La economía mundial es un mecanismo complejo, muy difícil de entender y pronosticar, como lo muestra el hecho de que, en la salida de la pandemia, los mayores bancos centrales del mundo (con sus ejércitos de economistas) no pudieron prever ni entender, el resurgimiento de la inflación, hasta que ya fue demasiado tarde. Pero en ese entramado complejo hay una variable sobre la que todos está de acuerdo que es la más importante de todas: la tasa del bono de diez años de los Estados Unidos, y es justo ese dato el que está cimbrando a mercados y economías las últimas semanas.
Empecemos por hablar sobre la extrema importancia de las tasas. La tasa de rendimiento de los bonos gubernamentales, son la base para estimar el costo del dinero para el resto de nosotros: para empresas, para familias, para individuos. Y el costo del dinero, en una economía monetaria como lo son las modernas, es la variable fundamental para el empleo y el crecimiento.
Pero existen muchas tasas: existe la tasa de cortísimo plazo, de un día a otro, que es la que fijan los bancos centrales; existen las tasas a las que se financian los bienes durables, como autos, o refrigeradores, de plazos entre 3-5 años; existen las tasas hipotecarias, que son el costo para comprar nuestras casas; y existe la tasa de diez años, que es la base para fijar el costo de capital de las empresas, los grandes proyectos de infraestructura, el manejo de nuestras pensiones, el costo de la deuda gubernamental, la tasa a la que se descuentan los ingresos esperados por las compañías en el futuro.
Los bancos centrales buscan influir en el costo del dinero fijando la tasa de financiamiento de muy corto plazo, pero quien verdaderamente fija el nivel de la tasa de diez años, y, por lo tanto, el costo del capital y de la inversión de la economía, son los millones de inversionistas que, al comprar y vender bonos, fijan la tasa de diez años.
Para darnos una idea del problema que podríamos estar enfrentando en los próximos meses, notemos que la tasa de diez años de los Estados Unidos se encontraba en 0.5-0.6 por ciento rumbo a finales de la pandemia covid; y que en los inicios de este 2023 estaba apenas en 3.5 por ciento. La semana pasada, y por primera vez desde 2007, la tasa de diez años superó brevemente la cota del cinco por ciento, antes de bajar ligeramente rumbo al cierre del viernes.
Efectivamente, la tasa de diez años se ubica en su nivel más alto en 16 años. Pero recordemos que la inflación viene de presentar su ritmo más elevado en cuarenta años, así que no deberíamos de estar sorprendidos: aunque si asustados, o cuando menos, preocupados.
Porque la tasa de diez años es la base para calcular el costo del capital para empresas, familias, gobierno y proyectos. Y durante los últimos 16 años las tasas estuvieron por debajo de cinco. De hecho, muy por debajo, tan bajo como cero por ciento. Con ese costo de capital tan bajo, se realizaron muchos proyectos, y se lanzaron muchas empresas, cuyo único reto era generar un rendimiento superior a la bajísima tasa de diez años. No sería raro enterarnos que muchos proyectos irracionales y sin mucha lógica, se llevaron a cabo, dado el bajísimo costo del capital.
¿Qué pasará ahora con ese conjunto (que podría ser muy grande) de proyectos y empresas muy poco rentables, que fueron financiados a tasas bajísimas, hoy que tienen que refinanciarse y enfrentan las tasas más altas en 16 años?
Tenemos una gran ventaja: los muy profundos mercados de capitales cubrieron con derivados muchos de esos proyectos con tasas fijas y paridades estables en las divisas, por lo que muchos proyectos, compras de casas, o empresas, siguen disfrutando aún condiciones de financiamiento muy favorables contratadas en los años de bonanza. Pero no todos tuvieron esa suerte, y con el paso del tiempo, tendrán que refinanciar los créditos que se les vencen. Y enfrentarán un mundo más caro.
La verdad es que lo sorprendente fue el tiempo que le tomó moverse a la tasa de diez años: los bancos centrales comenzaron a subir desde el 2021, y, por ejemplo, mientras que la tasa de corto plazo de la Fed se encuentra ya desde hace meses en 5.50, la tasa del bono de diez años rebasó la cota de cinco apenas la semana pasada: ¿por qué?
Porque a la tasa de diez años no la mueve tanto la Fed, sino el mercado. La expectativa de los inversionistas, quienes se están dando cuenta recién de que estaban equivocados al pensar que el alza de tasas de la Fed provocaría una recesión fuerte, que aplanaría a la inflación, y obligaría a los bancos centrales a bajar sus tasas de nuevo, por lo que pensaban que las tasas de largo plazo no deberían de subir tanto como las de corto plazo.
Pero la economía ha sido tercamente fuerte, y la inflación pegajosamente alta. Ni la economía se hunde, ni la inflación cede, y por lo tanto no existen condiciones para que la Fed baje sus tasas, por lo que las de largo plazo deberán de subir, tal y como lo han hecho en las últimas semanas.
En los mercados financieros aplica aquél adagio famoso de Sor Juana. Pues no es descartable que el alza de las tasas de largo plazo provocada por los inversionistas acabe provocando la recesión que ellos mismo están descartando: mercados necios que acusáis a la Fed sin razón, sin ver que sois la ocasión, de lo mismo que culpáis.
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