A lo largo de la historia del capitalismo
una procesión de negocios han ido y venido: la industria textil fue en los
albores el sector de punta, luego vinieron el acero y la química, luego la
automotriz, y así hasta llegar a las computadoras y ahora l internet y las
empresas de comunicaciones. Pero a lo largo de estos casi quinientos últimos
años una industria ha estado presente desde sus inicios y ha acompañado todas
las fases industriales del capitalismo: la banca, lo cual muestra la
importancia que éste sector tiene para las economías que funcionan bajo los
preceptos del libre mercado y la competencia.
Un banco es un negocio muy peculiar. Pide
dinero para prestar dinero. De eso se trata el negocio bancario. Los bancos
piden dinero ya sea a sus pequeños ahorradores a los cuales pagan una tasa baja
(ya cada vez más baja) y usan ese dinero para prestarla a sus clientes (muchas
veces los mismo ahorradores) a una tasa más alta. La ganancia original de los
bancos radica en la diferencia entre esas dos tasas: la tasa que pagan a los
ahorros y la tasa que cargan a los préstamos.
Ese negocio sencillo fue por siglos el pan
y la sal de los bancos, pero el advenimiento de las finanzas modernas abrió un
espectro inimaginable para los bancos: la colocación de bonos y acciones en el
mercado por el cual cobran comisiones fue un buen inicio, seguidos por las
asesorías para las fusiones y adquisiciones, pero luego llegaron los futuros,
los derivados y muchos productos exóticos que sólo los bancos podían hacer y
que son necesarios para ésta economía interconectada.
Los bancos modernos derivan sus ganancias
de un vasto conjunto de actividades, desde comisiones por sus productos más
simples, hasta operaciones verdaderamente complicadas que requieren el talento
y el diseño de científicos especializados. Pero la envergadura y alcance de sus
operaciones los exponen también a un riesgo cada vez mayor, y al ponerse en
riesgo no únicamente comprometen el dinero de sus dueños, sino que arriesgan el
dinero de los ahorradores cuyo patrimonio debería de estar protegido.
Si los bancos incurren en actividades de
riesgo que ponen en predicamento el ahorro de sus clientes o eventualmente
obliga a que los gobiernos usen los impuestos de todos para salvarlos, es
necesario que dichos bancos aporten mayor capital propio para absorber esas
pérdidas y no afecten ni a sus clientes ni a los contribuyentes. Pero dicho
capital cuesta, así que se tiene que encontrar el balance entre qué tanto
capital adicional se debe pedir, y qué tanto riesgo se debe permitir a los
grandes bancos del mundo.
La semana pasada, el Financial Stability
Board (FSB) junto con el banco de los bancos centrales del mundo, el Bank Of
International Settlemets (BIS) uno de las instituciones más cuidadosas y
respetadas del mundo, que llegó incluso a advertir de la inminencia de la
crisis financiera del 2008-2009, comunicaron sus estimaciones de capital
adicional que los bancos del mundo requieren para absorber pérdidas potenciales
por sus activos en riesgo. La cifra es estrujante: 1.2 billones (es decir
millones de millones) de dólares.
Para darnos una idea del tamaño, la cifra
es casi exactamente de la talla de la economía mexicana. Es decir, los bancos
más importantes del mundo requerirían inyectar de capital adicional el
equivalente a lo que produce México este año con el fin de amortiguar el riesgo
que le representarían las pérdidas potenciales en un entorno desfavorable. El FSB
ha diseñado esta inyección de capital en dos etapas, en 2019 y en 2022, para
llegar a 16% y 19% del valor de los activos en riesgo, así que los próximos
años veremos cómo los bancos o emiten obligaciones subordinadas o nuevas
acciones para cubrir tales requerimientos, o reinvierten la mayor parte de sus
dividendos para lograr tal objetivo.
Pero hay un hecho que resalta de esa
número: que los mayores requerimientos (casi el 77% de ese monto) viene de bancos
chinos y en menor medida de otras economías emergentes. Casi la mitad de ese monto
es requerido por el BIS para que los bancos chinos pongan un dique que permita
enfrentar pérdidas potenciales sin afectar a sus clientes y/o contribuyentes, y
más allá, para que no haya pérdidas que provoquen bancarrotas bancarias que
pongan en riesgo al sistema financiero internacional. Para los bancos chinos
incluso el período de capitalización es más permisivo, con las etapas fijadas
al 2025 y 2028.
Los nuevos requerimientos de capital no
tuvieron un efecto tan negativo como se temía sobre las acciones de los grandes
bancos del mundo, y esto es muy importante para México pues por alguna razón
decidimos que no servíamos para ser banqueros y dejamos que los bancos locales
fueran propiedad de los bancos globales, y por tanto ésta regulación es de extrema
importancia para la viabilidad del crédito y la economía locales. La razón para
ésta reserva suave es que la mayoría de los bancos ya estaban haciendo lo
conducente para incrementar su capital y también que el FSB permitirá que
muchos activos que hoy no son considerados capital, puedan serlo siempre y
cuando sean subordinados a los pasivos que implican las cuentas de los
ahorradores y los derivados.
Las cifras del FSB implican que los países
del G-20, para quien fue elaborado el reporte, deberán de adecuar sus
legislaciones locales con el fin de adecuarse a esos requerimientos, pues para
la mayoría de esas naciones las reglas en curso implican colchones de capital
más laxos que los implicados.
Los bancos, de manera sutil pero efectiva,
han tratado de amortiguar las nuevas obligaciones pues cualquier capital
adicional merma sus ganancias inmediatas y reduce su rentabilidad. Los bancos
deberían de estar conformes y aplicarse, pues los montos requeridos no son como
algunos dicen un “Basilea IV”, pues no implica una modificación cualitativa a
los requerimientos de capital existentes, y si avanzan un largo trecho rumbo al
objetivo de tener bancos sólidos incluso en ambientes económicos demandantes y
complicados como los que últimamente ha vivido la economía del mundo.