domingo, 26 de febrero de 2017

¡Oh La La! ¡C’est La Catastrophe!

Que la Gran Bretaña salga de la Unión Europea es un golpe terrible para el proyecto económico común por supuesto, pero la verdad es que las islas británicas siempre se han visto como eso, como ínsulas en todos los aspectos respecto de Europa, y cada vez que alguien les recuerda a los ingleses que ellos son en verdad normandos que olvidaron el francés, los que se creen anglosajones puros saltan furiosos. Pero que Francia abandone la zona Euro es otra historia: sería el fin de la moneda común.
Donald Trump y su psique esquizofrénica nos han tenido tan entretenidos, que hemos olvidado un riesgo fundamental: la posibilidad que la extrema derecha francesa llegue al poder, lo que implicaría quizá la desintegración de la Unión Europea y por tanto del Euro, pues tales premisas se encuentran dentro del corazón de la plataforma del temible Frente Nacional.
El ejemplo francés es un escenario de pesadilla: el centro está completamente desecho, pues existe la posibilidad de que ninguno de los dos partidos que han dominado la política francesa desde el fin de la Segunda Guerra, logren colarse a la segunda vuelta. Francia es el ejemplo más claro de lo que pasa cuando la globalización falla en beneficiar a la mayoría de la población: el centro político hace implosión. Ni el Partido Socialista, ni los Republicanos podrían estar en la segunda ronda para detener la marcha de los fascistas del Front National, y esa tarea podría recaer en un candidato independiente sin estructura política capaz de hacer frente al fascismo, el sorprendente Emmanuel Macron.
En Estados Unidos y en Inglaterra el populismo nacionalista encontró cabida en el partido conservados (los Republicanos y los Tories), y la extrema derecha victoriosa ha jalado hacia el límite a las instituciones políticas sin destruirlas. Pero en Francia eso no ha sido posible: la furia del Frente Nacional no ha sido albergado dentro de los Republicanos, y el desencanto del partido socialista ha provocado el desfonde del otrora más sólido partido de izquierda de Europa. El centro ha sido dinamitado, completamente desintermediado, a diferencia de la Gran Bretaña y los Estados Unidos en donde las instituciones, corridas al extremo, pudieron albergar a la ultraderecha globalifóbica.
El colosal mercado de bonos global, que vale 13.9 billones de dólares, ha sido presa los últimos dos meses de los avatares de la elección presidencial francesa. Que el Front National sea el partido más votado en la elección es un hecho, así que lo importante es ver quién enfrentará a Marine Le Pen en la segunda vuelta, y todo parece indicar que será el independiente Emmanuel Macron, un trásfuga del gobierno socialista de François Hollande que ha presentado al electorado francés una opción fresca, fuera de los partidos dominantes, y una plataforma europea e integracionista para oponerse al fascismo del Frente.
La desintegración del centro francés ha incrementado la posibilidad de una victoria de Le Pen, y cada punto adicional en las encuestas tiene un costo en el mercado de bonos, abaratando los bonos franceses y aumentado el diferencial respecto de los más seguros bonos alemanes, enviando ese diferencial a niveles récord. Como el precio de los bonos y su rendimiento se mueven en sentido contrario, la alta demanda por la seguridad de los bonos alemanes ha hecho que estos instrumentos tengan un rendimiento de -1% (si, menos uno por ciento), presionando los márgenes operativos de los bancos alemanes y encareciendo el financiamiento de los franceses.
Todos los sondeos en Francia indican que la estrategia desarticulada e improvisada de sus habitantes para detener al fascismo va a funcionar después de todo: ya sea Macron o Fillon, derrotarán a Marine Le Pen en una segunda vuelta de manera abrumadora. Si tal evento se materializa entonces la estrategia francesa de desfondar al centro tradicional para construir una alternativa fresca e independiente ante la extrema derecha habría funcionado. Y si es el caso entonces es buen momento para comprar bonos y acciones de bancos franceses que han sido vapuleados recientemente. Pero de no ser así entonces sería un ¡Oh la la!, ¡C’est la catastrophe!


