Que la Gran Bretaña salga de la Unión
Europea es un golpe terrible para el proyecto económico común por supuesto,
pero la verdad es que las islas británicas siempre se han visto como eso, como
ínsulas en todos los aspectos respecto de Europa, y cada vez que alguien les
recuerda a los ingleses que ellos son en verdad normandos que olvidaron el
francés, los que se creen anglosajones puros saltan furiosos. Pero que Francia
abandone la zona Euro es otra historia: sería el fin de la moneda común.
Donald Trump y su psique esquizofrénica
nos han tenido tan entretenidos, que hemos olvidado un riesgo fundamental: la
posibilidad que la extrema derecha francesa llegue al poder, lo que implicaría
quizá la desintegración de la Unión Europea y por tanto del Euro, pues tales
premisas se encuentran dentro del corazón de la plataforma del temible Frente Nacional.
El ejemplo francés es un escenario de
pesadilla: el centro está completamente desecho, pues existe la posibilidad de
que ninguno de los dos partidos que han dominado la política francesa desde el
fin de la Segunda Guerra, logren colarse a la segunda vuelta. Francia es el
ejemplo más claro de lo que pasa cuando la globalización falla en beneficiar a
la mayoría de la población: el centro político hace implosión. Ni el Partido
Socialista, ni los Republicanos podrían estar en la segunda ronda para detener
la marcha de los fascistas del Front National, y esa tarea podría recaer en un
candidato independiente sin estructura política capaz de hacer frente al
fascismo, el sorprendente Emmanuel Macron.
En Estados Unidos y en Inglaterra el
populismo nacionalista encontró cabida en el partido conservados (los
Republicanos y los Tories), y la extrema derecha victoriosa ha jalado hacia el
límite a las instituciones políticas sin destruirlas. Pero en Francia eso no ha
sido posible: la furia del Frente Nacional no ha sido albergado dentro de los
Republicanos, y el desencanto del partido socialista ha provocado el desfonde
del otrora más sólido partido de izquierda de Europa. El centro ha sido
dinamitado, completamente desintermediado, a diferencia de la Gran Bretaña y
los Estados Unidos en donde las instituciones, corridas al extremo, pudieron
albergar a la ultraderecha globalifóbica.
El colosal mercado de bonos global, que
vale 13.9 billones de dólares, ha sido presa los últimos dos meses de los
avatares de la elección presidencial francesa. Que el Front National sea el
partido más votado en la elección es un hecho, así que lo importante es ver
quién enfrentará a Marine Le Pen en la segunda vuelta, y todo parece indicar
que será el independiente Emmanuel Macron, un trásfuga del gobierno socialista
de François Hollande que ha presentado al electorado francés una opción fresca,
fuera de los partidos dominantes, y una plataforma europea e integracionista
para oponerse al fascismo del Frente.
La desintegración del centro francés ha
incrementado la posibilidad de una victoria de Le Pen, y cada punto adicional
en las encuestas tiene un costo en el mercado de bonos, abaratando los bonos
franceses y aumentado el diferencial respecto de los más seguros bonos
alemanes, enviando ese diferencial a niveles récord. Como el precio de los
bonos y su rendimiento se mueven en sentido contrario, la alta demanda por la
seguridad de los bonos alemanes ha hecho que estos instrumentos tengan un
rendimiento de -1% (si, menos uno por ciento), presionando los márgenes
operativos de los bancos alemanes y encareciendo el financiamiento de los
franceses.
Todos los sondeos en Francia indican que
la estrategia desarticulada e improvisada de sus habitantes para detener al
fascismo va a funcionar después de todo: ya sea Macron o Fillon, derrotarán a
Marine Le Pen en una segunda vuelta de manera abrumadora. Si tal evento se
materializa entonces la estrategia francesa de desfondar al centro tradicional
para construir una alternativa fresca e independiente ante la extrema derecha
habría funcionado. Y si es el caso entonces es buen momento para comprar bonos
y acciones de bancos franceses que han sido vapuleados recientemente. Pero de
no ser así entonces sería un ¡Oh la la!, ¡C’est la catastrophe!