“Ándabame yo paseando/por las fronteras del norte/Hay que cosa tan hermosa”. Algunos dicen que, si México no existiera, habría que inventarlo. Al menos para la economía de los Estados Unidos, tal adagio pareciera ser verdad. Siempre supimos que el norte mexicano tenía el potencial de convertirse en la plataforma, no sólo productiva, sino también logística, de la mayor economía del mundo, pero la entrada de China en el comercio mundial desvió las inversiones en fábricas hacia el gigante asiático hasta convertir al dragón en un animal peligroso para su creadora, la necesidad de las empresas estadounidenses de abaratar costos de producción. Aquí es cuando México entra al rescate.
Un amigo de la infancia me comenta que, en sus cuarenta años de vivir en Ciudad Juárez, nunca había visto lo que está pasando hoy. Al menos diez parques industriales en construcción simultáneamente, con todos los predios ya ocupados desde hoy, y una lista de espera larga de compañías de nivel global, necesitadas de encontrar un lugarcito en el viejo “Paso del Norte”, para establecer sus líneas de producción. “Están ampliándose a edificios nuevos y usados”, me escribe.
Pareciera que Ciudad Juárez no es lo suficientemente grande para recibir a la marejada de empresas estadounidenses que están llegando con urgencia para establecer sus plantas. Pero no nada más allí, “de Tijuana a Ciudad Juárez, de Ciudad Juárez, Laredo, de Laredo a Matamoros, sin olvidar a Reynosa.” Todas las “chulas fronteras” del Piporro están experimentando una demanda por espacio para erigir parques industriales con el fin de albergar líneas de producción que necesitarán luego una precisa cadena de suministros.
La frontera mexicana es el lugar ideal para que las grandes empresas multinacionales estadounidenses establezcan sus usinas para producir los bienes que venden en su enorme mercado interno y para exportar. Este principio dio lugar hace cuarenta años a las maquiladoras, en donde los trabajadores mexicanos ensamblaban una parte del proceso de producción para ser acabado en otra lado.
Con el paso de los años, con la experiencia ganada, con el talento de empresarios y trabajadores mexicanos, con la demanda de la industria estadounidense, por la fuerza de las cosas, la industria mexicana evolucionó de la maquiladora hacia algo más complejo e integrado, convirtiéndose en una potencia exportadora por derecho propio. Cierto, ancilar del vastísimo complejo industrial estadounidense, pero con capacidades propias y con una competitividad notable. Un dato dramático ilustra la evolución anterior: México exporta más que todo el resto de los países de América Latina juntos. Y el norte es quizá el principal responsable de ese éxito exportador.
La parte más ancha del país corre de Tijuana a Matamoros, los dos extremos fronterizos, que también son nuestras ciudades más septentrionales en las costas del pacífico y del atlántico, respectivamente, median unos 2,400 kilómetros.
Sin embargo, si quisiéramos ir de un lado a otro del país del Piporro, recorrer esas chulas fronteras, no podríamos. No existe una carretera continua que las enlace por el lado mexicano, la mejor forma de conectar los dos extremos norteños de nuestro país es mediante la interestatal 10, que conecta San Diego con Brownsville. En más de doscientos años de vida independiente no hemos podido conectar los extremos norte de nuestro país. Para hacerlo necesitamos cruzar del otro lado. Lamentable, ¿no?
Pero ese país del Piporro cuenta con unas ventajas enormes. La primera es su diversidad. Los mexicanos englobamos en la palabra “norteño” una diversidad tan grande como la de otras regiones de México. El tijuanense, el regiomontano y el tamaulipeco son muy distintos. Como distintos son sus vecinos: los liberales californianos y neo mexiquenses, los conservadores tejanos y de Arizona. La cultura fronteriza está permeada por la de sus vecinos, y el sureste estadounidense es tan diverso como es posible.
La segunda es su inmediata vecindad con el mayor mercado del mundo y con su enorme plataforma logística. Para ser más precisos: las dos mayores economías de los Estados Unidos, California y Texas son contiguos al país del Piporro. Los estados más ricos y poderosos son precisamente los vecinos de nuestras “chulas fronteras”. No existe ningún país que pueda decir lo mismo. Canadá, por ejemplo, que tiene una frontera mucho más larga con Estados Unidos que nosotros, es vecino de Montana y Dakota del Norte, regiones tan poco desarrolladas como naciones de segundo orden en términos económicos.
Nuestras “chulas fronteras” tienen un acceso seguro a las grandes cuencas gasíferas del sur de Estados Unidos, y por lo tanto cuentan con energía muy barata para poder desplegar una plataforma industrial única para competir de manera integrada como parte de la economía de Norteamérica contra el resto de las economías del mundo.
La propia fuerza de la economía global ha hecho que el país del Piporro se convierta en una de las regiones más industrializadas. Y es solo el comienzo. Ese vocablo de moda, el “near shoring”, que apela a que el ensamble y producción de tramos significativos de la cadena de manufactura mundial se lleva a cabo cerca de casa, y no en la cada vez más amenazante China, es apenas una vuelta de tuerca de un proceso inevitable y que se alimenta a si mismo.
Entre más se industrialicen nuestras “chulas fronteras” más sofisticadas serán, y más atractivas se verán, por su talento y profundidad, para atraer un número creciente de procesos industriales hacia esta zona, la más grande de México en términos geográficos, lo que la convertirá en un jugador de una relevancia crítica para la economía del mundo. Hay que ayudarles.
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