domingo, 19 de febrero de 2017

Poemas Para Beber En El Starbucks: Borges, El Eterno Despechado

Hace poco en esta misma sección de "Poemas para beber en el Starbucks" hablábamos de una lectura posible de un dístico de Ezra Pound y decíamos: imaginemos la enorme frustración de que un hombre, enamorado de una mujer, sea incluso rechazado por ella en sus sueños, en dónde todo puede ocurrir. Que incluso en tus sueños la mujer de tus ansias te rechace ha de ser algo muy feo.

Pero puede ser peor. Mucho peor. Puede ser el mismo tema pero escrito por Jorge Luis Borges.

Piensa que una mujer es tu obsesión. Que la amas con locura pero ella no accede a ser el objeto de tu cuidado. Piensa que pasas toda tu vida empeñado en conquistarla y convencerla y que a pesar de tus empeños, ella no cede nunca, ni en el momento de tu muerte.

Piensa ahora que tras tu muerte tú regresas al mundo y eres el mismo, y vuelves a encontrar a la misma mujer con lo cual sufres la misma obsesión y la misma suerte. Piensa que mueres y vuelves una y otra vez, un número infinito, interminable de veces. Piensa que mueres y vuelves, una y otra vez, y la mujer de tu obsesión no accede nunca.

Helo aquí

           Le Regret d'Héraclite


  Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
  aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach.

Curioso. Como el poema de Pound, este también es un dístico. Y el tema es el mismo en el fondo: lo imposible.

El poema de Borges es rico en referencias: el título menciona a Herácilto y por tanto a su noción del río que nunca es el mismo y cambia siempre; la idea del eterno retorno es un guiño a Nietzsche por supuesto; y el hermoso nombre de Matilde Urbach es un personaje de una novela, llamada "Man with four lives",  reseñada por Borges en la revista "El Hogar" de Buenos Aires escrita por un olvidado autor inglés William Joyce Cowen.

El encapsular tantas referencias en un título y dos versos muestra el enorme poder sintético de Borges. Pero el poema no se detiene en la erudición. Este es uno de los grandes poemas del maestro: imagina un amor frustrado para toda la eternidad. Imagina que desde el inicio de los tiempos y por siempre, Matilde Urbach no será tuya.Eso ha de doler.

