El capitalismo liberal pudo vencer al comunismo soviético gracias a un señuelo irresistible: la distribución equitativa de la riqueza. Las clases medias de Occidente se beneficiaron de la competencia de la Guerra Fría al ser convencidos con una riqueza creciente de que el mejor modelo era el liberal. Pero el derrumbe del fracaso soviético tuvo un costo: el neoliberalismo ya no tuvo que convencer a nadie, era la única opción, y no necesitó de la distribución de la riqueza para que las sociedades lo aceptaron. Estas décadas han consistido en: o el neoliberalismo o la nada. ¿Pero esa elección está cerca de cambiar?
Dependiendo a quién lea o escuche usted, existen algunas diferencias sutiles entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo, pero una diferencia que todos los estudiosos destacan es la devoción que el liberalismo siente por los mercados competitivos, y la afición del neoliberalismo por los oligopolios/monopolios.
El liberalismo descansa sobre la idea de la competencia perfecta, un gran número de empresas de pequeño tamaño, que obtienen la ganancia promedio y no tienen poder de mercado. El neoliberalismo descansa sobre el predominio de grandes oligopolios, nacidos del derecho que ellos tienen sobre una tecnología, un proceso o un recurso, y que obtiene ganancias extraordinarias gracias al poder de mercado que les confiere ese derecho.
El liberalismo implica la competencia, el neoliberalismo la concentración del capital para el desarrollo de la tecnología. Y en medio de esta tensión sospecho que existe un tercero: un modelo alternativo, el comunismo soviético, o el capitalismo de Estado, que ofrezca a las personas una alternativa al modelo neoliberal.
La hipótesis es la siguiente: una de las causas de la enorme desigualdad económica, reflejada en el hecho documentado de que muy pocos tienen demasiado y muchísimo tienen casi nada, tiene que ver con que el modelo neoliberal no cuenta con un competidor que seduzca a las sociedades inconformes, dejándolas sin alternativas y por tanto, resignadas a aceptar lo que el neoliberalismo les salpique.
El período de la Guerra Fría, entre la posguerra y la caída del muro de Berlín, tuvo un correlato económico muy importante: los países de Occidente vieron como las clases medias prosperaban, engrosaban y cada generación vivía mejor que la anterior. La enorme riqueza creada por las sucesivas oleadas de innovación tecnológica en Europa y Estados Unidos fueron distribuidas de manera relativamente equitativa entre los distintos estratos de las sociedades Occidentales debido a un factor crucial: tenían que convencerlas de que el modelo económico de Occidente era más conveniente para sus poblaciones, que el modelo colectivista detrás de la Cortina de Hierro.
Esta competencia entre el capitalismo liberal y el comunismo colectivista de la post guerra tuvo un claro ganador: las clases medias occidentales, quienes fueron seducidas con una distribución equitativa de la riqueza para convencerlas de la conveniencia del sistema. Los grandes perdedores fueron su opuesto: las clases medias detrás de la cortina de hierro desaparecieron, y el fallido comunismo soviético produjo un ejército de pobreza colectiva que a la postre devino la razón de su estruendosa caída y derrota histórica frente al capitalismo liberal.
Las clases medias de occidente fueron seducidas con una distribución equitativa. Pero las exiguas clases medias de lo que Octavio Paz con enorme tino llamaba “excentricidades de occidente”, como América Latina, y que hoy llamamos mercados emergentes, entonces ligados a la posesión de las materias primas, eran seducidas por las buenas o por las malas. Es decir, dictaduras militares o invasiones, para evitar su paso al bloque soviético. Como ocurrió en Chile, país de donde viene un mensaje de alerta para que el neoliberalismo cambie y modifique la terrible distribución de la riqueza actual, o nos atendremos a las consecuencias.