vez menos titulares? O lo que es equivalente ¿Cómo hacer para que la inmensa mayoría de los miembros de la comunidad vivan mejor?

La gran mayoría de la población, que cada vez detenta una parte cada vez menor de la renta y de la riqueza de las naciones tiene a su vez, varios problemas. Por un lado están aquellos que no tiene un trabajo, aquellos millones de personas en todo el mundo que fueron demisionadas de sus empleos durante la ardua crisis de 2008-2009 y que aún no recuperan sus puestos en el mercado laboral, a quienes se han añadido millones de jóvenes que se han incorporado al mercado de trabajo sin poder encontrar uno.

Para esos millones de personas que no tienen ni ingresos ni activos debido a que no tienen empleo, los remedios de corto plazo no son muy variados: subsidios, transferencias, subvenciones. En lo que la economía se reactiva y se crean nuevos empleos en sectores que revivan y vuelvan a absorber a los millones de trabajadores expulsados por la crisis de hace cinco años, la única manera de evitar el desgaste humanitario que implica el desempleo de largo plazo y la falta de oportunidades para los jóvenes es a través de apoyos cuyo costo debe de ser computado en el déficit público de largo plazo.

Pero existe otro problema aún más desconcertante: que el ingreso que reciben aquellos que están empleados no es suficiente para vivir con dignidad. Aquél que trabaja, aquél que detenta un empleo formal y que durante ocho horas al día o más se esfuerza y sirve, no debería de ser pobre. La más decente moral, aún del capitalismo más salvaje debería de sustentarse en la premisa de que aquél que trabaja no debe de ser pobre. La pobreza debería de estar acotada a aquellos que no tienen la fortuna de poseer un empleo, pero aquellos que laboran con todas las de la ley, pagan sus impuestos y cumplen con las reglas de la economía formal, deberían de gozar de un sueldo que les permita vivir felices y progresar.

Si el capitalismo falla en eso, si el capitalismo no retribuye a aquellos que trabaja con el ingreso y los activos para vivir por encima de la línea de pobreza, entonces el mensaje es equívocamente claro: es mejor la informalidad y la ilegalidad para poder trascender la pobreza y tener una vida patrimonialmente digna y adecuada.

La discusión sobre el salario mínimo, antes de descansar sobre argumentos económicos, tiene un sustrato moral: aquél que trabaja no debería de ser pobre. El salario que recibe debería de ser suficiente para que quienes trabajen y su familia prosperen y sean felices. ¿Por qué el salario es insuficiente para salir de la pobreza y los dividendos son pletóricos y dan a quienes los devengan una riqueza tal que se necesitarían varias generaciones para consumirse?

Un salario mínimo suficiente para poner a quienes lo devengan por encima de la línea de pobreza debería de ser una condición sine qua non del capitalismo: la garantía de que apegarse a las leyes y a las normas es lo adecuado. Que el salario se deteriore a la par que los dividendos suben crea sin duda un incentivo de superación y retribuye a aquellos que toman riesgos y contribuyen a la sociedad con su inventiva y su emprendurismo, pero si la brecha entre las dos fuentes de ingreso sigue creciendo la estabilidad de la comunidad de los hombres y mujeres estará a no dudarlo, comprometida.
Un aumento del salario mínimo no sería inflacionario si su variación es menor al crecimiento de la productividad laboral, lo que ocurre en la mayoría de las economías industrializadas, la mexicana incluida. Un aumento en el salario mínimo no debería de modificar la competitividad de una economía si los principales socios comerciales de un bloque ajustan sus salarios mínimos en proporciones similares con cierta sincronía.

¿Qué un aumento en el salario mínimo tendrá un efecto sobre las ganancias? Depende. Seguro, se disminuiría el porcentaje que las ganancias representan del producto interno de una nación, y el porcentaje correspondiente a los salarios aumentaría, revirtiendo una concentración del ingreso nacional en manos de los beneficios que se encuentra en su punta más alto de más de medio siglo.

Pero si bien el porcentaje de beneficios podría disminuir, el monto de los mismos seguro aumentaría. Un aumento razonable del salario mínimo haría crecer el ingreso de la mayoría, la cual se destinaría casi en su totalidad al consumo, aumentando el tamaño del mercado y el producto interno, elevando así el monto de las ganancias aunque la proporción de las mismas dentro del total disminuyera.


Una masa creciente de pobres es un pésimo negocio. Nunca en la historia de las economías modernas la masa indigente fue mejor negocio que una mayoría próspera. No nos engañemos: mejorar los salarios mínimos es un buen negocio.

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