La semana pasada escribimos sobre la rapidez y extensión de la caída de las tasas de largo plazo de los bonos mexicanos. Vale la pena comentar que no estuvieron solos: prácticamente todos los bonos de largo plazo del mundo han visto sus tasas reducidas de manera significativa en una sincronía que vale la pena comentar porque lo que está de por medio es la independencia del banco central más poderosa del mundo, la Fed, asediada por dos flancos: los mercados financieros y Donald Trump.
Que la Fed y los bancos centrales sean oficialmente independientes no los libra de tener presiones a las que eventualmente tienen que ceder y en esta ocasión la Fed, y con ella hasta cierto punto, los principales bancos centrales del mundo, están enfrentado dos presiones muy intensas: una por parte de los mercados, que en buena medida ellos mismos crearon; y la segunda de parte de Donald Trump, cuya capacidad para extralimitar sus poderes está siendo extendida, al punto de amenazar con despedir al presidente de la Fed de ser necesario.
Trump para si mismo, y para sus electores, ha atado su futuro electoral al de la bolsa de valores. Siente que el precio de los valores de Wall Street se traducirá en optimismo entre los votantes que le darán la reelección (o quizá quiera inflar su portafolio personal y ya). Como la economía no presenta tasas de inflación que la obliguen a seguir subiendo tasas, Trump quiere presionar a la Fed para que recorte sus tasas de interés y propulsar a la economía aun por encima del actual nivel de dinamismo y garantizar la victoria republicana en 2020.
Que un presidente de EEUU presione a la Fed en su política de tasas no es nuevo. George Bush intentó detener a Alan Greenspan mientras la Fed estaba en un ciclo restrictivo. Trump ha llevado la presión hasta el límite de buscar opciones para despedir a Powell como presidente de la Fed, algo que los mercados ya han normalizado en una muestra de que mientras les bajen tasas, están dispuestos a tolerar la subversión de la independencia del banco central.
Se equivocan por supuesto, pues la independencia de los bancos centrales es un activo extremadamente valioso que es fácil menospreciar en ambientes de mínima inflación y crecimiento estable como el que hemos vivido los últimos años. Pero la economía no siempre fue así y nada garantiza que siga siendo así en el futuro.
Los mercados han minimizado, casi como una anécdota, que Trump busque despedir a Powell si éste último no baja las tasas como aquél quiere. Han podido minimizarlo porque no hay inflación, y porque la economía global es tan sólida y resistente que da la sensación de que los bancos centrales no son necesarios.
La liquidez global es tan vasta y el exceso de ahorro es tan profundo, que el conculcar la independencia de la Fed, la reducción de la calidad crediticia de algunos emisores, el deterioro de los bonos de mayor riesgo, que el 737-800 Max esté en tierra sin poder despegar, nada es capaz de detener la marcha imparable de los mercados financieros, que han dejado de lado toda reserva, toda precaución estorba y el rol típico del banco central: de garantizar la liquidez del sistema, parece salir sobrando en una economía global repleta de la misma.
Y cuando la última semana de diciembre de 2018 los mercados comenzaron a hundirse al dudar de las perspectivas de crecimiento de la economía global y de los Estados Unidos, la Fed hizo lo mismo que ha hecho las últimas tres décadas: sugerir que de ser necesario, bajaría tasas, inyectaría liquidez, todo con tal de evitar que el pesimismo invada Wall Street. Los mercados saben que los bancos centrales son presos de su propia trampa: se han convertido en los garantes de la euforia, y no de la precaución, y con ello comprometen su independencia más que los esfuerzos de Trump.
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