El Futuro Ya No Es Como Era Antes

Es el fin de una época. En varios sentidos. Difícil saber hasta donde llegará ese experimento egocrático en que se han embarcado los estadounidenses al elegir al maniático de Donald Trump. Difícil saber hoy que implicará en las relaciones multilaterales y en nuestra relación vecinal. Pero lo que si podemos afirmar, porque está ocurriendo mientras usted lee estas breves líneas, es que la larga época de dinero fácil y ganadores mercados de bonos ha llegado a su fin, tal y como lo pronosticamos desde el inicio de la era Trump. Y las consecuencias serán serias en el mediano plazo.
El primer fin de época que veremos es el de la inflación inexistente. Los datos publicados la semana pasada en EEUU y en México sugieren que hay un repunte inflacionario más o menos generalizado. Nada de que alarmarse aún, pero la tendencia del crecimiento de los precios es al alza después de más de una década de dominación por parte de los bancos centrales. Cierto, la inflación no es muy grave aún, pero la Fed y los bancos centrales parecen estar corriendo para alcanzarla. Existe el riesgo de que por esperar tanto el alza de tasas vayan a tener que subir demasiado rápido en los próximos meses.
Y si la inflación sube y las tasas de interés de la Fed suben, entonces vamos a ver algo que no hemos visto en más o menos treinta años: pérdidas en los mercados de bonos. Como el precio de los bonos se mueve inversamente respecto de las tasas, y desde 1974 a la fecha las tasas en el mundo no han hecho mas que caer, invertir en bonos ha sido uno de los mejores negocios que ha habido. Aquellos tenedores de bonos, en especial quienes ahorran para sus pensiones, han sido beneficiados por este movimiento de largo plazo de la economía global, que ahora, con el advenimiento de la reflación de Trump, podría estar llegando a su fin.
Si el pronóstico de reflación y alza de tasas se cumple, entonces tendremos pérdidas severas en los mercados de bonos, y aquellos inversionistas con tenencias en esos instrumentos van a sufrir, particularmente aquellos que están a medio camino entre su vida laboral y su retiro (yo levanto la mano).
Y si las tasas se montan, especialmente las de largo plazo, será inevitablemente ver un dólar más fuerte. Si, como parece ser el caso, Trump regalará un recorte de impuestos “tremendo” y aumentará el gasto militar y de infraestructura, los EEUU incurrirán en déficit fiscales crecientes y emitirán más bonos, incrementando la tasa de interés, así que por el lado de la reflación, y por el lado de los déficit fiscales se está cocinando un alza en las tasas de interés de largo plazo y eso significará sin duda un dólar fuerte.
Al elevar las tasas de interés aquellos proyectos con una rentabilidad menor que los nuevos réditos podrían dejar de ser viables y quizá cierren. Y ese es un problema serio. Cuando las tasas están en cero, como lo estuvieron por nueve años, es fácil que un proyecto rinda más que la tasa de interés. Pero al ir subiendo las tasas aquellos proyectos con rentabilidades estrechas deberán de ser reestructurados seriamente.. Y como fueron tantos años de tasas bajas el número de esos proyectos podría ser  enorme.
Pero incluso en un naufragio hay ganadores, y un escenario como el que se prefigura es un sueño para los bancos, sobre todo los estadounidenses: mayores tasas de largo plazo y un dólar fuerte es justo lo que necesitan luego de años de tasas bajas. Y si lo anterior le agregamos un descarado cabildeo en su favor por parte de Trump y los suyos, tenemos una mezcla inmejorable para el negocio bancario, el cual adicionalmente tiene en este momento un exceso de capital que podrán poner a trabajar asumiendo riesgos que les fueron prohibidos los pasados nueve años.
Pero mucho dependerá de cómo se elevan las tasas. Si el alza es gradual y ordenada habrá oportunidad para que inversionistas y proyectos se adecuen a los nuevos niveles y quizá tengamos una transición suave. Pero si los déficit fiscales y la inflación brincan de manera intempestiva y las tasas se trepan desordenadamente en medio de confusión y sobresaltos entonces la transición hacia esa nueva época podría venir acompañada de sustos en las bolsas de valores y en el sector real sobre todo si luego de los primeros dos años de la administración Trump el empuje inicial producido por los menores impuestos y el incremento en el gasto público se le acaba la fuerza y se agota en medio de una crisis seria. Y eso podría pasar en el 2019.


