Imaginemos que tenemos una tarjeta de
crédito, con 17 tarjetas adicionales emitidas a favor de sendos amigos, que
viven de hacer pan y venderlo: algunos son
muy industriosos, y otros muy relajados. Durante el mes, los amigos relajados
se fueron de vacaciones a Cancún y usaron nuestra tarjeta en la pachanga,
mientras que los amigos industriosos usaron la tarjeta sólo para lo necesario
de su panadería. Hoy es fecha de corte y toca pagar la tarjeta, y los amigos
relajados no pueden saldar su deuda mientras que los amigos industriosos ya
pagaron su saldo. ¿Quién pagará el saldo pendiente pues para la compañía de la
tarjeta existe un solo deudor, y no 18?
El ejemplo anterior sirve para ilustrar lo
que ocurre en la Eurozona, entre los 18 países que comparten la moneda común,
el Euro. Luego de la crisis financiera del 2008-2009, el titular de la tarjeta,
Alemania, respondía “que a mí no me cobren la deuda de los morosos, que cada
quien pague su deuda”, pero la compañía emisora de la tarjeta, es decir, los
mercados internacionales, replicaban: “para mí hay un solo emisor, así que o me
pagan o les cancelo la tarjeta”.
Ante el temor de que la tarjeta de crédito
se cancelara, y el Euro volara por los aires, los 18 tenedores de la tarjeta,
animados por su asesor financiero, Mario Draghi, el presidente del Banco
Central Europeo, aceptaron “hacer lo que sea necesario” para que los mercados
no le cancelaran la tarjeta y así salvaron al Euro.
El emisor de la tarjeta, es decir, los
mercados globales, entendieron el siguiente mensaje: “hacer lo que sea
necesario significa que llegado el momento, los amigos industriosos pagarían
las deudas de los amigos relajados”, y con eso se tranquilizaron.
El pacto que los 18 amigos hicieron para
decirle a la emisora de la tarjeta que pagarían como un solo hombre fue el
siguiente: rebajen al máximo los gastos para que así hayan excedentes y con
ellos se puedan pagar las deudas pendientes de todos.
La austeridad impuesta como una necesidad
para que se pudiera pagar el saldo al corte y no les retiraran la tarjeta
principal y las adicionales, implicó no nada más que los amigos relajados ya no
pudieron ir a Cancún a la parranda, sino
que ni siquiera pudieron comprar los la harina suficiente para sus panaderías,
el negocio que es el sustento de sus familias.
Con tal de que no les cancelaran la
tarjeta, el ahorro que tienen que generar los 18 amigos implicó que muchas de
las herramientas e ingredientes que usaban para la panadería ya no se compraran,
y comenzaron a despedir gente y a producir menos pan del que habían producido
el año pasado.
El modelo de la tarjeta de crédito
principal con sus adicionales, y la amenaza del emisor de la tarjeta de
cancelarla si no se pagaba, es muy útil para explicar las cifras publicadas la
semana pasada y que muestran que la Eurozona se encuentra al borde de una doble
recesión, e incluso, de la deflación, y en peligro de sufrir su propia versión
de la “década perdida”, como Latinoamérica la tuvo en los ochenta y como Japón
la ha tenido desde los 90.
Los datos del segundo semestre del año
para Europa recién publicados muestran un panorama desalentador, por decir lo
menos. Cierto, algunas economías periféricas, como España (+0.6%) y Portugal
(+0.6%) crecieron un poco más de lo
esperado, y la potente Irlanda (+2.5%) siguió mostrando un desempeño estelar
comparado con el resto del continente. Pero el centro de la Eurozona mostró
datos alarmantes: Italia (-0.2%) entró de nuevo en recesión, contrayéndose por
segundo trimestre consecutivo; mientras que Francia (0.0%) continuó estancada.
Pero la gran sorpresa fue el gigante alemán, cuya economía naufragó -0.2% en el
trimestre.
El peligro es claro e inminente: la
Eurozona podría estar al borde de una doble, recesión (de hecho Italia está ya
en una triple recesión), y peor aún, tras casi cinco años de estancamiento, el
prospecto de otro lustro empantanado no luce tan improbable.
Saber qué es lo que está causando éste
estancamiento podría ayudarnos a evitar que éste se prolongue. Y es allí dónde
no hay acuerdo: mientras que los conservadores dicen que los altos impuestos y
el exceso de gasto público francés produjeron el nulo crecimiento del último
trimestre; los liberales dirán que el celo austero de Alemania produjo el hundimiento
de la economía en territorio negativo.
Creo que el presidente del BCE, Mario
Draghi, tiene la razón. La Eurozona necesita mayor gasto y mayores salarios por
parte de Alemania, necesita de una política fiscal más expansiva, aplicando lo
que los Estados Unidos y Japón han aplicado: una expansión cuantitativa; el
problema de Francia no es el exceso de gasto, es el exceso de regulación y sus
anquilosadas estructuras de mercado que inhiben el emprendedurismo; Italia
necesita simplemente tener un gobierno.
Pero más allá de las soluciones
individuales, los 18 tenedores de la tarjeta de crédito común que es el Euro,
que ya no necesitan convencer al emisor que van a pagar como un solo hombre,
pues eso ya lo hicieron, necesitan tener una política económica armónica, de
preferencia expansiva en lo fiscal y en lo monetario, pero con límites claros y
que vayan todos en el mismo sentido, y no como andan hoy, cada quien usando su
tarjeta de crédito por separado, cuando en realidad, es una sola.
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