El orden económico liberal está roto. Hecho pedazos. El liberalismo tiene tres vertientes: el comercial, el monetario, el económico, y el fiscal. Y mírenlo ahora: naufragando entre guerras comerciales, presidentes queriendo intervenir en las decisiones del banco central, coartando el crecimiento de los gigantes tecnológicos, y produciendo déficit fiscales en medio de expansiones económicas. Pero el liberalismo fue sordo. No quiso escuchar. Y eso que se le advirtió muchas, muchas veces.
La advertencia al liberalismo vino incluso desde dentro: quien quizá sea el mejor economista contemporáneo, Joseph Stiglitz, durante su labor como economista en jefe del Banco Mundial, y después, fue claro y vocal al respecto: el éxito del orden neoliberal se ha concentrado en demasiadas pocas manos y ha descansado sobre la pobreza de muchos. No fue el único: economistas como Paul Krugman, Paul Romer, e incluso empresarios como Warren Buffet advirtieron puntualmente sobre las consecuencias de la profunda desigualdad implicada por el orden liberal.
Las advertencias fueron múltiples: el ascenso de la ultraderecha extrema en Francia, la convulsión política en Italia, el fin del histórico bipartidismo en España, el Brexit, la elección de Trump en Estados Unidos y la de Bolsonaro en Brasil. El fin del orden liberal acecha también a Alemania y a Canadá. Quedarán pocos bastiones. Incluso Francia, votando por el liberalismo con tal de no caer en el nazismo, está en peligro de ceder.
Pero el liberalismo eligió la sordera. Incluso cuando llegaba a escuchar las críticas sobre el grave problema de la inequitativa distribución de ingreso y riqueza, respondía, tozudo: el problema es que las reformas liberales no se implementan completas, si se llevaran a cabo a fondo, el problema de la desigualdad amainaría. Fue sordo hasta cuando oía.
El orden liberal se puede romper por la derecha, o por la izquierda. El ascenso de Hitler y Mussolini respondió también al fracaso del liberalismo decimonónico y de principios del siglo XX. Y está ocurriendo de nuevo, con las connotaciones antisemíticas, racistas, anti-intelectuales y de uso de la fuerza que les caracterizan.
El liberalismo eligió la sordera, porque de dentro, y de fuera (como Thomas Piketty por ejemplo) se les dijo muchas veces: la apropiación tan concentrada de los ingresos y los acervos, requisito y resultado de la expansión económica liberal iniciada tras la caída el Muro de Berlín, tarde que temprano será motivo de una crisis política y económica. Los votantes hartos de no ver sus salarios reales subir durante décadas. Los consumidores endeudados para poder alcanzar un mediano nivel de vida.
A cada reclamo el orden liberal respondía con la misma receta: menores impuestos para el capital, so pena de perderlo y que huyera a economías más amables con él; menores salarios reales para atraer las empresas que buscaban maximizar sus beneficios reduciendo costos; invirtiendo en países en donde la regulación y la implementación de las políticas medioambientales fueran las más laxas para así reducir los costos; reduciendo el salario real futuro (las pensiones), mediante el sometimiento de los sindicatos, creando así un severísimo problema fiscal para los Estados nacionales.
Todo lo anterior se vio reflejado en un espectacular crecimiento de las ganancias corporativas, propulsadas además por una oleada de innovaciones tecnológicas que crearon bienes y servicios que no existían y para los cuales no había reglas tributarias (como Airbnb o Amazon, por ejemplo) y cuyos ingresos no ha sido recaudado por los Estados como las industrias tradicionales, y han producido por tanto ganancias fastuosas para los accionistas.
El capitalismo propietario incluso está en crisis. Hace algunas pocas décadas los trabajadores en los países avanzados eran grandes poseedores de las acciones de sus compañías y de otras. Hoy incluso las empresas usan sus beneficios para recomprar sus propias acciones en el mercado. El número de empresas que cotizan en las bolsas y cuyas acciones pueden ser adquiridas por el público se encuentra en mínimos de casi un siglo, pues las nuevas empresas (como Uber, Airbnb y Cabify, por ejemplo) son poseídas por las grandes fortunas individuales y familiares, y ni siquiera llegan ya al mercado de valores.
El liberalismo no escuchó y no escucha. Lo lamentaremos todos. Verán.
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