La clave de por qué Donald Trump fue
derrotado por su propio partido de manera tan lastimosa la semana pasada,
cuestionando su auto-promocionado liderazgo y arriesgando el desaforado
optimismo que los mercados financieros han puesto en él, descansa en la misma
razón por la cual pudo alzarse con esa extraña victoria en noviembre pasado: la
furia de la ultraderecha contra el establishment.
La rabiosa ultraderecha estadounidense,
híper-religiosa, abiertamente racista y aislacionista, no acepta concesiones.
Su agenda anti-establishment coincidió política y geográficamente con la
candidatura presidencial de Trump y dicha confluencia se tradujo en una mezcla
territorial precisa que aprovechó la aritmética electoral barroca de Estados
Unidos para derrotar a la abrumadora mayoría demócrata en la presidencial.
Pero la confluencia no podía ser mas que
fortuita. Trump se robó la agenda de la ultraderecha de manera oportunista para
flanquear al partido Republicano y alzarse con la candidatura presidencial
primero y con la presidencia después. Pero ya en el poder Trump ha tenido que
enfrentar con un hecho contundente: no se puede derribar al establishment desde
el establishment. Pocos productos tan acabados del establishment que un
billonario neoyorquino de bienes raíces. Tal producto del establishment no
puede ser el que lo destruya y conculque. No es de extrañar entonces que cuando
Trump presenta su iniciativa anti-Obamacare, el proyecto protegía los intereses
de dicho establishment.
La ultraderecha (nucleado en el Freedom
Caucus) admonitoriamente le condenó: es un “Obamacare” sin sacarosa, light, y
se lanzaron contra la propuesta hasta hundirla y producir una derrota
vergonzosa para el petulante Trump.
¿Pero cómo es posible que los republicanos
se hayan hundido a sí mismos, arriesgando el resto de la administración Trump?
El argumento que sigue no es mío, sino de
mi maestra Eloísa Andjel, y creo que es correcto y explica este y los posibles
fracasos que vienen: a diferencia de la derecha francesa, quien se ha negado a
aceptar a la ultraderecha racista y xenófoba, y ha preferido verse derrotado
antes de aliarse con ella (enemigos de la República), el partido republicano ha
acomodado gozoso a la ultraderecha estadounidense a sabiendas que son enemigos
de la democracia y del proyecto globalizador que son el gen de los Estados
Unidos.
Ya sea por el miedo a su desintegración o
por inconfesable afinidad, el Partido Republicano ha albergado y prohijado
siempre a la ultraderecha de buena gana, incluso sabiendo que es un germen
destructor de la democracia estadounidense. Pero la reacción contra la
globalización que ha incendiado al mundo en los últimos meses y años, que ha
venido más de la derecha que de la izquierda, ha hecho crecer a la ultraderecha
estadounidense al punto que ya pese más dentro del partido republicano que los
conservadores tradicionales que han dominado eternamente al partido.
En ese sentido el caso estadounidense es
muy particular. A diferencia de la experiencia europea y otras latitudes
(Filipinas, por ejemplo), la ultraderecha ha desfondado a la derecha
tradicional: el Frente Nacional en Francia, el Brexit en el Reino Unido, los
casos de Holanda y Grecia muestran que la derecha ha sido rebasada y eclipsada
por nuevas instituciones de la ultraderecha que la han desfondado.
Pero el bipartidismo estadounidense ha
producido este engendro del cual incluso su hijo predilecto, Donald Trump, ha
sido víctima. De hecho para la ultraderecha estadounidense este modelo es más
eficiente. En vez de empezar de cero y construir su base de poder desde el
suelo, ha sido mejor para ellos capturar gradualmente al partido conservador
más poderoso del mundo y correrlo hacia la derecha sin desmoronarlo. En lugar
del asalto al poder, la ultraderecha estadounidense ha capturado el alma y
corazón del partido hasta su conversión final con Donald Trump.
Pero el despistado de Trump, creyendo que
era el arquitecto de la revolución híper conservadora que lo usó para la toma
del partido y de la presidencia, no siquiera vio que su propuesta
anti-Obamacare moderada sería despedazada por la ultraderecha. De repente,
sorprendido, sufrió sin darse cuenta la consecuencia de su victoria: la
ultraderecha es la dueña de la política estadounidense, lo quiera Donald Trump
o no.
Esto le deja al tragicómico neoyorquino
dos opciones: o se entrega a la ultraderecha y despedaza a la democracia
estadounidense, o bien, cansado de derrotas a mano de la ultraderecha decide
aliarse con los odiados demócratas para poder gobernar, en cuyo caso su
presidencia estará condenada por la furia de la ultraderecha.
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