El campo mexicano es un vehículo de dos velocidades. Por un lado está el ligado a la agricultura de autoconsumo o en donde la comercialización ocurre sólo en el margen, cuando hay excedentes respecto del consumo de los productores. Por el otro se encuentra la agricultura comercial, en donde los productores dedican prácticamente toda la cosecha para el mercado. Y es dentro de este segmento que encontramos un subconjunto muy particular: la agricultura comercial de exportación.
De manera sigilosa, bajo el radar, sin mucho apoyo gubernamental, y en locaciones geográficamente delimitadas y en cultivos estratégicamente escogidos, la agricultura comercial de exportación mexicana se encuentra en medio de una época de oro con pocos antecedentes en la historia moderna del país.
En el noroeste y norte del país, en Michoacán y Jalisco, en algunas zonas de Veracruz y en la península de Yucatán, un grupo relativamente reducido de productores mexicanos se encuentran en medio de una trasnformación dramática del perfil agroexportador del país.
En primer lugar, hay un modelo de negocios detrás: una planeación cuidadosa de los costos, los beneficios, los mercados objetivo, las variedades de semilla óptimas, el cultivo sustentable del suelo, la mitigación de los riesgos climáticas mediante tecnología e infraestructura y modelos de comercialización integrales que limiten la venta y potencien el acceso a los mercados globales: especialmente los Estados Unidos, pero también Canadá, China, Europa, Japón y los países árabes.
Dichos agricultores son relativamente jóvenes, con educación financiera solvente y experiencia educativa y/o laboral en el extranjero, y con conocimiento del funcionamiento de los mercados y las redes de distribución globales.
Lo anterior viene incluso a veces acompañado de financiamiento (si bien limitado) de clientes en el extranjero, lo que les da una cobertura de riesgo cambiario natural dado sus mercados de destino, dotando a este sector de una ventaja financiera peculiar con la que no cuentan ni la agricultura de autoconsumo ni la agricultura comercial para el mercado doméstico (como el maíz, el frijol, la caña de azúcar y otros).
El cultivo estrella de este sector agroexportador es por supuesto el aguacate, el cual ha detonado una expansión incontenible de la superficie cultivada y ha salido ya desde su cuna natural en Michoacán, expandiéndose por Jalisco, Nayarit y Sinaloa (e incluso Chihuahua) hacia el norte, y hacia Veracruz y Guerrero hacia el poniente.
Las consecuencias ecológicas y sociales del aguacate en vastas áreas de México no están siendo cuantificadas, y la regulación al respecto ha sido laxa y la aplicación de la misma, extremadamente débil. El éxito exportador del aguacate nos está costando bosques y comunidades. No ha sido gratis.
La demanda mundial por aguacate es imparable y eso ha provocado que a la tradicional competencia que el aguacate mexicano (por supuesto, el mejor del mundo) en Perú y Chile, se estén añadiendo diario nuevos jugadores, como España y Filpinas, que buscan cubrir la explosiva demanda que los consumidores del mundo han detonado por la deliciosa fruta mexicana.
Pero tras el aguacate un racimo de cultivos han encontrado en suelo y el sol mexicanos, un espacio idóneo para expandirse y competir en los mercados globales con una marca muy particular: sabor y calidad. Quienes están en este mercado lo reconocen: las nueces mexicanas tienen más aceite, las manzanas son más jugosas, las moras más sabrosas y delicadas, los dátiles suntuosos, las fresas concentradas, el aguacate insuperable.
La escasez de agua y la necesidad de riego hace que nuestros rendimientos en casi todas las cosechas palidezcan frente a las tierras irrigadas naturalmente de los Estados Unidos por ejemplo. Pero los frutos cultivados en esta tierra suplen los menores rendimientos con una calidad que se refleja en mayores precios en los mercados globales por sus espárragos, los melones y las Sandías, las frambuesas y arándanos.
En el curso de la última década México se ha convertido en una potencia exportadora en los productos que hemos enlistado en los últimos párrafos, añadiéndose a aquellos cultivos en donde los agricultores mexicanos ya eran líderes de por si: jitomate y hortalizas, cebolla y ajo. A esta lista se han añadido la diversidad de bayas y fresas, los dátiles y nueces, las manzanas para jugo, Sandía, melón y papaya.
Bajo un escenario esta época de oro de los agroexportadores mexicanos es apenas el inicio. Dos rasgos muy importantes se encuentra detrás se esta presunción; por un lado los patrones de dieta entre la población, sobre todo entre los jóvenes, está cambiando y cambiará significativamente; y por otro lado el gran competidor histórico de este sector agroexportador mexicano: California, se está quedando sin agua de uso agrícola, pues el uso de sus recursos naturales ha llegado al límite por su expansión urbana horizontal y la dinámica poblacional.
California, Florida y Texas son históricamente la competencia de las agroexportaciones mexicanas, pero los límites a la explotación de los acuíferos, la reducción de la superficie agrícola ante la expansión urbana, el cambio climático, la elevación de los costos laborales, y el dólar secularmente fuerte que ha enfrentado este sector, juegan a favor de una relocalización de cultivos del sur de Estados Unidos hacia México. Uno nunca sabe: quizá debamos, en el sector agroexportador, prepararnos para administrar la abundancia.
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