Decirle a Donald Trump y a los suyos que son unos
abusivos, que están violentando la diplomacia establecida, que están llevando
al límite permisible la agenda de derechos humanos al coartar la migración, y
que el internacionalismo que ha caracterizado a los Estados Unidos por décadas
sangra en cada llamada que el presidente hace desde la Casa Blanca, es pegarles
donde no les duele. Eso es lo que quieren y buscan: dejar de ser el americano
amable y pasar a ser el americano gacho. Esas es su agenda. Y es un error.
Como el Tío Ben le dijo a Peter Parker,
con gran poder llega una gran responsabilidad, y los Estados Unidos han sabido
cumplir, a veces garrote en mano, con dicho adagio desde que se erigieron como
la potencia mundial tras el fin de la segunda guerra. La potencia americana ha
sabido acomodar su atlantismo natural con equilibrios en el Pacífico, en
Latinoamérica y en el Océano Indico, buscando contener a sus rivales
históricos: Rusia y China. Ser el líder implica acomodar y darle su lugar a los
aliados: negociar. Para Trump y su equipo negociar es debilidad, acomodar es
ceder, equilibrar es retroceder, y quieren cambiarlo todo rompiéndolo como lo
han hecho en estas primeras semanas en el mando.
Es necesario entender que lo que Trump
hace es congruente con su visión de las cosas: él y su grupo están en armonía
con la visión que la mitad de los estadounidenses comparten: el malestar
económico que sufre la clase media y baja de los Estados Unidos se debe a que
están económica y militarmente sitiados por el resto del mundo. Para Trump y la
mitad de los estadounidenses el internacionalismo ha permitido que las fábricas
que antes daban empleos en casa haya migrado, y por lo tanto hay que acabar con
este. Para Trump y sus votantes el multilateralismo, que ha globalizado los
flujos de comercio e inversión, es la causa del estancamiento secular en su bienestar,
y por ello hay que acabar con el mismo. Por lo anterior y más, el furor
mediático y en redes sociales contra las medidas anunciadas estas primeras
semanas son la confirmación de que su diagnóstico es correcto y de que todo va
de acuerdo con lo planeado.
Para Trump y sus votantes el establishment
es el enemigo, y el rechazo que varios jueces federales han producido contra
sus edictos anti migración son la confirmación de dicha prognosis. Los jueces
son parte de esa larga lista de enemigos de los estadounidenses que incluyen a
México, las relaciones internacionales forjadas por Washington las últimas
décadas, los demócratas y los medios, y China. Son eso, enemigos, y hay que
enfrentarlos con todo. Para Trump y los suyos el escándalo de estos días forma parte
del plan trazado desde el comienzo.
Trump y los suyos van conforme a su plan.
En su diagnóstico están acabando con el mal que aqueja a sus votantes y que les
garantizará su permanencia en el poder más allá del cuatrienio. Pero es un
error tremendo (para usar esa palabra tan cara al Donald).
Donald Trump no quiere cambiar el
establishment, no quiere negociar con él. Lo quiere dinamitar. Porque Donald el
político y Donald el empresario se
parecen mucho: buscan salirse con la suya porque están convencidos de que su
método es el único que vale. El empresario es un gandalla que no negocia, el
político es ideológico. Para ninguno de los dos existe negociación posible, y
eso más temprano que tarde va a producir una reacción concomitante del orden
establecido dentro y fuera de los Estados Unidos.
¿Es probable que Trump y los suyos
impongan su agenda en el muy corto plazo subvirtiendo el orden actual de manera
serial y masiva? Parece poco probable que abriendo frentes contra el terrorismo
islámico, contra el Nafta, contra China y el multilateralismo europeo, contra
los medios liberales, el partido demócrata y el sistema judicial de su país,
Trump vaya a salir airoso de todos. Dicen los que saben que hay que escoger tus
peleas. Donald Trump no está escogiendo las suyas, está provocando todas al
mismo tiempo y más temprano que tarde quien acabará dinamitado serán el y los
suyos.
Pero no se detendrán. Ellos están
convencidos de estar en una misión contra el mal. Son unos cruzados convencidos
que lo que hacen es correcto y que sus adversarios tienen que ser eliminados y
conversar con ellos es una pérdida de tiempo. Hace apenas tres semanas Barak Obama
era el representante del americano amable. Ya no más, los siguientes serán los
años del americano gacho.
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