Por razones que desconozco, quizá por necedad y esnobismo, siempre me ha gustado leer y pensar sobre el origen de la especie y su desparramada por el mundo. ¿Cómo un grupo mínimo de homo sapiens se fueron desperdigando desde sus localizados orígenes en el sur de África, probablemente en el Valle del Rift, hasta dominar el planeta que están a punto de destruir?
La diáspora primigenia tiene un capítulo que nos debe de interesar por naturaleza: quienes y cómo cruzaron el estrecho de Bering y poblaron el aislado continente americano comenzando hace aproximadamente 15-17 mil años (alguna evidencia débil sugiere un inicio hace 40 mil años incluso).
La regla de hierro del interés compuesto muestra que es factible que los casi diez millones de originarios de América que habitaban el continente hasta la llegada de los europeos, hayan provenido de un grupo muy reducido de colonizadores asiáticos originales provenientes de un rincón de Siberia: algunos miles de cazadores siberianos que cruzaron el estrecho. Es difícil saberlo, pero basta un grupo relativamente reducido de migrantes primarios son suficientes para producir al cabo de 9 mil años la población que Colón y sus colegas encontraron al llegar.
Las matemáticas son reforzadas por la genética, y en esta investigación se apoya el supuesto de que en realidad, pudieron muy bien haber sido no más de seis olas migratoria (ojo, todas provenientes de una misma región siberiana) que cruzaron el estrecho para comenzar a poblar la deshabitada América. La genética en todo caso, muestra que de esos primeros migrantes, un total de 70 dejaron su impronta entre los pobladores de américa, 70 y no muchos más. El rastro de los otros se perdió en la muerte, la esterilidad, o el fin de su estirpe en un callejón sin salida.
Esa baja diversidad genética producida por esos desconocidos 70 migrantes que llegaron a transmitir sus genes hasta la población actual, se mezclaron a partir del siglo XV y XVI con el caldo genético de los europeos, y en particular, de España.
Debido a su meridionalidad, la población que habitaba lo que hoy es Europa, fue desplazada hacia España-Portugal por los hielos que avanzaban desde el norte hacia la península ibérica, y parece que es allí, en Iberia, en donde se encuentra la mayor diversidad genética de Europa. Allí en donde se resguardaron del milenario frío del pleistoceno los europeos.
Ya apretados allí por los hielos, una vez que estos se retiran y que comienza la era moderna, España es el jardín en donde florecen las grandes culturas mediterraneas: los judíos de la diáspora encuentran su patria fuera de Judea en Safarad; los cartagineses fundan Cartagena; los romanos fundan Iberia; los godos y visigodos acaban allí tras destruir Roma; y en medio de la Edad Media, los árabes se apropian por setecientos años de El-Andalus, y para rematar, recluidos en el norte se resguardaron los misteriosos vascos.
Esa intensa y compleja mezcla genética ibérica fue la que desembarcó en el siglo XV en América y que comenzó a mezclarse con los genes de esos 70 migrantes siberianos a lo largo y ancho del continente. Con un detalle: para los mestizos de México, la inmensa mayoría de las veces el padre era español, y la madre una indígena americana. No fue un mestizaje simétrico y sería difícil encontrar o pensar en un mestizaje en donde el padre fuera un indígena y la madre una migrante peninsular. Genéticamente no sé si ese detalle pinte en los marcadores, pero culturalmente nos define más de lo que quisiéramos.
El proyecto del DNA mexicano muestra un empate curioso: de 40-60% de nuestra mezcla genética es amerindia/europea, y algo cercano al 1-4% africana. En América, el gen mexicano muestra el mayor porcentaje de genes amerindios después de Ecuador, pero en todo caso, la procacidad de los migrantes europeos hacia las amerindias hizo que los mexicanos tuviéramos una mezcla genética más europea de lo que quizá sospechábamos. A nivel de las tripas y los cartílagos, somos tan amerindios como europeos.
Yo soy hijo de una coahuilense con ancestros (quizá judios) provenientes de zacatecas; y un nayarita descendiente de nayaritas. Mis hijos son de madre chilanga pero padre yucateco y abuela puertorriqueña. Si los mexicanos somos una ensalada, los chilangos somos un verdadero pozole.
Todo esto viene a cuento porque me encontré este interesante documento sobre el dna de unos mil chilangos en donde se encontraron trazos de la entrincada capirotada genética de los chilangos a la cual yo he añadido dos ramitas que quién sabe a donde vayan a parar.
