La política fiscal debe ser equitativa, nos dicen, debe de gravar a los que mas tienen para ayudar a los menos favorecidos y buscar la máxima igualdad posible en una sociedad. Bajo ese esquema existen dos extremos: ricos y pobres. ¿Pero qué ocurre cuando esos dos extremos son los ciudadanos sanos, que cuidan lo que comen, por un lado; y por el otro tenemos a los ciudadanos enfermos crónicos, cuya dieta los incapacita económica, y por lo tanto fiscalmente?
Para la actual política fiscal la dieta y la salud de los individuos no es relevante. La única variable es la capacidad de generar ingresos y acumular riqueza: los impuestos buscan entonces modular la desigualdad siendo progresivos. Los deciles más altos ayudarán a financiar a los más bajos con el fin de cerrar la brecha de equidad.
¿Pero qué ocurre cuando un ciudadano, por culpa de su dieta, sufre una enfermedad crónica que lo incapacita económicamente y por lo tanto ya no puede tributar? ¿Es justo que su tratamiento sea financiado por ciudadanos que cuidan su dieta, hacen ejercicio y cuidan su salud?
La incidencia de enfermedades crónico degenerativas en el mundo, pero especialmente en México, es tan aguda, que es necesario hacernos esta pregunta y plantear su respuesta, porque dicha solución no es sencilla, pues hay un elemento muy complicado en la discusión: la elección personal y la industria alimenticia.
La libre elección es el principio sagrado de la libertad económica. ¿Pero qué ocurre cuando el consumidor decide una dieta que lo lleva a una enfermedad crónico degenerativa que lo incapacita económicamente a una edad mucho más temprana que un consumidor que elige una dieta sana?
Ya no es posible negar la evidencia que muestra que una dieta basada en proteína animal (sobre todo carnes rojas y procesadas), rica en grasas y en azúcar y alimentos excesivamente procesados, está asociada a la creciente y alarmante incidencia de enfermedades crónico degenerativas como la diabetes, afecciones coronarias y cardiopatías. La dieta de las sociedades avanzadas está produciendo poblaciones con una edad productiva menor, a pesar de que la esperanza de vida siga creciendo. Las poblaciones quizá vivan más, pero su vejez es de mucho menor calidad y su productividad decrece aceleradamente debido a las enfermedades crónico degenerativas que se presentan a una edad cada vez más temprana.
Lo anterior implica un porcentaje cada vez mayor de las poblaciones con necesidad de tratamientos de muy largo plazo, prácticamente permanentes, lo que significa una trayectoria alarmante para los presupuestos de salud pública en el muy corto plazo. De hecho, y a juzgar por experiencias personales, el sector público en México ya está en una situación en donde la cobertura de las enfermedades crónico degenerativas representan la más importante presión de finanzas públicas.
El gran problema es que dicho patrón de dieta y sus tremendas consecuencias económicas surgen de la elección personal. Es la elección personal la que lleva a un consumidor a ingerir un churrasco en vez de una ensalada; a preferir un pastelillo procesado a unas almendras como postre. Es la elección personal la que lo lleva a decidir hacer o no ejercicio una hora diaria. El gran problema es que esas decisiones personales se han convertido en una enorme carga fiscal para el colectivo social.
Para modular la brecha de renta entre ricos y pobres tenemos el impuesto sobre la renta. ¿Pero cómo modulamos la desigualdad entre enfermos por su elección de dieta y los individuos sanos? ¿Es justo que un ciudadano sano, laboral y fiscalmente viable a los sesenta años, financie a un conciudadano suyo que a la misma edad ya no puede trabajar ni tributar debido al daño a su salud causada por la dieta seguida a lo largo de su vida?
Si ponemos un impuesto especial a las carnes rojas y a los alimentos muy procesados, los cuales se encuentran indudablemente tras las enfermedades crónico degenerativas, los precios aumentarán, con lo que quizá el consumo disminuya y la prevalencia baje. Pero también estaremos imponiendo un impuesto a los consumidores que hayan hecho esa elección de dieta, y así con su consumo presente, puedan ayudar a solventar, a sus hijos y nietos, el costoso tratamiento que necesitarán en el futuro.
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