Un fantasma recorre al mundo: el fantasma del crecimiento,
porque el crecimiento en los últimos cinco años ha sido justo eso, un
intangible y elusivo fantasma que no alcanza a corporeizares.
Perdonando la osadía de la paráfrasis proustiana del título,
éste artículo busca exponer brevemente algunas de las complicaciones que las
economías modernas enfrentan para poder volver a crecer en medio de la larga
secuela del reventón de la burbuja crediticia de 2009.
La ausencia de crecimiento es global. No es privativa de
México. Cuando la SHCP ajusta a la baja sus expectativas de crecimiento sólo
está reconociendo un hecho irrefutable: las economías del mundo crecen menos de
lo esperado. Vale la pena hacer aquí una aclaración: la cifra de crecimiento
del primer trimestre de 2014 de los EEUU, de -1.1%, no es comparable
directamente con el 1.8% de México para el mismo período. En EEUU la cifra se
reporta a trimestres consecutivos desestacionalizado, mientras que en México
las tasas informadas son trimestres interanuales. De todas formas el hecho es
el mismo: el crecimiento es un espectro elusivo.
La rentabilidad del
capital es muy baja: el libro del economista francés, Thomas Piketty, ha
regresado a la palestra uno de los temas clásicos de la economía, el de la
relación entre el capital y su rendimiento. Aparejado a ese tema se encuentra
por supuesto el tema de la distribución de ese rendimiento, el cual forma el
núcleo del discurso de Piketty , pero no es ese nuestro asunto por el momento.
Múltiples estudios parecen mostrar que la tasa de rendimiento
del capital de los últimos años en promedio es baja respecto de la tendencia de
largo plazo, esto ha hecho que la inversión sea más baja que el promedio de
largo plazo también y por ello ha debilitado el crecimiento secular desde la
explosión de la crisis del 2009 a la fecha. Irónicamente, la baja rentabilidad
del capital puede deberse a un exceso del mismo; el capital es tan abundante
que la productividad marginal del mismo es muy baja, si no es que negativa en
algunos sectores.
La demanda es
insuficiente: si el capital es tan abundante que la productividad marginal
del mismo es muy baja, entonces quedan dos posibilidades; o se reduce el stock
del capital existente para aumentar la productividad marginal, o se aumenta la
demanda agregada mundial para que el exceso de capital sea relativizado por el
mercado expandido.
Esta ultima salida es quizá la de más sencilla
implementación, aunque políticamente, como la ha mostrado Paul Krugman, es la
que enfrenta la mayor oposición. La satanización del gasto público y los
déficits, con argumentos estrictamente ideológicos y no científicos ha limitado
y constreñido el uso de ésta herramienta como una de las más útiles para
producir la demanda suficiente para desatorar el nudo gordiano en el que se
encuentran las economías del mundo.
Los intereses están en
mínimos históricos: el reverso financiero del exceso de capital es justo,
su costo. El capital es tan abundante que su costo, la tasa de interés, es
prácticamente cero. El capital está siendo casi regalado y ni aún así la
inversión se reactiva. ¿Por qué?
La respuesta a esta paradoja es que las tasas son tan bajas
que si bien los demandantes de crédito tienen incentivos para pedir prestado,
los oferentes no tienen incentivos para otorgarlo. Keynes llamaba a esta
singularidad producida en las depresiones económicas como “la trampa de
liquidez”, no importa cuánto dinero inyecten los bancos centrales en la
economía, dicha liquidez no se convertirán en crédito debido a las pérdidas
esperadas por los intermediarios bancarios.
La ausencia de
progreso tecnológico: los economistas conservadores, quienes abominan de
las soluciones keynesianas de estímulo de la demanda, gustan de decir que en el
largo plazo lo único que determina el crecimiento es la innovación tecnológica.
Keynes contestaba con una frase plena de flemático humor diciendo que “en el
largo plazo, todos estamos muertos”. Y tenía razón. Esperar a que las oleadas
de innovación shumpeterianas hagan de la suya y saquen de la economía del
atolladero y no recurrir a los estímulos de demanda implica condenar aquí y
ahora a centenas de millones de personas a una miseria económica y humanitaria
incomprensible.
Pero en el largo plazo tienen razón, la innovación
tecnológica es la única posible fuente de resolución de esta ausencia global de
crecimiento económica. Pero hay un problema, como lo explicaban los economistas
de los “ciclos económicos reales”, tan populares en la década del noventa del
siglo pasado, la innovación tecnológica es aleatoria, no puede preverse ni
programarse, y llegara cuando llegue, ni antes ni después.
Innovaciones incrementales, como los sismos en el Valle del
Anáhuac, ocurren todos los días. Pero una innovación significativa, con
implicaciones sísmicas, que conculquen al sistema económica como lo hicieron la
computadora personal e internet, son impredecibles. Como un gran sismo lo es. Y
lo que la economía global necesita es justo eso: un gran sismo
tecnológico que nos saque del marasmo fantasmal de bajo crecimiento en que nos
encontramos.
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