Desde la Residencia Otes, en Essex, en donde vivió, pensó y discutió en sus últimos años, quizá John Locke no imaginó que el bosque espeso que lo rodeaba era el límite argumental de la teoría que el prohijó y defendió toda su vida: el liberalismo. Los ingleses llaman a un parque urbano “common”, reflejando el carácter comunal del entorno natural, en oposición a los cotos privados. La naturaleza debiera de ser un bien común, pero en el liberalismo se encuentra la semilla de la terrible devastación ecológica que sufre el planeta y nuestro país.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), publica de manera regular las Cuentas Económicas y Ecológicas de México, un singular esfuerzo por contabilizar el costo al acervo natural de México de nuestro crecimiento económico. Las estadísticas del INEGI, casi únicas en el mundo, deberían de ser monitoreadas y tomadas en serio. ¿Cuántas selvas nos ha costado la próspera ganadería del sureste? ¿Cuánto daño a los mantos freáticos del norte nos cuesta la historia exitosa de la maquiladora en el norte de México? ¿Cuánto bosque, urbano y rural, nos cuesta el extraordinariamente dinámico sector inmobiliario del banco de México? ¿Cuánta degradación de las cuencas hídricas nos cuesta la boyante agricultura del noroeste y el noreste del país?
¿Cuánto vale el Río Bravo, la Laguna de Chapala y la Laguna de Mayrán? Desecados o en peligro de desecarse debido al éxito económico de la maquila, de la zona metropolitana de Guadalajara y la región lechera-agrícola-industrial de La Laguna. Las cifras del INEGI intentan mostrar justo eso: el costo medioambiental de nuestro crecimiento económico, y presentan cifras ajustadas por ese costo: una estimación del crecimiento económico neto de la pérdida medioambiental.
El liberalismo pone en el centro del contrato social la libertad del individuo. Dicha libertad de emprender, de trabajar y apropiarse de los frutos de su trabajo, es necesario para despertar la inventiva y la energía social que e final de cuentas podrá producir una mejor sociedad para todos. Es la mano invisible: buscando el interés particular maximizamos el interés general.
El primer problema conceptual que enfrenta el liberalismo es en dónde termina la libertad del emprendedor y en dónde empieza la libertad de los que no lo son. La libertad de los emprendedores puede implicar la explotación del asalariado, dando origen a las teorías que buscan defender a los trabajadores. El surgimiento de la ideología socialista es un resultado natural del liberalismo, aquellos menos favorecidos oponen a la ideología dominante un mecanismo de defensa que elimine los excesos en la explotación laboral y la desigualdad económica. Aquellos para los que la libertad económica se traduce en sufrimiento y precariedad, tienen desde el siglo XIX una alternativa política que ha buscado equilibrar la injusta distribución del producto y la carga de trabajo sociales.
Los trabajadores pudieron oponer una o varias teorías al liberalismo. Han podido organizar una respuesta y un contrapeso a través de un discurso y una práctica. Pero ¿qué ocurre con aquellos otros insumos de la economía, además del trabajo, que son estresados por la explotación, pero que no son capaces de articular una réplica al liberalismo? Los animales, domésticos o salvajes, forman parte del costo del desarrollo económico fundado sobre la libre acción individual de los emprendedores, y su sufrimiento es patente. Tan patente que los movimientos para evitar su sufrimiento y extinción lograron implantarse en las buenas consciencias del liberalismo y la izquierda desde inicios del Siglo XX. El sufrimiento de una tortuga con un popote de plástico enterrado viralizado en internet ha desatado una campaña mundial contra ese producto que ha sido muy efectiva.
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