El legendario jefe de la Fed, Alan Greenspan, en sus memorias recordaba con orgullo la ocasión, en 1994-1995, cuando logró controlar un incipiente brote inflacionario en la economía de Estados Unidos, sin causar una recesión. Algo que sólo ha ocurrido en esa ocasión. Cierto, la Fed logró entonces controlar la inflación sin causar recesión. Pero hubo un costo muy importante: el peso mexicano se hizo pedazos, nuestro país se quedó sin reservas internacionales, disparando una crisis financiera y económica en todo Latinoamérica. Siempre que la Fed ha subido sus tasas de interés de manera agresiva, algo se rompe en alguna parte. Es notable que hasta ahora no hemos visto un jarrito de Tlaquepaque volar por los aires, pero sería muy raro, rarísimo, que no veamos uno pronto.
Es inevitable. Durante más de dos décadas las tasas de interés en el mundo, encabezadas por los Estados Unidos, se han mantenido extremadamente bajas. Las razones son distintas para cada país, pero en general una combinación de una cadena de suministros de muy bajos costos, junto con la necesidad de mantener bajo el costo del dinero para incentivar a los agentes económicos a asumir mayores riesgos, ha producido un entorno de dinero muy barato.
El dinero barato provoca que muchos proyectos que no tienen sentido en un entorno de tasas altas, súbitamente luzcan atractivos. Carreteras a ninguna parte, centros comerciales para clientes que no existen, ciudades nuevas fantasmas, kilómetros de trenes de alta velocidad, aeropuertos sin demanda, adquisición de empresas a precios que nunca será recuperado. Etc.
El riesgo de un entorno de tasas extremadamente bajas durante un período tan largo de tiempo es que se incentivó necesariamente a proyectos de largo plazo con muy baja rentabilidad de capital. No únicamente en el sector de infraestructura, como se ilustró en el párrafo anterior, sino en muy variados ámbitos.
Pero lo que tiene sentido con tasas bajas quizá parezca sin sentido cuando las tasas suben. Y más cuando suben tan violentamente como ha ocurrido en este 2022.
Basta una ilustración para constatar lo dramático del incremento en el costo de financiamiento en el mundo. En el inicio de 2022, la tasa del bill de tres meses de los Estados Unidos, una de las referencias más importantes del costo del dinero, se encontraba en 0.06 por ciento. ¡Al cierre del viernes pasado dicha tasa se encontraba en 4.06 por ciento!
El costo de financiamiento se ha multiplicado en el mundo a una velocidad no vista desde 1982. En aquel entonces el endurecimiento monetario provocó una recesión global, coronado por la infame crisis de la deuda en México y Latinoamérica que llevó al subcontinente a toda una década perdida en términos económicos.
De 2003 a 2007 la Fed subió de manera muy dosificada y dulce sus tasas de interés, hasta que tuvo que detenerse y revertirlas ante la crisis hipotecaria que provocó un tsunami financiero que llevó al mundo a una gran depresión.
Lo que ha sido notable hasta ahora en el actual ciclo alcista de tasas de interés de prácticamente todos los bancos centrales del mundo, es cómo no ha aparecido un jarrito de Tlaquepaque roto en alguna parte que fuerce a las autoridades financieras a pausar sus tasas de interés o que provoque un quebranto violento en las bolsas de valores.
Cierto, hasta ahora en lo que va del año hemos sufrido el peor desempeño del mercado de bonos de la historia moderna. Cierto, las pérdidas en los índices bursátiles han sido muy severos.
Pero todo ha sido gradual, ordenado, contenido, dando tiempo a los inversionistas a acomodar sus portafolios, a administrar el daño. No hemos tenido un crack violento, una víctima inesperada, algún megabanco quebrando, algún país emergente anunciando moratoria, algún gigantesco fondo de inversión cerrando sin devolver el dinero a sus clientes, alguna crisis hipotecaria.
Todo ha sido hasta hoy una caída, dolorosa pero paulatina, en el precio de las acciones. La exuberancia se ha desinflado de manera muy parsimoniosa. Como una bendición. Apoyando a aquellos que piensan que un aterrizaje suave de la economía es posible. Y ojalá así sea.
Pero la historia nos obliga a ser muy escépticos de la vida en rosa cuando se trata de los ciclos monetarios de la Fed, máxime cuando las tasas han subido de forma tan brusca como en esta ocasión. A nadie debería de extrañar que un evento de importancia sistémica, capaz de alterar el curso de la estrategia de los bancos centrales y complicar el escenario del aterrizaje suave y ordenada, surja en algún lugar, en algún momento.
Existe un indicador que debería de mostrar señales de precaución al respecto, pero hasta el momento lo que sugiere es paz y tranquilidad en el frente. El VIX, el indicador de volatilidad del mercado, ha permanecido asombrosamente calmo y relajado en los último meses, como si no hubiera motivo de preocupación. Si nuestro mejor indicador de peligro está tan relajado, no debe de extrañarnos que la marcha de los mercados financieros haya sido tan ordenada en su descenso de los últimos meses.
Todo parece entonces apoyar a aquellos que, como Wall Street, anticipan un escenario donde los bancos centrales logran controlar la inflación sin producir una recesión económica, ni un quebranto violento en algún sector de importancia sistémica.
Los últimos datos apoyan dicho escenario. Los datos de empleo de Estados Unidos del viernes pasado muestran una economía sólida, con firme creación de empleos, lejos de una recesión aún, a pesar de las 400 centésimas de incremento en las tasas de interés. La economía se encontraba tan fuerte al inicio de este año, con tanta liquidez, que el brusco incremento de tasas no han sido suficiente para detenerla aún.
Es fácil desear que el escenario de la vida en rosa se materialice, y que Estados Unidos, por el bien de todos, controle su inflación sin que nadie se rompa. Pero el escepticismo ayuda en caso que algo se rompa, cayendo en pedazos sobre el escenario de un mundo feliz.
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