El retiro de sus últimos dos contendientes
deja el camino despejado para que Donald Trump, el impresentable populista de
derecha, sea el próximo abanderado republicano en la contienda presidencial de
los EEUU. El avasallamiento del neoyorquino sobre sus rivales y la dirigencia
republicana muestra dos cosas: la amplitud de su atractivo entre el electorado
conservador; y el gigantesco error de cálculo con el que una y otra vez el
liderazgo republicano ignoró primero y quiso contener después, la furiosa ola
populista propulsando al magnate de bienes raíces convertido en líder político.
Donald Trump no es el idiota político que
el liderazgo republicano y los medios liberales vieron al principio: es un
astuto vendedor que sabe bien lo que los clientes quieren y eso lo hace un
formidable líder de opinión. Más aún, con los bolsillos llenos, no tiene que
hacer compromisos con sus financiadores que lo limiten. Su estilo verbal es
todo lo contrario a la rectitud política que ha predominado en los últimos
treinta años en que un consenso económico y político hacía que el centro, de
derecha o de izquierda, dominara la escena político-financiera del mundo. Eso
es lo que representa Trump, el desfonde del centro, la ruptura del Consenso de
Washington, la rebelión, desde la derecha, de las reglas de política monetaria
y fiscal moderadas que no han sido capaces de producir el bienestar necesario
tras la eclosión de dicho modelo en 2008-2009.
Trump es la ira del hombre blanco, y eso
lo hace extremadamente peligroso. Hasta ahora los radicalismos económicos y
políticos, con la excepción del Front National de Francia, han sido marginales
y testimoniales, pero esa mezcla de rechazo al Consenso de Washington con
racismo frontal y descarado en un marco de débil crecimiento, bajos salarios y
de extrema desigualdad económica es lo que hacen a Trump un fenómeno
extremadamente peligroso pues las probabilidades de que gane la presidencia, si
bien bajas, no son inexistentes, y más vale que hablemos de ellas porque lo
peor que podríamos hacer es ignorarlas.
La ola de votantes que lo han encumbrado
son mayoritariamente hombres blancos con poca educación, con ingresos de medios
a bajos, un perfil demográfico que ha crecido como espuma en las últimas
décadas en los EEUU al estancarse los salarios y la economía y acentuarse la
desigualdad económica . Lo más asombroso del fenómeno Trump puede ser descrito
por aquella perfecta redondilla de Sor Juana: “sois la ocasión de lo mismo que
culpáis”, esos votantes víctimas de la desigualdad están encumbrando como su
vocero a una de las mejores muestras de esa desigualdad: un billonario cuya
fortuna no viene de su trabajo sino del trabajo de sus ancestros; la clase
trabajadora blanca iracunda está alzando a alguien que, a diferencia de ellos,
no trabajó para llegar a donde está, sino que nació allí ya. No lo votan por
ser ejemplo, lo votan por ser blanco, varón, y vociferante.
Seguir apoyando a una chiva loca como
Trump presenta peligros para todos, pero para comenzar, para la economía de los
Estados Unidos. Quizá porque Donald Trump ha caída en bancarrota cuatro veces y
ha manejado casinos, piensa que puede hacer lo mismo manejando un país. Son
tantas las sinrazones económicas que la irreflenable bocaza de Trump profiere
que basta una para descalificarlo como una opción viable para dirigir los
destinos de los Estados Unidos: el 6 de mayo, el Donald declaró que cuando sea
presidente se sentaría a negociar con los acreedores de los 19 billones (millones
de millones) de dólares de la deuda de su país para negociar una quita del
principal y así relanzar la economía de los Estados Unidos.
Si Donald Trump tuviera probabilidades de
llegar a la presidencia los mercados se habrían desquiciado, las bolsas se
habrían derrumbado, el dólar se habría hecho añicos y el oro se habría
propulsado a máximos históricos. Pero el hecho de que los mercados hayan tomado
las declaraciones como una puntada más del neoyorquino señalan la baja
probabilidad que por el momento le asignan a su presidencia.
La presidencia Trump es un evento
económicamente imposible por sus consecuencias, pero no improbable. Alguien
acostumbrado a manejar casinos y financiar rascacielos a costa de defraudar a
sus inversionistas y salirse con la suya con triquiñuelas sería el acabose para
la economía del mundo. Pero los desastres ocurren a veces, y si Hillary Clinton
no logra atraer a los votantes necesarios para imponerse, ese horrible mundo
paralelo en dónde Donald Trump es rey, podría convertirse en el nuestro.
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