Desde hace varios meses la mesa está puesta para una recesión económica. Ya todos los invitados están sentados, pero la recesión no acaba de llegar. Un indicador tras otro advierte que la economía de Estados Unidos, la más poderosa del mundo, debería de declinar. Pero no ocurre. Si acaso lo que ha ocurrido es, como en México, que la economía se ha acelerado en el tercer trimestre del 2022 respecto de los dos trimestres anteriores. La creación de empleos es mayor a la esperada, las cifras de ventas de Wal Mart más fuertes de lo pronosticado. Parece como si la recesión no quisiera llegar.
Intentando explicar la inusitada resistencia que la economía de Estados Unidos ha mostrado ante el resurgimiento de la inflación, el brusco apretamiento monetario de la Reserva Federal (la Fed), y la marcada incertidumbre financiera prevaleciente en este 2022, una hipótesis suena convincente: la demanda estaba tan fuerte e inflada que los factores antes descritos no han sido suficientes para desinflarla y enviar la economía a la recesión.
La magnitud de los estímulos fiscales disparados por la pandemia mediante transferencias directas a familias y empresas, junto con el colosal estímulo monetario llevado a cabo por la Fed, junto con otros bancos centrales, mediante la compra desmesurada de activos financieros en el mercado, se sumaron para producir un incremento histórico en el ingreso disponible de millones de consumidores en el mundo, impulsando una recuperación económica vertiginosa, un auge majestuoso de las bolsas de valores, elevando la tasa de ahorro de la economía.
Consumidores más ricos implicó que los bancos percibieran un riesgo menor para sus créditos, así que las transferencias directas se complementaron con una reactivación enorme del financiamiento bancario hacia familias y empresas, incrementando el apalancamiento al tiempo que crecían también el consumo y el ahorro total.
El cuadro anterior configuró una economía enormemente líquida, que hasta el momento ha resistido el brusco incremento de tasas de interés de los bancos centrales, alimentando al mismo tiempo la reactivación de la inflación iniciada por problemas de logística en la cadena global de suministros.
Los bancos centrales, comenzando en distintos momentos a partir de que detectaron las primeras señales de inflación en 2021, comenzaron a subir sus tasas de interés para tratar de frenar el exceso de demanda que alimenta el resurgimiento inflacionario. Pero hasta el momento no han logrado ni apretar la rienda del consumo, ni hacer que la inflación baje de manera convincente hacia los objetivos que se han fijado.
La economía dice que existe un cambalache entre inflación y el crecimiento económico. Sospecha que, si el crecimiento es demasiado acelerado, la economía podría despistarse en la curva cerrada de la inflación. Afirma que es necesario modular a la pareja inflación-crecimiento para que su convivencia sea armónica en el largo plazo.
La inflación es el mal económico más peligroso. Podrá parecer inofensiva al principio, pero en muy corto tiempo acaba devorando al crecimiento, deteniéndolo y enviando a la economía al estancamiento.
Por lo anterior los bancos centrales del mundo intentan desde hace más de un año modular el poderoso crecimiento de la demanda para que este deje de atizar las flamas inflacionarias. Pero hasta el momento no lo han conseguido.
La historia moderna ilustra que es muy raro que la economía estadounidense surja de un ciclo económico restrictivo de la Fed sin caer en una recesión. La única ocasión en que logró salir incólume de un período de alza de tasas fue en 1994-1995. Pero tal éxito es debatible. Para empezar, la inflación no había despegado, sino que apenas amenazaba con hacerlo, y para concluir, dicho ciclo fue el principal causante del colapso de las monedas latinoamericanas en esa época, cuyas economías acabaron pagando el pato.
Un indicador, hasta ahora infalible, respecto del ciclo económico estadounidense, lleva ya meses advirtiendo que una recesión económica es inevitable.
Se trata de la pendiente de la curva de plazos, la gráfica que se obtiene de graficar por un lado el rendimiento de los bonos del tesoro estadounidenses, contra sus respectivos plazos. Cuando dicha curva se invierte, es decir, cuando tiene una pendiente negativa, pues los rendimientos de los bonos de plazos más cortos son mayores que los de más largos plazos, una recesión ha sobrevenido sin falta en los Estados Unidos algunos meses después.
La curva de plazos se invirtió hace meses ya. La magnitud de su inversión es tan considerable que los economistas que confían en la capacidad predictiva de este indicador están sorprendidos de cómo los datos recientes no dan visos de la recesión económica que ese indicador, hasta ahora infalible, pronostica de manera tan contundente.
Las bolsas de valores, junto con un número creciente de especialistas se están convirtiendo al bando del aterrizaje suave. Ante la sorprendente resistencia de la economía estadounidense apuestan con creciente optimismo a que la Fed podrá domar la inflación hasta forzarla rumbo a su objetivo del dos por ciento, al mismo tiempo que evita una recesión. Ojalá tengan razón. Ojalá la pendiente de la curva de plazos se equivoque por primera vez en la historia. Pero no vaya a ser que no es que la recesión no quiera llegar, sino que viene más enojada que de costumbre.
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