sábado, 11 de febrero de 2017

Los Óscares Y El TLCAN: El Arancel Iñárritu

En los últimos tres años el Óscar, el premio cinematográfico más valioso del mundo, ha sido ganado por dos mexicanos: Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón, y los tres últimos Óscares a la mejor cinematografía han sido ganados por otro mexicano, Emmanuel Lubezki. Todos acompañados por una tropa de mexicanos que producen películas en inglés para un mercado global. La estrella de la última película de la saga de Star Wars, la más exitosa de la historia, es el mexicano Diego Luna. ¿Son películas mexicanas o estadounidenses?
Los últimos tres años entonces Hollywood, el epítome de la dominación cultural estadounidense, ha sido dominado a su vez por los mexicanos. Lo que ellos producen allá, es mexicanos o estadounidense. ¿o tiene caso hacerse esa pregunta? Si no existiera Donald Trump la pregunta no vendría al caso: los suyos son productos de Norteamérica. Pero dado que Trump y sus aldeanos van a acabar con el Nafta, vale la pena reflexionar si a Alejandro Gonzalez Iñarritu, al “chivo” Lubezki y a Alfonso Cuarón les van a cobrar 20% de impuestos adicionales, pues en sentido estricto, son exportaciones mexicanas a los Estados Unidos.
Si Donald Trump quiere imponer aranceles de 20% a las importaciones mexicanas, en realidad acabará imponiéndola a productos que quizá sean mayoritariamente hechos en los Estados Unidos. Si los mexicanos queremos protestar contra la furia racista de Trump boicoteando la compra de productos estadounidenses, quizá acabemos dejando de comprar productos que en realidad fueron hechos en México. Durante los últimos años la manufactura ha hecho que no existan bienes producidos en México o Estados Unidos, sino hechos en Norteamérica. Gravar a uno o a otros será contraproducente.
Tomemos un carro producido en Saltillo, Coahuila, uno de los centros automotrices más importantes del continente. Cuando una camioneta de General Motors se termina de ensamblar en una de las plantas del lugar, sus partes y componentes atravesaron la frontera varias veces para irse completando parcialmente hasta el ensamblado final en la capital coahuilense. Imponer un arancel de 20% a las importaciones mexicanas implicaría que esa camioneta final sería gravada varias veces antes de su ensamble final, lo cual sería muy ineficiente en términos fiscales.
Pero más allá de esa ineficiencia fiscal hay un problema más complejo. Esa camioneta salida de una planta de Saltillo, y cuyo contenido en términos de valor sea quizá más de 50% estadounidense, al ser gravada como mexicana en realidad tendría el mayor impacto en las fábricas estadounidenses que enviaron las partes para el ensamble final en México. Esa camioneta de GM salida de la planta de Saltillo es en realidad una camioneta estadounidense: ¿Por qué gravarla con un 20% adicional?.
Algo similar ocurre con marcas estadounidenses en México. El valor de un café hecho en el Starbucks que está en la esquina de mi casa, de donde soy parroquiano, puede ser desagregado peso a peso: desde el costo del café, el agua, la renta del local, el pago de la franquicia y el pago de la mano de obra que lo produce en la barra. Casi seguramente la parte más importante del costo es el pago de la mano de obra, el pago de la renta, la operación y el mantenimiento del local, y el pago de impuestos. Quizá el pago de la franquicia a su matriz en Estados Unidos sea el componente más importante, pero la suma del valor de los componentes producidos y pagados en México de ese café que me bebo es muy seguramente superior a lo que acaba yéndose a los Estados Unidos.
Así como la camioneta mexicana que sale de la planta de Saltillo es mayoritariamente estadounidense, el café estadounidense que me bebo en División del Norte y Coroco, preparado por Andrés o Arturo es un café mayoritariamente mexicano.

Los ejemplos abundan: las computadoras, las televisiones, los aviones, la ropa de moda, los automóviles, las lavarropas, y una multitud de servicios son producidos en una red geográfica que abarca toda Norteamérica, y que es muy difícil segregar para propósitos fiscales. Acabar con el Nafta no sólo es una pésima idea de Trump y sus aldeanos, es brutalmente ineficiente y cualquier estructura fiscal que intente gravar bienes y servicios de la región como provenientes de un solo país será enormemente complicado. También es no saber en dónde está parado el Donald: sin nosotros, los Estados Unidos no serían ni la mitad de lo que son.