Y pensar que todo lo empezó una Eva desconocida en algún lugar de África de cuyo nombre no podemos acordarnos.
La diáspora primigenia tiene un capítulo que nos debe de interesar por naturaleza: quienes y cómo cruzaron el estrecho de Bering y poblaron el aislado continente americano comenzando hace aproximadamente 15-17 mil años (alguna evidencia débil sugiere un inicio hace 40 mil años incluso).
La regla de hierro del interés compuesto muestra que es factible que los casi diez millones de originarios de América que habitaban el continente hasta la llegada de los europeos, hayan provenido de un grupo muy reducido de colonizadores asiáticos originales provenientes de un rincón de Siberia: algunos miles de cazadores siberianos que cruzaron el estrecho. Es difícil saberlo, pero basta un grupo relativamente reducido de migrantes primarios son suficientes para producir al cabo de 9 mil años la población que Colón y sus colegas encontraron al llegar.
Las matemáticas son reforzadas por la genética, y en esta investigación se apoya el supuesto de que en realidad, pudieron muy bien haber sido no más de seis olas migratoria (ojo, todas provenientes de una misma región siberiana) que cruzaron el estrecho para comenzar a poblar la deshabitada América. La genética en todo caso, muestra que de esos primeros migrantes, un total de 70 dejaron su impronta entre los pobladores de américa, 70 y no muchos más. El rastro de los otros se perdió en la muerte, la esterilidad, o el fin de su estirpe en un callejón sin salida.
Esa baja diversidad genética producida por esos desconocidos 70 migrantes que llegaron a transmitir sus genes hasta la población actual, se mezclaron a partir del siglo XV y XVI con el caldo genético de los europeos, y en particular, de España.
Debido a su meridionalidad, la población que habitaba lo que hoy es Europa, fue desplazada hacia España-Portugal por los hielos que avanzaban desde el norte hacia la península ibérica, y parece que es allí, en Iberia, en donde se encuentra la mayor diversidad genética de Europa. Allí en donde se resguardaron del milenario frío del pleistoceno los europeos.
Ya apretados allí por los hielos, una vez que estos se retiran y que comienza la era moderna, España es el jardín en donde florecen las grandes culturas mediterraneas: los judíos de la diáspora encuentran su patria fuera de Judea en Safarad; los cartagineses fundan Cartagena; los romanos fundan Iberia; los godos y visigodos acaban allí tras destruir Roma; y en medio de la Edad Media, los árabes se apropian por setecientos años de El-Andalus, y para rematar, recluidos en el norte se resguardaron los misteriosos vascos.
Esa intensa y compleja mezcla genética ibérica fue la que desembarcó en el siglo XV en América y que comenzó a mezclarse con los genes de esos 70 migrantes siberianos a lo largo y ancho del continente. Con un detalle: para los mestizos de México, la inmensa mayoría de las veces el padre era español, y la madre una indígena americana. No fue un mestizaje simétrico y sería difícil encontrar o pensar en un mestizaje en donde el padre fuera un indígena y la madre una migrante peninsular. Genéticamente no sé si ese detalle pinte en los marcadores, pero culturalmente nos define más de lo que quisiéramos.
El proyecto del DNA mexicano muestra un empate curioso: de 40-60% de nuestra mezcla genética es amerindia/europea, y algo cercano al 1-4% africana. En América, el gen mexicano muestra el mayor porcentaje de genes amerindios después de Ecuador, pero en todo caso, la procacidad de los migrantes europeos hacia las amerindias hizo que los mexicanos tuviéramos una mezcla genética más europea de lo que quizá sospechábamos. A nivel de las tripas y los cartílagos, somos tan amerindios como europeos.
Yo soy hijo de una coahuilense con ancestros (quizá judios) provenientes de zacatecas; y un nayarita descendiente de nayaritas. Mis hijos son de madre chilanga pero padre yucateco y abuela puertorriqueña. Si los mexicanos somos una ensalada, los chilangos somos un verdadero pozole.
Todo esto viene a cuento porque me encontré este interesante documento sobre el dna de unos mil chilangos en donde se encontraron trazos de la entrincada capirotada genética de los chilangos a la cual yo he añadido dos ramitas que quién sabe a donde vayan a parar.
Y pensar que todo lo empezó una Eva desconocida en algún lugar de África de cuyo nombre no podemos acordarnos.
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