¿Qué le ocurriría a la moneda de un país
gobernado por un populista que quiere cerrar su economía del mercado global,
que va a recortar impuestos y cerrar la brecha fiscal emitiendo deuda a ritmos
históricos? Seguramente esa moneda estaría hecha pedazos. Pero como aquí lo
mencionábamos la semana pasada, la moneda de ese país, el dólar de los Estados
Unidos, lejos de caerse va a fortalecerse en los próximos años. Digamos que, a
tono con el estilo personal de gobernar de su próximo presidente, veremos un
Macho Dólar.
La semana pasada pronosticamos que el
mercado de bonos tendría severas pérdidas, y que el dólar se fortalecería
contra las principales monedas del mundo en anticipación a lo que parecería ser
la agenda económica de Donald Trump. Ambas sentencias se confirmaron y quizá
sea el inicio de una tendencia de mediano plazo. Creo que en los próximos años
veremos tasas de rendimiento más altas en los mercados, lo cual implica
pérdidas graves en los mercados de bonos, y un dólar muy fuerte: un Macho
Dólar.
El dólar es la única moneda que puede
salirse con la suya. Estados Unidos es el único país que puede tener un
presidente populista, cerrado al mundo, induciendo grandes déficit fiscales y
comerciales y no tener una moneda que se haga pedazos. Al contrario. Los Estados
Unidos son el único país que pueden permitirse tal comportamiento y tener el
dólar más fuerte de los últimos veinticinco años. En economía dicho fenómeno se
conoce como “señoreaje”.
El resto del mundo estamos dispuestos a
recibir cero rendimiento a cambio de contar con dólares, la moneda que sirve
como reserva de valor en el planeta. El poder económico estadounidense y su
dinamismo hacen del dólar el patrón monetario aceptado, y por ello el resto del
mundo dejamos pasar comportamientos que a cualquier otro país se le castigaría
de manera severa. No es necesario que una economía esté oficialmente dolarizada
para que el señoreaje se de: si los bancos centrales del mundo tienen sus
reservas en dólares, si los ahorros de mexicanos, brasileños, árabes y rusos
buscan siempre el refugio del dólar, estamos dando permiso a los Estados Unidos
para comportarse como quieran.
La reacción de los mercados en las
primeras dos semanas tras la elección estadounidense ha sido clara: los
inversionistas están esperando una reducción de impuestos y una expansión del
gasto por parte del Presidente Donald Trump. Si esto ocurre veremos dos
consecuencias: una mayor tasa de rendimiento y por consiguiente un dólar más
fuerte.
Un dólar más fuerte tendrá beneficiarios y
víctimas. Entre las víctimas estarán los exportadores (máxime si se les reducen
sus oportunidades de venirse a México), la industria manufacturera y en general
el mercado de los llamados bienes comerciables. Pero habrá grandes
beneficiarios de un dólar fuerte: el consumo doméstico en general, los
minoristas, el turismo, los importadores, pero especialmente dos sectores que
han sido conspicuos en las últimas dos recesiones: el sector de bienes raíces y
su financiador, los bancos.
El rally tan sólido que hemos visto en las
últimas dos semanas en las acciones de bancos parecen confirmar el diagnóstico
anterior. Un dólar fuerte y tasas altas son una mezcla espléndida para los
bancos estadounidenses al revaluar los activos inmobiliarios y así mejorar sus
balances y capital, mientras que las mayores tasas implicarán mayores ingresos
operativos en los próximos años de confirmarse la sintomatología económica de
la administración Trump que aquí hemos delineado.
Pero tasas altas y un Macho Dólar, muy ad
hoc con la personalidad estamínea del próximo presidente, si bien puede tener
atractivos de corto plazo, podrían estar sembrando las semillas de una nueva y
severa recesión en el mediano plazo.
Un dólar fuerte en un contexto de
estancamiento global podría ser un alivio para otras economías del mundo cuyos
artículos serían demandados por los estadounidenses. Pero eso significa que
justamente la geografía política que le dio la victoria a Trump, el rust belt,
perdería competitividad y agravaría la miseria económica de esas zonas. Y segundo,
el volver a apostar prioritariamente por los sectores inmobiliario y bancario
como motor de la economía acaba siempre mal, o al menos así ha sido la
experiencia de las últimas décadas.
Si la mezcla de políticas aquí
anticipadas: mayor deuda, mayores tasas y dólar fuerte, se concretan, veremos
una retomada de la expansión económica sostenida sin embargo por un artificio:
(a menos que haya una erupción de nuevas tecnologías) la promesa de que el
gasto de hoy será financiado por los contribuyentes de mañana e inflando de
manera artificial el valor del dólar para que las ínfulas del macho que ocupará
la Casa Blanca sean satisfechas.