La inflación es mala. Pero la que no cede es peor, y más cuando es extendida. Esta última variante es la que está prevaleciendo, como una pandemia económica, en los distintos países. Y es más contagiosa. Los datos de inflación de la semana pasada en casi todas las economías del mundo mostraron que los incrementos de precios ya no están confinados a sectores selectos, como la energía o algunos insumos industriales específicos, sino que se extienden a la gran mayoría de los componentes de los índices inflacionarios. Estas son muy malas noticias, como lo reconoció Wall Street tras hundirse sin fondo luego de la publicación de los datos.
La Reserva Federal de los Estados Unidos (la Fed), cometió un error de cálculo muy costoso para todos: diagnosticando que la inflación que se disparó en 2021 era pasajera. Tenía motivos para creerlo. Los cuarenta años previos la economía había presenciado brotes inflacionarios, pero fueron breves o localizados en un grupo reducido de componentes que no contaminaron al resto de los artículos de los índices, por lo que no fue necesario apretar demasiado las condiciones monetarias.
Pero la variante de inflación que vimos la semana pasada es muy distinta de aquella inflación benigna, transitoria y contenida. Esta inflación es extendida, terca, contagiosa, pues si bien inició en algunos sectores como la energía, los granos, o en los semiconductores, ya ha contaminado a la mayoría de los sectores de la economía.
Tomemos las cifras de los Estados Unidos, en donde más del 70 por ciento de los componentes del índice crecen por encima del 4 por ciento anual, es decir, más del doble del objetivo de inflación fijado por la Fed.
Poco sirvió que los Estados Unidos vendieran niveles récord de sus reservas de petróleo para bajar drásticamente los precios de los combustibles, el resto de los artículos del índice subió tanto que compensó la estrategia antiinflacionaria del gobierno de Biden, la contaminación de precios parece extenderse por la mayoría de los sectores. Como en una epidemia contagiosa.
Esta variante de inflación es terca, extendida, contagiosa, y hasta ahora no ha reaccionado a la vacuna monetaria recetada por los bancos centrales, quizá porque las primeras dosis fueron inyectadas cuando el mal ya se había arraigado en el cuerpo. La vacuna tardó mucho en ser aplicada, por lo que el riesgo que corremos es que la única forma para controlar los síntomas de esta nueva variante de inflación sea duplicar o triplicar la dosis normal, y prolongar el tratamiento hasta que los malestares comiencen a ceder.
Tarde, pero los mercados, así como los funcionarios de la Fed, parecen reconocerlo. Serán necesarios tasas de interés más altas, sostenidas en esos niveles durante un período más prolongado de tiempo, de lo que se preveía originalmente.
Es difícil decir hoy qué tan alto llegarán las tasas y qué tanto tiempo permanecerán allá. Desde el jefe de la Fed hasta el inversionista más humilde se han equivocado tratando de pronosticar niveles puntuales en estos últimos 18 meses, así que la humildad recomienda declarar nuestra ignorancia respecto del nivel puntual.
Lo que si sabemos ya es que será bastante por arriba de lo que pensábamos hace apenas algunos meses, y que quizá será necesario mantenerlas altas (en un nivel que sea restrictivo: grosso modo, superior a la inflación esperada) durante un período mayor al que se creía.
Lo anterior es un pésimo escenario para las bolsas de valores, pues el cuadro clínico que enfrentan es muy desfavorable. Por un lado, la Fed quiere reducir el exceso de demanda que ha alimentado el rebrote de la inflación; por el otro, la herramienta para hacerlo es elevando las tasas de interés, por lo que los precios de las acciones están entre la espada de la recesión y la pared de la valuación. La caída esperada en las ganancias corporativas, así como una mayor tasa de descuento para calcular el valor presente de los flujos futuros de la compañía son una combinación de golpes letal para los activos financieros.
Wall Street se siente como un final de fiesta. con las bebidas y el confeti desparramados por el suelo. La liquidez que por años corrió a mares como bebida espumosa entre los invitados se ha secado. El sol ha salido y es hora de regresar a casa, con resaca y sin dinero para el autobús. La liquidez que alimentó uno de los mercados alcistas más fabulosos de la historia tiene que llegar a su fin pues a final de cuentas, como dicen los libros, se tradujo en inflación, y la dueña de la casa, la Fed, está muy enojada, y dispuesta a acabar la fiesta a sombrerazos si es necesario.
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