Lo habíamos advertido en una entrega anterior. La Fed no puede ver a los mercados sufrir, es muy susceptible a sus lamentos. De unas décadas para acá los mercados cuentan con “el paracaídas de la Fed”. Saben que en caso de caídas sensibles, la Fed relajará la política monetaria para evitar que los mercados sigan cayendo, y tras escuchar lo que quieren oír, los mercados reanudan las alzas. Ese capítulo re repitió la semana pasada en los mercados del mundo. Pero hay un “pero” esta vez.
El jueves la sesión había sido horrorosa. La otrora mayor empresa del mundo por su valor de capitalización, Apple, había lanzado una advertencia a sus inversionistas, diciendo que sus ventas en general, pero en China en particular, estaban por debajo de lo planeado. La alarma reverberó por todo el mundo: las señales de que la guerra comercial de Trump estaban afectando no nada más a China, sino a las grandes empresas estadounidenses, se extendieron hasta el último rincón de las bolsas de valores, despedazando los principales índices.
El ánimo y la perspectiva eran tan malos, que sólo admitían un remedio: que la Fed saliera a decir que ya no subirían las tasas de interés, y que haría lo necesario para evitar que el daño en las bolsas continuara y acabara afectando a la economía real. Y fue eso justo (casi, casi) lo que ocurrió. Wall Street derramó las lágrimas suficientes para que la Fed sacara de nuevo el paracaídas, y salvara de nuevo a los inversionistas, quienes auparon con un rally fastuoso los precios de las acciones.
El día fue propicio, muy temprano en la mañana se habían publicado los datos de nuevos empleos creados en diciembre 2018, y la cifra había resultado una tremenda sorpresa, más de 312 mil nuevas plazas, muy superior a la expectativa de 175 mil del mercado.
Los datos tuvieron una recepción mixta: por un lado desmentían los temores de un estancamiento económico disparados por la advertencia de Apple del día anterior, junto con un indicador seguido de cerca por los economistas (el ISM), pero por el otro avivaron el miedo de que la Fed no detuviera, y es más, extendiera, su ciclo de alzas de tasas de interés y de venta de activos financieros en la que se ha embarcado desde 2015 y que ha sido la principal causa detrás de la caída reciente de los mercados.
Pero en eso llegó Jerome Powell, el jefe de la Fed, quien estaba programado para dar un discurso y una sesión de preguntas y respuestas en Atlanta y lo que dijo fue música para los oídos de un asustado mercado. Dijo que la Fed estaría atento, para de ser necesario, adecuar su política monetaria (i.e. dejar de subir tasas) en caso de que el entorno lo requiriera. Dijo también que la Fed podría tomar una pausa en su política de venta de activos financieros para no tensar la oferta/demanda del mercado de bonos.
En síntesis, la Fed lo hizo de nuevo. Sensible a los sollozos de Wall Street, pronunció las palabras mágicas, dando a entender que de ser necesario, interrumpirá las alzas en las tasas de interés y las ventas de bonos. Justo lo que Wall Street necesita.
El chantaje de Wall Street volvió a funcionar, antes de entrar en territorio bear, logró que la Fed les prometiera que no los dejaría caer, y rebotaron con furia. Pero dentro de los alentadores datos laborales del viernes vino un dato que hay que mirar con atención: las remuneraciones por hora crecieron a un ritmo de 3.2 por ciento anualizado, el más rápido desde el 2009, y una señal de que la variable más importante en esta ecuación podría (quizá, quizá) estar asomando las narices: la inflación.
Hasta el momento, y durante los últimos casi treinta años, el chantaje de la Fed ha funcionado gracias a que la inflación ha estado muerta. El guión ha sido el mismo: los mercado se disparan hasta nuevos récords hasta que la burbuja se revienta, pero para amortiguar la caída y evitar contagio de los mercados a la economía, la Fed sale al rescate de Wall Street bajando tasas e inyectando liquidez. Tal y como lo hizo de nuevo Powell el viernes pasado.
Durante todos estos años el chantaje funcionó y los mercado se recuperaron porque ni antes ni después de la Fed, la inflación presentó un problema. Hay que estar atentos para ver si la buena suerte que hemos tenido los últimos treinta años se repetirá, o si la inflación asoma por allí sus feas narices.
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