La economía del mundo, especialmente en Estados Unidos y Europa ha gozado en los últimos cuarenta años de una ausencia de inflación e incluso, de deflación. Este extremadamente favorable entorno de costos y precios coincide con la incorporación de China y el sureste asiático al mercado global. Parece entonces seguro afirmar que la colosal producción china ha contribuido a la estabilidad global de precios, y por ello es importante sopesar si las restricciones comerciales, de inversión y políticas ante la nación asiática no implican una reversión, así sea parcial, del ciclo inflacionario.
Las tasas de rendimiento de los bonos en prácticamente todos los mercados del mundo se han trepado de manera agresiva en el curso de los últimos doce meses. Ejemplificando con el más importante de todos, el de Estados Unidos, las tasas del bono líder, el de 10 años, se han subido de 0.69 en septiembre de 2020, a 1.47 por ciento (recordemos no obstante, que en septiembre 2019, antes del covid, se cotizaba en 1.68 por ciento). Tal incremento se ha producido en un contexto en que la inflación estadounidense ha marcado máximos de cuatro décadas: en septiembre de 2020 la inflación anual se reportaba en 1.4 por ciento, mientras que en agosto pasado cerró en un álgido 5.3 por ciento.
Lo más notable sin embargo es la inflación al productor, la cual se ubicaba en -1.2% a tasa anual hace un año, y en julio registró un récord histórico de 9.6 por ciento, antes de ceder a 8.3 por ciento en agosto.
La plaza pública, el mercado, y los analistas parecen estar divididos en los extremos: gavilán o paloma, pesimistas u optimistas. Quienes piensan que los datos contundentes que acabamos de enlistar son casi una ilusión pasajera y que solita la economía regresará a una inflación cercana al 2-3%, y quienes piensan que los datos son la señal inequívoca de una regresión a los años de alta inflación y bajo crecimiento.
Ambos extremos representan implicaciones extremadamente importantes para la economía global, pero particularmente, para los mercados financieros, pues en cada extremo la tasa de interés de equilibrio es distinta. Y la tasa de interés puede ser la cola que mueva a todos los perros.
Si los datos recientes de alta inflación demuestran ser pasajeros, entonces la tasa de interés podrá permanecer pegada al cero por ciento aún durante varios meses, y después subir suavemente hasta la zona del 3-4 por ciento en los próximos tres años. Este es el escenario descontado por los boyantes mercados bursátiles, que apuestan a que nada saldrá mal y los bancos centrales podrán mantener la sintonía balanceada entre inflación y crecimiento.
Si los registros de inflación persisten y en los meses siguientes permanecen por encima del 4.5 por ciento en los Estados Unidos, entonces los bancos centrales tendrán que reaccionar de manera forzada para evitar un deterioro del poder de compra de los consumidores, jaloneando la tasa de interés más rápido de lo que los mercados están creyendo.
Este último escenario podría implicar un ajuste brusco de las bolsas y los activos financieros, dados los supuestos sobre los cuales se han construido los escenarios de precios y dividendos en las acciones y bonos en la última década.
Es arriesgado apostar cuál de los dos escenarios prevalecerá, pero lo que si podemos saber, porque ya ocurre, es que un elemento clave de la tendencia de largo plazo parece en reversión: el flujo irrestricto de materias primas, bienes y servicios provenientes de China ha comenzado a limitarse, en algunos sectores y lugares de manera significativa, y eso está sacudiendo las cadenas de suministro en múltiples sectores, revirtiendo una tendencia de varias décadas en que los productos chinos han empujado la eficiencia global. Desde los semiconductores a los muebles, desde el acero a los equipos médicos, los productos e insumos chinos están experimentado una fricción inédita.
Al menos una causa de estas restricciones a China no es temporal. El imparable ascenso económico chino necesita corresponderse con poder político y militar, traducido en una expansión en su área de influencia geográfica lo cual ha chocado ya con el estatus quo de la hegemonía estadounidense. La disputa por le hegemonía global es la razón para las restricciones económica a China, y su efecto no será temporal. Cuando lo que está en disputa es el poder, muchas veces los negocios deben de sufrir. ¿Será está una de esas ocasiones? Si es así, estaremos entrando en temporada de gavilanes, y no de palomas.