domingo, 5 de febrero de 2017

El Americano Gacho

Decirle a Donald Trump y a los suyos que son unos abusivos, que están violentando la diplomacia establecida, que están llevando al límite permisible la agenda de derechos humanos al coartar la migración, y que el internacionalismo que ha caracterizado a los Estados Unidos por décadas sangra en cada llamada que el presidente hace desde la Casa Blanca, es pegarles donde no les duele. Eso es lo que quieren y buscan: dejar de ser el americano amable y pasar a ser el americano gacho. Esas es su agenda. Y es un error.
Como el Tío Ben le dijo a Peter Parker, con gran poder llega una gran responsabilidad, y los Estados Unidos han sabido cumplir, a veces garrote en mano, con dicho adagio desde que se erigieron como la potencia mundial tras el fin de la segunda guerra. La potencia americana ha sabido acomodar su atlantismo natural con equilibrios en el Pacífico, en Latinoamérica y en el Océano Indico, buscando contener a sus rivales históricos: Rusia y China. Ser el líder implica acomodar y darle su lugar a los aliados: negociar. Para Trump y su equipo negociar es debilidad, acomodar es ceder, equilibrar es retroceder, y quieren cambiarlo todo rompiéndolo como lo han hecho en estas primeras semanas en el mando.
Es necesario entender que lo que Trump hace es congruente con su visión de las cosas: él y su grupo están en armonía con la visión que la mitad de los estadounidenses comparten: el malestar económico que sufre la clase media y baja de los Estados Unidos se debe a que están económica y militarmente sitiados por el resto del mundo. Para Trump y la mitad de los estadounidenses el internacionalismo ha permitido que las fábricas que antes daban empleos en casa haya migrado, y por lo tanto hay que acabar con este. Para Trump y sus votantes el multilateralismo, que ha globalizado los flujos de comercio e inversión, es la causa del estancamiento secular en su bienestar, y por ello hay que acabar con el mismo. Por lo anterior y más, el furor mediático y en redes sociales contra las medidas anunciadas estas primeras semanas son la confirmación de que su diagnóstico es correcto y de que todo va de acuerdo con lo planeado.
Para Trump y sus votantes el establishment es el enemigo, y el rechazo que varios jueces federales han producido contra sus edictos anti migración son la confirmación de dicha prognosis. Los jueces son parte de esa larga lista de enemigos de los estadounidenses que incluyen a México, las relaciones internacionales forjadas por Washington las últimas décadas, los demócratas y los medios, y China. Son eso, enemigos, y hay que enfrentarlos con todo. Para Trump y los suyos el escándalo de estos días forma parte del plan trazado desde el comienzo.
Trump y los suyos van conforme a su plan. En su diagnóstico están acabando con el mal que aqueja a sus votantes y que les garantizará su permanencia en el poder más allá del cuatrienio. Pero es un error tremendo (para usar esa palabra tan cara al Donald).
Donald Trump no quiere cambiar el establishment, no quiere negociar con él. Lo quiere dinamitar. Porque Donald el político y  Donald el empresario se parecen mucho: buscan salirse con la suya porque están convencidos de que su método es el único que vale. El empresario es un gandalla que no negocia, el político es ideológico. Para ninguno de los dos existe negociación posible, y eso más temprano que tarde va a producir una reacción concomitante del orden establecido dentro y fuera de los Estados Unidos.
¿Es probable que Trump y los suyos impongan su agenda en el muy corto plazo subvirtiendo el orden actual de manera serial y masiva? Parece poco probable que abriendo frentes contra el terrorismo islámico, contra el Nafta, contra China y el multilateralismo europeo, contra los medios liberales, el partido demócrata y el sistema judicial de su país, Trump vaya a salir airoso de todos. Dicen los que saben que hay que escoger tus peleas. Donald Trump no está escogiendo las suyas, está provocando todas al mismo tiempo y más temprano que tarde quien acabará dinamitado serán el y los suyos.

Pero no se detendrán. Ellos están convencidos de estar en una misión contra el mal. Son unos cruzados convencidos que lo que hacen es correcto y que sus adversarios tienen que ser eliminados y conversar con ellos es una pérdida de tiempo. Hace apenas tres semanas Barak Obama era el representante del americano amable. Ya no más, los siguientes serán los años del americano gacho.