Hace un mes, y tras la publicación de los
datos de empleo del mes de febrero, la economía estadounidense parecía estar al
borde del inicio de un ciclo ascendente de sus tasas de interés, impulsado por
la evidencia que el empleo, la producción y las ventas estaban siendo más
robustas de lo esperado, y por lo tanto el banco central de ese país, la Fed,
debía de modular el crecimiento incrementando el costo del dinero. Pero hace
una semana se publicaron los datos del mes de marzo, y el tono cambió hacia el
extremo opuesto, y allí donde había fuerza ahora hay debilidad, y allí donde había
urgencia por subir tasas, hoy hay cautela y precaución.
La economía de los Estados Unidos, y con
ella la del mundo, incluyendo al otrora gigante imparable: China, parecen estar
bailando el pasito tun tun: unos pasitos para adelante y luego, unos pasitos
para atrás. El patrón es claro y ha sido regular por los últimos cinco años más
o menos: durante una breve temporada, los datos económicos muestran solidez y
fortaleza, para luego recaer por un subsecuente período de datos flojos y
suaves, antes de dar lugar a otro breve interregno de datos optimistas. Y así.
Cuando la horrible crisis financiera
explotó hace ya casi siete años, me entrevistaron en un programa de radio y me
preguntaron sobre cuánto duraría la penuria que explotaba en ese momento.
Recuerdo bien la reacción a la respuesta: “puede ser como Japón”, dije: “pueden
pasar diez años o más antes de salir de esto”. Era difícil de creer entonces y
es difícil de creer ahora. Pero siete años después, la economía global, la
estadounidense y la mexicana incluidas, siguen sin poder sostener un momento
significativo, demostrando que lo que algunos temíamos entonces, y que seguimos
presagiando, se ha confirmado: que la muy compleja economía global se encuentra
inmiscuida en algo parecido a un pantano, similar en algunos aspectos y en
algunas partes de la geografía a lo que algunos economistas, sobre todo
aquellos educados en los esquemas cercanos al keynesianismo, llaman “la trampa
de liquidez”: un escenario en donde a pesar de la inyección masiva e ingente de
circulante en el sistema bancario, la economía no gana la tracción necesaria
para despegar y dejar atrás la recesión.
Si la economía fuera una profesión
científica, y no gnóstica como lo es, en donde lo que contara fuera la prueba
de la evidencia y la contundencia de los datos, reconoceríamos de manera
unánime la larga visión de Keynes al diagnosticar y modelar este escenario en
donde el malestar económico parece ser absolutamente inmune en el largo plazo a
los remedios de las autoridades monetarias.
Por ejemplo, los datos de empelo del mes
de febrero en los Estados Unidos fueron mucho más sólidos de lo que se
esperaba, espolvoreando así por todas partes la versión de que la subida en las
tasas de interés en ese país era inminente. La mera especie fue devastadora: el
peso mexicano cayó a su menor nivel de la historia súbitamente, pero no estuvo
solo, la inmensa mayoría de las monedas del mundo se colapsaron ante el
todopoderoso dólar estadounidense, elevando a la divisa a uno de sus máximos
niveles en muchos años.
Pero el gusto le duró poco a la economía
vecina: cuando las cifras de empleo, y las cifras de producción y ventas del
mes de marzo comenzaron a pulular en el mercado, el daño de un dólar demasiado
fuerte fue evidente: las exportaciones estadounidenses se paralizaron, sus
importaciones brincaron, se paró el ritmo de contrataciones en los sectores
exportadores, y demostró lo que algunos economistas han dicho con mucha
insistencia: una economía en recesión funciona de manera muy distinta que una economía
en crecimiento.
Lo anterior parecería, á la Cervantes, una
verdad de Pero Grullo, pero la perogrullada no es tal. Si el dólar se fortaleciera
mientras que Europa, China y los Estados Unidos crecen, todos ganan pues la
demanda estadounidense jala al resto de los países. Un dólar fuerte en un
escenario global recesivo y una economía estadounidense tambaleante puede, como
ocurrió, matar la incipiente recuperación estadounidense, y apagar así la única
luz que parece más o menos centellear en el lúgubre horizonte económico global.
¿Qué nos dice la teoría económica, si aún
nos sirve de algo después de su enorme fracaso para predecir la debacle
económica global de 2008-2009, respecto de lo que puede pasar en los siguientes
años?
La respuesta no es muy halagüeña: la
evidencia es clara, es muy difícil recuperarse de una recesión causado por el
pinchamiento de una burbuja financiera, en donde hubo una grave destrucción de
activos financieros, Los activos perdidos tienen que ser repuestos y eso
implica ahorro, y es justo eso lo que la economía global no necesita: ahorro.
Necesitamos gasto, pero no podemos pedirle gasto a millones de familias que
apenas están recuperando sus severas pérdidas de 2008-2009. Así de complicado
es este tema y por ello, seguiremos bailando el gran éxito de los hermanos Cuco
y Martín Valoy: el pasito tun tun.
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