Los partidarios de las criptomonedas argumentan que dichos artificios son superiores al dinero común porque, a diferencia de éste, aquellas no pueden ser manipuladas por los banqueros centrales. Eso es un sofisma. Es decir, que el aserto sea correcto no significa que sea verdadero. Es correcto, los bancos centrales no pueden manipular a Bitcoin o a Dogecoin. Es mucho peor: las maneja como quiere un estrafalario multimillonario, que influye sobre ellas más de lo que un banquero central pesa sobre cualquier divisa. Si: Elon Musk es el Alan Greenspan de las criptomonedas.
Un grupo de programadores, utilizando una tecnología llamada blockchain, han desarrollado algoritmos que producen claves numéricas difícil (aparentemente imposible) de replicar y han puesto un límite al monto máximo de claves que pueden ser generadas.
Dichos programadores han propuesto que esas claves numéricas, que comparten un par de características deseables del dinero: ser infalsificable, y que no pueda desvalorizarse por su generación indiscriminada, sean el dinero del futuro, que sean monedas electrónicas que cumplan la función que el los metales preciosos (o el cacao) llegaron a cumplir. Bitcoin y su séquito en realidad son la nostalgia por el inoperable patrón oro.
Junto con los fans de Bitcoin y su corte como una solución técnica para el encriptamiento de valor, existen fans que sinceramente creen que las criptomonedas son incorruptibles ante el poder de los bancos centrales.
Tales creyentes son muy cercanos a los “libertarios”, adherentes a la ideología anarquista conservadora que abjura del gobierno y el sector público y que propone llevar la libertad individual al máximo, llegando incluso a abominar del dinero emitido por un instituto central, pues dicen, los bancos centrales corrompen el valor de la moneda al emitirla de manera incontrolada, como ha ocurrido desde el año 2000 para contener las crisis que casi cada diez años, azotan a las economías desarrolladas.
De nuevo el sofisma: las premisas son correctas, pero la conclusión no lo es.
Correcto, los bancos centrales han emitido cantidades voluptuosas de dinero del 2000 a la fecha con el fin de evitar un colapso de las economías. Esto ocurrió en particular en las crisis de 2000, de 2008-2009, pero muy especialmente en la crisis pandémica de 2020. La premisa es correcta.
Pero los torrentes de dinero emitidos por los bancos centrales no han implicado, ni retroceso económico, ni pérdida de valor de los activos, ni una depreciación secular de las monedas. La intervención masiva de los bancos centrales no ha depreciado a las monedas (hasta ahora) como lo alertan desde hace dos décadas los adherentes al monetarismo, que se encuentran escondidos detrás de cada argumento de los fans de Bitcoin y similares.
Y sin embargo, aquellos argumentos que sostienen que Bitcoin, Dogecoin y similares, convienen y son una buena inversión, porque su valor no puede ser erosionado por las acciones de la abusiva y desquiciada política monetaria, son tomadas como válidos por la gran mayoría de los participantes del mercado.
Pero es absolutamente risible que si bien el valor de Bitcoin no fluctúa ante los capricos de los bancos centrales, si sea movido, como veleta al viento, y en particular por twitter y en particular, por los twits de un estrafalario multimillonario.
El 24 de marzo el accionista mayoritario de la automotriz Tesla, Elon Musk, twiteó que a partir de esa fecha sería posible adquirir autos fabricados por esa marca usando Bitcoin. Aunque ese día la criptomoneda líder cayó 3.9 por ciento, conforme la noticia se esparció la criptomoneda no dejó de ascender hasta llegar a un récord histórico.
El 12 de mayo Elon Musk se desdijo, y twiteó que Tesla ya no aceptaría más Bitcoin en pago de sus autos, debido al colosal consumo de energía y daño ecológico que causaba su generación. La criptomoneda se hizo pedazos los días siguientes. Semana y media después, Elon Musk twiteó que ya había hablado con algunos generadores (“mineros” les lleman) de Bitcoin, para que bajaran su consumo de energía y no dañaran tanto al planeta del cual el mismo Elon Musk quiere escapar y migrar a Marte. El precio de Bitcoin se disparó en consecuencia.
El caso de una hermana menor de Bitcoin, Dogecoin, es aún más patético. El 16 de abril de 2021 Elon Musk twiteó un meme. Si, un meme. En donde un vendaval con la efigie del perrito asociado Dogecoin, se abalanzaba sobre una ciudad representando al “sistema financiero global”. Ese día Dogecoin se disparó 99 por ciento. Si. En un solo día.
Elon Musk (que se llama a si mismo “the Dogefather”, el “parrino”) lanzó tweets en favor de Dogecoin el 28 de abril y el 7 y el 11 de mayo. Todos los días la monedita se disparó. Y el día que se esperaba un tweet y no llegó, la monedita se colapsó.
Si existe. Es más, abundan. Es más, son la mayoría, los participantes del mercado que creen, o quieren hacer creer que las criptomonedas son superiores al dinero que conocemos porque no pueden ser manipuladas por los bancos centrales.
¿Qué responden tales inversionistas ante el hecho que dichas claves numéricas con pretensiones de moneda son manipuladas a su antojo por un estrafalario millonario mediante tweets y memes? ¿En qué momento los economistas que creen el sofisma pasaron de analizar la tasa de interés y los agregados monetarios, a tratar de predecir los caprichosos tweets de Elon Musk, que probablemente esté manipulando a la muchedumbre para hacerse más rico de lo que ya es?
Entendámoslo bien: Bitcoin y sus amigos son una fantástica inversión especulativa. Se han hecho fortunas instantáneas y formidables en muy poco tiempo. Quien no invierta en esas moneditas debido a la repulsión que puedan sentir se ha perdido la fiesta más divertida de Wall Street de la última década. Esas moneditas son una inversión burbujeante y suculenta. Pero eso no quiere decir que sean un sustituto del dinero, y que sustituir la manipulación de los bancos centrales por tweets caprichosos de un millonario estrafalario, sea una virtud.
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