Un buen día inventamos las ciudades. Nos
dimos cuenta de que era mejor vivir juntos que separados, y que había muchas
ventajas, para protegernos y económicas, en vivir muchos de nosotros uno junto
al otro. Las ciudades se hicieron entonces para que pudiésemos caminar por
ellas, y luego para que paseáramos en caballos, pero el Siglo XX trajo una
transformación radical: las ciudades se adaptaron para esa creación
revolucionaria: el automóvil, la cual transformó para siempre a las ciudades de
los hombres, forzándolas a adaptarse para mejorar su circulación y resguardo.
El auto cambió a las ciudades, pero el
auto está a punto de cambiar.
La palabra automóvil se explica sola, es
un móvil que se mueve solo. Pero tal autonomía es relativa. Le llamamos
automóvil porque no es tirado por caballos u otras bestias, pero debemos
conducirlo, debe de haber uno de nosotros tras el volante. Pero a juzgar por
las noticias estamos a punto de que el automóvil cumpla lo que su nombre
ofrece: moverse sólo.
El auto sin conductor, que nos lleva a
nuestro destino sin que lo conduzcamos, es ya técnicamente factible, y un
modelo comercial probablemente esté disponible en el curso de las próximas dos
décadas, y cuando eso ocurra nuestra vidas cotidianas cambiarán de maneras que
aún no podemos imaginar (¿podremos enviar a nuestros autos a recoger a nuestros
hijos a la escuela?). Pero a la par de nuestras vidas, las ciudades en las que
vivimos y morimos cambiarán de manera radical.
Para que el auto sin conductor sea
comercialmente viable y sea un estándar en nuestra vida diaria, las calles y
avenidas que hoy conocemos deberán de transformarse por completo para
convertirse en una pista de nodos de conexión conectados al automóvil que se retroalimentarán
respecto de las condiciones del camino, de las condiciones del auto, de las
condiciones del tráfico, respecto de la velocidad y los destinos de cada uno de
los vehículos.
Nuestros arbotantes, la red eléctrica y de
comunicaciones, todas esas redes unidimensionales que subtienden nuestras
ciudades, deberán de metamorfosearse en una gran computadora para poder
coordinar el flujo de los millones de autos sin conductor que poblarán nuestras
metrópolis: los segundos pisos que circundan el Valle de México, la larguísima
Avenida de los Insurgentes, y quizá más tarde la autopista México-Querétaro, la
carretera panamericana, la dylaniana Highway 61, todas deberán de ser densos
nodos de interconexión entre el auto y la infraestructura tradicional para
podernos transportarnos a nuestros destinos sin tener que conducir. La
transformación de nuestras ciudades, y en general de la infraestructura que
ahora conocemos será inédita e inconcebible, pero va a llegar, y más pronto de
lo que creemos.
La transformación no va a parar allí.
Hasta hoy nuestro auto es un refugio en donde podemos aislarnos de la economía
moderna. Cuando conducimos estamos solos frente al camino, no podemos
distraernos y si vamos en la carretera no puede alcanzarnos ni el radio cuyo
alcance está limitado a la cercanía con la estación. Estamos lejos de los
anunciantes y de los medios. Pero si nuestro auto está tan conectado que podrá
ir recibiendo y transmitiendo información al ir por el camino, nosotros
viajaremos conectados con videos, sonido y datos como si estuviéramos en
nuestra oficina o nuestra casa, acabando con ese último reducto en donde hasta
ahora necesariamente tenemos que estar desconectados.
El automóvil pleno es quizá el ejemplo más
notorio de lo que los tecnólogos llaman “la internet de las cosas”. Hasta ahora
el internet y las tecnologías de información han servido para conectar sobre
todo a los consumidores, a los habitantes de este mundo globalizado gracias a
la conectividad de todas las computadoras y dispositivos móviles del planeta. Pero el siguiente paso es
conectar a las cosas: a nuestros autos, a nuestros transportes en general, pero
también a nuestra fábricas, a los electrodomésticos para que se coordinen, a
los semáforos y arbotantes de la ciudad. De acuerdo con algunas estimaciones el
número de objetos conectados (en este momento sobre todo nuestras computadoras)
pasará de cinco mil a 21 mil millones en la próxima década, implicando una explosión
en la capacidad de conectar, procesar y almacenar datos que no podrá ser
cubierta por la infraestructura existente y requerirá un enorme esfuerzo por
parte de las corporaciones y los gobiernos que deberán de adecuar sus
presupuestos y leyes, respectivamente para hacer frente a esta multiplicación
de la infraestructura que deberá de conectar las cosas a través de la internet…en
el largo plazo.