La Fed, el apócope con en el que se le
conoce a la Reserva Federal, el Banco Central de los Estados Unidos, tiene un
serio problema: todo el mundo le quiere decir qué hacer. Ni a Mario Dragui, el presidente
del Banco Central Europeo (el BCE), ni a Agustín Carstens, el gobernador del
Banco de México, alguien les dice si deben o no subir o bajar sus tasas de
interés. Pero a la Fed, hasta el último mortal parece tener algo que decirle
respecto de su decisión del 16-17 de septiembre.
Dos ejemplos: la semana pasada la
directora del FMI, Christine Lagarde, dijo que la Fed debería de estar
completamente segura, leer bien los datos, antes de subir sus tasas de interés.
Lo peor sería, dijo la francesa, subir y luego tener que bajar de nuevo. En
México, Carlos Slim aconsejó dejar las tasas de interés bajas con el fin de
alentar la inversión. No fueron los únicos: ministros de Hacienda del G20
reunidos ésta semana tuvieron, casi cada uno de ellos, una opinión sobre lo que
la Fed debería de hacer dentro de quince días.
Le Fed entonces tiene un problema, muy
serio y de difícil solución: en los hechos es el Banco Central del mundo, y no
únicamente de los Estados Unidos. Lo que eso significa es lo siguiente: que en lugar
de tener dos mandatos, tiene tres. La obligación de la Fed es lograr el mayor
crecimiento con la menor inflación posible en los Estados Unidos. Si eso fuera,
quizá la Fed debería subir sus tasas de interés tras concluir sus reuniones el
17 de septiembre. Pero hoy más que nunca y a partir de ahora, la extrema
globalización le ha impuesto una nueva obligación: mantener el equilibrio
financiero de los mercados del mundo entero. Y midiendo los efectos que un alza
de tasas de interés tendría, la Fed no debería de subir sus réditos de
referencia en dos semanas.
La obligación de velar por el equilibrio
financiero del mundo no le viene impuesto por su Carta de Fundación a la Fed,
sino que la globalización, que tanto impulsa y necesita la economía de los
Estados Unidos, la ha orillado a cuidar quizá más que a las dos variables
internas que legalmente debe salvaguardar. Esta obligación meta legal de la
política monetaria de los Estados Unidos es harto complicada de cumplir, pues
la han dejado sola.
El resto de los bancos centrales del mundo
están jugando una partida perversa: ellos pueden hacer lo que quieren, pero
cuando haya problemas, quien tiene que arreglarlos es la Fed.
Tomemos por ejemplo al BCE, cuya acendrado
conservadurismo y ortodoxia evitó que en la inmediata postrimería de la
terrible crisis financiera de 2008-2009 inyectara liquidez mediante la compra
masiva de bonos a los bancos del continente. Tomemos por ejemplo al Banco
Central de China, quien ha sido indulgente con su balance interno y externo, pues
ha preferido descansar sobre una moneda débil antes que fortalecer su mercado
interno y hoy, que dicha contradicción ya no aguanta, quiere que la Fed no suba
sus tasas de interés para que sus desequilibrios no exploten.
Y luego están los bancos comerciales,
quienes toman toda clase de riesgos en todos los mercados en los que operan y
que dependen de que la Fed no suba sus tasas de interés para que sus balances
no se deterioren y puedan seguir fondeando sus operaciones a bajo costo.
El problema para la Fed es que sólo tiene
una sola herramienta, su tasa de referencia, para arreglar tantos problemas: la inflación y
el crecimiento doméstico; la salud de los bancos comerciales internacionales;
las paridades cambiarias; la recesión en Europa; el peso mexicano, etcétera. La
Fed tradicionalmente sabe bien cómo calibrar su economía interna, pero tras la
crisis financiera de 2008-2009 la Fed tiene un rol involuntario adicional, ser
la garante de la estabilidad global.
Para lograrlo sin embargo, debería de
ocurrir al menos lo siguiente: que la política fiscal de las principales
economías del mundo y sus políticas monetarias, estuvieran sincronizadas con
las de Estados Unidos, y más aún, que los mercados laborales de dichas
economías fueran flexibles y pudieran usarse para equilibrar el crecimiento
económico internacional conforme se necesite.
Tales condiciones no ocurrirán en las próximas
décadas, pues dicha coordinación aún no se ve como necesaria por las
instituciones globales, y los bancos centrales nacionales no querrían aceptar
lo obvio: que la única política monetaria verdaderamente relevante es la de la
Fed, por el momento. Lo anterior significa que pasará mucho tiempo para que la
Fed pueda discernir de manera eficiente su complicadísimo rol de ser, al mismo tiempo
que el Banco Central de los Estados Unidos, la instancia que el resto del mundo
quiere que le resuelva sus problemas aún a costa de cumplir con su mandato
doméstico. Vaya predicamento
2 comentarios:
Este es un excelente articulo Don Edgar, no había leído en ningún lado alguien que describiera de forma tan sencilla las profundas implicaciones y relaciones complejas que se activan con las decisiones de la FED.
Saludos y gracias.
AT
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