Los que corren son tiempos complicados para las economías del mundo: los bancos centrales más importantes fallaron en leer el repunte inflacionario, por eso ahora están ansiosos por anticipar correctamente el riesgo de una recesión. Y los mercados lo sienten: perciben la duda de la Fed ante el temor de enviar la economía al pozo, apostando en consecuencia por una baja de tasas el año siguiente, alimentando de esta manera el rally accionario más pasmoso desde la increíble recuperación de septiembre 2020.
Pero el entusiasmo de las bolsas corre un riesgo: que, así como no vieron venir el resurgimiento de la inflación, se equivoquen en detectar su abatimiento. Están apostando a que una economía débil acabará con las presiones inflacionarias, permitiendo a la Fed a reducir de nuevo sus tasas de interés. Pero en ese escenario corremos todos un peligro: que a pesar de la recesión la inflación no caiga del 4-5 por ciento.
Si eso ocurre, estaremos en un escenario similar al de los Estados Unidos en la década del setenta, cuando los agentes económicos normalizaron inflaciones moderadas, lo que llevó eventualmente a una inflación creciente.
Los mercados trabajan con lo que saben. Como con reflejos condicionados. Saben que un alza de tasas frenará a la economía, anclando a su vez el alza de precios al eliminar el exceso de demanda. Pero esta vez es diferente.
Para empezar, lo que tenemos ante nuestros ojos es una recesión que parece expansión, es una recesión travesti. Intuitivamente el apretón monetario más fuerte en cuarenta años debería de provocar un frenón económico. Hay muchas señales e indicadores que así lo sugieren, incluyendo marcadores infalibles como la pendiente de la curva de rendimientos de los bonos estadounidense, la cual indica un inevitable hundimiento del crecimiento en ese país.
Pero al menos con los datos de junio, es difícil catalogar al actual estado de la economía estadounidense. Empezando con los datos del mercado laboral, en donde la tasa de desempleo se encuentra en mínimos de medio siglo, el ritmo de incremento de los empleos no agrícolas, además de los costos laborales, describen una recesión que hasta el momento está demandando empleos como si fuera una expansión. Una recesión travesti pues.
Los resultados trimestrales de algunas empresas, como Walmart, Snap o Facebook, sugieran que efectivamente, el parón económico ya está aquí. Pero las cifras de otras empresas como Amazon, Apple o Microsoft ilustran una economía fuerte con una demanda saludable en un contexto de precios al alza.
Así como la inflación en sus inicios enviaba señales confusas, esta eventual recesión no está por el momento clara. Si bien el más infalible de los indicadores, la pendiente de la curva de plazos de los bonos estadounidenses, telegrafía por todas partes una recesión en los próximos meses, los indicadores oportunos, especialmente los del mercado laboral, desafían el diagnóstico, mostrando una salud desconcertante.
Pero más temprano que tarde el apretamiento monetario acabará imponiendo sus condiciones, induciendo un suavizamiento económico cuya intensidad aún desconocemos pero que es inevitable.
Pero lo anterior es la primera mitad de la incógnita de la Fed. La desaceleración/recesión económica llegará en los próximos meses. Pero tras su arribo: ¿la inflación cederá hasta los niveles que los bancos centrales requieren para que el crecimiento económico subsecuente sea sostenible? Es decir, ¿bajará lo suficiente para que cuando volvamos a crecer, la inflación no se reactive de nuevo?
Mucho dependerá de la tolerancia da la Reserva Federal al dolor. El control de este proceso inflacionario en Estados Unidos depende de la intensidad y extensión de la restricción monetaria. Si la Fed no restringe lo suficiente ni durante el tiempo necesario, corre el riesgo de que la inflación vuelva cuando la demanda resurja.
Los griegos entendían la tragedia, ese género literario en que fueron insuperables maestros, como lo fútil de la voluntad humana ante el designio superior de las deidades. En ciertos momentos la economía funciona como una tragedia griega, es imposible escapar a sus designios. Si la inflación alcanza una condición inercial, en la cual adquiere vida propia, será muy complicada acabar con ella sin provocar una recesión económica abrupta, como lo muestra la lección de los años setenta. Lo queramos o no.
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